
Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Volumen 2
Habían colocado las rosas en el centro del banquete. La forma en la que las habían dispuesto, como para presumir, parecía indicar que la persona que las había preparado tenía una mala personalidad.
Entonces recordó que estaba en un convite. Las sedas finas ondeaban al ritmo de la música de cuerda. Se sirvieron lujosos manjares y el aire se impregnó del olor del sake. Desde hacía mucho tiempo, las cosas que no le interesaban se desvanecían de su memoria. Aunque recordaba los hechos, no le venía a la mente ninguna emoción relacionada con ellos.
Cuando se dio cuenta, el banquete había terminado y dos consortes con túnicas de color negro y azul habían recibido del Emperador las rosas de sus respectivos colores. Por lo que oía, las dos eran muy bellas, pero a él le daba igual. La belleza o la fealdad de un rostro no le importaban, pues solo servían como una máscara.
La velada, a decir verdad, resultaba tediosa. ¿Por qué no había acudido ella? Se preguntó para qué la había provocado, si la ausencia era el único fruto de su labor. No le quedó más remedio que mofarse de otra persona, como de costumbre, para desahogarse.
Dirigió la mirada a su alrededor; todavía quedaba mucha gente. Los lugares abarrotados le resultaban desagradables. Los rostros de las personas, para él, eran como piezas del juego de Go. Distinguía a los hombres de las mujeres, que para él eran como fichas negras y blancas, respectivamente. Y, en su mente, todos parecían tener caras deformes.
Incluso a los militares que conocía los veía, como mucho, como piezas de ajedrez japonés. (NT: El ajedrez occidental y el japonés, conocido como shōgi, se diferencian principalmente en la captura y el movimiento de las piezas. En el ajedrez occidental, una pieza capturada se retira del juego definitivamente. Sin embargo, en el shōgi, un jugador puede reintroducir las piezas que ha capturado en cualquier casilla vacía del tablero como si fueran suyas. Además, la mayoría de las piezas del shōgi tienen la capacidad de “promocionar”, cambiando su movimiento y su valor. Las fichas que tiene el shōgi son: rey, torres, alfiles, caballos, peones, hasta aquí todo igual que en el ajedrez occidental, pero también lanzas, generales de oro y generales de plata.) La mayoría eran peones y, a medida que subían de rango, se convertían en lanzas o caballos. Su labor como estratega era simple: solo tenía que colocar cada pieza donde debía estar. La clave para ganar la mayoría de las batallas residía en eso, en situar a la persona adecuada en el lugar adecuado. Su trabajo terminaba en el mero acto de la asignación. Aunque él fuera un inútil, el trabajo se hacía solo; los demás lo hacían por él. Eso era lo que pensaba Lakhan.
Tampoco alcanzaba a comprender a aquel hombre con sonrisa de tennyo al que todo el mundo alababa. Para identificarlo, lo único que tenía que hacer era buscar al general de oro que iba acompañado del general de plata y punto. Se había acostumbrado a localizar a las personas de esa forma, y a reducir sus identidades a meros títulos.
Aun así, los ojos le dolían más de lo normal. El color rojo le llamaba poderosamente la atención. Todas las mujeres tenían las puntas de los dedos pintadas con carmín. Esa era la nueva moda de las damas de compañía, al parecer. El carmín que recordaba de su pasado no era tan llamativo; era un rojo tenue, del color del coralillo.
Cuando el nombre de una cortesana de su pasado le vino a la mente, una pequeña dama de compañía apareció en su campo de visión. Era una muchacha menuda y de aspecto humilde, pero tan tenaz como la acedera silvestre. Lo miraba con una mirada tan vacía como la suya. Al notar que cruzaban miradas, ella se dio la vuelta como diciéndole: «Sígueme».
Al otro lado del jardín de peonías, un tablero de ajedrez japonés descansaba en un pequeño cenador. Había una caja de madera de paulonia sobre el tablero y, dentro, una rosa marchita yacía como un cadáver.
—¿Me harías el favor de jugar contra mí? —le preguntó la chica con un tono monótono, mientras sujetaba una pieza.
A su lado, estaban el general de oro y el general de plata. No había ninguna razón para negarse. Si era una petición de su adorable hija... Lakhan soltó una carcajada.
○ ● ○
«¿Pero qué demonios quiere hacer?», se inquietó Jinshi, que ignoró las palabras de Maomao, que le había rogado que se fuera, y se quedó. Visiblemente a disgusto, ella se había callado bajo la condición de que él no dijera nada. Había atraído al estratega hasta allí y estaba colocando las piezas de ajedrez japonés. Su rostro no mostraba ni rastro de emoción. Su habitual apatía parecía más humana en comparación. De vez en cuando, se rascaba el dorso de la mano. Quizá le habría picado un insecto.
—¿Quién empieza, el atacante o el defensor? —preguntó Lakhan.
Los ojos rasgados tras el monóculo del estratega parecían rebosar de alegría. Con el nivel de obsesión que tenía, era lo más normal del mundo.
—Antes de nada, ¿por qué no establecemos las reglas y la apuesta? —propuso Maomao.
—Me parece bien.
Jinshi se asomó al tablero por detrás de Maomao. Lakhan le dedicó una sonrisa inquietante, pero Jinshi, incapaz de perder, le devolvió el gesto.
El juego elegido consistía en cinco rondas sin variaciones; el primero que ganara tres, sería el vencedor. Jinshi no lograba entenderlo. El estratega nunca había sido vencido al ajedrez japonés, por lo que aquella elección le parecía desacertada. Gaoshun, que estaba detrás de él, parecía opinar lo mismo, pues las arrugas de su entrecejo se acentuaron.
—¿Qué pieza quieres? ¿Una torre o un alfil? —preguntó Lakhan.
—No necesito nada —rehusó Maomao. Jinshi pensó que, en este caso, lo más sensato habría sido aceptar la oferta.
—Entonces, si gano, te convertirás en mi hija, ¿verdad?
Jinshi quiso protestar, pero Gaoshun se lo impidió desde atrás. Había prometido no decir nada.
—Tengo un contrato vigente, así que tendrás que esperar a que termine.
—¿Contrato?
Los ojos de zorro lo miraron fijamente. Jinshi siguió sonriendo, aunque tuvo que contener un tic en la mejilla.
—Entonces, ¿solo eres su empleada? —preguntó Lakhan, para asegurarse.
—Sí, así estaba escrito en el contrato.
Y era verdad. En el documento que Maomao había visto estaba escrito así. Aunque, en realidad, quien había firmado era la madame, quien había actuado como su tutora. Al hombre que parecía ser el padre adoptivo de Maomao le habían quitado el pincel.
—En ese caso, no pasa nada, esperaré. Y tú, ¿qué harás? —dijo Lakhan con el ceño fruncido.
—Me gustaría poder añadir dos reglas más.
—No hay problema.
—Entonces...
Maomao sacó una botella de alcohol que Gaoshun había preparado de antemano. Sirvió una cantidad equitativa en cinco copas. Por el olor, parecía un licor destilado fuerte. A continuación, abrió un paquetito de papel de farmacia que sacó de su manga, del que vertió tres tipos de polvos finos distintos. Inclinó las copas para mezclarlas, y luego las cambió de posición rápidamente. Ya era imposible saber qué había en cada una.
—Cada vez que uno pierda, el oponente elegirá una de las copas para que se la beba. Con un sorbo es suficiente.
No sabía por qué, pero un ominoso presentimiento lo invadió. Sin pensarlo dos veces, Jinshi se movió desde la espalda de Maomao hasta situarse a su lado. Le pareció que el rostro inexpresivo de la muchacha mostraba un leve rubor. Sus mejillas, en una muestra de diversión, se habían relajado por completo. Cada vez que veía aquella expresión, sabía que el resultado sería catastrófico. Quiso preguntarle qué polvos había vertido en las copas, pero no podía. Estaba molesto consigo mismo por haberle hecho aquella promesa tan absurda.
—¿Qué les has echado? —preguntó Lakhan, en lugar de Jinshi.
—Son medicinas. Por separado... —dijo la muchacha con una sonrisa perturbadora—. Pero si se mezclan, se convierten en veneno. Por último, la segunda regla será que, sea por la razón que sea, si alguien abandona la partida, pierde. ¿Puedes aceptar estas dos reglas?
Tras pronunciar esa última pregunta cargada de desafío, Maomao giró las copas que contenían los brebajes. Las uñas de sus manos estaban teñidas de rojo carmín, pero el meñique de su mano izquierda estaba deformado. Lakhan se sintió interpelado por aquella uña imperfecta y se quedó mirándola fijamente.
Jinshi no podía pensar sino que aquel juego era una brutalidad. Aunque no fuera peligroso si no se bebían las tres, no era algo que alguien hubiera querido probar tan a la ligera. ¿Lo habría hecho para desestabilizar a su oponente? Un rival ordinario se habría acobardado, pero tratándose del estratega, al que todos llamaban bicho raro, un simple engaño no le haría perder la compostura.
Como era de esperar, Maomao perdió las dos primeras partidas seguidas. Pensaba que la muchacha sabría un poco, pero por lo visto solo se sabía las reglas, porque no tenía ninguna experiencia. Ya se había bebido dos copas enteras, y con una expresión de absoluto deleite, además.
«¡¿En qué demonios estaría pensando?!», se desesperó Jinshi. La tercera partida acababa de empezar, pero el resultado ya se veía venir. Pensó en la posibilidad de que se envenenara si se bebía la tercera copa. La probabilidad de elegir una base de veneno la primera vez era de tres entre cinco, luego de dos entre cuatro y, por último, de uno entre tres. En otras palabras, Maomao tenía una posibilidad entre diez de no haber tomado veneno aún. (NT: Por razones matemáticas y probabilísticas que no entiendo, eso es correcto. De todas las combinaciones posibles en las elecciones de la primera y la segunda copa, en solo un 10% se daría la posibilidad de que Maomao no hubiera bebido ninguna de las tres copas con veneno aún.)
Sinceramente, lo que de verdad le aterrorizaba era que Maomao no sufriera ningún daño, incluso habiendo ingerido veneno. No sabía si Lakhan era consciente de ello, pero el temor era real. Mientras intentaba pensar qué haría si perdía la apuesta, intercambió una mirada con Gaoshun, y entonces se oyó:
—Jaque mate.
La voz era la de Maomao, no la de Lakhan. Jinshi se miró con Gaoshun y, al ver el tablero, se dio cuenta de que el rey estaba a punto de ser cazado por un peón ascendido. El movimiento de las piezas era muy torpe, pero, efectivamente, el rey no tenía salida.
—Me rindo —dijo Lakhan, que levantó los brazos en señal de rendición.
—Aunque sea por piedad, una victoria es una victoria, ¿verdad? —preguntó Maomao para asegurarse.
—Sí, no puedo permitir que mi hija beba veneno por error.
La expresión de Maomao no había cambiado tras beberse las dos copas. No se sabía si lo que había bebido tenía medicina o no. Lakhan esbozó una sonrisa teatral y se quedó mirando a su hija inexpresiva.
—¿Esos medicamentos que pusiste tenían sabor?
—Todos tienen un sabor amargo, así que si das un sorbo, sabrás que el sabor es distinto.
—Entiendo. ¿Cuál me darás?
—Cualquiera que te apetezca.
Entonces lo entendió. Posiblemente, Lakhan se dejaría ganar dos veces ahora. Si uno de los licores que le tocaba tomar tenía sabor amargo, significaba que Maomao no corría peligro. La probabilidad era la misma, pero el resultado era seguro. Era un hombre astuto, y no esperaba menos de él. Sin dudarlo, cogió la copa del medio y se la bebió. (NT: Para que se entienda, porque la verdad es que es un poco complicado y a mí me ha costado, Lakhan quiere asegurarse de tomar él al menos una copa con medicina para garantizar que Maomao no tome las tres, que son la combinación venenosa. Ella ha tomado, a lo sumo, solo dos hasta ahora.)
—Está amargo —dijo, con un breve gesto de aversión.
Jinshi bajó la mirada. Así, lo más seguro era que Maomao no ganara la siguiente partida. Mientras el eunuco pensaba en qué hacer a continuación, cuando el estratega se declarara vencedor del reto...
—Además, está caliente —añadió Lakhan.
Al levantar la vista, vio que su rostro de zorro estaba completamente rojo. La cabeza le bamboleaba. Poco a poco, se quedó pálido y se desplomó. Gaoshun se precipitó hacia él para intentar levantarlo.
—¿Qué es esto? Se supone que esos medicamentos no eran peligrosos por separado —la regañó Jinshi, porque no por mucho que lo odiara iba a permitir que lo hubiera envenenado de verdad.
—No lo son. Es solo medicina —dijo Maomao con una expresión de hastío.
Cogió la jarra de agua que tenía al lado y se acercó a Lakhan y a Gaoshun. A la fuerza, le abrió los ojos para asegurarse de que no se había desmayado, le metió la jarra en la boca y lo obligó a beber agua. Sus movimientos eran muy bruscos.
—Señor Jinshi... —dijo Gaoshun, con el ceño fruncido—. Parece que solamente está borracho.
—Dicen que esta es la mejor de las medicinas.
Maomao lo atendió sin ninguna motivación, como diciendo: «Bueno, supongo que tengo que hacerlo». Por lo visto, lo hacía por vocación a su profesión.
—Es que él es abstemio.
Con una sola frase de Maomao, por fin todos entendieron cuál había sido su objetivo.
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