26/09/2025

Los diarios de la boticaria 3 - 1




Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Volumen 3



Traducido por: Xeniaxen


Capítulo 1
Señor

La puerta se abrió con un leve crujido y el hombre que entró en la estancia soltó un largo suspiro.

—Bienvenido a casa —espetó Gaoshun con una leve inclinación de cabeza, observando al joven a quien el traje parecía quedarle grande. Sus hombros caídos le daban un aspecto pusilánime, el rostro gacho y el flequillo le cubría los ojos por completo para que nadie pudiera leer su expresión.

Gaoshun cerró la puerta con suavidad. Fuera, le esperaba el grupo de ayudantes que lo habían sustituido en su ausencia.

Al tiempo que la puerta se cerraba por completo, el joven que hasta entonces había lucido un aspecto lamentable irguió la espalda con un movimiento ágil. Se apartó el cabello de la cara y sus exquisitas facciones quedaron al descubierto. Aunque se valía del maquillaje para alterar sus rasgos, la transformación era asombrosa.

Ahí estaba Jinshi, el joven de belleza singular. O, más bien, no. En esa habitación no existía ningún hombre llamado Jinshi. Gaoshun se repitió una vez más que el que tenía delante era un hombre completamente distinto, a pesar de su asombroso parecido.

Aquel no era el pabellón que usaban habitualmente, sino una residencia de un rango muy superior. Solo un grupo muy selecto podía acceder a él. Gaoshun, de hecho, había entrado por una puerta trasera especial. Su vestimenta tampoco era su habitual uniforme de funcionario, sino una más elaborada.

—¿Desea tomar un baño? —preguntó Gaoshun a su señor.

—Sí, por favor.

Su señor acababa de regresar de la corte, tras haber estado en presencia del Emperador y de varios altos funcionarios. Se aflojó el cuello de la túnica, a la que no estaba habituado, y se dejó caer con un suspiro sobre el diván. Su dama de la corte de confianza, Suiren, le ofreció un zumo de fruta frío.

Pidió a un criado que preparara el baño. Era un hombre que había servido a la familia durante muchos años, y que, al igual que Suiren, conocía a su señor desde que era un niño. Contando a este hombre, apenas eran un puñado de personas en el lugar. La bañera tardaría un tiempo considerable en llenarse.

—Supongo que es un problema inevitable, después de todo.

Su señor no dirigió el comentario a Gaoshun, sino que lo dejó suspendida en el aire, por eso este no respondió.

Se refería a la plaga de males que aquejaba al palacio interior, el cual, en la anterior generación, había albergado a más de cinco mil doncellas. Hoy en día, la cifra no llegaba ni a la mitad, y había ido menguando con el paso de los años. Sin embargo, la cantidad de doncellas apropiada sería la mitad de la actual... o incluso menos. El actual Emperador pensaba lo mismo.

Se decía que una purga se había llevado a una doncella, pero lo cierto es que ocurrió en el momento más inoportuno. Justo en esa época se estaba produciendo una reorganización del personal, al mismo tiempo que la consorte Lishu hacía su entrada. Por fortuna, se vivía una época de paz. En las últimas décadas no había habido plagas de langosta ni hambrunas a gran escala, ni siquiera conflictos civiles, solo algún que otro altercado menor con tribus extranjeras.

Aunque los gastos de mantenimiento del jardín de las mujeres podían diezmar el tesoro nacional, también servían como medida de contención del desempleo. Resultaba irónico que este destino, de un alto coste, fuera tan anhelado por las campesinas pobres que emigraban en busca de un puesto.

El primer ministro, favorito de la anterior Emperatriz Viuda, fue quien se opuso a que el número de doncellas se redujera aún más en nombre del empleo. Él fue el artífice de que el palacio interior hubiera crecido desmedidamente.

Según él, si el anterior Emperador no podía tener hijos, debían aumentar el número de consortes que sí pudieran. Así, el número de doncellas creció año tras año. Ahora bien, la razón por la que el soberano no podía tener hijos era completamente distinta. Era tan terrible que nadie se atrevía a mencionarla, de hecho: sencillamente, no sentía interés por las mujeres en la flor de la vida. De no ser así, ¿habría concedido sin pena a la que se consideraba la princesa más hermosa del reino? No era raro que concediera consortes a sus súbditos sin sentir remordimiento alguno.

Por eso, cuando nació el hermano pequeño del actual Emperador, todos sospecharon que la Emperatriz Viuda le había sido infiel. Nadie creyó que el Emperador se hubiera tentado con una consorte adulta.

El primer ministro, que se había lucrado y engordado a costa del anterior régimen, debía de pensar que este era su momento. De hecho, había logrado que su hija se convirtiera en consorte utilizando métodos de lo más controvertidos. Incluso había expulsado a la consorte Ah-Duo para ello. Si solo se tratara de un rico gordinflón, habría forma de manejar la situación, pero al haber ascendido al nivel de una vieja alimaña, ya era un adversario difícil de batir.

—Algo habrá que hacer —murmuró su señor. Gaoshun se mantuvo en silencio. Aunque no quisiera hacerlo, tendría que hacerlo. Era su trabajo.

Cuando Suiren le trajo la ropa, su señor se dirigió a las estancias de baño.

El actual Emperador también era muy exigente. Le imponía peticiones desorbitadas a un joven de diecinueve años. «¿De verdad es necesario?», pensó Gaoshun. Si ese era el camino que había elegido su señor, a él no le quedaba más remedio que seguirlo.


En su visita al Palacio de Jade, Gaoshun se encontró con que la taciturna y pequeña doncella no estaba allí.

—¿Adónde ha ido? —le preguntó a la jefa de las damas de la corte, Hongnyang.

Con una expresión indescifrable, ella señaló un pabellón un poco más alejado. Se veía humo, como si estuvieran utilizando fuego. «¿Qué estará pasando?», pensó Gaoshun mientras se dirigía hacia allí.

Ese día Jinshi no estaba, y Gaoshun solo había ido para dejar un mensaje. No obstante, se dio cuenta de que una doncella, que sostenía una hoz para segar la hierba, lo estaba mirando fijamente. «¿Será mejor que venga más tarde?», se preguntó, haciendo una suposición innecesaria. Al parecer, en una ocasión se les había pedido a unos eunucos que segaran la hierba, y estos habían manipulado una ventana. Si bien pensaba que la doncella confiaba en que él no haría algo así, ¿debía sentirse feliz por ello?

Prometiendo que lo haría más tarde, Gaoshun se dirigió hacia donde se veía el humo.

En la cocina del pabellón, la fuente del humo, la menuda chica se encontraba frente a una olla. El lugar estaba lleno de vapor y de una fragancia floral.

—¿Qué está haciendo?

—Oh, Gaoshun.

Gotas de sudor se asomaban en la frente de la inexpresiva Maomao. Una extraña tubería salía de la olla puesta sobre el fogón, y por ella goteaba un líquido con un leve sonido. Al parecer, de ahí provenía la fragancia.

—Estoy haciendo agua de rosas.

«Anda —pensó Gaoshun—, con razón huele tan bien». Recordó que después del Festival del Jardín, habían trasplantado los rosales al pabellón interior. Seguramente, ella había usado los pétalos.

Aun así, era una chica que hacía cosas de lo más extravagantes, y lo peor era que no parecía ser consciente de ello. Olía con ahínco el líquido que goteaba de la tubería, frunciendo el ceño como si no estuviera a la altura. A pesar de su agradable aroma, parecía que el resultado no la satisfacía.

Había preparado varias botellas y, aparte del agua de rosas, también tenía preparado tinte para darles color.

—¿Gyokujou te ha dado permiso para hacer esto?

—El permiso que más me costó conseguir fue el de Hongnyang. Además, tengo que limpiar bien después. Y también debo eliminar por completo el olor de mi cuerpo.

Al parecer, el aceite esencial concentrado de las plantas no era un problema en pequeñas dosis, pero un uso excesivo podía ser perjudicial para las mujeres embarazadas. Por eso, había tenido que pedir prestado un lugar apartado para hacer el experimento.

«Claro —pensó Gaoshun—. La jefa de las doncellas, tan diligente, es sin duda más formidable que la consorte, que siempre busca cosas interesantes para entretenerse». Y, sin embargo, ¿se daba cuenta la chica de lo generoso que era el mero hecho de que le dieran permiso? La gente que se concentra demasiado en una cosa tiende a perder la noción de lo que les rodea, y ella era el ejemplo perfecto. Y eso que en otros asuntos actuaba con total sensatez.

Maomao vertió el agua de rosas en una pequeña botella y se la entregó a Gaoshun. Un aroma concentrado se extendió por sus fosas nasales.

—La fragancia de las rosas silvestres es más intensa, pero... —dijo Maomao con el ceño fruncido. Su deseo de alcanzar la perfección era puramente de investigadora.

En otro fogón había otra olla grande, con el mismo tipo de tubo de cerámica del que goteaba un líquido transparente. El olor no era el de las rosas, sino uno que hacía que a uno le diera vueltas la cabeza.

—Eso es alcohol destilado.

«Ya veo —meditó Gaoshun—. No es de extrañar que el mero aroma bastara para embriagar el ambiente». A pesar de la sorpresa, no podía evitar la reflexión de que toda aquella actividad trascendía el mero oficio de boticaria. Si bien la observación la ofendería, la joven guardaba una semejanza notable con el estratega. La sangre de alguien excéntrico da lugar a alguien excéntrico.

Maomao, entretanto, recogió el líquido de un recipiente, procediendo a almacenarlo con su habitual y metódica precisión.

—Sigues siendo tan diligente como siempre —apuntó la joven, al notar el ademán de Gaoshun de prestar ayuda.

Al parecer, debido a su esposa, que era mayor que él, el cuerpo de Gaoshun había desarrollado un automatismo en tales menesteres. Esta era, probablemente, la razón por la que no le suponía molestia alguna asistir en la limpieza o el desempolvado de los aposentos cuando se le solicitaba. Su esposa, de carácter severo, se aseguraba de que el castigo le fuese impartido cada vez que regresaba a su hogar.

De repente, una idea insólita, casi imprudente, cruzó la mente de Gaoshun. Con la certeza de que a Maomao no le supondría ofensa, se resolvió a formularla:

—Xiaomao, ¿nunca has pensado en casarte?

A sus dieciocho años, la joven superaba ya la mitad de la edad ideal para contraer matrimonio. La peculiaridad de la vida en el palacio interior había difuminado tal noción, pero la edad apremiaba y sus padres pronto comenzarían a instarla.

—Me interesa lo relacionado con los partos, pero no tengo en mente casarme.

La respuesta fue tan directa como inesperada. ¿Eso significaba que quería tener hijos?

—Tampoco estoy segura de si me gustaría tener un hijo, así que no puedo simplemente ir por ahí pidiendo prestada una semilla.

«Entonces, lo que le interesa es el acto del parto en sí mismo», pensó Gaoshun, sintiendo un punzante dolor en la sien.

—No lo hagas.

—No lo haré, al menos hasta que no pueda asumir la plena responsabilidad. Además, mi cuerpo es un cúmulo de venenos, así que primero tendría que desintoxicarme, supongo.

«Si llegase a concebir en este estado... no, las consecuencias serían nefastas», caviló Maomao, con una perturbadora lógica que rayaba en lo absurdo.

«¿Lo hará algún día?», reflexionó Gaoshun. Para ella, la idea de tener un hijo parecía no tener nada que ver con el amor. ¿Sería acaso un experimento más? «Me pregunto si logrará imponerle su voluntad antes de que lo suyo se consume...», continuó para sus adentros.

Mientras extinguía las llamas del fogón, Gaoshun se rascó el cuello con un gesto de resignación. Le resultaba incomprensible que su amo hubiese forjado un vínculo afectivo con una criatura tan inherentemente problemática.



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