13/08/2025

Los diarios de la boticaria - Capítulo 5




Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria



Traducido por: Xeniaxen


Capítulo 5
Dama de compañía

—Qué curioso. Según los registros, se supone que no sabes leer.

—No, señor. Soy de origen humilde. Debe de haber algún error.

«¿Quién demonios me iba a enseñar?», pensó, pero no habría dicho esas palabras ni bajo tortura. Tenía toda la intención de seguir haciéndose la tonta.

A las sirvientas de menor rango se las trataba de manera diferente según supieran leer o no. Cada una era útil a su manera. Maomao consideró que lo más fácil sería moverse por el palacio fingiendo ignorancia.

El apuesto eunuco se presentó como Jinshi. Su magnífica sonrisa sugería que no le haría daño a una mosca, pero Maomao sentía que había algo turbio detrás. ¿De qué otra forma podría haberla importunado sin piedad si no?

Jinshi le dijo que lo siguiera en silencio. Y eso los trajo hasta este momento. Maomao era consciente de que, como sirvienta desechable, negarle cualquier cosa a ese eunuco podría ser lo último que hiciera, así que obedeció. Mientras, se ocupó de calcular qué podría suceder a continuación y cómo lo enfrentaría.

No es que no pudiera adivinar lo que podría haber inspirado a Jinshi a convocarla; lo que seguía siendo un misterio era cómo lo había descubierto. Era por el mensaje que le había entregado a las consortes.

De forma deliberada, Jinshi sostuvo un trozo de tela en su mano. Seguramente tendría la fea y torpe letra que ella había escrito. Se había guardado para sí que sabía escribir, y también que era boticaria y tenía conocimientos sobre venenos. Era imposible que la hubiera rastreado por su caligrafía. Creyó haber sido cuidadosa al asegurarse de que no hubiera nadie alrededor cuando entregó el mensaje, pero quizá se le escapó algo. Algún testigo debió haber informado de una sirvienta menuda con pecas.

Sin duda, Jinshi había comenzado por interrogar a todas las chicas que sabían escribir, recogiendo muestras de su caligrafía. Es medianamente fácil parecer menos competente en el manejo del pincel de lo que se es en realidad, pero el estilo de cada persona es único y es muy difícil de encubrir. Al ver que no había nadie que coincidiera, debió de reunir a las que no sabían escribir. Y habría discernido si sabían leer o no repitiendo la escena de antes.

«Qué desconfiado... Y vaya con el tiempo libre que tiene.»

Mientras ella maldecía, los dos llegaron a su destino. Como era de esperar, era el palacio donde vivía la consorte Gyokujou. Jinshi llamó a la puerta, y una voz plácida respondió:

—Adelante.

Así lo hicieron. Dentro, descubrieron a una mujer deslumbrante con el pelo rojo, acunando con amor a una bebé con rizos. Las mejillas de la niña eran sonrosadas, su piel del mismo tono pálido que el de su madre. Era la viva imagen de la salud, y de su boca entreabierta se escuchaba un adorable ronquido.

—He traído a la susodicha.

—Muchas gracias por las molestias.

El tono de Jinshi no era el informal de antes; ahora mostraba los modales propios de su posición.

—Gracias por las molestias —dijo Gyokujou, con una sonrisa que era más cálida que la de Jinshi, e inclinó la cabeza hacia la chica pecosa.

Maomao, sorprendida, abrió mucho los ojos.

—No soy digna de que haga algo así, mi señora. —Eligió sus palabras con cuidado, tratando de no ofender. Aunque, al no haber nacido en una vida donde tal cuidado fuera necesario, no estaba segura de si lo estaba haciendo bien.

—No, no. Mi gratitud no se limita a esto. Es una salvadora para mi niña.

—Estoy segura de que ha habido algún malentendido. Soy la persona equivocada.

Sintió que le entraba un sudor frío. Estaba siendo educada, pero aun así estaba contradiciendo a una concubina imperial. No quería que le cortaran la cabeza, pero tampoco quería involucrarse. No quería acabar enredada con gente importante, para luego ser obligada a prestar ningún tipo de servicio a ningún noble.

Al darse cuenta de que la consorte Gyokujou tenía una expresión de ligera preocupación, Jinshi le mostró el trozo de tela a Maomao.

—¿Eres consciente de que este es el material de los uniformes de trabajo de las sirvientas?

—Ahora que lo dice, tiene razón. Se parece.

Continuó haciéndose la tonta. Aunque sabía que era inútil.

—Es más que un parecido. Es del uniforme que usan las sirvientas que trabajan como lavanderas.

El personal de servicio del palacio se agrupaba en seis secciones u ocupaciones principales. Uno de ellos era el servicio de lavandería, que se ocupaba de la limpieza y distribución de la ropa. Este era el grupo al que Maomao pertenecía. La falda de color crudo que llevaba coincidía con el color de la tela en las manos de Jinshi. Si alguien inspeccionara su falda, encontraría una costura inusual, cuidadosamente escondida entre los pliegues.

En otras palabras, la prueba estaba ante ellos. Maomao dudó que Jinshi fuera capaz de hacer algo tan descortés como comprobarlo él mismo delante de la consorte Gyokujou, pero tampoco podía descartarlo. Decidió que lo mejor era confesar antes de ser humillada públicamente.

—¿Qué es exactamente lo que quieren de mí?

Sus dos superiores se miraron, entendiéndolo como una confirmación. Ambos sonrieron con una dulzura cegadora. El único sonido en la habitación era el apacible silbido de la respiración de la niña dormida y, casi igual de suave, el suspiro de Maomao.

Al día siguiente, Maomao se vio obligada a hacer las maletas, que casi no contenían nada. Xiaolan y todas las demás compañeras que compartían habitación con ella la miraban con envidia. Querían saber por qué se había producido este giro de los acontecimientos. Ella solo pudo ofrecer su sonrisa más forzada y trató de fingir que no era gran cosa.

Se había convertido en la dama de compañía de la concubina favorita del Emperador. En otras palabras, había ascendido.





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