06/09/2025

Los diarios de la boticaria 2 - 2




Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Volumen 2



Traducido por: Xeniaxen


Capítulo 2
El palacio exterior

—Tenía la clara impresión de que volvería al palacio interior... —dijo Maomao, que ahora vestía un atuendo de algodón en lugar de cáñamo. A diferencia de su etapa como criada en el palacio interior, este le parecía tremendamente suntuoso; se notaba que el trato era mucho mejor de lo que había imaginado.

—No, como Su Excelencia te despidió, no podrías volver a entrar tan fácilmente. Trabajarás aquí ahora.

Gaoshun, tan imponente como un guerrero, pero más diligente que cualquiera, la estaba guiando por el interior del palacio. Vestido con su uniforme oficial de siempre, le iba explicando los nombres de los edificios y las secciones. Dado el tamaño del palacio en sí, el recorrido iba a ser de vértigo. Sinceramente, Maomao no tenía la menor intención de recordar nada que no le interesara, así que fingía escuchar y asentía mientras estudiaba a simple vista la vegetación de los jardines.

«Como sospechaba, en el palacio exterior hay más cosas que puedo usar como ingredientes», pensó. Sospechaba que había sido su padre, Luomen, quien había plantado la gran variedad de hierbas útiles durante su servicio allí. Eso explicaría la profusión de plantas medicinales en un espacio tan limitado.

Mientras caminaban, y Gaoshun le explicaba una cosa y la otra, Maomao sintió un peculiar hormigueo en la nuca. Echó un vistazo detrás de ella y descubrió que algunas mujeres la estaban mirando. O, más bien, la escudriñaban con enfado. Al igual que entre los hombres hay cosas que solo otros hombres entienden, hay ciertas cosas para las que solo las mujeres tienen un sentido compartido. Los hombres tienden a resolver sus diferencias físicamente, mientras que las mujeres a menudo recurren a los medios emocionales. Y aquellas damas parecían estar evaluando a la recién llegada.

«Qué mal rollo», pensó Maomao, y sacó la lengua un poco, mientras seguía a Gaoshun hasta la siguiente sección.

El trabajo de Maomao era exactamente el mismo que el de una sirvienta del palacio interior: limpiar los departamentos que le asignaban y, de vez en cuando, hacer recados. Lo normal es que a una dama de la corte se le asignaran tareas más parecidas a las de una funcionaria, pero Maomao no tenía las cualificaciones necesarias, porque había suspendido el examen.

Jinshi y Gaoshun se habían quedado de piedra al saberlo. Habían dado por sentado que Maomao lo aprobaría sin problema. Es cierto que el examen requería un buen esfuerzo, pero aun así, pese a haber estado criada en el barrio del placer, ella sabía leer y escribir, y había recibido la educación mínima necesaria en cuanto a poemas, canciones y el erhu. El examen no era tan difícil como el imperial, por lo que Jinshi estaba convencido de que una chica tan despierta como ella no suspendería, pero se equivocó.

«Qué pena haber suspendido», se lamentó Maomao, y se puso a limpiar los alféizares de una ventana que crujía. Trabajar con diligencia era el código de conducta de Maomao.

Estaba en el pasillo de la oficina de Jinshi. La arquitectura era más sencilla que la del palacio interior, aunque el edificio era quizás un poco más alto. Las paredes lacadas en bermellón eran de un rojo brillante, y se notaba que las refrescaban cada año.

La verdad es que a Maomao no le gustaba estudiar, y probablemente era menos experta que la media en recordar cosas que no le interesaban. Los venenos, las hierbas y los medicamentos eran una cosa, pero, ¿por qué iba alguien a molestarse en aprender historia? ¿De qué le serviría? ¿O memorizar leyes que pueden cambiar en cualquier momento? Para ella, no tenía sentido. Así pues, por mucho talento que tuviera, de nada servía si no estaba dispuesta a usarlo. Por desgracia, Maomao no tenía ninguna intención de esforzarse en esa dirección. Era natural que suspendiera el examen.

Había abierto los materiales que le habían dado para estudiar, pero al poco se había despertado siendo ya de día. Esto le había sucedido varias veces seguidas. Así que se consoló pensando que el resultado era inevitable. Asintió, de acuerdo con su propia conclusión.

«No esperaba que este lugar estuviera tan sucio», se quejó para sus adentros. Por un lado, un espacio tan grande tenía muchos rincones difíciles de alcanzar, pero por otro, no dejaba de sospechar que podría haber un poco de holgazanería por medio. Las mujeres que servían aquí se habían ganado su puesto mediante el examen, a diferencia de las sirvientas reclutadas, vendidas o robadas para servir en el palacio interior. Estas tenían familias y educación, y el orgullo que las acompañaba. Probablemente veían el trabajo de sirvienta como algo inferior a ellas. Aunque notaran algo de polvo, era poco probable que movieran un dedo para hacer algo al respecto.

«Para ser justos, no es su trabajo», pensó.

Las damas de la corte exterior eran algo así como secretarias. Limpiar no formaba parte de sus tareas, y no había necesidad de que lo hicieran. Pero eso no significaba que no debieran hacerlo. El gobierno había dejado de tener esclavos durante el mandato del emperador anterior, y los burócratas empezaron a contratar sirvientes y sirvientas para que se encargaran de aquello. Ahora, Maomao era la empleada personal de Jinshi.

Según lo que había observado, las mujeres que servían en el palacio interior eran conocidas como «damas de palacio», mientras que a las que trabajaban en el palacio exterior se las llamaba con frecuencia «damas de la corte». Maomao no podía estar segura de si era exactamente así, pero era una distinción que Jinshi y otros como él parecían observar cuando hablaban.

«Bueno, ¿qué hago ahora?», se preguntó. Se dirigió a la oficina de Jinshi. La sala era grande, pero no lujosa; de hecho, era bastante austera. Su principal ocupante era un hombre muy ocupado; una vez que salía de su oficina, rara vez regresaba a ella rápidamente. Eso facilitaba el trabajo de limpieza a Maomao, pero había un problema...

—¿Quién te crees que eres?

De repente, se vio rodeada de otras damas de la corte a quienes no conocía. Todas ellas eran más altas que Maomao, algunas la superaban incluso por toda una cabeza.

«Cuanto mejor comen, más grandes se hacen», pensó Maomao, mientras su mirada se fijaba inconscientemente tanto en la altura como en el busto de las chicas. Por su físico, quizá tenían sangre extranjera. Su piel era tan blanca y bonita que a Maomao le dio un escalofrío.

—¡Oye, ¿me estás escuchando?! —le exigió la mujer mientras Maomao se dedicaba a esos pensamientos un tanto inoportunos.

«Ay, no, no, no», pensó.

En resumen, las damas estaban molestas porque Maomao servía a Jinshi personalmente. Querían saber por qué había recibido tal privilegio. Desgraciadamente, ella no estaba al tanto del funcionamiento interno de la mente de Jinshi; solo sabía que él la había contratado. Si hubiera sido una mujer de la nobleza extranjera y bien relacionada como Gyokujou, o tan exuberante como Lihua, o tan sensual como Pai Lin, nadie se habría opuesto, ni habrían tenido motivos para hacerlo. Pero ella no parecía más que un pollo enclenque y pecoso. Las chicas no lo soportaban. Les volvía locas ver a Maomao al lado del apuesto eunuco. Habrían dado cualquier cosa por intercambiar sus puestos con ella.

«Mmm, ¿qué debería hacer?», se preguntó Maomao. No se consideraba una gran oradora; de hecho, muchas veces le costaba expresarse bien. Pero si se quedaba en silencio, solo conseguiría enfadarlas aún más. Por ello, decidió ir al grano.

—¿Estáis celosas de mí? —dijo, sin rodeos. Sus palabras fueron más que suficientes para que las damas intensificaran su enfado.

Fue solo después de que le dieran una bofetada en la mejilla cuando Maomao empezó a pensar que tal vez había elegido las palabras equivocadas. «Mierda. No quería esto», se dijo, mientras se masajeaba la mejilla.

Había cinco mujeres a su alrededor, y Maomao esperaba evitar que la mataran en el acto. La acorralaron inexorablemente hacia un rincón oscuro del pasillo. En ese momento, no tenía mucho que perder, así que decidió intentar salir del paso con labia.

—¿De verdad creéis que tengo un trato especial? ¡No seáis ridículas! —Los rostros de las damas se desfiguraron aún más. Maomao siguió hablando antes de recibir otro golpe—. ¿Cómo queréis que alguien como él se fije en una mujer tan simplona como yo?

Maomao pronunció esas palabras con la cabeza gacha, haciendo que las mejillas de las damas se crisparan de rabia. «¿Ha funcionado?», quiso saber, en lo que abría un ojo, y continuó:

—¡¿De verdad pensáis que tiene tan mal gusto?! Tiene delante miles de vieiras y carne de jabalí, ¿y creéis que quiere comerse unos huesos de pollo? Desde luego, qué poca consideración… ¡Es perturbador, incluso! —Para recalcar esa última idea, siguió. Y eso hizo que las damas se enervaran aún más—. En serio... no sé por quién le estáis tomando. Insinuar que alguien con una belleza y una sonrisa tan celestiales pueda tener tales inclinaciones...

—¡N-No! ¡Nada de eso! ¡Es ridículo!

—Sí, no hemos dicho eso.

Las damas empezaron a alborotarse. Maomao pensó que se había escapado por los pelos, pero una de ellas la miró con escepticismo.

—Pero, entonces, ¿por qué te contrató? —le preguntó. Parecía la más tranquila del grupo. Era la que tenía el pecho, o más bien, el físico más hermoso. Maomao se dio cuenta de que se había mantenido al margen durante toda la discusión anterior. Al igual que las otras, había dado un medio paso hacia atrás, pero continuaba escaneándola con la mirada. Parecía ser el tipo de persona que seguiría a una multitud solo para ver a dónde iba, aunque ella misma no fuera parte de ella.

«Bueno, si no puedo engañarlas con eso...», se rindió. Se levantó la manga del brazo izquierdo. Y empezó a desenrollar las vendas que llevaba de la muñeca hasta el codo. A decir verdad, no era algo que quisiera enseñar a nadie, por lo que solo lo mostró durante un instante, pero las expresiones de las damas le confirmaron que lo habían visto con claridad.

Unas cicatrices crueles cubrían la piel de Maomao. «Además, lo tengo todo pringoso porque estuve experimentando con una pomada para quemaduras el otro día», pensó. Para unas jóvenes bien educadas, debió de ser una imagen muy asquerosa.

—El excelentísimo señor no solo tiene el porte de un ser celestial, sino que también tiene un corazón igual de puro. Por eso ha decidido darle un sustento a alguien como yo...

Maomao se vendó de nuevo el brazo mientras hablaba. Fue cuidadosa al acentuar sus comentarios con una mirada recatada hacia el suelo y un leve temblor en el cuerpo.

—Vámonos... —dijo una de ellas.

Aliviadas por completo de cualquier interés en Maomao, se marcharon rápidamente. La más alta de ellas la miró de reojo, pero pronto también se fue.

«Por fin...», suspiró aliviada. Maomao se hizo sonar las articulaciones del cuello y volvió a agarrar el trapo. Cuando se disponía a ir al siguiente lugar que necesitaba limpieza, descubrió al apuesto eunuco de pie, con la cabeza contra la pared.

—¿Qué está haciendo, señor Jinshi?

—Nada... Por cierto, ¿y tú? ¿Tienes predilección por meterte en líos? ¿Y por qué les estabas mostrando tu brazo izquierdo?

—No es nada. Ha sido más fácil que lidiar con las damas del palacio interior. Si me permite preguntar, ¿por qué está de pie así? —le inquirió Maomao, haciendo caso omiso del comentario sobre su brazo. Se dijo a sí misma que esa no era una pose digna de un apuesto dignatario como él. De hecho, Gaoshun, que estaba detrás de él, se cubrió la cabeza con la mano.

—Si no le importa, voy a seguir limpiando, señor.

Maomao se alejó con el cubo en la mano. Con Jinshi de vuelta, ya no sería posible limpiar la oficina. Tendría que buscar otro lugar que necesitara ser limpiado. Mientras se iba, oyó la bella voz de Jinshi murmurar:

—Tales inclinaciones... ¿eh?

«No he dicho nada malo, ¿verdad?», se preguntó Maomao. Aunque Jinshi hubiera presenciado los últimos momentos de la confrontación, no veía ninguna razón especial para que él estuviera molesto. En cambio, se volvió a centrar en la limpieza.



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