11/09/2025

Los diarios de la boticaria 2 - 7




Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Volumen 2



Traducido por: Xeniaxen


Capítulo 7
Lecciones en el palacio interior

—¿Qué demonios está pasando aquí? —preguntó Gaoshun.

—No lo sé —respondió Jinshi, seco.

Estaban de pie frente a una sala de conferencias en el palacio interior. Dentro, las consortes de más alto rango estaban recibiendo algún tipo de lección, supuestamente con el objetivo de ayudarlas a cumplir con sus deberes como concubinas.

Alrededor, eunucos y damas de compañía de menor rango que habían sido expulsados de la sala se quedaron de pie, con el mismo semblante perplejo que Jinshi. Algunos incluso tenían los oídos pegados a la puerta; nada hace que una persona se interese más en algo que decirle que es un secreto. Pero, ¿cuál podría ser ese secreto?

Una razón especial para la fascinante curiosidad era que la profesora era una joven sirvienta pecosa. Nadie podía decir exactamente qué estaba haciendo allí.

Todo se remontaba a unos diez días antes...


○ ● ○


Tras su breve descanso, Maomao regresó a su puesto de trabajo y se encontró con Jinshi, aún en ropa de dormir, con el ceño fruncido. La mira con una expresión de extrema gravedad, lo cual solo sería el preludio de otro largo día de duro trabajo.

—Con la llegada de la nueva Consorte Pura, quieren empezar a impartir clases a las consortes —le dijo.

La Consorte Pura era una de las cuatro damas de más alto rango en el palacio interior, y el título había quedado vacante a finales del año anterior.

—Ya veo —respondió Maomao sin el menor interés, y empezó a limpiar el suelo.

Pasaba el trapo por el suelo con tanto ahínco que parecía que los tablones hubieran matado a sus padres y ella se estuviera vengando. Había sido parte de su rutina diaria desde que fue asignada al servicio personal de Jinshi. Probablemente había otros trabajos que podría haber estado haciendo, pero el trabajo de sirvienta era lo único que conocía y, francamente, no se le ocurría qué podrían ser esos otros trabajos. Así que en su lugar se lanzaba a la limpieza como si su vida dependiera de ello. Jinshi ocasionalmente la miraba con desaprobación, pero Maomao era de la opinión de que si él no le daba instrucciones específicas, no tenía la obligación de hacer nada en particular.

En los aposentos de Jinshi solo había un número mínimo de sirvientes y, antes de llegar ella, su superior, Suiren, ya hacía todo el trabajo. Maomao creía que estaba mal robarle el trabajo a esa mujer tan trabajadora y, además, consideraba que debía actuar con discreción, limitándose a su propio campo de acción.

Viendo su comportamiento, Jinshi se agachó para que su mirada estuviera al mismo nivel que la de Maomao. En su mano sostenía un pergamino.

—Quieren una profesora.

—¿Ah, sí? ¿Y tienen a alguien en mente?

—A ti.

Maomao miró fijamente a Jinshi de forma instintiva. Que una dama de la corte personal mirara a su empleador directo como si estuviera mirando algo de suciedad en un rincón no era lo ideal, pero las viejas costumbres eran difíciles de erradicar. Aquello provocó una expresión inescrutable en Jinshi.

—¿Quiere que le diga que es muy gracioso, señor?

—¿Qué te hace pensar que es una broma?

Jinshi le mostró el documento que sostenía. La expresión de Maomao se oscureció al leerlo, ya que lo que estaba escrito allí era de lo más inconveniente. De hecho, le habría gustado fingir que el pergamino no existía.

—No puedes librarte de esto solo fingiendo que no lo miras.

—¿De qué me habla?

—Lo acabas de leer.

—¿El qué? Se lo habrá imaginado.

Jinshi desenrolló el pergamino y señaló directamente la parte más inconveniente de todas. Le acercó la misiva a Maomao. De lo más testarudo.

—Aquí está escrito el nombre de la persona que te ha recomendado. ¿Lo ves?

—…

Maomao se quedó en silencio. Las palabras «Consorte Sabia, Lihua» se encontraban directamente donde Jinshi señalaba. «Ahora sí que se me ha liado», se lamentó.

—No cuente conmigo —fue todo lo que dijo. Y así, por ese día, el asunto quedó zanjado. Pero la paz no duraría mucho...



Al día siguiente, llegó otro pergamino con la misma petición. Esta vez, el respaldo lo proporcionó la Consorte Gyokujou. Con dos de las grandes consortes habiendo puesto sus nombres en estas cartas, ni siquiera Maomao podía ignorarlas ya. Podía imaginarse fácilmente a la concubina pelirroja riéndose para sí misma. Esta vez, la petición estipulaba además que se le proporcionaría un honorario apropiado.

Resignada, aunque con muchos suspiros y escalofríos, Maomao envió una carta a su casa: el primer paso necesario para prepararse para el trabajo que le habían pedido. Sin embargo, por «casa» no se refería a Luomen, sino a las cortesanas que habían sido como sus hermanas.

Varios días después, llegaron los artículos que había solicitado, junto con una factura de la madame. Maomao pensó que la anciana había inflado seriamente el precio, no obstante, añadió discretamente un cero extra al número antes de pasarle la factura a Jinshi. Él la examinó, dispuesto a aceptar el coste, cuando Suiren apareció de la nada y dijo con una sonrisa:

—Creo que la tinta de este número es solo un tono ligeramente diferente al resto.

Le arrebató la factura de las manos a Jinshi y se la devolvió a Maomao. «El diablo sabe más por viejo, que por diablo», pensó ella.

Suiren solía encargarse ella sola de casi todo lo relacionado con Jinshi. Se notaba que era una mujer de armas tomar. «Será difícil aprovecharse de este joven e inocente eunuco...», se conformó. A regañadientes, le mostró el precio original a Jinshi. Si hubieran querido, Jinshi y Suiren podrían haber argumentado que Maomao debería cubrir el gasto ella misma, así que se alegró de que pagaran complacientemente la suma.

Cuando le trajeron los paquetes, Maomao apartó a Gaoshun de un empujón y los cogió ella misma. Jinshi estaba tan interesado como un cachorro entrometido, pero ella se negó rotundamente a romper ninguno de los sellos. Requisó rápidamente un carro y se llevó la mercancía. Cuando Gaoshun se ofreció a ayudar, ella lo rechazó con cortesía y se lo llevó todo a su habitación.

Jinshi exigió ver lo que había recibido, pero ella abrió los ojos lo más que pudo y lo miró fijamente, y después de un momento él se retiró en silencio. Difícilmente podría mostrarle sus importantísimos materiales de enseñanza. Maomao había decidido: si iba a hacer esto, lo iba a hacer bien.



Finalmente, el día llegó. Por primera vez en mucho tiempo, Maomao puso un pie en el palacio interior. Encontró que la ligera fragancia femenina que impregnaba el lugar era extrañamente relajante.

La sala de conferencias que se había preparado para ella era, de hecho, bastante grande, lo suficiente como para albergar a varios cientos de personas. Había sido un dormitorio para las sirvientas bajo el emperador anterior, cuando la población del palacio interior se había disparado y no se habían podido construir habitaciones individuales con la suficiente rapidez. Sin embargo, ahora estaba en gran parte sin usar. Era un completo desperdicio dejarlo vacío, pero habría sido un desperdicio aún mayor derribarlo. De hecho, muchos de estos edificios salpicaban el palacio interior. «No hacía falta que fuera tan grande», pensó Maomao.

No iba a enseñar nada particularmente importante, así que no entendía por qué se había reunido una multitud tan grande de gente. Las consortes de rango medio y bajo y sus séquitos casi rodeaban por completo la sala de conferencias, mientras que unas cuantas sirvientas estiraban el cuello desde la distancia. Al parecer, la clase es muy importante para las consortes y concubinas. En cierto modo, incluso podría decirse que afectaba al futuro de la nación, pero para Maomao, todo lo que hizo fue provocar un largo suspiro.

—Muy bien, escuchad —dijo Jinshi—. Solo las consortes de alto rango recibirán la instrucción.

Pese a que se podría haber esperado decepción entre las consortes de menor rango ante ese anuncio, por el contrario, muchas de ellas parecían satisfechas de haber logrado tener a Jinshi tan cerca. Al menos la mitad de ellas, al parecer, habían venido solo para verlo o incluso escucharlo; se aferraban a pilares y barandillas por todas partes. A Maomao le pareció terriblemente exagerado, pero no eran pocas las damas que lo hacían. A veces se preguntaba si este eunuco no sería en realidad algún espíritu maligno que hechizaba a quienes lo rodeaban.

Cuando llegó el momento, Maomao entró en la sala de conferencias y se encontró a Jinshi trotando detrás de ella. Apretó la mandíbula y lo fulminó con la mirada.

—¿Qué pasa? —preguntó él, pero ella simplemente lo empujó fuera de la sala. Su esbelta figura desmentía la cantidad de trabajo que le costó echarlo por la puerta.

—¿Por qué...?

—Porque lo que va a suceder aquí es secreto, confidencial y solo para las consortes. Usted no es una de ellas, señor Jinshi.

Cerró y atrancó la puerta. Soltó un largo aliento, y luego echó un vistazo de evaluación alrededor de la sala. Había nueve personas presentes: las Cuatro Consortes, la dama de compañía principal de cada una, y ella misma.

Hubo un murmullo audible desde el otro lado de la puerta. Probablemente porque había expulsado a Jinshi. Tuvo la clara sensación de que alguien, o varias personas quizá, estaban con la oreja pegada a la puerta.

Maomao empujó su pequeño carro hasta el centro de la sala, y luego inclinó lentamente la cabeza.

—Mis cordiales saludos a todas, honorables damas. Me llamo Maomao y me presento humildemente ante ustedes como su instructora.

La consorte Gyokujou, tan encantadora como siempre, le dedicó un pequeño y amistoso saludo con la mano. Su asistente, Hongnyang, observó ese gesto con recelo.

La consorte Lihua finalmente había recuperado la mayor parte de la carne en sus huesos, y miraba a Maomao con placidez. Lo mismo no podía decirse de la dama de compañía que la atendía, cuyo rostro se contorsionó cuando vio a Maomao. La joven boticaria saboreó el momento.

La consorte Lishu exudaba el mismo ligero aire de nerviosismo de siempre. Sin duda, estaba intentando tener un cuidado especial con las otras tres grandes consortes cerca. La dama de compañía que la atendía no parecía estar más cómoda que su señora, pero la forma en que estaba obviamente decidida a proteger a la consorte hizo sonreír el corazón de Maomao.

Y allí estaba la última incorporación a las de su rango. Un rostro que Maomao no había visto antes. Y parecía tener su misma edad. Se llamaba Loulan, y era la nueva Consorte Pura. Tenía su cabello negro recogido en lo alto de su cabeza, y en lugar de una horquilla usaba la pluma de un ave de las regiones del sur. Su vestido sugería que podría ser una princesa sureña, pero su fisonomía era más bien la de una norteña. Su dama de compañía tenía el mismo aspecto, y Maomao concluyó que el estilo de vestir debía ser una preferencia personal.

Loulan no era tan seductora como Gyokujou, ni tan deslumbrante como Lihua. A diferencia de Lishu, tenía una edad apropiada para compartir la cama con el emperador, pero por el momento, no parecía que fuera a amenazar el delicado equilibrio del palacio interior.

Ese vestuario, sin embargo, la hacía de lejos la más llamativa de las cuatro. En particular, su maquillaje acentuaba las comisuras de sus ojos de forma tan enfática que era imposible saber cómo eran realmente. Maomao apenas podía imaginar el aspecto de la consorte sin cosméticos. «Qué más da», pensó.

Una vez completada su pequeña introducción, Maomao sacó una pila de libros de texto de entre sus suministros y empezó a repartirlos, uno para cada consorte. Cada una tuvo su propia reacción al recibir su ejemplar: ojos muy abiertos, una risa divertida, un rubor furioso en las mejillas, el ceño fruncido. «Más o menos lo que esperaba», se divirtió Maomao. Luego sacó una colección de herramientas. Aproximadamente la mitad de las presentes las miraron con confusión, no sabían lo que era exactamente, pero parecieron adivinarlo, y se sonrojaron. La otra mitad parecían saberlo.

—Deseo recalcar que lo que estoy a punto de enseñarles son artes secretas del jardín de mujeres, así que les ruego que no se las expliquen a nadie —dijo Maomao, y luego les indicó a sus alumnas que abrieran sus libros de texto por la página tres.



Maomao terminó la clase dos horas después. «Quizás traté de abordar demasiado de una sola vez», pensó; incluso ella se sentía un poco agotada. Se acercó a la puerta de la sala de conferencias y, con lentitud, quitó el palo que la atrancaba.

—No pensaba que sería una clase tan extensa —comentó el apuesto eunuco mientras entraba, luciendo bastante relajado.

Parecía un poquito molesto y, por alguna razón, su mejilla y oreja izquierdas estaban rojas. Maomao tuvo la amabilidad de no acusarlo abiertamente de haber estado escuchando a escondidas.

Jinshi observó la sala con un mudo asombro.

—¿Pasa algo, señor?

—Más bien, soy yo quien debería preguntarte —le respondió Jinshi con una mirada lúgubre.

—Me temo que no sé a qué se refiere.

Ella no había hecho más que enseñarles los conocimientos necesarios para una consorte en el palacio interior, tal y como se le había pedido. Las reacciones individuales de las consortes a la clase fueron las siguientes:

Gyokujou estaba entusiasmada.

—¡Por fin! Esto romperá la monotonía —dijo. Hongnyang la siguió con su habitual expresión de fatiga. Maomao a veces siente que la está fulminando con la mirada, pero eligió ignorarla.

Las mejillas de Lihua estaban ligeramente sonrosadas, pero su dedo recorría una página del libro mientras repasaba la lección. Parecía bastante satisfecha. La dama de compañía que estaba con ella estaba tan roja como una remolacha y miraba fijamente al suelo, temblando, lo que hizo pensar a Maomao que debía de ser una chica de buena familia.

Lishu estaba en un rincón de la habitación, golpeándose la frente contra la pared y murmurando con la cara pálida:

—¡No puedo! No podré hacerlo. ¡Es imposible!

A su lado, su nueva dama de compañía principal le frotaba la espalda con preocupación. «Creo que antes era su catadora», recordó Maomao.

La consorte Loulan tenía la mirada perdida en el vacío. Maomao fue incapaz de leer qué estaría pensando.

Cuando terminó de recoger el material, se tomó un vaso de agua y se sentó en una silla. Estaba cansada, pero se consoló pensando en la recompensa que recibirá más tarde.

Cada una de las consortes llevaba consigo el famoso libro y el paquete que había sido su material didáctico. Algunas lo sostenían con cuidado, mientras que otras lo tocaban con asco. Todos los fardos estaban envueltos en tela de forma muy cuidadosa, y el contenido no se podía ver, tal y como Maomao les había pedido.

Jinshi y los demás que no habían asistido a la clase las miraban con curiosidad.

—¿Qué tipo de lección les has dado? —le preguntó Jinshi.

—Puede preguntarle al Emperador más tarde lo que le pareció —respondió Maomao, con la mirada perdida en la lejanía.



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