12/09/2025

Los diarios de la boticaria 2 - 8 & 9




Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Volumen 2



Traducido por: Xeniaxen


Capítulo 8
Pescado crudo (parte I)

—Xiaomao, ¿puedes regalarme un momento?

Gaoshun llamó a Maomao cuando ella estaba a punto de volver a su dependencia, tras haber terminado su trabajo. Su amo, Jinshi, parecía cansado del trabajo de hoy, había terminado de comer y se estaba preparando para bañarse.

—¿Qué sucede? —preguntó Maomao.

Gaoshun se tocó la barbilla, como si estuviera algo preocupado. Hoy, las arrugas en el entrecejo del ayudante eran más profundas que nunca. Tras un breve momento, confesó:

—Hay algo que me gustaría que vieras.



Lo que Gaoshun le mostró eran unos documentos escritos en tablillas de madera. Extendió las tablillas unidas sobre la mesa. Maomao entornó los ojos al verlas.

—Son documentos de un caso antiguo, ¿verdad?

Pertenecían a un caso de intoxicación alimentaria ocurrido hace diez años en una casa de comerciantes. Contaban que había sido por comer pez globo. Maomao salivó sin querer. «Oh... ¡Ya me gustaría a mí comerlo!», fantaseó. Gaoshun la miró con cara de «Sabía que esta iba a ser su reacción...».

—La próxima vez te llevaré a un restaurante de ese tipo —dijo, con la mirada clavada en ella, como si le advirtiera: «Pero el hígado no lo probarás». (NT: El hígado del pez globo es extremadamente venenoso. En un restaurante especializado, un chef experto puede preparar la carne de forma segura, pero el hígado es la parte más peligrosa y, en muchos lugares, su consumo está prohibido.)

Maomao pensó que, a diferencia de ella, había aficionados que disfrutaban simplemente del cosquilleo de la intoxicación. Y su motivación se disparó al saber que la invitarían a un restaurante de lujo para que probara un plato tan exquisito.

—¿Y qué pasa con este caso?

—En el pasado, estuve involucrado en él por mi trabajo. Un antiguo colega ha vuelto a consultarme porque, recientemente, ha ocurrido un incidente muy similar.

«¿Un antiguo colega? ¿Será de antes de que Gaoshun se convirtiera en eunuco? ¿Es que trabajaba como oficial militar o algo así?», curioseó Maomao, pero sinceramente le interesaba más el actual caso de veneno que el pasado de Gaoshun. Dejó sus pensamientos a un lado por un momento y continuó la conversación.

—Un oficial ha caído en coma después de comer namasu de pez globo. (NT: El namasu es un plato japonés que consiste en verdura y marisco crudos en juliana fina (“nama”), marinados en vinagre de arroz (“su”) varias horas, lo que los encurte ligeramente.)

«¿Un oficial?», se alertó Maomao, sintiendo que algo no iba bien. Para ser un hombre tan callado, Gaoshun estaba hablando demasiado. Maomao se fijó mejor en qué expresión había adoptado el eunuco. Su rostro era el de un hombre sufrido, con el entrecejo fruncido, como de costumbre, pero también parecía estar observándola, expectante por conocer si ella sería capaz de echarle un cable en aquello.

—Disculpa, Gaoshun, ¿estás seguro de que puedes hablar conmigo sobre el tema? —le preguntó con franqueza, pero la expresión de Gaoshun era impermutable.

—Sí, no hay problema —con las manos metidas en las mangas, asintió lentamente—. Sé que eres consciente de tu posición.

«Pues vaya. Eso significa que no debería saberlo. Será algo muy gordo, entonces...», pensó ella.

—Si no —añadió él—, dímelo y no te cuento más.

—Por favor... continúa —pidió Maomao, frunciéndole el ceño a Gaoshun por su petulancia.

—Esta vez —señaló las tablillas y prosiguió—, por lo visto, usaron la piel y la carne de pez globo que habían escaldado para el namasu. Se dice que el oficial lo comió y cayó en coma.

—¿Solo la carne? ¿No las entrañas?

—Eso es.

La toxina de pez globo no se elimina con el calor. Las partes más venenosas son las vísceras, en especial el hígado, mientras que la carne tiene relativamente poco veneno. Por lo tanto, era lógico pensar que una intoxicación tan grave como para causar un coma solo podía deberse a la ingesta del hígado. «¿Tanto veneno tenía?», imaginó Maomao. No era imposible que algunos especímenes o ambientes propiciaran que la carne acumulara más veneno de lo habitual. No se podía generalizar, por lo que podría ser el caso.

Las partes que Maomao había comido solían ser las de bajo nivel de toxicidad. A veces se había dejado llevar y se había metido el hígado en la boca, jugándose la vida en ello. Pero la anciana la había obligado a beber agua hasta que se le revolviera el estómago.

—Entonces, no hay nada raro en eso —afirmó Maomao.

Gaoshun, a sus palabras, negó con la cabeza lentamente.

—Es que... —dijo, rascándose la nuca—. El cocinero insiste en que no usó pez globo para cocinar. Ni en este caso, ni en el anterior.

Mientras que Gaoshun no fue capaz de enderezar el semblante, desesperado y sin saber qué hacer, Maomao se relamió. La historia le parecía verdaderamente interesante.


Había muchas cosas en común entre el caso actual y el anterior.

Tanto el oficial que se había desplomado en el incidente actual como el comerciante del anterior eran de buen comer y sentían una especial atracción por los manjares exóticos. Esta vez el cocinero había usado carne de pescado escaldada para el namasu, pero el comensal no era la primera vez que la probaba; solía comerla incluso cruda. Por muy fresco que fuera, el pescado crudo podía contener parásitos. Por eso, la gente común no solía comerlo y estaba prohibido en algunas regiones.

Precisamente porque era un sibarita, se decía que al comensal le gustaba comer pez globo a menudo. Aunque todo el mundo lo negara, hay personas a quienes les gusta comer carne con algo de veneno y disfrutar de la sensación de hormigueo. «La gente no sabe lo que se pierde...», juzgó Maomao, «Hay que ser más tolerante con los gustos de los demás».

En ambos casos, los cocineros insistieron en que no habían usado pez globo en sus platos. No obstante, los dos afectados claramente mostraron síntomas de intoxicación por veneno y, en la cocina, se habían encontrado las vísceras y la piel del pez globo entre la basura y se habían presentado como prueba. «Ya lo han investigado todo a fondo...», entendió Maomao, impresionada. Había un montón de funcionarios inútiles en el mundo que fabricaban pruebas circunstanciales para encontrar a un culpable.

Ambos cocineros dijeron que habían usado el pez globo el día anterior, pero no ese día. Menos en verano, en estaciones más frías, era normal no tirar a diario los desechos orgánicos de una cocina. Los ingredientes para el namasu eran de otro pescado, y los restos de ese pescado también se encontraron en la basura.

«No hay pruebas de que los funcionarios se lo hayan inventado, ni de que los cocineros digan la verdad...», reflexionó la boticaria. Desgraciadamente, no había ningún otro testigo más allá de aquellas tablillas.

El oficial solía comer aislado en su habitación para que su esposa no se enfadara por comer manjares peligrosos. El cocinero le trajo el namasu en persona, por lo que el único que vio lo que había en su plato fue un sirviente, pero desde lejos, y no tenía forma de saber qué clase de pescado era, una vez cortado. La víctima se desplomó unos quince minutos después de haberlo comido. El mismo sirviente, al traerle el té, lo encontró con los labios azules, con dificultad para respirar y convulsionando. «Los síntomas tienen toda la pinta de una intoxicación por pez globo...», se dijo Maomao.

Con todo, la información que Gaoshun le había dado era insuficiente. Decidió no opinar y pedirle que volviera a buscar más pistas. «¿Qué podría ser...?», se preguntó.

En ese momento, un rostro hermoso apareció de la nada. Los nervios de su cara se tensaron sin querer.

—Perdona, pero esa cara me ofende incluso a mí —dijo Jinshi, con el pelo mojado.

Suiren estaba ocupada secándole las gotas que le caían del pelo con una toalla. Maomao recuperó su expresión normal. Probablemente había puesto cara de haber arrancado una mandrágora chillona en algún país extranjero.

—He podido notar mucho interés de tu parte mientras Gaoshun contaba su relato —dijo Jinshi, sonando un tanto disgustado.

—Es normal escuchar con atención si la historia es interesante.

—Espera... Pero tú, en cambio... C-Conmigo... —balbuceó Jinshi, con cara de estupefacción. Maomao no entendió bien la última parte de lo que había dicho.

—Bueno, se ha hecho tarde. Si me disculpa, tengo que retirarme.

Maomao le hizo una breve reverencia a Suiren, que todavía estaba ocupada secándole el pelo a Jinshi, y salió a toda prisa de la estancia. Esperaba que Gaoshun le trajera al día siguiente detalles más jugosos. Y aunque se debatía con el miedo a no ser capaz de resistir el llamado de su propia curiosidad, incluso si eso conllevaba el riesgo de su vida, se preguntó si su padre se enfadaría con ella si se enteraba.




Capítulo 9
Pescado crudo (parte II)

La mañana siguiente, Gaoshun le trajo un libro de recetas.

—Son copias de los platos que suele preparar el cocinero. Los sirvientes han dicho que, por lo general, todo lo que se le sirve al oficial está aquí. El cocinero dijo que lo que preparó ese día fue esto —indicó.

Gaoshun abrió el cuaderno y lo deslizó sobre la mesa. En sus páginas estaba la minuciosa preparación del namasu con pescado escaldado. Maomao se inclinó para mirarlo, con un gesto de reflexión. El libro de recetas instruía a añadir verduras cortadas en finas tiras al pescado escaldado y mezclarlo todo con vinagre. La receta para el aliño era algo peculiar, aunque el plato en sí no resultaba extraño. Si bien el texto detallaba múltiples variantes para el vinagre, un reflejo de la sensibilidad del sabor según la estación del año y los ingredientes disponibles, una omisión crucial le llamó la atención: no se especificaba qué tipo de pescado o verdura debía utilizarse. Maomao se frotó la barbilla de nuevo, pensativa.

—Con esto no hay forma de saber qué ingrediente clave usó, ¿verdad?

—Exacto.

Mientras lo miraba, inclinando la cabeza, Jinshi se les acercó con el semblante tenso. En la mano tenía un ojo de dragón (NT: Ojo de dragón es otra forma de llamar al longan, una fruta tropical nativa del sur de China y el sudeste asiático, de piel fina y marrón, pulpa blanca y traslúcida, y una semilla negra brillante rodeada de una mancha blanca que se asemeja a un ojo, de ahí su nombre.), que rompió y se comió en silencio. De dentro salió un trozo negro y seco. La versión seca de esa fruta, parecida a un lichi pequeño como los que se cosechan en verano, a veces se usaba como medicina tradicional china.
(NT: Se refiere a la pulpa del ojo de dragón que se extrae de la semilla y la cáscara y, posteriormente, se deshidrata. Al secarse, toma un color oscuro, similar al de una pasa, y desarrolla un sabor más dulce e intenso que el de la fruta fresca. En la cultura asiática, se utiliza a menudo en la medicina tradicional y en la cocina, especialmente para la preparación de sopas dulces y postres. Es un remedio indicado especialmente para personas con constitución débil, anémicas, ancianos y mujeres posparto.)

—¿Todavía no lo has averiguado? —preguntó Jinshi, con el tono insolente que últimamente estaba adoptando cuando dejaba ver su faceta infantil. Se apoyó en la mesa con un codo y miró a Maomao con una mezcla de curiosidad y de impaciencia.

Gaoshun lo miró con el entrecejo fruncido, pero no dijo nada. «En estos momentos, debería regañarlo», clamó Maomao para sí misma. Como vio que el ayudante no la ayudaría en absoluto, al tratarse de su honorable señor, decidió tomar las riendas del asunto ella misma. Con una mirada gélida, se acercó a Jinshi y, con un movimiento grácil y sigiloso, le arrebató la fruta de la mano.

—A los niños maleducados se les quita la merienda —manifestó Suiren, que estaba de pie detrás de Jinshi, queriendo ocultar una sonrisa radiante mientras apartaba la mirada.

Maomao no supo qué pensar del ambiente que se había cernido sobre ellos de repente, como si una nube de tensión hubiera oscurecido la habitación.

—Jo... —protestó Jinshi, bajando las cejas y aceptando con resignación que debía enderezar su postura en la mesa.

Su experimentada asistente personal asintió con un gesto de aprobación y le devolvió el ojo de dragón. Maomao, que la había considerado una mera alcahueta, se dio cuenta en ese instante de la estricta faceta que tenía en lo que a modales se refería. La conversación se había desviado un poco, pero volvió a sacar el tema.

—El incidente ocurrió hace poco, ¿verdad?

—Hace una semana, más o menos.

Todavía estaban en una estación fría. El pepino se usa comúnmente en el namasu, pero en esta época se utilizarían otras verduras de raíz.

—¿Se sabe si utilizaron rábanos o zanahorias? —consultó Maomao.

Las verduras de invierno eran limitadas. Como todos los ingredientes de temporada, su disponibilidad para el consumo era breve.

—No, el cocinero dijo que usó algas marinas —respondió Gaoshun.

—¿Algas marinas? —preguntó de nuevo, con la boca abierta de par en par.

—Sí, algas marinas —repitió Gaoshun—. ¿Por qué?

Las algas se utilizaban con frecuencia tanto en la cocina como en la medicina tradicional. Era normal incluirlas como ingrediente para el namasu. Mas al escucharlo, Maomao asintió inconscientemente. «Como les gustaban los manjares exóticos…», reflexionó, «¿podrían haber usado alguna alga un tanto extraña?». Una sonrisa extraña se dibujó en sus labios, de modo que se asomaron sus colmillos. Jinshi y los demás la miraron pasmados. Maomao entrecerró los ojos y miró a Gaoshun.

—Si no es mucha molestia, ¿podría ver la cocina de esa casa? —solicitó, pensando que no tenía nada que perder.



La celeridad de las gestiones de Gaoshun fue asombrosa. Al día siguiente, ya lo tenía todo preparado para que Maomao visitara la cocina del cocinero en cuestión. Los funcionarios que se habían encargado del caso, tan seguros de haberlo dado por cerrado, no se opusieron. La boticaria no pudo evitar pensar que era extraño, pues lo normal habría sido que una conocida de Gaoshun tan meticulosa como ella despertara sospechas.

La mansión se alzaba en el cuadrante noroeste de la capital, un barrio de grandiosas e imponentes residencias. Al fin y al cabo, la parte norte de la ciudad, donde se encontraba la corte, estaba habitada principalmente por los altos cargos imperiales, por lo que la opulencia de las casas no sorprendía. Un sirviente los recibió y excusó a la señora de la casa, quien, consumida por el agotamiento del caso, se encontraba durmiendo en ese momento. Con gran diligencia, les franqueó el paso, asegurando que contaban con el permiso de su señora y que podían entrar sin problema.

«¿Será el mismo sirviente que lo encontró?», malpensó Maomao, mientras se dirigía al lugar con curiosidad.

Iba acompañada por un oficial que Gaoshun le había asignado, que la miraba con recelo. No parecía estar muy contento, pero como estaba siguiendo las órdenes de su superior, se limitó a seguirla y poco más. Probablemente era un oficial militar; aunque era joven y su cuerpo no estaba completamente desarrollado, sus movimientos eran eficaces. Maomao pensó que se parecía a alguien. No le dio importancia, ya que no tenía ninguna intención de hacerse amiga suya.

Afortunadamente, como sospechaban que se había usado veneno para cocinar el plato de ese día, no habían vuelto a utilizar la cocina desde el incidente. Justo cuando Maomao se dispuso a entrar, alguien se les acercó corriendo con los ojos muy abiertos. Es un hombre de unos treinta años vestido con ropas de calidad.

—¡¿Cómo osáis entrar en la mansión sin permiso?! ¡Fuera! ¡¿Has sido tú el que ha traído a esta gente?! —gritó, mientras agarraba al sirviente que los había guiado por el cuello.

Maomao lo miró de arriba a abajo con suspicacia, cuando el oficial que la acompañaba dio un paso adelante.

—Tenemos el permiso de la señora. Además, esto es un asunto oficial —le dijo al hombre violento con un tono digno, lo que Maomao aplaudió para sus adentros.

—¿Eso es verdad? —preguntó el hombre al sirviente, aflojando el agarre de la camisa. Este tosió y se atragantó mientras asentía.

—¿Podemos entrar? ¿O es que hay algún problema?

Ante las palabras del oficial, el hombre chasqueó la lengua y escupió:

—Haced lo que os plazca.



La esposa del oficial se había derrumbado, por lo visto, en el mismo instante en que su marido había caído en coma. A raíz de ello, la responsabilidad de la mansión había caído en manos de su hermano, el mismo hombre que se habían encontrado antes, un poco fuera de sí, presa de los nervios.

Maomao inspeccionó la cocina. Como era de esperar, lo habían limpiado todo, pero los ingredientes que no eran perecederos, como el pescado, permanecían en su sitio. Registró hasta el último rincón de la estancia con minucia y encontró lo que buscaba en el fondo de una estantería. Al ver una pequeña olla con algo en salmuera, sonrió triunfante.

—¿Qué es esto? —preguntó al sirviente, que todavía estaba pálido por el encontronazo de antes.

Él entrecerró los ojos y se inclinó para mirar el contenido de la olla. Como tenía una expresión de total desconcierto y, por tanto, de no saber responder a su pregunta, Maomao sacó un puñado del contenido y lo depositó en un recipiente de agua para que lo viera mejor.

—¿Ahora mejor?

—¡Ah, sí! Esto le gusta mucho a nuestro señor.

El sirviente le aseguró que, como lo comía con frecuencia, era imposible que fuera venenoso. Como parecía ser uno de los hombres de confianza para la señora y no tenía pinta de mentir, ella lo creyó.

—Ya lo habéis oído. Con esto, podemos dar por terminada vuestra visita —dijo el hermano del propietario con exasperación, y miró fijamente la olla en las manos de Maomao.

—Sí, claro —dijo Maomao, y volvió a poner la olla en su lugar, tras esconderse un puñado más del contenido en la manga.

—Disculpe las molestias —añadió Maomao, y salió de la cocina.

Sin embargo, la mirada que la apuñalaba por la espalda no desapareció en un buen rato, hasta que no hubo abandonado el recinto.



—¿Por qué te has retirado tan fácilmente? —le preguntó el joven oficial a Maomao en el carruaje de vuelta a casa.

—No creas que me he rendido —le respondió.

Maomao se sacó de la manga un puñado de algas cubiertas de sal y las envolvió en un pañuelo. La manga estaba llena de sal y le picaba, pero sabía que el oficial se enfadaría si se quitaba la túnica, por lo que tuvo que contenerse.

—Es muy extraño. Todavía es un poco pronto para la temporada de recolección de estas algas. Es un ingrediente que no suele usarse en esta época del año. Además, incluso en salmuera, las de aquí no durarían tantos días. La única explicación es que las hayan comprado a algún comerciante del sur.

En ese instante, el oficial comprendió su labor: seguir la pista del comerciante que la había importado. No hicieron falta más explicaciones. Maomao ya había hecho la parte difícil de la investigación, y su asombrosa capacidad de deducción había conseguido dar con el eslabón perdido.



Al día siguiente, Maomao le pidió a Gaoshun poder disponer de una cocina. Este la llevó a los aposentos de un oficial dentro de la corte, donde podía incluso pasar la noche. Allí, ella preparó algunas de las cosas que había conseguido la noche anterior. No era nada muy elaborado. Solo puso unas algas en remojo para quitarles la sal y las colocó en un plato. Era una tarea sencilla, pero por la naturaleza del asunto, pensó que no era buena idea usar la cocina de Jinshi, así que por eso le había pedido que le consiguiera otra.

En ese momento, Maomao tenía dos platos delante. Contenían las algas, de un color verde brillante, que había extraído a escondidas de la cocina del burócrata el día anterior. Las había dividido en dos montones.

Frente a ella estaban Gaoshun, el funcionario que le había consultado el caso, el oficial militar que la había acompañado el día anterior y, por alguna razón, también Jinshi. Maomao pensó que si se comportaba de forma entrometida, Suiren se enfadaría con él por sus malos modales.

—He investigado y resultó ser tal y como decías —dijo el joven oficial con calma. Las algas que Maomao había cogido el día anterior habían sido importadas por un comerciante del sur—. Después de eso, le pregunté al sirviente de nuevo. Confirmó que, pensándolo bien, el señor no solía comer esas algas en invierno. También les pregunté a los otros sirvientes, y todos me dijeron lo mismo.

—Ya he hablado con el cocinero sobre estas algas —el funcionario, preocupado por el caso, negó con la cabeza—. Me ha asegurado que son de la misma variedad que las que usa habitualmente y que no pueden ser venenosas.

—El hecho de que no sean venenosas no quiere decir que no puedan serlo —dijo Maomao, mientras tomaba las algas de un plato con sus palillos. Estaba de acuerdo con la afirmación anterior del funcionario: eran el mismo tipo de algas, pero había una diferencia—. Quizá en el sur no tengan la costumbre de comerlas. El comerciante debió de pensar que podría hacer dinero si el sibarita corría la voz de que podían guardarse en salmuera.

—¿Y dónde está el problema...? —preguntó Jinshi.

Como estaban delante de otras personas, no tenía esa actitud tan inusualmente despreocupada y despreciable que mostraba últimamente. A parte de Gaoshun, el funcionario y el oficial se quedaron mirando incómodamente al apuesto eunuco.

—Un veneno puede perder su toxicidad —dijo Maomao con diversión, mientras jugaba con los palillos. Por ejemplo, la sangre de anguila es originalmente venenosa, pero se puede comer si se extrae cuidadosamente del animal o se calienta. En este caso, Maomao recordaba que era necesario remojarla en cal.

En los dos platos que había preparado Maomao, uno tenía las algas tratadas con cal y el otro no. El alga que estaba a punto de comerse con los palillos era de las que le habían conseguido la noche anterior y que había dejado en remojo. Se la metió en la boca. Todos entraron en pánico y se acercaron, preguntándole qué estaba haciendo.

—Estoy bien, probablemente —respondió Maomao.

En realidad, solo lo sabía por lo que había oído, y no estaba segura de que las algas pudieran perder el veneno solo con tenerlas en remojo una noche. Pero esta era una verificación importante.

—¡¿Cómo que probablemente?!

—No se preocupe. Aquí tengo un emético —aclaró. (NT: Un emético es una sustancia que provoca el vómito.) Luego puso sobre la mesa un frasco de medicina que sacó de su ropa.

—¡No lo digas con tanta confianza!

Al final, Gaoshun la sujetó y Jinshi la obligó a beberse el emético. Por su culpa, terminó vomitando sin parar delante de cuatro caballeros. «¿Qué pensarán de una joven en edad de casarse?», dramatizó para sus adentros. Por cierto, el emético era tan desagradable que daba ganas de vomitar solo por el mal sabor que tenía.

—El problema es: ¿quién le propuso al comerciante que trajera algas en salmuera? —siguió, tras recomponerse—. Alguien se tomó la molestia de pedir algo de una región donde no es habitual comerlo. Si fue la víctima quien lo hizo, en cierto modo fue por su propia culpa.

Pero, ¿y si no había sido él? ¿Y si alguien más sabía que podía ser venenoso? «Esto es solo una suposición, claro», se dijo Maomao. «A alguien podría habérsele ocurrido la idea a raíz del caso de hace diez años». Los reunidos en esa sala eran inteligentes. No había necesidad de decir nada más, y ella no tenía la intención de hacerlo. Maomao era una persona humilde. No quería pensar tan a fondo en la culpa de los demás.

—Entiendo —dijo finalmente Gaoshun, que parecía haber comprendido lo que había querido decirles Maomao, y asintió lentamente.

Maomao suspiró de alivio, tomó un poco más de las algas que tenía delante y se las comió. Esta vez, las del otro plato. De nuevo, el grupo de hombres, incluido Jinshi, con el rostro lívido, la obligaron a vomitar de nuevo.



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