22/09/2025

Los diarios de la boticaria 2 - Epílogo




Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Volumen 2



Traducido por: Xeniaxen


Epílogo
La pregunta del oficial militar

Lihaku contemplaba las luces parpadeantes de los farolillos desde lo alto de las murallas. Con el semblante mustio, observaba cómo la noche era la verdadera protagonista de la fiesta, eclipsando por completo los banquetes que se celebraban durante el día.

—Ah... Parece divertido —dijo el subalterno que estaba sentado a su lado.

Apenas era un crío, pero, aunque solo fuera un aprendiz, había pasado el examen para ser oficial militar, lo que demostraba sus aptitudes. Lihaku pensaba que, de entre los que habían entrado ese año, era un buen prospecto para tomarle el pelo o, mejor dicho, un excelente candidato para entrenarlo.

Aquella noche, Lihaku se quedaba a dormir en el palacio. Los oficiales militares siempre se aseguraban de que hubiera un cierto número de ellos dentro. Ahora que había ascendido, no tenía por qué salir a vigilar, pero el trabajo de oficina tampoco era lo suyo, así que se dedicaba a supervisar a los novatos.

Se podría decir que el banquete oficial se celebraba desde la mañana hasta el mediodía, y que, después, por la noche, llegaba el verdadero jolgorio. Los altos cargos, que se daban a los placeres festivos, eran, por supuesto, quienes se encargaban de ello. En el barrio acomodado al norte de la capital, varios de los más importantes se divertían sin importarles el precio del aceite de lámpara. Sus luces destellaban con fuerza desde lo alto de las murallas.

—¿De verdad es tan divertido? —se preguntó.

A Lihaku también lo habían obligado a asistir a varios de esos banquetes para acompañar a su superior, pero no los encontraba tan amenos. Solo resultaban placenteros para los oficiales aficionados al vino. Para un subordinado, aquellos lugares te obligaban a estar al servicio de los altos cargos. Aun así, Lihaku lo había pasado mejor que la mayoría porque su anfitrión era quien era. Bueno, o quizá lo contrario: por su anfitrión, no lo había pasado bien en absoluto.

Lo habían invitado al banquete de un importante oficial militar llamado Lakhan, conocido por su excentricidad. En casa de ese hombre, las reuniones no eran más que un pretexto para celebrar concursos de talentos. Por capricho suyo, Lihaku, que por aquel entonces todavía era bastante imberbe, se había visto obligado a ponerse atuendos femeninos, a maquillarse la cara de blanco y a pintarse los labios de rojo para bailar. Con un cuerpo ya bien formado, la escena debió ser ciertamente espeluznante.

Sin embargo, también era cierto que, gracias a él, había conseguido su posición actual. El padre de Lihaku era un oficial de provincia, por lo que él no tenía ninguna influencia para ser un oficial militar en la capital. Mientras que un hombre con una habilidad muy inferior a la suya había ascendido solo por su estatus familiar, Lakhan, tras verlo en el banquete, había conseguido una transferencia para que se hiciera oficial civil. A Lihaku le costó dar crédito, pero al día siguiente su superior abandonó el ejército y, al parecer, ahora ocupaba una posición importante como oficial civil. Fue por recomendación de Lakhan que Lihaku se convirtió en oficial.

Nadie sabía lo que pensaba, y su personalidad era irritante, pero tenía un buen ojo para las personas, y sus acciones siempre daban resultados. En el caso de Lakhan, la cosa fue así, pero las otras fiestas debían ser reuniones de astutos intrigantes con malas intenciones. Los asuntos sospechosos le resultaban fastidiosos, pero quién sabe de dónde podrían surgir los problemas.

«Por cierto... primero fue el pequeño incendio en el almacén», pensó Lihaku, mientras se apoyaba en el muro y se doblaba los dedos. Según Maomao, fue un accidente, pero a él le resultó muy extraño. Todavía guardaba la pipa de marfil que Maomao le había confiado, y que la pequeña cicatriz sin pelo que le había quedado por la quemadura aún seguía ahí era un secreto. Se hizo la absurda promesa de que la próxima vez que fuera a la Casa Verdigris, le pediría a Pai Lin que le acariciara la cabeza.

«Después, los que me encontré en la taberna... ¿Quiénes serían esos tíos?». Al final, los días habían pasado sin que él lo entendiera. Lihaku seguía intrigado por la persona que había conocido, pero no podía recordarla.

«Y por último, el intento de envenenamiento de un oficial». Al principio se había tratado como una simple intoxicación alimentaria, por lo que se había convertido en un escándalo. Se trataba de un alto cargo con contactos en el ejército, y Lihaku lo conocía. Hacía poco, el hermano menor de ese oficial había sido enviado a prisión. Qué ironía que se tratase de un familiar. Debido al retraso en el tratamiento del veneno, aunque salvó la vida, se convirtió en un inválido y ya no podía ejercer sus funciones como antes. Lihaku se acordó de otro oficial que tenía el mismo trabajo que el lisiado. Recordó cómo, al enterarse, se rascó la cabeza y les gritó a sus subordinados: «¡¿Qué vamos a hacer?!». Al parecer, era un asunto de suma importancia.

«El hermano menor de ese oficial decía cosas muy raras», pensó. Cualquier prisionero afirmaría haber sido incitado o coaccionado en un intento desesperado por probar su inocencia. La prisión se encontraba en el sótano del ejército, por lo que Lihaku, por su trabajo, se encontraba a menudo con criminales y conocía bien sus excusas. Sin embargo, en los últimos días había notado algo distinto: un número considerable de presos hacía afirmaciones similares sobre haber sido inducidos a cometer sus crímenes.

Lihaku estaba convencido de que tenía un buen olfato, una intuición que le seguiría ayudando en el futuro. Por eso, no creía que se lo estuviera imaginando, y de vez en cuando aquellos recuerdos volvían a él de forma inesperada.

«Al final, pensaba que no tenía sentido seguir dándole vueltas...», reconoció. Se estiró el cuello con un crujido mientras bostezaba. Se dio cuenta de que, si continuaba así, se quedaría dormido.

—Bueno, yo me vuelvo.

—¿Ya se va? Quédese un poco más.

—¿Quién se divierte con un montón de tíos? —espetó, y se dispuso a bajar las escaleras en dirección al cuarto de descanso.

En ese momento, oyó a alguien correr con estruendo por el pasillo de adoquines. Un hombre, ataviado con un uniforme blanco, corría mientras gritaba a viva voz: «¡Deprisa, ven!». Seguramente sería un médico.

—¿Qué sucede? —preguntó Lihaku, que se puso a correr a la par.

El rostro del hombre se contrajo en un gesto de enfado, pero al reparar en las borlas y el jade de su cinto, que denotaban su rango, su voz se quebró en un susurro:

—U-Un prisionero se ha desplomado echando espuma por la boca.

Dicho esto, Lihaku arrastró consigo al médico, que parecía a punto de colapsar, y bajaron las escaleras que conducían al sótano. Él se detuvo a medio camino y se rascó la nuca con resignación. «¡¿Echando espuma por la boca?!», pensó. Un escalofrío lo sobrecogió. Algo en todo el asunto le olía a podrido, y se dio cuenta de que el hedor seguiría ahí sin importar lo que hiciera.



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