
Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Volumen 2
Todavía no se sabía con toda seguridad si la consorte Gyokujou estaba embarazada. Cuando quedó embarazada de la princesa Lingli, no tuvo náuseas matutinas ni tampoco le cambió el sentido del gusto. A parte de la falta del periodo, no había ninguna otra prueba. Sin embargo, en el Pabellón de Jade se había impuesto una orden de silencio y se habían tomado precauciones por si acaso. Si existía alguien que quisiera acabar con el embarazo de la consorte Gyokujou, seguramente atacaría cuando fuera más vulnerable. No podían arriesgarse a que la envenenaran.
Se decidió que el Emperador se abstuviera de las relaciones íntimas nocturnas como medida de precaución. Si bien un acto convencional no habría supuesto problema alguno, la puesta en práctica de la «lección para consortes» no entraba dentro de lo que se considera normal, y podía acarrear graves consecuencias.
«¿Debería haberles enseñado un método más suave?», se lamentó Maomao. «No, en ese caso, ni la consorte Gyokujou ni el Emperador habrían quedado satisfechos», se corrigió al momento. Como consecuencia, la consorte Lishu le tenía un gran temor y las damas de compañía de la consorte Lihua la miraban aún más como si fuera un monstruo. Como le resultaba difícil hablarle al Emperador de ese tema, y era una falta de respeto que una sirvienta de bajo rango como ella se lo dijera directamente, se lo comunicó a través de Jinshi.
Aunque deseara que el Emperador no redujera sus visitas a la consorte Gyokuyou, no se podía permitir aconsejarle tanto. Al fin y al cabo, el Emperador no tenía una sola consorte, y una repentina disminución en la frecuencia de sus visitas podría generar suspicacias y provocar un desequilibrio en la corte. (NT: Si de repente el Emperador dejaba de visitar a Gyokujou, el resto de las consortes y sus respectivas familias lo verían como una señal de que había caído en desgracia, lo que podría generar sospechas, celos e inestabilidad política.)
Sin embargo, el Emperador no solo no redujo sus visitas durante ese tiempo, sino que acudía a jugar con su adorable hija y disfrutaba de conversaciones triviales con la consorte. Al ver esto, Maomao pensó en el caso de la consorte Ah-Duo y se dio cuenta de que no debía encasillar al Emperador como un mero libertino. Quizá el hombre tenía sus propias ideas; era, por encima de todo, un hombre sensato. Claro que, tal sensatez podía parecer aún mayor si se la comparaba con la necedad de su padre, el anterior Emperador. Aun así, Maomao no consideraba que el actual soberano fuera un tonto.
«Qué más da...», se resignó. Al fin y al cabo, su única meta era poder ganarse la vida sin que le impusieran demasiados impuestos. La verdad es que los Emperadores tontos creían que el pueblo era infinito, mientras que los sabios sabían que es limitado. Por fortuna, este Emperador parecía pertenecer al segundo grupo.
Así transcurrieron los días, aunque el Emperador a veces ponía un semblante melancólico... Por ello, Maomao decidió entregarle los materiales restantes de la «lección para consortes», con la esperanza de que hallara un breve entretenimiento. Había traído algunas copias de repuesto, y ninguna de las damas de compañía las había querido. No hacía falta decir de qué tipo de materiales se trataba. «Confórmate con verlo dibujado en dos dimensiones», cogitó. Los puso en un lugar que era, a la vez, discreto y perceptible. El Emperador, al parecer, los había descubierto. No obstante, unos días después, él le pidió que preparara algo distinto. Solo en ese momento Maomao se dio cuenta de que era preferible que el Emperador continuara con su depravación habitual.
Como era habitual, los rumores se extendían por todo el palacio interior, probablemente debido a la falta del sexo opuesto y a la monotonía de las rutinas diarias.
Así era como las damas de compañía, cuando acababan de terminar su trabajo, se ponían a charlar en la cocina. Tomaban los dulces que habían sobrado de la fiesta del té y, ese día, tocaba longxutang, (NT: También conocido como barba de dragón. De hecho, su nombre significa esto. Es un tipo de algodón de azúcar tradicional chino elaborado de forma artesanal.) una especie de algodón de azúcar hecho con finos hilos que se derretía en la boca. Parecía que le habían mezclado hojas de té y tenía un ligero olor a tostado.
—¡Por eso digo que es imposible! ¡Con ese vestido que llevaba! —dijo Yinghua, farfullando, con la boca llena de algodón de azúcar.
Ella era una de las tres damas de compañía del Pabellón de Jade. Una muchacha de carácter fuerte que no se callaba lo que pensaba.
—La verdad es que sí… Pero el vestido del otro día me gustó. Mola que se atreva a llevar un hufu —siguió Guiyuan, con su tono suave. Tenía las mejillas regordetas y se le suavizaban con felicidad al comer el dulce.
—Ese tipo de ropa no le queda bien a todo el mundo... —Ailan, la más delgada, se unió a la conversación—, pero a ella no le sentaba mal.
Ella no picoteaba nada dulce y solo sorbía té. Yinghua miró a Maomao con una cara como si sus dos compañeras la hubieran traicionado. Pensando que era una molestia, la boticaria asintió con la cabeza. Sin embargo, la amabilidad de Maomao se acabó ahí. Yinghua, que esperaba que la apoyara con más argumentos, hinchó los mofletes.
—La consorte Ah-Duo me gustaba más que ella.
Yinghua siguió bebiendo el té, aún enfurruñada. Al ver su reacción, Guiyuan y Ailan se miraron y sonrieron maliciosamente.
—Vaya, Yinghua... ¿así que en realidad eras del bando de la consorte Ah-Duo? —se atrevió a decir Guiyuan.
—¡N-No! No quería decir eso —replicó Yinghua, visiblemente nerviosa.
—No tienes por qué esconderlo —sonrió Ailan enseguida, con astucia—. Aunque nuestra señora sea la consorte Gyokujou, creo que es normal que te sientas así.
—¡Que no! ¡No es eso!
Mientras escuchaba la ruidosa conversaciones de las tres, Mamomao se bebió su taza de té de un sorbo. A ella, que prefería las comidas saladas, el dulce le resultaba un poco empalagoso. Deseó poder comer una galleta salada para refrescarse el paladar.
Y es que el tema de conversación de sus compañeras era la nueva consorte, Loulan. Al parecer, se había convertido en una fuente inagotable de habladurías debido a sus extraños atuendos. El estilo de sus vestidos cambiaba por completo cada dos por tres. Unas veces se ponía una prenda de la región del oeste, y otras, un traje de amazona de otras tribus.
«¿Cómo se le puede llamar a esto?», se intentó figurar Maomao. «¿Acaso poseía una riqueza tal que la agobiaba?». Si se cambiaba de ropa tan a menudo, su pabellón terminaría por convertirse en un simple vestidor. Así, el Pabellón de Granate, que antes solía ser un lugar de una sencillez esmerada, se había transformado hasta el punto de no dejar rastro de su pasado, como si hubieran querido borrar por completo la presencia de su antigua residente, la consorte Ah-Duo.
Esa elección era, al mismo tiempo, correcta y equivocada. El palacio interior era un mundo en el que destacar resultaba fundamental para subsistir; sin embargo, el clavo que sobresalía era el primero en ser martilleado. La consorte Loulan, por supuesto, debería ser el clavo que sobresalía, pero no existía martillo capaz de golpearla. Su padre, un importante oficial que había gozado del favor real desde los tiempos del anterior Emperador, era su protección.
«Conque esas tenemos…», concluyó Maomao. Con esto, había razones de sobra para haber echado a Ah-Duo. Más bien, si se tenía en cuenta la edad de la consorte Loulan, puede que hubieran esperado a que creciera. Para el actual Emperador, seguramente habría sido mucho más conveniente que Ah-Duo se quedara. Como no se convertiría en la madre del país, su mirada era la única capaz de ver el futuro de forma clara. Era una mirada tan inteligente que podría pasar por la de un hombre.
La pérdida de una consejera así, unida a la entrada de una consorte cuyo poder podía afectar no solo al palacio interior, sino también a la corte, constituía un grave problema incluso para la persona más influyente. El Emperador no podía tratarla mal, pero la intimidad y la posibilidad de un hijo con ella eran un grave riesgo. Al fin y al cabo, el respaldo de una consorte era útil solo en los tiempos en los que no había Príncipe Heredero; una vez que este se convertía en Emperador y tenía hijos, ya no las necesitaba.
«¿Qué se le podrá hacer?», se rindió. Con todos esos pensamientos, Maomao se sirvió más té de la tetera.
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