05/09/2025

Los diarios de la boticaria 2 - 1



¡Ya volvemos a tener a Maomao aquí!


-Xeniaxen



Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Volumen 2



Traducido por: Xeniaxen


Capítulo 1
Viejales

—¿Lo dices en serio? —preguntó Jinshi.

Frente a él, un hombre estaba recostado en un diván. Tenía una voz respetuosa, pero su comportamiento no revelaba ni pizca de veneración. El soberano, de mediana edad y con una barba prodigiosa, asintió lentamente.

Se encontraban en un pabellón particular en el patio exterior. Era pequeño, pero con una visibilidad excelente; ni un ratón podría colarse sin que lo vieran. El soberano se apoyó en su diván decorado con marfil y sirvió vino de uva en un recipiente de cristal. A pesar de estar sentado con la persona más honorable de la nación, Jinshi también se sentía bastante relajado. Al menos, hasta hacía un momento...

El emperador se acarició la barba y sonrió. ¿Sería descortés por parte de Jinshi sugerir que tanto vello en la cara no le gustaba? Pero la barba le quedaba muy bien a Su Majestad. Jinshi no podía competir con él en la categoría de vello facial.

—Entonces, ¿qué harás? Tú eres el jardinero de este jardín de flores, ¿no?

Reacio a morder el anzuelo de Su Majestad, Jinshi reprimió una sonrisa irónica y, en su lugar, ofreció la suya habitual de tennyo; una expresión que podría haber derretido cualquier corazón que eligiera. Puede que no sonara muy humilde, pero Jinshi confiaba en su aspecto más que en cualquier otra cosa.

Qué gran ironía, entonces, que la única cosa que realmente quería, no pudiera conseguirla. Por mucho que se hubiera esforzado, sus resultados habían sido apenas más que corrientes. Pero por fuera, si no de otra manera, era completamente excepcional. Después de todo, no era más que un simple plebeyo con una melena bonita, aunque su apariencia lo hubiera convertido en el mejor de todos.

Solía atormentarle, pero había llegado a aceptarlo. Si su intelecto y sus habilidades marciales no podrían traspasar el umbral de lo excepcional, por lo que entonces tendría que usar la única ventaja que poseía. Así se convirtió en el maravilloso supervisor del palacio interior. Su aspecto, su voz, parecían demasiado dulces para ser las de un hombre, y las usaría al máximo.

—Como usted desee, Su Majestad.

Jinshi sonrió con dulzura y con astucia mientras le hacía una reverencia al Emperador. El emperador bebió un sorbo de vino y sonrió de una manera que parecía decir: «Hazlo si puedes». El eunuco sabía muy bien que no era más que un niño, o un mero insecto bailando en la gran palma del Emperador. «Claro que lo haré», se decidió. Cumpliría incluso con los deseos más extravagantes de Su Majestad. Ese era su deber, así como su apuesta con el soberano. Y tenía que ganarla. Era la única manera que tenía de elegir su propio camino. Tal vez existieran otras maneras, pero un hombre de inteligencia común como Jinshi no podía imaginarlas. Por eso había elegido esta.

Jinshi se llevó la copa a los labios y sintió el dulce vino afrutado humedecer su garganta, sin que la sonrisa de tennyo desapareciera de su rostro.


○ ● ○


—Toma esto. Y esto. Ah, y también vas a necesitar esto.

Maomao se encogió ante todas las cosas que salieron volando hacia ella. La que le lanzaba colorete, polvos faciales y ropa era la cortesana Meimei. Estaban en la habitación de su hermana mayor, en la Casa Verdigris.

—No necesito tantas cosas —respondió Maomao. Recogió los cosméticos uno por uno y los devolvió a sus respectivos estantes.

Meimei la observa con una expresión de perplejidad.

—Claro que sí. ¿Cómo no vas a necesitarlo? —insistió Meimei, exasperada—. Todo el mundo allí tendrá cosas incluso mejores que estas. Lo menos que puedes hacer es intentar tener un aspecto decente.

—Solo las cortesanas se arreglan tanto para trabajar.

Mientras Maomao divagaba, pensando en que le gustaría mezclar las hierbas que había recogido el día anterior, un tablón de madera salió volando y la golpeó. Su apreciada hermana mayor era muy servicial, pero a veces tenía mal genio. Maomao se agachó y se sujetó la cabeza.

—Por fin consigues un trabajo que merece la pena, ¿y ni siquiera vas a intentar actuar como si pertenecieras a ese lugar? Escucha, el mundo está lleno de gente que mataría por ser tú. Si no agradeces lo que tienes, tus clientes, que tanto te ha costado conseguir, te dejarán tirada.

—Está bien...

La educación en la Casa Verdigris, ya fuera impartida por la madame o por alguna de las cortesanas mayores, podía ser un tanto brusca. Aun así, las palabras de Meimei tienen un gran peso. Maomao recogió las tablillas de madera de mala gana. Estaban oscuras en las zonas donde habían escrito y borrado una y otra vez. En ese momento, contenían la letra de una canción, escrita con una mano delicada. Meimei tenía edad suficiente para pensar en retirarse del trabajo de cortesana, pero su inteligencia hacía que su popularidad siguiera floreciendo. Podía entretener a sus clientes escribiendo canciones o jugando al Go y al Shogi. (NT: El go es un juego de mesa de estrategia para dos jugadores originario de China, aunque también es popular en Japón y Corea. Se juega sobre un tablero con una cuadrícula de 19x19 líneas, donde los jugadores alternan colocando piedras de su color (blancas o negras) en las intersecciones libres. El objetivo es rodear territorio y capturar piedras enemigas, controlando así más espacio que el oponente al final de la partida. El shogi, también conocido como Ajedrez Japonés, es un juego de mesa de estrategia para dos jugadores, similar al ajedrez occidental, pero con algunas diferencias clave. La característica más distintiva es la posibilidad de reintroducir piezas capturadas en el juego como piezas propias, lo que añade una capa adicional de complejidad y estrategia.) Era una de esas cortesanas que vendían sus artes, más que su cuerpo.

Meimei era una de las Tres Princesas del barrio del placer. No se sabe cuánto esfuerzo tuvo que poner para alcanzar la posición de cortesana de más alto nivel en un burdel tan prestigioso como la Casa Verdigris. Sin embargo, siempre había dicho que le debía su posición a su «hermana mayor», la persona que le enseñó todo lo que sabía. En un burdel, una «hermana mayor» no es una pariente de sangre, sino una cortesana que acoge a una aprendiz. En la actualidad, las Tres Princesas fueron todas acogidas por la misma mujer.

—Has conseguido trabajar en un lugar excelente. Tienes que ganar mucho dinero, ¿vale?

De repente, Meimei se transformó en una chica dulce y cariñosa. Con los dedos cubiertos de esmalte de uñas, acarició la mejilla de Maomao y le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.

—Sí... —asintió Maomao con sinceridad. Meimei sonríe con dulzura.

—Y, además, tienes que encontrar a un buen patrón. Allí habrá muchos candidatos prometedores. Ah, y de paso —a diferencia de la dulce sonrisa de antes, su mirada se tiñó de un poco de malicia—, tráeme algunos clientes con pasta.

Maomao pensó que Meimei se parecía un poco a la madame. Se dijo que, para sobrevivir en el mundo de las cortesanas, hay que ser astuta.

Al final, la boticaria tuvo que llevarse a casa un gran fardo lleno de ropa y cosméticos. De camino, otras cortesanas la cargaron con varios regalos más y le hicieron prometer que les conseguiría nuevos clientes. Tambaleándose bajo el peso de su pesada carga, se dirigió a su casa.



El día en que el apuesto noble había aparecido en el barrio del placer, dos semanas después de que Maomao se marchara del palacio interior, todavía estaba muy presente en su memoria. El eunuco, con sus particulares inclinaciones, había escuchado —afortunadamente— las palabras que Maomao había pronunciado en tono de broma y se las había tomado en serio. Se había enfrentado a la madame con dinero más que suficiente para cubrir sus deudas y hasta había tenido la decencia de traer una extraña hierba medicinal como regalo: un hongo cordyceps. (NTEs un género de hongos ascomicetos, conocido por ser parásito de insectos y otros artrópodos. Tiene propiedades adaptógenas, ayudando a resistir el estrés físico y mental, y es rico en antioxidantes que reducen el envejecimiento celular. Tiene efectos antiinflamatorios, inmunomoduladores y energizantes.) El contrato se firmó en menos de un cuarto de hora.

Así, Maomao iba a reanudar su empleo en el más famoso de los lugares de trabajo. Le disgustaba un poco dejar a su padre solo y volver a vivir fuera de casa, pero las condiciones que le imponía su nuevo contrato eran mucho más flexibles que antes. Además, esta vez no iba a desaparecer sin dejar rastro. El viejales le había dicho: «Haz lo que quieras», con una sonrisa apacible. Luego su rostro se había ensombrecido por un instante al ver el contrato. ¿Qué habría significado eso? Maomao decidió no darle más vueltas. Quizá su padre, un ex eunuco, había puesto esa cara porque no tenía buenos recuerdos de su época en la corte. Al final, pensar demasiado en las cosas no sirve de nada.

—Parece que van a darte una buena paga, ¿eh? —comentó el viejales, mientras hervía unas hierbas medicinales en un caldero.

Aunque tenían el fuego encendido, la casa seguía fría por las corrientes de aire, así que Maomao y su padre se cubrían con varias capas de ropa. El hombre no paraba de frotarse la rodilla, así que seguramente la parte que había recibido el castigo corporal en el pasado le dolía.

—No puedo llevar mucho equipaje —se quejó Maomao, mientras examinaba las cosas que le había preparado: un mortero, una moledora de hierbas, una libreta con los nombres de las hierbas que había recolectado, y la ropa interior y las prendas justas.

«El mortero, la moledora y la libreta son imprescindibles. Pero no puedo reducir la cantidad de ropa interior...», gimió, frunciendo el ceño. Al verla, el viejales bajó el caldero del fogón y se acercó a ella.

—Maomao, probablemente no deberías llevarte esto —le dijo, y le quitó el mortero y la maja de su fardo, lo que le valió una mirada de enfado—. No eres médico. Si te llevas esto, podrían pensar que estás planeando envenenar a alguien. Venga, no me mires así. Tú tomaste esta decisión, y ya no puedes echarte atrás.

—¿En serio...?

Maomao se dejó caer con impotencia sobre el suelo de tierra. El viejales entendió lo que quería decir con solo mirarla.

—Sí, venga. Date prisa en prepararte y vete a dormir. Puedes pedirles que te dejen entrar más cosas, pero poco a poco. Sería de mala educación no concentrarte en tu trabajo, al menos el primer día.

—Vale... —respondió ella a regañadientes, y devolvió los instrumentos del boticario a un estante que crujía. Luego, escogió algunos de los regalos de despedida más útiles que había recibido y los guardó en su fardo. Frunció el ceño ante las polveras de base y colorete, pero finalmente incluyó este último, que no ocupaba mucho espacio. Entre los regalos había una excelente chaqueta de algodón acolchada. «¿Se tratará de algo que se le olvidó a algún cliente?», pensó. El estampado, desde luego, no parecía algo que llevaría una cortesana.

Maomao vio cómo el viejales guardaba el caldero y ponía más leña en el fogón. Luego, cojeando, se acercó a su cama, una simple esterilla de juncos, y se acostó. Su ropa de cama consistía únicamente en otra esterilla y una pobre bata exterior.

—Cuando termines, apagaré la luz —dijo, acercando la lámpara de aceite de pescado.

Maomao terminó de empaquetar sus cosas y se dispuso a acostarse en su cama, al otro lado de la habitación. Sin embargo, se le ocurrió una idea y arrastró su esterilla hacia la de su padre.

—¿Qué pasa? Hacía mucho que no hacías esto. ¿No decías que ya no eras una niña?

—Hace frío, ¿vale?

Maomao desvió la mirada con torpeza. Recordó que había empezado a dormir sola al cumplir diez años. ¿Cuántos años habían pasado desde entonces? Colocó la nueva chaqueta de algodón entre ella y el viejales, y cerró los ojos. Se giró de lado y se acurrucó en posición fetal.

—Me volveré a sentir solo, ¿sabes? —dijo el viejales con su voz tranquila.

—¿Por que´? —respondió Maomao secamente—. Esta vez puedo volver cuando quiera.

Notó el calor del brazo de su padre en la espalda, y el contacto le resultó reconfortante.

—Tienes razón. Vuelve a casa cuando quieras.

Una mano arrugada le acarició la cabeza. La chica lo llamaba «viejales», pero su aspecto era el de una ancianita y la gente dice que tiene una personalidad maternal. Maomao no tenía madre. Sin embargo, tenía a un padre amable, una madama gruñona y un montón de hermanas mayores que la cuidaban.

«Puedo volver a casa cuando quiera», se dijo. Pero a pesar de que se lo repetía, un sentimiento de soledad la invadió. El calor de la mano del viejales, marchita como una rama seca, fue desapareciendo mientras su respiración caía en el ritmo constante y uniforme del sueño.




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