
Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
«Parece una persona tranquila, pero, después de todo, es una consorte», pensó una concubina de rango medio del palacio oeste con quien estaba hablando Gyokujou. Maomao no conocía todos los detalles, pero parecía que la relación entre la familia de Gyokujou y la de esa concubina iba a ser muy importante en el futuro. Por eso, muchas otras concubinas solían revelar cosas accidentalmente al hablar con la alegre Gyokujou. Y una de las tareas de la Consorte Bella era anotar lo que decían.
«Estuvo despierta hasta muy tarde anoche, ¿no tendrá sueño?», anticipó Maomao. El Emperador, que adoraba a Gyokujou, la visitaba cada tres días. La excusa era ver a su hija, que ya había empezado a gatear, pero huelga decir que esa no era la única razón. El hecho de que no descuidara su trabajo durante el día demostraba lo perseverante que era.
Después de la ceremonia del té, Yinghua le dio una gran cantidad de dulces a Maomao. Ella no era de comer mucho, por no tirarlos, se dirigió a ver a Xiaolan, como de costumbre. Su joven amiga sirvienta, que a veces hablaba con torpeza, le contó los rumores que había escuchado últimamente. Le habló de la mujer que se había suicidado, de su relación con el envenenamiento y, por alguna razón, de la Consorte Virtuosa.
—Bueno, aunque se las llama las Cuatro Consortes, debido a su edad...
La consorte Gyokujou tenía diecinueve años; la consorte Lihua, veintitrés; y la consorte Lishu, catorce. En cambio, la actual Consorte Pura, Ah-Duo, tenía treinta y cinco años, uno más que el Emperador. Aunque aún podía dar a luz, el sistema del palacio interior hacía que la consorte Ah-Duo tuviera que rechazar la visita del Emperador. Es decir, le estaba prohibido convertirse en la madre del futuro príncipe heredero.
Se rumoreaba que se estaba debatiendo la posibilidad de bajarla de rango y traer a una nueva mujer para ocupar su puesto entre las Cuatro Consortes. Era una conversación que ya había surgido hacía mucho tiempo, pero como había sido la consorte del Emperador desde su época de príncipe heredero, y una vez había sido madre de un hijo varón, le resultaba difícil tomar una decisión.
«¿Era la madre del niño que murió?», recordó Maomao. ¿Le pasaría lo mismo a la consorte Lihua si tampoco volvía a quedar embarazada? Y no solo eso, nadie podía asegurar que la consorte Gyokujou fuera a seguir recibiendo el favor del Emperador para siempre. Todas las flores hermosas se marchitan algún día. Las flores del palacio interior no servían de nada si no daban frutos. Aunque ya se había acostumbrado, Maomao seguía pensando que el palacio interior era un lugar lleno de lodo turbio. Se sacudió los restos de pastel de luna que le habían caído al comer y miró las pesadas nubes que cubrían el cielo.
La invitada a la ceremonia del té de hoy era un tanto peculiar. Era la consorte Lishu, una de las Cuatro Consortes. Era extraño que las consortes del mismo rango se reunieran, especialmente entre las del rango más alto. La consorte Lishu, con su rostro infantil, llegó con un semblante tenso y cuatro sirvientas. Su catadora también estaba allí. Al parecer, no había recibido un castigo tan severo como para que Maomao se preocupara.
Ya que afuera hacía frío, la ceremonia se celebró en el interior. Usaron a un eunuco para traer un sofá para las sirvientas en la sala de visitas. La mesa redonda era de nácar y cambiaron las cortinas por unas nuevas bordadas. Sinceramente, ni siquiera cuando el Emperador las visitaba se tomaban tantas molestias, pero tal vez era porque eran mujeres y se ponían a la defensiva cuando se encontraban con otras de su mismo género. Incluso se esmeraron más en maquillarse. A Maomao le habían vuelto a quitar sus pecas de siempre y le pusieron una línea roja en el rabillo de los ojos para intimidar.
Aprovechando su edad, la consorte Gyokujou hablaba sin parar, y la consorte Lishu se limitaba a asentir con timidez. Las sirvientas que estaban detrás, más que preocupadas por su señora, estaban interesadas en los muebles del Pabellón de Jade y de vez en cuando miraban por toda la habitación. Solo la catadora se quedó de pie detrás de la consorte. Miraba a Maomao como si la estuviera observando.
«Qué pesada. ¿Qué quiere ahora?», se molestó ella. Con las sirvientas del Pabellón de Cristal, ya era suficiente. ¿No podían dejar todos de tratar a Maomao como si fuera un monstruo?
«A primera vista, son sirvientas de lo más normales», reflexionó al verlas. Maomao le había informado a Gaoshun de que la consorte podría estar sufriendo acoso. Habría sido un problema que se hubiera equivocado, pero afortunadamente no fue así. En comparación con las selectas sirvientas del Pabellón de Jade, a excepción de Maomao, el movimiento de las sirvientas de Lishu era lento, pero hacían su trabajo. Bueno, la anfitriona de la ceremonia del té de hoy era la consorte Gyokujou, así que tampoco había mucho trabajo que hacer.
Su compañera Ailan trajo una jarra de cerámica y agua caliente.
—No le disgustan los dulces, ¿verdad? Hoy hace frío, así que pensé que esto estaría bien —preguntó la consorte Gyokujou.
—Me gustan los dulces. Gracias —respondió la consorte Lishu.
La jarra contenía piel de cítricos cocinada con miel, un preparado que calentaba el cuerpo y humedecía la garganta.
«¿Oh?», observó Maomao. A pesar de que acababa de decir que le gustaban los dulces, el rostro de la consorte Lishu cambió de color. Y la catadora miraba la miel que le estaban sirviendo en su taza como si quisiera decir algo. «¿Es que tampoco tolera la miel?», predijo la boticaria.
Las sirvientas que estaban detrás de Lishu no dijeron nada. Solo miraban a la consorte con una cara de decepción, como si la despreciaran por ser quisquillosa. Maomao dejó escapar un pequeño suspiro y le susurró algo al oído a la consorte Gyokujou. Esta abrió los ojos, sorprendida, y llamó enseguida a Ailan.
—Lo siento. Parece que esto necesita más tiempo para macerar. Le serviré otra cosa. ¿Le gustaría un té de jengibre?
—Sí, está bien.
Parecía que el cambio de bebida había sido un éxito, porque su voz recuperó el ánimo. El pronóstico de Maomao, por desgracia, también había sido acertado. Por un instante, una de las sirvientas la miró con expresión de repugnancia. Sus ojos se encontraron.
A media tarde, apareció el eunuco de siempre, tan apuesto como siempre. Detrás de la sonrisa de tennyo, estaba Gaoshun, como siempre también. Últimamente, parecía que tenía más arrugas entre las cejas, como si sus preocupaciones hubieran aumentado.
—He oído que ha compartido una ceremonia del té con la consorte Lishu.
—Sí, fue agradable.
Como él estaba a cargo del palacio interior, este eunuco visitaba regularmente a las Cuatro Consortes. Maomao pensó que la combinación de la ceremonia del té de hoy era extraña, y parecía que él había sido el artífice. Intentó salir de la habitación antes de que se convirtiera en un problema, pero, como era de esperar, la detuvieron.
—¿Me permiten retirarme, por favor?
—La conversación no ha terminado.
Aunque le dirigió una mirada celestial, Maomao solo pudo bajar la vista al suelo. Seguro que sus ojos parecían los de un pez muerto.
—Ju, ju, ju, ju. Qué bien os lleváis —dijo la consorte Gyokujou.
—Mi señora, si tiene problemas de vista, deberíamos aplicarle presión alrededor de los ojos.
Como la consorte Gyokujou se reía con tanta alegría, Maomao no pudo evitar responder con sarcasmo. Maomao se dio cuenta de su error en el acto. Jinshi la sacaba de quicio, pero no podía permitirse ir diciendo burradas a todo el mundo.
—¿Has oído que la culpable del envenenamiento fue la sirvienta que se suicidó?
Maomao asintió. Por el tono de voz, Jinshi no se dirigía a la consorte Gyokujou, sino a ella. Gyokujou pareció darse cuenta y se fue de la habitación. Se quedaron a solas Maomao, Jinshi y Gaoshun.
—¿Cree de verdad que fue un suicidio?
—No soy yo quien decide eso.
El poder de una persona influyente podía convertir una mentira en verdad. Maomao no sabía quién había tomado la decisión, pero Jinshi debía estar involucrado de alguna manera.
—¿Hay alguna razón para que una simple sirvienta envenene el plato de la Consorte Virtuosa?
—No lo sé.
Jinshi sonrió. Usó su sonrisa seductora para manipular a la gente, pero desafortunadamente, eso no funcionaba con Maomao. Y él debería saber que ella nunca se negaría si le diera una orden, sin necesidad de recurrir a esas artimañas.
—¿Te importaría ayudar en el Pabellón de Granate a partir de mañana?
¿De qué servía preguntarlo? La única respuesta que podía articular Maomao era:
—De acuerdo.
Capítulo 30
Miel (parte II)
La residencia de una persona refleja su personalidad. El Pabellón de Jade de la consorte Gyokujou era hogareño, y el Pabellón de Cristal de la consorte Lihua era noble y refinado. Por otro lado, el Pabellón de Granate, donde residía la consorte Ah-Duo, era práctico. Su diseño, sin desperdicios, no gustaba de adornos excesivos, lo que le daba un toque de elegancia.
Se podría decir que la consorte Ah-Duo, la señora de la casa, era exactamente así. Con una figura libre de excesos, no tenía ni la vivacidad, ni la exuberancia, ni la ternura de las demás. Sin embargo, ostentaba una belleza y una gallardía andrógina. «Y eso que tiene treinta y cinco años», pensó Maomao. Si llevara uniforme de oficial, podría pasar por un joven funcionario. En este palacio interior, donde solo había sirvientas y eunucos, se preguntaba cuánta envidia despertaría entre ellas. Su atractivo era similar al de Jinshi, pero diferente. No había visto qué ropa llevaba en la fiesta, pero seguro que le quedaría mejor un uniforme de montar que las mangas anchas y la falda que llevaba puesta ahora.
Guiaron por las instalaciones a Maomao junto a otras dos sirvientas. La dama de compañía principal, Fengming, era una mujer guapa y regordeta con una personalidad amable. Les fue explicando rápidamente todo sobre la residencia de Ah-Duo. Las habían requerido porque no había suficiente personal para la limpieza de fin de año.
«¿Está herida?», intuyó Maomao al ver un vendaje asomando por el brazo izquierdo de Fengming. Ella misma también llevaba un vendaje similar en el brazo izquierdo. Se había cansado de las miradas de los demás cada vez que veían sus viejas cicatrices.
Ese día entero se le pasó volando. Tenían que dejar que los eunucos hicieran el trabajo pesado y ellas solo se encargaban de sacar los muebles y los libros para airearlos. Como era la residencia que más tiempo había estado ocupada en el palacio interior, la consorte que vivía aquí tenía más cosas acumuladas que en el Pabellón de Jade.
En lugar de regresar, se quedó durmiendo con las otras dos sirvientas en una sala grande del Pabellón de Granate. Las pieles de animales que les dieron para protegerse del frío eran muy cálidas.
«No me han dicho que haga nada más», vaciló. Se dedicó a la limpieza, tal y como le había dicho la dama de compañía principal. Fengming se alegraba mucho cada vez que le elogiaba el trabajo, por lo que le era imposible holgazanear. Si se tuviera que definir a una buena esposa por su gusto por el trabajo, diría que sería alguien como Fengming.
Le pareció que había trabajado de verdad por primera vez en mucho tiempo. Se acurrucó como un gato en la cama y, en un instante, se quedó dormida.
«¿De verdad hubo un cerebro detrás del envenenamiento?», desconfió Maomao.
Las sirvientas del Pabellón de Jade eran muy diligentes, pero también había que reconocer que las del Pabellón de Granate eran muy capaces. Todas admiraban a la consorte Ah-Duo, por lo que realizaban su trabajo a la perfección. Maomao, en particular, admiraba a Fengming, la dama de compañía principal. No se limitaba a sus deberes, sino que, si encontraba polvo, ella misma cogía un trapo y lo limpiaba. No parecía para nada la dama de compañía principal de una consorte de alto rango. Ni siquiera Hongnyang, que era tan trabajadora, hacía eso, ya que delegaba esas tareas en las otras sirvientas. «Las sirvientas del Pabellón de Cristal, que solo saben estar de cháchara, deberían aprender de estas», apuntó la boticaria.
La consorte Lihua no parecía tener suerte con sus sirvientas. La razón por la que había tantas alrededor de ella era porque cada una de ellas hacía muy poco trabajo. Además, eran demasiado bocazas. Pero, por otra parte, también se podría decir que la verdadera habilidad de una líder es la de poder delegar el trabajo.
La gran lealtad por su señora podría haber sido un motivo para envenenar a otra. La razón por la que la consorte Ah-Duo estaba a punto de ser destituida era porque un alto funcionario quería que su hija entrara en el palacio. Si tenían que echar a alguien, por edad, debía ser la consorte Ah-Duo. ¿Habrían querido propiciar el desalojo de otra consorte de alto rango?
Dejando a un lado a las consortes Gyokujou y Lihua, el Emperador probablemente no visitaba demasiado a la consorte Lishu. «A ese impúdico le gustan las mujeres con curvas», se dijo Maomao.
La consorte Lishu tampoco cumplía su papel. Probablemente, eso era lo mejor para la joven, ya que, aunque hubiera alcanzado la edad para casarse, si se quedaba embarazada y daba a luz con catorce años, su cuerpo sufriría una gran tensión. Las negociaciones en sí mismas también serían muy tensas. Pero Maomao prefirió no seguir pensando en cómo sería la época del anterior Emperador, pues era algo un tanto túrbido.
No sería raro que el objetivo fuera la consorte Lishu si alguien quisiera bajarle de rango. Maomao pensaba en todo esto mientras organizaba los estantes de la cocina. Cuando miró los estantes, vio muchas jarras pequeñas. Un olor dulce le llegó a la nariz.
—¿Qué hacemos con esto? —le preguntó a otra sirvienta con quien estaba limpiando la cocina. Las otras dos sirvientas que habían llegado con ella a ayudar el día anterior debían de estar limpiando el baño o la sala de estar.
—Ah, ¿eso? Limpia el estante y luego vuelve a colocarlas.
—¿Todo esto es miel?
—Sí. La familia de Fengming, al parecer, tiene colmenas.
—Oh, ya veo.
La miel era un producto de lujo. Era normal que, dadas las circunstancias, tuvieran varias jarras en lugar de una sola. Cuando miró su interior, los colores eran ligeramente diferentes: ámbar, rojizo y marrón. El sabor también sería diferente, según el tipo de flor de la que procedía.
«Hmm... ¿Miel...?», había algo que no le encajaba. Lo tenía en la punta de la lengua, pero no sabía decir exactamente el qué.
—Cuando termines, ¿puedes limpiar la barandilla del segundo piso? A la encargada de la limpieza se le olvida a menudo —le dijo la sirvienta.
—Claro.
Maomao guardó la miel y subió al segundo piso con un trapo. «Miel... Miel... ¿Qué pasa con la miel?», caviló. Mientras limpiaba cuidadosamente cada uno de los barrotes de la barandilla, intentaba ordenar sus pensamientos, y repasó los últimos acontecimientos. «¡Oh!».
Desde el segundo piso, se veía bien el exterior. Maomao pudo ver a una persona que estaba claramente observando el Pabellón de Granate, aunque pensara que estaba escondida. «¿Es la consorte Lishu?», adivinó. ¿Por qué estaba aquí, a solas con su catadora? Maomao no lo entendía.
«¡La miel...!», sospechó. Un recuerdo de la ceremonia del té de hacía unos días volvió a su mente. ¿Por qué la consorte Lishu había puesto esa cara al ver miel? Aquel pequeño detalle le preocupaba de una manera extraña.
Maomao estaba en la sala de visitas del Pabellón de Jade, informando a Jinshi sobre el Pabellón de Granate.
—Así que, como ve, no tengo ni idea.
No había sacado nada en claro, por lo que no podía afirmar nada. Maomao no infravaloraba su capacidad deductora, pero tampoco la sobrevaloraba. Le dijo la verdad al ser celestial. Sus tres días en el Pabellón de Granate no la habían llevado a ninguna conclusión.
Jinshi estaba elegantemente recostado en un sofá, disfrutando de un té con un aroma dulce y exótico. Le había echado limón y ahora revolvía la miel.
—Ya veo, conque esas tenemos.
—Sí, así es.
Últimamente, el hermoso eunuco ya no brillaba tanto como antes, lo que estaba bien, pero su tono se había vuelto extrañamente casual. Quizá porque la dulzura de su voz había desaparecido, ahora le sonaba más como un niño. Maomao no sabía qué quería de ella, pero tan solo era una aprendiz de boticaria normal. No había forma de que pudiera actuar como una espía.
—Entonces, déjame cambiar mi pregunta. Si hubiera alguien que se comunicara con el exterior por un método especial, ¿quién crees que sería?
«¿Otra vez con esas preguntas tan raras? ¡Yo qué sé!», maldijo por dentro Maomao. No le gustaba expresar sus pensamientos sin una base fundamentada. Era una enseñanza que había recibido: no guiarse por meras conjeturas. Cerró los ojos y soltó un largo suspiro. Si no se calmaba, volvería a mirar al joven tennyo como si fuera un asqueroso sapo aplastado. Gaoshun, como siempre, le suplicaba con la mirada que hiciera algo.
—Es solo una posibilidad, pero, si tuviera que haber alguien, creo que sería Fengming, la dama de compañía principal de la consorte Ah-Duo.
—¿Cuál es la base de tu suposición?
—Tenía un vendaje en el brazo izquierdo. Cuando se lo volvió a poner, pude ver las cicatrices de una quemadura.
El incidente de las tablillas de madera empapadas en un líquido químico. Maomao ya se había dado cuenta en ese entonces de que, si aquello significaba algo, sería un código, pero se lo había callado. La ropa con las mangas quemadas en la que estaban envueltas las tablillas le hizo pensar que era posible que la persona tuviera quemaduras en el brazo. No hacía falta decir que Jinshi ya lo había investigado, y por eso le había pedido a Maomao que hiciera de espía.
Honestamente, la tranquila dama de compañía principal no parecía que estuviera tramando algo, pero aquello era solo la opinión subjetiva de Maomao. Sin ver la situación de forma objetiva, no creía que se pudiera llegar a la verdad.
—Bueno, tiene lógica —respondió Jinshi, con la mirada puesta en el tarro que estaba en la mesa. Luego, se giró hacia Maomao y le dedicó una sonrisa dulce.
Maomao sintió algo retorciéndose bajo esa sonrisa. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Tuvo un mal presentimiento. El eunuco cogió el pequeño tarro y se acercó a Maomao.
—A las chicas buenas hay que recompensarlas.
—No, gracias.
—No tienes por qué rechazarlo.
—De verdad, no hace falta. Por favor, ofrézcaselo a otra persona.
Maomao lo miró con la intención de fusilarlo, pero él no se inmutó. La distancia entre ellos se acortaba. Después de dar varios pasos hacia atrás, la espalda de Maomao chocó contra la pared. Buscó ayuda en Gaoshun, pero el lacayo estaba sentado junto a la ventana, observando a un pájaro que volaba. Parecía tan tranquilo que resultaba exasperante. «Luego le pondré un laxante a ese cabrón», se le ocurrió.
Jinshi sumergió el dedo en el tarro con una sonrisa que haría que cualquiera se derritiera. La punta de su dedo se llenó de miel. Aquello era un acoso en toda regla.
—¿No te gusta el dulce?
—Soy más de salado.
—Pero puedes hacer una excepción, ¿verdad?
No parecía tener intención de parar, ya que la punta de su dedo cada vez estaba más cerca de la boca de Maomao. La miraba con una expresión de éxtasis.
«¡Agh! ¡Había olvidado que era así de depravado!», se exaltó. Ahora tenía que elegir entre resignarse y aceptar la orden, o escapar para mantener su dignidad. «Ojalá fuera miel de acónito. Así al menos la disfrutaría», deseó.
La miel de las flores venenosas también era venenosa y podía causar intoxicación. En ese momento, algo encajó en la mente de Maomao. Quería organizar sus pensamientos, pero no podía pensar en nada mientras el pervertido le seguía ofreciendo su dedo insistentemente. Justo cuando la punta del dedo estaba a punto de entrar en su boca...
—¿Qué le estás haciendo a mi sirvienta?
La consorte Gyokujou, con una expresión de disgusto, apareció por la puerta. Detrás de ella estaba Hongnyang, que intentaba ocultar con las manos que aquella escena la había dejado boquiabierta.
Capítulo 31
Miel (parte III)
En ese momento, su señor, Jinshi, debía estar recibiendo una buena reprimenda de la consorte Gyokujou en el Pabellón de Jade por lo que había hecho.
—Claro. Porque si te hubiera hecho lamer a ti su dedo, no habrías tenido ningún reparo, ¿verdad?
—¿Y-Yo...? ¿Lamer...?
—¿Ahora lo entiendes?
Maomao se alejó caminando, con los labios fruncidos y la cabeza bien alta. Era un pervertido con todas las de la ley. Y su belleza solo lo hacía más peligroso. Estaba segura de que había engatusado a muchas otras chicas. Era un descarado. «Si no fuera una persona importante, le habría dado una patada en la entrepierna», pensó. Sin embargo, llegó a la conclusión de que no tenía sentido patear algo que Jinshi no tenía.
Mientras pensaba en todo eso, llegaron al nuevo pabellón, donde habían plantado recientemente una nandina. (NT: La nandina doméstica o bambú sagrado es una planta de origen asiático. Es apreciada por su follaje que cambia de color a lo largo del año, pasando de verde a tonos rojos y anaranjados en otoño, y por sus bayas rojas que persisten en invierno. Tiene propiedades medicinales, ya que se le atribuyen efectos antipiréticos, antiinflamatorios y antiespasmódicos. Fuente: Google.)
La consorte Lishu llevaba un vestido color cerezo y su suave cabello adornado con una horquilla de flores. Maomao pensó que este atuendo tan encantador le sentaba mucho mejor que el ostentoso vestido que había usado en la fiesta del jardín. Después de la visita de la consorte Gyokujou, Maomao le había pedido a Lishu un momento a solas para averiguar algunas cosas. Lishu, al darse cuenta de que Jinshi no estaba allí, se puso visiblemente triste. Era normal, con lo apuesto y encantador que era el eunuco.
—¿Qué es lo que quieres preguntarme? —dijo, cubriéndose la boca con un abanico y sentándose con delicadeza en el sofá.
No tenía la misma dignidad que las otras consortes. Era una concubina joven que aún se mostraba muy nerviosa. Tenía la belleza de la que hablaban las leyendas, pero aún no había adquirido el encanto de una mujer. Detrás de ella, dos de sus damas de compañía parecían desganadas. Lishu miraba con resentimiento a la desconocida sirvienta con pecas, pero pareció darse cuenta de que era la de la fiesta del jardín. Abrió mucho los ojos y su expresión se calmó un poco.
—¿No le gusta la miel? —preguntó Maomao, sin preámbulos. Le habría gustado añadir algún tipo de introducción, pero le dio pereza.
—¿Cómo lo sabes?
—Se le nota en la cara —aclaró. «Cualquiera podría verlo», pensó.
La expresión de asombro de Lishu se fue transformando en enfado. Era realmente muy fácil de leer.
—Pero nunca le ha dolido el estómago por culpa de la miel, ¿verdad?
La cara de la consorte Lishu se infló aún más, lo que Maomao interpretó como una afirmación.
—No es raro que la gente deje de comer ciertos alimentos por una intoxicación alimentaria.
El rostro de la consorte Lishu mezclaba la sorpresa con la frustración, como si Maomao la hubiera descubierto por completo.
—No seas tan maleducada. No deberías tratar a la consorte Lishu de una manera tan impertinente.
«¿Y lo dice ella?», se estremeció Maomao. Quien había hablado era una de las sirvientas de las que no habían hecho nada por su señora en la ceremonia del té, a pesar de que a ella no le gustaba la miel. «Es así como finge ser su aliada», suspiró la boticaria.
De vez en cuando, le echaban la culpa a cualquier persona de fuera, como si los demás fueran los malos de la historia. De esta forma, la joven y novata consorte se volvía desconfiada de todos. Al convencerla de que solo ellas eran sus aliadas, la aislaban. Era un círculo vicioso en el que la consorte se veía obligada a depender de sus sirvientas, que eran las mismas que, a su vez, la estaban acosando. La propia consorte no se daba cuenta de eso, por lo que era difícil que el problema saliera a la luz. Pero en la fiesta del jardín se pasaron demasiado.
—He venido aquí por orden del señor Jinshi. ¿Hay algún problema con eso? —dijo Maomao, usando la autoridad del eunuco celestial para causarle también algún que otro problema, que era lo que se merecía esa que se hacía llamar dama de compañía. Le divertía ver qué excusa usarían entonces, con la cara roja, para acercarse al pervertido eunuco—. Y otra cosa —dijo Maomao, volviendo su mirada inexpresiva a la consorte Lishu—, ¿conocía de antes a la dama de compañía principal del Pabellón de Granate?
La expresión de sorpresa en el rostro de la consorte Lishu le dio la respuesta.
○ ● ○
—Quiero que busques algo.
A petición de Maomao, Gaoshun se encontró con ella en la biblioteca de la corte. Como sirvienta del palacio interior, ella no podía salir de allí. «¿Qué habrá descubierto ahora?», pensó él. La profundidad de sus conocimientos y su serenidad, impropias de una chica de diecisiete años, eran asombrosas. Gaoshun pensaba que era una pena que esa capacidad para razonar y resolver problemas se desperdiciara en una mujer, aunque también estaba un poco perturbada... Era una pieza muy útil. Por tanto, lo mejor era tratarla como tal. Y ella lo aceptaba, aunque de mala gana.
—Me equivoqué en algo —murmuró ella.
¿Debería haber detenido la excesiva travesura de su señor? ¿Qué habría pasado si lo hubiera hecho? Recordó la mirada de resentimiento de Maomao y le asaltó la preocupación de que, en el futuro, pudiera hacerle beber algún tipo de veneno sin que él se diera cuenta.
○ ● ○
«Hace dieciséis años...», leyó Maomao, «¿El hermano del Emperador también nació en esa época...?». Estaba hojeando un libro atado con una cuerda, un compendio de los acontecimientos ocurridos en el palacio interior. Gaoshun se lo había traído por petición suya.
El único hijo que el actual Emperador concibió durante su época como Príncipe Heredero, tuvo como madre a su hermana de leche, quien más tarde se convertiría en la Consorte Virtuosa. El niño murió durante la primera infancia, y el actual Emperador no tuvo más hijos hasta la muerte de su padre, el Emperador anterior, y la creación del nuevo imperio.
«¿Durante su época de Príncipe Heredero, la Consorte Virtuosa fue su única amante?», se sorprendió Maomao. Pensaba que ese viejo lascivo habría tenido a muchas concubinas desde su época de príncipe heredero, pero en realidad había pasado más de diez años con una sola consorte. A veces era necesario consultar los registros escritos, en lugar de fiarse de rumores o de lo que se cuenta por ahí. Hace dieciséis años, su hijo murió siendo un bebé. Y entonces…
—¡El médico Luomen fue expulsado!
Maomao encontró un nombre que le resultaba familiar. La emoción que sintió no fue de asombro, sino de comprensión. De alguna manera, ya se lo imaginaba. Las muchas hierbas medicinales que crecían en el palacio interior eran todas las que ella había aprendido a usar. Había llegado a la conclusión de que no habían crecido allí de forma natural, sino que alguien las había trasplantado.
—Papá, ¿qué hiciste...?
El hombre que caminaba arrastrando los pies como si fuera un anciano, el maestro que le había enseñado todos los conocimientos de medicina de Maomao, un eunuco al que le habían quitado el hueso de la rodilla de una pierna.
Capítulo 32
Miel (parte IV)
—Sí, me ha pedido que se lo entregue en mano.
—Pero si la señora Ah-Duo está en la ceremonia del té con ella...
Fengming, la dama de compañía principal regordeta de la Consorte Pura, miró a Maomao con una expresión de desconcierto. Ella abrió la caja que le había tendido. Dentro, en lugar de una carta, había un pequeño tarro y una flor roja en forma de trompeta. De la botella salía un olor dulce y familiar. Fengming pareció entender de qué se trataba, porque sus hombros se tensaron.
—Hay algo de lo que me gustaría hablar contigo, Fengming.
—Entendido.
Con el rostro serio, invitó a Maomao al interior del Pabellón de Granate.
La habitación de Fengming era casi idéntica a la de Hongnyang, pero por alguna razón, los objetos estaban amontonados en una esquina. Parecía que había terminado de hacer la maleta. «Lo sabía...», asintió Maomao. Se sentó en la habitación, siguiendo las indicaciones de Fengming, en una mesa redonda frente a ella. Había preparado un té para calentar el cuerpo y pan duro acompañado de miel con fruta.
—¿Qué pasa? —su voz era dulce, pero tenía un tono indagatorio—. Tu labor aquí ya terminó.
—Sí—afirmó Maomao, miró el equipaje que estaba en la esquina de la habitación—. ¿Cuándo se van a mudar?
—Tienes buen ojo.
La limpieza era solo una excusa. La consorte Ah-Duo tenía que dejar el palacio para recibir a una nueva miembro de las Cuatro Consortes con motivo del Año Nuevo. Las que no podían dar a luz no eran necesarias en el palacio interior. Eso también aplicaba a las consortes que habían estado con el Emperador durante muchos años, ya que Ah-Duo no tenía un respaldo fuerte. La relación de hermanos de leche que tenía con el Emperador, más profunda que la de un familiar de sangre, era lo que había mantenido su estatus hasta ahora. Si el hijo varón que tuvo hubiera sobrevivido, la consorte Ah-Duo habría podido mantener la cabeza bien alta. «Probablemente, ella...», imaginó Maomao.
Tenía una figura esbelta, como la de un hombre, y no poseía una feminidad distintiva. Era como una mujer convertida en un eunuco. A la joven boticaria no le gustaba basarse en conjeturas, pero estaba tan segura de lo que pensaba, que no le quedaba otra opción que decirlo en voz alta.
—La consorte Ah-Duo ya no puede tener hijos, ¿verdad?
—...
El silencio significaba una afirmación. El semblante de Fengming se tensaba por momentos.
—Le pasó algo durante el parto, ¿verdad?
—Eso no tiene nada que ver.
La dama de compañía principal de mediana edad entrecerró los ojos. Allí ya no había una mujer amable y servicial, sino una mujer con un resentimiento hostil en la mirada.
—Sí que tiene que ver. Mi padre adoptivo estuvo en el parto.
Fengming se levantó y miró a Maomao, quien le acababa de exponer la verdad sin ninguna emoción. En el palacio interior, siempre había habido escasez de médicos. Por eso, el matasanos podía estar tranquilo con su puesto. No era necesario que un médico con esa profesión tan particular se convirtiera en eunuco. El padre de Maomao era un hombre torpe, por lo que seguramente le obligaron a hacerlo.
—La desgracia fue que el parto coincidió con el del hermano del Emperador. Como resultado de tener que decidir entre ambos, el parto de la consorte Ah-Duo se pospuso.
Después de un parto difícil, el niño nació sin problemas, pero la consorte perdió su útero. Y el niño también murió siendo un bebé. Se decía que el hijo de la consorte Ah-Duo había muerto por la misma maldición que en el incidente del polvo de maquillaje, mas Maomao sabía que no era así.
—Fengming... ¿te sientes responsable de lo que pasó? En vez de hacerlo el médico, te debiste de encargar de cuidar a la consorte Ah-Duo después del parto, ya que no estaba bien.
—Lo sabes todo, ¿no? Y eso que solo eres la hija de un curandero que no pudo ayudar a la señora Ah-Duo.
—Sí, así es.
Su padre le había enseñado que el deber de curar a otro jamás debía despacharse con un simple: «No tiene remedio». Era el tipo de hombre que, aun cuando lo llamaban santero o matasanos, lo asumía sin queja alguna.
—Ese curandero prohibió usar los polvos de maquillaje que contenían plomo blanco, ¿verdad? Con lo lista que veo que eres, no creo que dejaras morir al bebé por eso.
Maomao abrió el pequeño tarro de la caja que había traído. Contenía una miel que brillaba como el ámbar. Cogió la flor roja, a su lado, y la giró entre sus dedos. Se la metió dentro de la boca. Tenía un sabor dulce, a miel.
—Muchas flores tienen veneno, como el acónito o la azalea. Su miel también es venenosa.
—Lo sé.
—Lo suponía —intuyó Maomao—. Pero no sabías que un veneno que solo era efectivo en bebés podía mezclarse con la miel. Nunca pensaste que un medicamento que pensabas que era bueno para su salud sería todo lo contrario.
Como su familia tenía colmenas, era normal que tuviera esos conocimientos. No daría a un bebé un veneno que pudiera intoxicar a un adulto. Lo segundo no era una suposición, sino una certeza. Aunque era raro, ese tipo de veneno existía. Solo afectaba a los bebés con las defensas bajas.
Y el hijo de la consorte Ah-Duo murió, quedando la causa de la muerte como un misterio.
En ese momento, el padre de Maomao, el médico Luomen, fue exiliado del palacio interior por sus constantes errores y por cómo había actuado durante el parto. Y como castigo, le sacaron el hueso de una de sus rodillas.
—No querías que la consorte Ah-Duo se enterara de la verdad, ¿estoy en lo cierto? Por eso intentaste eliminar a la consorte Lishu.
La verdad era que ella era la razón por la que el único hijo de su señora había muerto. Durante la época del Emperador anterior, la consorte Lishu se encariñó con la consorte Ah-Duo, que era mayor que ella. Se dice que Ah-Duo también la quería mucho. Una niña que se había alejado de su familia y una mujer que no podía tener hijos. Había surgido una especie de codependencia. Sin embargo, de repente un día, Ah-Duo rechazó a Lishu. La joven no podía volver a verla, ya que Fengming la echaba cada vez que iba a visitarla. Después de eso, el anterior Emperador murió y Lishu se hizo monja.
—La consorte Lishu debió decirle que la miel podía tener veneno.
Fengming debía evitar a toda costa que Lishu siguiera viendo a Ah-Duo, pues podría irse de la lengua. La inteligente Ah-Duo podría haberse dado cuenta.
No obstante, esa joven muchacha, quien pensaban que se había hecho monja y que nunca volverían a ver, reapareció en el palacio interior. Encima, como una consorte de alto rango, en una posición en la que podría desplazar a Ah-Duo. Y, a pesar de todo, la chiquilla seguía queriendo ver a su amiga, como si fuera su madre, sin leer entre líneas y sin saber lo que pasaba. Por eso, Fengming quiso deshacerse de ella.
La amable y servicial dama de compañía principal había abandonado su cuerpo, y en su lugar había una mujer con una mirada fría como el hielo.
—¿Qué quieres a cambio de tu silencio?
—No hay nada en particular que quiera.
Maomao sintió un hormigueo en la nuca. En el estante de detrás de Fengming había un cuchillo que había utilizado antes para cortar el pan. Estaba lo suficientemente cerca para que la dama de compañía principal pudiera alcanzarlo.
—¿Nada de nada?
—Fengming, tú misma sabes que no tiene ningún sentido, ¿verdad?
Jinshi debía estar al tanto de que Maomao había estado investigando libros durante los últimos días. La joven no podía esconderle nada a ese soberbio eunuco que gobernaba el palacio interior. No creía que pudiera engañarle como hizo con lo de la princesa Fuyou. Y no debía engañarle.
Si Jinshi escuchaba lo que decía Maomao, atraparía a Fengming. Ella no podría escapar de la pena capital, y la verdad de lo que había pasado hacía dieciséis años saldría a la luz. Por mucho que borrara a Maomao del mapa aquí y ahora, el resultado sería el mismo. Tarde o temprano, se acabaría sabiendo la verdad. Fengming era una mujer muy inteligente, no podía no saberlo.
Maomao solo podía hacer una cosa: una que no pasara por que Fengming pidiera una reducción de su condena ni por opinar sobre el destino de la consorte Ah-Duo. Su única escapatoria era fusionar en una sola verdad los dos complejos motivos que habían movido a la dama de compañía principal a cometer ese crimen, manteniendo así oculta la verdadera razón, para proteger a Ah-Duo.
—Hagas lo que hagas, el daño ya está hecho. Si te parece bien... —le rogó que aceptase su propuesta.
«¡Por los pelos...!», se alegró Maomao cuando volvió a su habitación en el Pabellón de Jade. Acto seguido, se desplomó en su duro lecho. Su ropa estaba pegajosa por el sudor. La secreción de ponerse nervioso suele ser pegajosa y huele fuerte, por lo que apestaba bastante. Le entraron ganas de bañarse. O, al menos, cambiarse de ropa. Al quitarse la chaqueta, recordó que se había enrollado un paño desde el pecho hasta el estómago. Eran varias capas de papel de aceite, sujetas para que no se cayeran.
—Menos mal que no fue necesario... —farfulló, mientras pensaba: «Me habría dolido si me hubiera apuñalado».
Se quitó el papel de aceite y se puso una muda limpia.
○ ● ○
—Y por eso, Fengming se ha entregado.
—Qué bien —respondió sin ninguna emoción.
Jinshi se apoyó en el escritorio con el codo. Gaoshun lo miró como queriendo decirle algo, pero él lo ignoró. Seguramente quería decirle que esa postura era de mala educación.
—¿No sabes nada más?
—¿De qué?
—Hiciste que Gaoshun recopilara muchos libros.
—Sí. No sirvió de nada —dijo, con tanta calma que parecía que se estaba burlando de él.
Maomao seguía mirándolo como si fuera un pez muerto. Aquella falta de respeto, en lugar de ser lo que pretendía, para él era refrescante.
—Su motivación, tal y como dijiste, fue mantener el estatus de las Cuatro Consortes.
—Ah. Vale —respondió y lo miró como si no le importara en absoluto.
—Lamentablemente, ya se ha decidido que la consorte Ah-Duo abandonará su puesto. A partir de ahora, vivirá en un palacio aislado en el sur.
—¿Fue el incidente lo que llevó a tomar la decisión? —preguntó Maomao, mostrando interés por primera vez. Era como cuando un gato, de repente, ve un ratón.
—No, ya estaba decidido de antes. Fue decisión del Emperador.
«¿Quizá la retiene en un palacio aislado en lugar de dejar que regrese a su casa, debido al cariño que le tiene desde hace muchos años?», imaginó Maomao. Aquello parecía interesarle, lo que hizo que Jinshi quisiera hablar más. Se levantó y se acercó un paso, pero ella se puso a la defensiva y retrocedió medio. Gaoshun la miró con resignación. «¿Todavía me guarda rencor por la pequeña broma del otro día?», vaciló Maomao.
Jinshi se sentía frustrado por la actitud defensiva de ella, por lo que volvió a sentarse en la silla. La pequeña sirvienta hizo una reverencia e intentó salir de la estancia, pero, de repente, se detuvo. En un rincón, vio una rama con una flor roja en forma de trompeta.
—Hongnyang la acaba de colocar.
—Sí. Floreció fuera de temporada.
Maomao cogió la flor, le quitó el tallo y se la metió en la boca. Jinshi ladeó la cabeza. Se acercó lentamente e hizo lo mismo que ella.
—Ah... Está dulce.
—Pero es veneno.
Jinshi se echó a reír, tapándose la boca, y Gaoshun le trajo un vaso de agua.
—No se va a morir, así que no se preocupe —dijo Maomao, mientras se lamía los labios con una sonrisa dulce y misteriosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario