02/09/2025

Los diarios de la boticaria - 33




Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria



Traducido por: Xeniaxen


Capítulo 33
Ah-Duo

El hecho de que Maomao, incapaz de conciliar el sueño en mitad de la noche, saliera del Pabellón de Jade, fue una auténtica coincidencia. Al día siguiente, la Consorte Pura se iría del palacio interior. Salió y se puso a pasear sin rumbo. Aunque no hacía un frío insoportable, la temperatura era la propia del invierno, por lo que se puso dos capas de ropa gruesas.

El palacio interior, como siempre, parecía estar lleno de amores poco saludables, por lo que tuvo que tener cuidado de no mirar detrás de los arbustos o hacia las sombras. De repente, vio la media luna en el cielo y se acordó de la princesa Fuyou, así que decidió subir a la muralla. Le hubiera gustado beber algo para combatir el frío mientras veía la luna, pero como no tenía nada en el Pabellón de Jade, tuvo que desistir. Le entraron unas inmensas ganas de volver a beber sake de serpiente.

Subió apoyándose en los ladrillos que sobresalían en una de las esquinas de la muralla, teniendo cuidado de no engancharse la falda. Como se suele decir, las personas tontas y el humo siempre suben. (NT: Es una expresión japonesa.) Le fascinaba la soledad de las alturas, donde la luna y las estrellas, pequeñas y lejanas, bañaban de un suave resplandor la ciudad. Bajo ellas, un fulgor más intenso, sin duda del barrio del placer, hacía honor al apodo de «la ciudad de la noche». Y era de esperar que, a esas horas, ya hubiera comenzado el ajetreo de las abejas cortejando a las flores.

Sin tener nada que hacer, se sentó en el borde del muro y se puso a balancear las piernas mientras miraba al cielo.

—Vaya. ¿Esperas a alguien? —le dijo una voz serena y sin estridencias.

Maomao se giró para encontrarse con una joven de aspecto elegante y masculino, vestido con pantalones. En un fugaz instante de confusión, la boticaria se percató de que no era un joven, sino la mismísima consorte Ah-Duo. Llevaba el cabello recogido y atado a la espalda, y un gran botijo descansaba sobre su hombro.

—No, puede sentarse.

—¿Te apetece un trago?

Le enseñó un vaso, y Maomao no encontró una razón para negarse. Normalmente, no le gustaría molestar a la consorte Gyokujou, pero no era tan desconsiderada como para no acompañar a una persona en su última noche en el palacio interior.

Maomao levantó el vaso con ambas manos y bebió sake sin filtrar. Era muy dulce y con poco alcohol. No dijeron nada más, sino que ambas bebieron a pequeños sorbos. La consorte Ah-Duo, directamente del botijo.

—Parezco un hombre, ¿verdad?

—Por su comportamiento, sí —dijo Maomao.

—Ja, ja. Eres muy honesta.

Ah-Duo levantó una rodilla y apoyó su barbilla en ella. En su nariz bien formada y sus bellos ojos con largas pestañas había algo que le resultaba familiar. Pensó que se parecía a alguien, pero Maomao tenía la mente nublada en ese momento.

—Desde que me despojaron de mi hijo, tan solo he sido la amiga más cercana del Emperador. ¿O tal vez debería decir que volví a serlo? Su amiga de la infancia...

Aquella mujer no se comportaba como una consorte, sino con una amiga con la que el actual Emperador había estado desde que era un bebé. Seguramente nunca pensó que la elegiría como consorte. Solo pensó que la habían elegido para guiar al príncipe heredero, ya que fue su primera amante. Había pasado más de diez años como una consorte florero, por pura compasión. Se preguntaba por qué se había aferrado tanto cuando en realidad lo único que quería era irse.

Ah-Duo continuó con su monólogo. Habría continuado pese a no estar Maomao o cualquier otra persona. Ya daban igual los rumores que corrieran sobre ella en el palacio interior. La joven Maomao se limitó a estar allí sentada en silencio y escuchar.

Cuando su acompañante terminó de hablar, se puso de pie, volteó el botijo y derramó el contenido más allá del muro, sobre el foso. Al ver el sake que fluía, como si fuera una despedida, Maomao se acordó de la sirvienta que se había suicidado.

—Debe de estar muy fría el agua.

—Sí.

—Debió de sufrir mucho.

—Sí.

—Qué tonta.

—Puede ser...

—Todos hacemos cosas tontas alguna vez.

—Puede ser.

Maomao finalmente lo entendió. Todo tenía sentido. Después de todo, aquella sirvienta se había suicidado. Y la consorte Ah-Duo lo sabía. Y su frase también incluía a Fengming. Independientemente de lo que quisiera la consorte Ah-Duo, había personas que darían su vida por ella.

«Qué desperdicio...», pensó Maomao. Tenía el talento y la cualificación para estar por encima de la gente. Si hubiera estado al lado del Emperador de otra forma, en lugar de como una consorte, quizá los asuntos del gobierno habrían ido mejor. Con esos pensamientos sin sentido en la mente, Maomao miró hacia la luna blanca.



Una gran multitud de curiosos se había reunido en la puerta principal. La antigua consorte, que era la que llevaba más tiempo en el palacio, vestía unas mangas anchas y una falda que no le sentaban nada bien, a diferencia de la noche anterior. Algunas de las sirvientas de su alrededor se mordían los pañuelos. La consorte, que parecía más un joven gallardo, debía de ser un objeto de adoración para las más jóvenes.

Jinshi se paró frente a Ah-Duo y le quitó la corona que demostraba su estatus como consorte. Estaba previsto que poco después ese símbolo pasara a otra mujer.

«Podrían intercambiarse la ropa», se le ocurrió a Maomao. Ambos tenían una andrógina y apuesta cara angelical. A pesar de ser tan diferentes, a Maomao le pareció que se parecían mucho. Se dio cuenta de que anoche, cuando pensó que la consorte Ah-Duo se parecía a alguien, era a Jinshi.

«¿Qué habría pasado si la consorte Ah-Duo hubiera estado en la posición de Jinshi?». Maomao se quitó de la cabeza enseguida ese pensamiento, pues era de lo más estúpido.

El porte de la consorte Ah-Duo no era el de una mujer patética que había sido expulsada del palacio interior. Llevaba la cabeza bien alta, como si hubiera cumplido con su deber, y su figura irradiaba una sensación de honradez. De repente, una conjetura descabellada le vino a la cabeza: «¿Por qué puede mantener la compostura de esa manera si no ha cumplido con su deber como consorte...?». «Desde que me despojaron de mi hijo», había dicho la noche anterior. «Dijo que se lo habían arrebatado. En ningún momento habló de él en pasado. ¿Y si no murió...?».

Dependiendo de cómo se interpretaran sus palabras, podría ser que el niño aún estuviera vivo. La razón por la que la consorte Ah-Duo no pudo volver a tener hijos fue porque su parto coincidió con el de la Emperatriz Viuda. El hermano del Emperador que nunca se mostraba en público y el hijo de la consorte Ah-Duo serían tío y sobrino. Como habían nacido casi al mismo tiempo, serían casi como gemelos...

«¡¿Y si los intercambiaron?!», dedujo Maomao. En el momento del parto, la consorte Ah-Duo debió de saberlo. Sabría a cuál de los dos niños cuidarían con más esmero. A quien más protegerían no sería al vástago de la consorte Ah-Duo, la hermana de leche del Emperador, sino al de la Emperatriz Viuda. Aquella mujer, que todavía no se había recuperado bien de su difícil parto, tal vez no pudo juzgar qué era lo correcto. No obstante, al intercambiarlos, su propio hijo se salvaría; esa fue la voluntad de Ah-Duo. Y si la verdad hubiera salido a la luz más adelante, después de la muerte del verdadero hermano del Emperador... Eso explicaría por qué el padre adoptivo de Maomao no solo había sido expulsado, sino que también había recibido un castigo físico. No se había dado cuenta de que habían sido intercambiados. También explicaría por qué el hermano del Emperador tenía una posición tan complicada, y la razón por la que la consorte Ah-Duo se había quedado en el palacio interior, a pesar de su orgullo.

«No puede ser. Es ridículo», negó con la cabeza Maomao. Era una fantasía tan estúpida que ni siquiera la imaginación de las tres sirvientas del Pabellón de Jade habría llegado tan lejos.

«No tiene sentido que siga aquí viendo esto», se apremió. Cuando se disponía a regresar al Pabellón de Jade, vio que alguien se acercaba corriendo. Era la consorte Lishu, una joven de rostro infantil. No notó que Maomao la había visto y siguió corriendo hacia la puerta principal. Detrás de ella, la catadora la seguía sin aliento. Y más atrás, venían el resto de las damas de compañía, algo molestas, que parecían no tener ganas de correr. «Todas siguen igual, salvo una», pensó la boticaria.

No había nada que ella pudiera hacer. Quien no era capaz de lidiar con sus propios problemas, no podría sobrevivir en este jardín lleno de mujeres. Pero al menos, Lishu no estaba sola en ese momento. Eso ya era algo.

La consorte Lishu se detuvo ante Ah-Duo e hizo una extraña reverencia, como un títere desgarbado. Al instante, el paso le falló, tropezó con su falda y se desplomó de bruces sobre el suelo. Mientras los presentes intentaban reprimir la risa ante la escena, la gentil Ah-Duo le limpió la cara con un pañuelo. Su rostro, tan gallardo como el de un joven apuesto, reflejó la tierna imagen de una madre.



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