09/09/2025

Los diarios de la boticaria 2 - 5




Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Volumen 2



Traducido por: Xeniaxen


Capítulo 5
Disfraz

—¿Sabes mucho de maquillaje? —le preguntó Jinshi, quien había regresado a sus aposentos privados después de terminar sus deberes.

Suiren le estaba ayudando a cambiarse de ropa. «¿De qué va esto?», se preguntó Maomao, ladeando la cabeza. Como cualquier otra persona que se había criado en el barrio del placer, se había visto obligada a aprender a maquillarse y, a veces, incluso a fabricar productos de belleza, además de medicinas. Se podría decir que sabía de eso, sí.

—¿Quiere regalarle algo a alguien?

—No, no es eso. Es para mí.

—...

Maomao lo miró con unos ojos que parecían asomarse a un pozo sin fondo. Estaban completamente vacíos. Al ver su expresión, Jinshi le dijo:

—No te imagines cosas raras.

Pero ella solo podía imaginar lo que él le había dicho. «¡Pero si no lo necesitas!», pensó. Se imaginó al eunuco maquillándose. Su belleza actual era la de un ser celestial. Tan solo con pintarse una línea roja en el rabillo de los ojos, aplicarse un poco de carmín y ponerse algún adorno en el pelo, sería suficiente para acabar con una nación. La historia estaba llena de guerras sin sentido, y algunas de ellas habían sido provocadas por bellezas como la suya.

—¿Quiere acabar con una nación enemiga...?

—¡¿Por qué has llegado a esa conclusión?!

Cuando Jinshi terminó de ponerse la chaqueta, se sentó en una silla. Maomao le sirvió gachas de una olla. Eran gachas de abulón saladas. Se sirvió un bocado para probar si tenían veneno, y estaban deliciosas. Cuando Jinshi terminara de comer, Suiren le daría un poco a Maomao, así que esperaba que se diera prisa para que no se enfriaran.

—Me refería a esto. ¿Cómo preparas ese color? —le preguntó Jinshi, señalando la zona alrededor de su nariz.

«Ah, así que es eso lo que quería saber», entendió Maomao. No había necesidad de que se pusiera más deslumbrante, ya que su belleza era excelsa de por sí.

—Disuelvo arcilla seca en polvo con aceite. Si quiero que el color sea más oscuro, puedo mezclarle carbón o carmín.

—Oh. ¿Y es rápido de hacer?

Maomao sacó de su bolsillo una polvera. Dentro, había un poco de arcilla bien amasada.

—Solo tengo esto por ahora, pero puedo hacer más si me da una noche.

Jinshi le tomó de la muñeca, sacó un poco de contenido con el dedo y se lo puso en el dorso de su mano. Para su piel, tan blanca como la porcelana, le parecía que el color que había preparado para sí misma era demasiado oscuro.

—¿Será para usted, señor Jinshi?

Ante la pregunta, él sonrió con suavidad. No lo afirmó ni lo desmintió, pero Maomao estaba segura de que era un «sí».

—Ojalá existiera una medicina que pudiera cambiarme toda la cara, ¿no? —bromeó.

—Existe, pero no volvería a su estado normal en toda su vida. Si se pusiera resina en la cara sería suficiente para eso —contestó Maomao.

—Ya me lo imaginaba —dijo Jinshi con una sonrisa irónica.

Eso le daría problemas, y si ella hiciera algo así, la gente que rodeaba a Jinshi la cortaría en pedacitos y la usaría como comida para las bestias.

—Aunque no es del todo imposible...

—Entonces hazlo, por favor.

Jinshi sonreía como si hubiera estado esperando esas palabras, mientras se comía sus gachas. El pollo a la parrilla se veía delicioso, pero Maomao sabía que no le tocaría ni un trozo. Suiren se llevó el plato de Jinshi, en el que aún quedaba un bocado.

—Quiero que me dejes con un aspecto completamente diferente.

«Me pregunto qué demonios estará planeando...», reflexionó ella. No era tan temeraria como para preguntar. Además, aunque lo supiera, no le traería ningún beneficio. Así pues, se decidió a preparar solamente lo que le habían pedido.

—Entendido —dijo, y observó a Jinshi, que seguía con su cena, con la esperanza de que terminara de comer pronto. Las gachas de abulón tenían una pinta de rechupete.



El día siguiente, Maomao preparó una base de maquillaje más oscura de lo habitual y llenó su neceser de tela con varias cosas que creía que necesitaría. Llegó más temprano de lo normal, pero la luz ya estaba encendida en los aposentos privados de Jinshi. Dentro, su señor, que acababa de bañarse, estaba sentado en una silla, mientras Suiren le secaba el pelo. Era un lujo que solo un noble podía permitirse. Aunque la ropa que vestía era más sencilla de lo normal, sus modales eran los de un noble de pura cepa.

—Buenos días... —dijo Maomao con los ojos entrecerrados.

—Ah, hola. ¿Qué te pasa? Haces mala cara hoy.

—No, es solo que no estoy segura de poder ocultar su belleza, señor.

—¿Acaso es una nueva forma de sarcasmo?

Solo era la verdad, aunque era tan pura que sonaba como un sarcasmo. El cabello que Suiren le estaba peinando tenía tanto brillo que Maomao pensó que, si se tejiera en un telar, daría la seda más fina nunca vista.

—¿Te das por vencida antes de empezar?

—Claro que no, pero… ¿Está usted seguro de que de verdad quiere aparentar ser otra persona, señor Jinshi?

—Ya te lo dije anoche.

—En ese caso, con su permiso.

Maomao caminó con paso firme hacia Jinshi, le agarró la manga y se le acercó a la cara.

—¡Oh, cielos! —exclamó Suiren. Dejó de peinarlo y salió de la habitación a toda prisa. Con ella, se llevó a Gaoshun, que en algún momento había hecho acto de presencia.

—¿Q-Qué pasa? De repente… —dijo Jinshi, con la voz un poco temblorosa.

«No lo entiende en absoluto», pensó. Maomao era de las personas que no se quedan satisfechas si no hacen un trabajo impecable. Aun así, hoy había preparado todo lo necesario para convertir a Jinshi en otra persona.

—No hay ningún plebeyo que use una fragancia tan fina.

La ropa de Jinshi era la que usaría un ciudadano de a pie o, como mucho, un oficial de bajo rango en su día a día. Para la misión que le había encomendado, no debería tener nada que ver con su habitual talante de palo de madera de la más alta calidad traído de ultramar en barco. (NT: En la cultura de la que proviene la historia, comparar a una persona de alto estatus y gran belleza con un objeto valioso y raro, como una pieza de madera de la más alta calidad traída de ultramar, es una forma de comparación poética.) Maomao tenía el sentido del olfato más agudo que la mayoría porque necesita distinguir las hierbas medicinales de las venenosas. La razón por la que estaba de mal humor al entrar en la habitación era porque el olor le había afectado. Probablemente Suiren lo había hecho para ser atenta, pero lo cierto es que había sido una molestia.

—¿Sabe cómo se distinguen a los clientes importantes en un burdel?

—No... ¿Es por su complexión o por la ropa que llevan?

—Eso dice mucho, pero hay algo irrefutable: el olor.

Un cliente obeso con un olor dulce solía estar enfermo, pero tiene dinero; si un cliente olía a varias fragancias de mal gusto, lo más probable es que tuviera una enfermedad de transmisión sexual, ya que solía ir de prostituta en prostituta; si un joven olía a ganado, era que no se bañaba y era antihigiénico. Los clientes que visitaban por primera vez la Casa Verdigris solían ser rechazados, pero, de vez en cuando, alguno llamaba la atención de la anciana madame y les dejaba pasar. La razón por la que estos casi siempre se convertían en clientes importantes es que cumplían con sus criterios de selección.

—Por ahora, cámbiese de ropa. Voy a buscar una cosa —dijo Maomao.

Fue al baño, metió agua tibia en un balde y lo llevó a la habitación de Jinshi. Por el camino, vio a Suiren y Gaoshun, que la miraban preocupados. Aprovechó la ocasión para pedirle un favor a Gaoshun. Tenían que preparar algo diferente. Sacó una pequeña bolsa de cuero de la de tela. Metió el dedo dentro y se le pegó un aceite espeso. Lo metió en el balde y lo disolvió.

—Primero, tenemos que convertir esta seda en cáñamo.

Maomao introdujo su mano en el agua turbia del balde y empezó a peinarle el pelo a Jinshi con los dedos. Su cabello, que antes fluía sedoso, fue perdiendo brillo a medida que lo repasaba una y otra vez. Intentó peinarlo con cuidado, pero, quizá por el hecho de que solo usaba los dedos y por la falta de experiencia, Jinshi parecía más inquieto que cuando lo peinaba Suiren.

«Lo tiene tan liso que no se le enreda», pensó Maomao, y también se puso nerviosa. Aunque a veces se le olvidaba, si hacía algo que le disgustaba a ese hombre, su cuello y su torso podrían dejar de estar unidos.

Cuando al fin convirtió ese pelo sedoso en cáñamo, se lo ató en una coleta. La cinta que usó era más un trozo de tela que una cinta. Cualquier cosa que lo sujetara servía.

Después de guardar el balde y lavarse las manos, Maomao regresó y vio que Gaoshun ya había preparado lo que le había pedido. Digno de un sirviente competente.

—¿De verdad que le vas a poner esto? —le preguntó Gaoshun con una expresión muy preocupada.

A su lado, Suiren puso cara de asco al ver lo que Gaoshun había traído. Era de esperar, ya que para una dama de la corte como ella, eso debía ser impensable. Era un conjunto de ropa de plebeyo, usada y un poco grande. Aunque estaba lavada, la tela estaba desgastada por algunas partes y el olor de su anterior dueño se había quedado impregnado en ella.

—Incluso podría oler peor —dijo Maomao, acercándose la ropa a la nariz.

Suiren se cubrió la cara con ambas manos, como si no pudiera creerlo. Hizo como si quisiera decir algo, pero Gaoshun se lo impidió con una mano. Él mismo tenía un surco muy marcado en la frente. Siente pena por Suiren, pero Maomao pensaba seguir haciendo cosas que la alterarían.

—Señor Jinshi, por favor, quítese la ropa.

—¡¿E-Ehh?! —dijo Jinshi, dudando un poco.

Sin ni un atisbo de preocupación, Maomao buscó algo útil en la habitación. Después de preparar un par de toallas, sacó un trozo de tela de algodón de su neceser personal.

—Disculpad, ¿podríais ayudarme?

Los dos la observaron con una mezcla de nerviosismo e inquietud. Le pidió a Gaoshun que le pasara una toalla para envolver el torso de Jinshi. Aun con su eterna belleza, propia de una deidad, y pese a no tener algo importante, su complexión era sorprendentemente musculosa y bien proporcionada. Quizás incómodo por quedarse solo en ropa interior, Jinshi se mantuvo en pantalones. Aunque la habitación le parecía cálida, Maomao sintió una punzada de compasión y añadió más carbón al brasero.

Con la ayuda de Suiren, que lo sostenía con delicadeza, Gaoshun le ciñó la toalla, mientras Maomao la aseguraba con un retazo de tela. Una vez envuelto, el físico de Jinshi se transformó por completo, dando paso a una figura con una prominente barriga. La ropa holgada que le pusieron por encima se ajustó a la perfección a su nuevo, y un tanto desproporcionado, cuerpo. El delicado aroma de su perfume quedó ahogado bajo las capas de tela. Solo su rostro, que seguía siendo el de siempre, creaba un contraste tan extraño que resultaba casi chocante.

—Bien. ¿Pasamos a lo siguiente? —le preguntó.

Maomao sacó el polvo facial que había amasado el día anterior. Con las yemas de los dedos, le aplicó con cuidado un poco de color, que era ligeramente más oscuro que la piel de Jinshi.

«Por mucho que me acerque, su cara sigue siendo perfecta...», pensó. Se sorprendió al ver su piel, que no tenía ni un solo poro, por no hablar de barba. Con mano firme, cubrió la tez impoluta con un tono uniforme, para luego oscurecerla con un matiz más sombrío. Punteó motas de un marrón suave en sus mejillas y, con un toque estratégico, dibujó profundas sombras bajo sus ojos, imitando el rastro del cansancio típico de alguien de clase obrera. De paso, le añadió un par de lunares en los rabillos de los ojos. Con la misma meticulosidad, engrosó sus cejas y les dio un perfil irregular. Sopesó la idea de ocultar el contorno de la mandíbula para crear un efecto de doble mentón, pero la descartó al momento, pues de cerca sería demasiado evidente. Si alguien descubría a un hombre tan maquillado, podría parecer sospechoso. En su lugar, le metió algodón en ambas mejillas para disimular su estructura ósea.

Gaoshun y Suiren estaban estupefactos, como si no pudieran creerlo, pero Maomao no había terminado todavía. Le aplicó el polvo que le quedaba en varias partes del cuerpo para crear manchas y zonas amarillentas que le dieron un aspecto enfermizo y descuidado. Asimismo, para rematar la transformación, ensució con cuidado el lecho de sus uñas, haciendo que sus manos, hasta entonces inmaculadas, parecieran sucias y desatendidas. «Me temo que sus manos ya no serán como las de una perca blanca», pensó, ingeniosa. (NT: Expresión japonesa que no tiene traducción. En su cultura, comparar las manos de una persona con las de una perca blanca es una forma poética de describir unas manos extremadamente blancas, suaves y sin imperfecciones. Es un rasgo de belleza y delicadeza.)

Al igual que la parte superior de su cuerpo, las manos de Jinshi eran las de un hombre. Su único trabajo era sostener un pincel o unos palillos, pero tenía unos callos muy duros en las palmas. Aunque nunca lo había visto, sabía que practicaba esgrima o bōjutsu (NT: Arte marcial japonés que consiste en el manejo de un bastón largo, llamado “bō”, como arma para la defensa personal, utilizando técnicas de golpeo, bloqueo, barrido y desvío.), algo que no era necesario para un eunuco. Pero no era tan atrevida como para empezar a investigarlo, por lo que se limitó a dejarle las manos como las de un ciudadano sucio.

—¿Has terminado? —preguntó Jinshi, mientras Maomao se secaba la frente y guardaba sus utensilios de maquillaje.

El apuesto eunuco ya no estaba allí, sino un plebeyo de aspecto enfermizo. Su rostro estaba bien definido, pero con la barriga que le sobresalía, las manchas amarillentas y las ojeras, parecía que llevara una vida poco saludable.

—Joven señor... ¿de verdad es usted?

—Por favor, no me llames señor.

Testigo de la asombrosa metamorfosis, Suiren no pudo ocultar su sorpresa. Con un cambio tan drástico en su apariencia, Jinshi sería irreconocible para cualquiera en el palacio. Al menos, por su aspecto.

Maomao extrajo de su bolsa un pequeño tubo de bambú, una de las últimas cosas que le quedaban. Retiró el corcho, vertió el líquido en una taza y se la ofreció a Jinshi. Al vislumbrar el contenido, este arrugó el rostro en una clara mueca de desagrado, probablemente por el aroma punzante y agrio que desprendía. La pócima, compuesta por una mezcla de varios estimulantes, no era precisamente apetitosa.

—¿Qué es esto?

—Es el toque final. Beba un poco lentamente, mójese los labios, y trague. Le hinchará los labios y la garganta, y su voz cambiará. Ya puede quitarse el algodón de la boca.

A pesar de la transformación en su apariencia y en su aroma, el riesgo de ser reconocido persistía si su voz angelical se mantenía inmutable. Y cuando se comprometía con una tarea, Maomao lo hacía con una minuciosidad inquebrantable.

—Es muy picante, pero no es venenoso, así que no se preocupe. Además, señor Jinshi, su postura es muy buena, así que por favor, intente andar encorvado y con las piernas arqueadas.

—...

Los tres presentes se quedaron mudos al ver el resultado de la obra que tenían ante sí. Satisfecha con la labor cumplida, Maomao procedió a recoger sus utensilios con la misma eficiencia con la que los había usado.

Como recompensa por su meticuloso trabajo, se le concedió el resto del día libre, además de un día extra de vacaciones. Sin dudarlo, ella decidió regresar al barrio del placer, deseosa de sumergirse de nuevo en su pasatiempo preferido: sus ungüentos y sus brebajes.



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