
Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
—Vaya... Pero dejen que me acompañe la señorita, por favor —suplicó el viejo doctor, mientras se estremecía.
Ella se preguntó qué pasaba. ¿Qué era lo que no podían dejarle ver? Se encontraban frente al puesto de la guardia de la puerta norte. Varios eunucos rodeaban algo, que habían tapado con una estera. Alrededor de ellos, se había reunido un círculo de sirvientas curiosas.
Debajo de la tela había una mujer pálida. Su pelo estaba pegado a su piel y sus labios eran de un color azul oscuro. Aunque el cadáver se veía limpio para ser de alguien que había muerto ahogada, no era agradable de ver. «Menos mal que estamos en invierno», pensó Maomao.
El viejo doctor, en vez de estar examinándola, se escondía detrás de Maomao como si fuera una doncella en apuros. Definitivamente, era un matasanos sin remedio. Al parecer, el cuerpo había aparecido flotando en el foso esa misma mañana. Por la ropa, era evidente que era una sirvienta del palacio interior. Como no podían examinarla fuera del palacio, habían llamado al viejo para que acudiera allí.
—Señorita, ¿podrías echarle un vistazo por mí?
El viejo curandero, con su bigotillo temblando, la miró con los ojos entreabiertos. Pero eso a Maomao no le importaba. ¿Qué se pensaba que era ella?
—No. Se supone que no debo tocar cadáveres.
—No dejas de sorprenderme —dijo una voz celestial que Maomao ya conocía.
Algo tan grosero solo podía haberlo dicho él. Como era de esperar, las sirvientas empezaron a chillar de la emoción. Sus reacciones eran tan exageradas que parecía que estaban viendo una de las siete maravillas.
—Buenos días, señor Jinshi —lo saludó ella. «Aunque delante de un cadáver, no pueden ser muy buenos», reflexionó.
Maomao miró al apuesto eunuco como siempre, sin emoción alguna. Detrás de él, por supuesto, estaba Gaoshun, el hombre que siempre le suplicaba con la mirada que se apiadara de su señor.
—Bueno, doctor. ¿Podría examinarla, por favor?
—E-Entendido...
Con la cara un poco roja por la vergüenza de que el ser celestial lo hubiera pillado rehuyendo de su deber, el viejo miró el cadáver de la mujer con una expresión reacia. Con cautela, levantó la estera. Detrás de él, se escucharon los gritos de sorpresa de las sirvientas.
Era una mujer alta. Llevaba un solo zueco de madera duros. Tenía un vendaje en el pie descalzo. Las puntas de sus dedos estaban rojas y sus uñas, terriblemente dañadas. Por su ropa, era evidente que trabajaba en las cocinas.
—Parece que no te da reparo ver esto.
—Estoy acostumbrada.
El hermoso barrio del placer se convertía en una zona sin ley si te adentrabas un poco. No era raro que se encontraran los cuerpos de jóvenes brutalmente violadas y asesinadas. A primera vista, las prostitutas parecían estar enjauladas y sin libertad, pero también estaban protegidas de los peligros de la calle.
—Luego te pediré tu opinión —dijo Jinshi.
—Bien.
Cuando el viejo doctor terminó su examen, Maomao volvió a cubrir el cadáver con la estera con mucho cuidado. «Debió de pasar frío», pensó, aunque eso ya no servía para nada.
La llevaron a la sala del jefe de los eunucos. Como de costumbre, le pidieron al anciano jefe que esperara afuera. Era porque querían evitar hablar de un cadáver en el Pabellón de Jade, ya que no era apropiado en un lugar donde había un bebé.
«¿No debería tener su propio despacho?», pensó Maomao, e inclinó la cabeza ante el anciano jefe. «Disculpe que siempre le molestemos. Pobre señor».
—Según el guardia, se precipitó para suicidarse.
Decían que la chica había subido al muro y se había arrojado al foso. La joven era, efectivamente, una sirvienta de bajo rango de las cocinas imperiales. Al parecer, había estado trabajando hasta el día anterior, lo que significaba que se había arrojado al foso anoche.
—No sé si fue un suicidio. Al menos, creo que le hubiera sido imposible hacerlo sola —observó Jinshi, sentado con elegancia en la silla y con una voz delicada. Parecía una persona totalmente distinta del joven extremadamente nervioso y sacado de sus casillas del otro día.
—¿Qué quiere decir?
—No hay ninguna escalera en el muro.
—Eso es obvio.
—¿Cómo se puede trepar? ¿Usando un gancho de agarre?
—No, es imposible.
Le preguntaba como si la estuviera poniendo a prueba, lo que a Maomao le resultaba muy molesto. Quería decirle que dejara de hacerle preguntas tontas, pero se quedó callada al ver la mirada suplicante de Gaoshun.
—En realidad, hay una forma de subir sin usar herramientas, pero esa sirvienta no podría haberlo hecho.
—¿Cuál? ¿Qué forma hay?
Anteriormente, durante el incidente del supuesto fantasma, Maomao se había preguntado cómo la princesa Fuyou era capaz de subir aquel muro tan alto cada noche. No lo podía escalar sin más. Como lo más natural para ella era investigar algo hasta entenderlo, había examinado detenidamente el muro. Y lo que encontró fueron unos salientes, en cada una de las cuatro esquinas de la muralla. Se trataba de ladrillos que sobresalían de la pared a propósito, lo que le permitiría a cualquiera trepar si se agarraba a ellos. Una bailarina habilidosa como la princesa Fuyou no habría tenido ningún problema en subir.
—Pero la mayoría de las mujeres tendrían dificultades, y mucho más una con los pies vendados.
Uno de los pies de la mujer que se había quitado la vida, constreñidos por las vendas, se anidaba en un zueco de madera de talla imposible. Un sacrificio autoimpuesto en nombre de la belleza, una norma que dictaba que la hermosura de una mujer crecía en correlación a la pequeñez de sus pies. Un tormento voluntario por un ideal de belleza.
—¿Estás diciendo que fue un asesinato?
—No lo sé. Lo que sí sé es que cayó viva en el foso.
En las gélidas aguas del foso, sus dedos ensangrentados se habrían aferrado al muro, arañándolo una y otra vez en un intento desesperado por salir. La horrible imagen de imaginarlo era un tormento.
—¿No puedes investigar más a fondo?
El tennyo le dedicó una sonrisa tan dulce que a Maomao le resultó difícil negarse. Pero lo que pedía era imposible.
—Quien me enseñó medicina me advirtió del peligro de tocar cadáveres.
—¿Por qué? ¿Te dan asco? —preguntó Jinshi, dando a entender que, como boticaria, tocaba a enfermos y heridos, por lo que su contacto con los muertos no sería distinto.
—Los humanos también pueden ser elementos de investigación... —dijo Maomao en voz baja, una penumbra cubriendo su rostro, revelando la razón.
Su viejo le había dicho: «Si vas a hacerlo, hazlo cuando ya hayas aprendido todo lo demás». Seguido de: «Conociéndote, si empiezas a experimentar con ellos, acabarás profanando tumbas», lo cual le había parecido increíblemente grosero. Maomao quería decir que tenía suficiente sentido común para no hacer eso, pero por alguna razón seguía su orden. Pues eso.
Jinshi y Gaoshun se quedaron atónitos, se miraron, y asintieron con la cabeza. Gaoshun incluso la miró con lástima. «¿No le parece educación mirarme así?», pensó Maomao, resignada, reprimiendo sus puños temblorosos.
Días después, se enteró a través de rumores de que la joven que había muerto había estado presente en el lugar del envenenamiento. (Xeniaxen: Claro, ella estaba en la cocina, ¿no? ¿Ahora se da cuenta? Maomao se está metiendo en líos de faltas y está perdiendo facultades...) Como también se encontró una nota de suicidio, el caso se cerró sin sospechosos.
En este mundo, una mentira puede convertirse en verdad dependiendo de las intenciones de alguien.
Xeniaxen: Antes de terminar, me gustaría poner en valor la adaptación oficial al inglés de este capítulo, que lo ha titulado «Two 'Cides To Every Story». La palabra “-cides” que han usado hace referencia a la palabra “sides” (las dos “caras” que hemos traducido nosotros en español) y, a la vez, a las dos posibilidades que se abren en el capítulo: un suicidio (“suicide”) y un homicidio (“homicide”). No había manera más sublime y sugerente de traducirlo. Mis dieces.
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