21/08/2025

Los diarios de la boticaria - Capítulo 15




Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria



Traducido por: Xeniaxen


Capítulo 15
Fuego

«¡Ahí está! ¡Al fin!». Con una cesta de la colada en la mano, Maomao esbozó una sonrisa de satisfacción. En el pinar, cerca de la puerta este, crecían pinos rojos. Por lo general, los jardines del palacio interior se mantenían en buen estado. Una vez al año, se retiraban las hojas y ramas secas, lo que fomentaba el crecimiento de cierto tipo de hongos.

En su mano, sostenía una seta matsutake cuya capucha no se había abierto demasiado. (NT: El matsutake es una seta conocida por su aroma especiado y terroso. En Japón, es un ingrediente de lujo, y su precio puede ser muy elevado, a menudo comparado con las trufas. Fuente: AI Overview de Google.) Aunque a algunas personas no les gustaba su olor, era la favorita de Maomao. Para ella, no había mayor felicidad que partirla en cuatro, asarla a la parrilla, y comerla con sal y un chorrito de cítricos.

A pesar de ser un bosque pequeño, había encontrado una colonia bastante grande y la cesta de la colada ya contenía cinco. «¿Debería comérmelas en la consulta del matasanos o en la cocina del Pabellón?», vaciló. Si las comía en el Pabellón de Jade, podrían preguntarle de dónde había sacado los ingredientes. Y decir que las había recogido en el bosque era algo que se suponía que una dama de compañía no debía hacer. Por eso, decidió dirigirse al edificio del médico, que era un buen hombre, pero inútil en su trabajo. Si le gustaba, genial, y si no, probablemente podría ignorarlo y punto.



En el camino, no se olvidó de pasar a recoger a Xiaolan, que era una valiosa fuente de información para ella, ya que tenía pocas amigas.

Maomao había perdido peso mientras cuidaba a la consorte Lihua, por lo que al regresar, sus compañeras más veteranas la obligaron a engordar. A pesar de haber estado dos meses al servicio de una concubina de alto rango rival, la reacción de sus compañeras fue, por una parte, una grata sorpresa y, por otra, un engorro, ya que tenía la cesta llena de pasteles de luna y galletas que le daban en cada ceremonia del té.

A Xiaolan, que podía comer dulces sin parar, se le iluminaron los ojos, y se pasó toda la corta pausa charlando con Maomao. Como de costumbre, la conversación se llenó de historias de fantasmas, pero de repente la pequeña sirvienta le dijo:

—Una concubina del palacio exterior utilizó un afrodisíaco para conquistar a un estricto oficial militar que odia a las mujeres.

Al oír esta historia, un sudor frío recorrió la espalda de Maomao. «Es probable que no tenga nada que ver. No malpienses», se dijo a sí misma. En realidad, no recordaba haberle preguntado para quién era el afrodisíaco...

Se refería al palacio exterior como la parte de la corte que rodeaba el palacio interior. Como allí había hombres «normales», el sexo era un trabajo muy solicitado y con mucha competencia. En cambio, el palacio interior era un lugar de trabajo muy solitario, dado que no había hombres «normales».



En la consulta del médico, además del bigotillos, había un eunuco desconocido con la cara pálida. Este se frotaba las manos constantemente.

—Ah, jovencita, llegas justo a tiempo.

—¿Qué sucede?

—Me ha salido una erupción en las manos. He venido en busca de un ungüento.

Todavía no podía creerse que esas fueran las palabras del hombre a cargo de la medicina en el palacio interior, pero, como de costumbre, Maomao se dirigió a la dependencia, donde estaba el estante de las medicinas.

Antes de nada, dejó la cesta en el suelo y sacó las setas.

—¿Tienes carbón? —le pidió Maomao al matasanos.

—¡Ohh! ¡Qué maravilla! ¿Dónde las has encontrado? Traeré también salsa de soja y sal, debe de haber un poco por ahí.

Como al viejo resultaron encantarle las setas, la conversación fue rápida. Con pasos alegres, se dirigió al comedor a por los condimentos. El pobre enfermo se quedó allí, abandonado. «Supongo que tendré que darle una», pensó Maomao mientras molía y mezclaba los ingredientes para el pobre eunuco. Para cuando el matasanos volvió con los condimentos, una olla con brasas y una parrilla, el pegajoso ungüento ya estaba listo. Maomao tomó la mano derecha del eunuco y le aplicó el bálsamo con cuidado sobre las manchas rojas. Sabía que le dolería bastante, pero tendría que aguantar. Cuando terminó de aplicarle la medicina, el rostro del eunuco pareció recuperar un poco el color.

—Vaya, qué amable es esta sirvienta.

—¿Verdad? Me ayuda mucho.

Los dos eunucos se quedaron conversando tranquilamente. Pese a que, según la época, a los eunucos se les trataba como si fueran villanos sedientos de poder, en realidad, solo un puñado lo era. La mayoría tenía un carácter apacible, como estos dos. «Aunque hay excepciones», pensó Maomao cuando un rostro desagradable se le vino a la mente. Sacudió la cabeza para borrarse esa imagen de inmediato.

Encendió el carbón, puso la parrilla y colocó encima las setas que había partido con las manos. También cortó un sudachi que había tomado prestado del huerto, sin permiso. (NT: El sudachi es una fruta cítrica japonesa. Es pequeña, redonda y de color verde, similar a una lima o limón pequeño, pero con un sabor y aroma únicos, más intenso que el de un limón. No se consume como fruta entera, sino que se utiliza su jugo como condimento para realzar el sabor de diversos platos, especialmente pescados y mariscos, así como en salsas y bebidas. Fuente: AI Overview de Google.) El aroma único llenó la nariz de Maomao. Cuando estuvieron un poco doradas, las sirvió en un plato y las roció con sal y jugo de sudachi antes de dar el primer bocado.

Como los dos viejos también se habían metido un trozo en la boca, ambos se convirtieron en sus cómplices. Mientras Maomao masticaba, el matasanos charlaba sin preocupaciones.

—Esta jovencita es una gran ayuda, porque puede hacer cualquier cosa. Prepara todo tipo de medicinas, no solo ungüentos.

—Vaya, eso está muy bien.

Maomao se sintió un poco incómoda, ya que la trataba como si fuera su propia hija. De repente, recordó a su viejo, a quien hacía más de medio año que no veía. Mientras se sumergía brevemente en sus pensamientos, el médico hizo un comentario estúpido, propio de un matasanos como él.

—No creo que haya ninguna medicina que no pueda hacer.

«¿Eh?». Antes de que pudiera decirle que dejara de exagerar, el eunuco que tenía delante ya había reaccionado.

—¿Cualquiera?

—Claro que sí: cualquiera, cualquiera. La que sea —culminó. Tras decir eso, resopló con orgullo. Por eso era un matasanos...

—¿Entonces también podría hacer una medicina para romper una maldición? —preguntó el hombre, mientras se acariciaba la mano derecha con la erupción. El color de su cara había vuelto a ser el mismo que al principio.


○ ● ○


Fue la noche de anteayer. Mi trabajo siempre termina recogiendo la basura. Los desperdicios del palacio interior se amontonan en un carro para ser incinerados en la pira del lado oeste. Aunque el fuego suele estar prohibido al anochecer, la ausencia de viento y la humedad del aire nos habían concedido el permiso. Los funcionarios de menor rango arrojamos la basura al pozo, concentrados en la tarea, deseando terminar cuanto antes.

De repente, algo en el carro me llamó la atención. Era una prenda de mujer, de buena calidad, aunque no de seda. Me pareció un desperdicio, pero no fue eso lo que me detuvo. Al cogerla, noté que las mangas estaban muy quemadas y, al desenrollarla, encontré varias tablillas de madera fragmentadas en su interior. ¿Qué demonios podía significar aquello?

Pero de nada servía romperse la cabeza pensando en ello; el trabajo no se iba a terminar solo. Una a una, recogí las tablillas de madera y las eché al pozo, donde el fuego se las llevó al olvido.


○ ● ○


—Entonces, ¿las llamas se elevaron con fuerza y cambiaron a un color espeluznante?

—Sí —respondió el viejo, que se estremeció como si el solo recuerdo lo aterrorizara.

—¿El color era rojo, violeta y azul?

—¡Así es!

Maomao asintió, entendiendo por fin. «Una historia del lado oeste, ¿y ha llegado hasta aquí?». El rumor que Xiaolan le había contado ese mismo día venía de aquí. Probablemente era cierto que los rumores de las damas de la corte eran más rápidos que el Dios Idaten. (NT: Idaten es una deidad japonesa conocida por su gran velocidad y a menudo representada con un casco chino y empuñando una espada. Su nombre significa “dios del viento”. Fuente: AI Overview de Google.)

—Seguro que es una maldición de una concubina que murió en un incendio hace mucho tiempo. No debí haber encendido fuego por la noche... Por eso mis manos están así. Señorita boticaria, hazme una medicina para deshacer la maldición, por favor.

Al parecer, la erupción de las manos del eunuco había aparecido después de ver las llamas.

—No existe tal cosa —dijo Maomao con frialdad. Se levantó y se puso a hurgar en el estante de medicinas de al lado.

Con el matasanos y el viejo atónitos, colocó algo sobre la mesa. Eran varios polvos y algunos trozos de tablillas de madera.

—¿Las llamas tenían este color?

Maomao tocó una de las tablillas con un carbón prendido de haber cocinado los matsutakes y, al ver que se encendía, tomó una de las cucharas de medicina, cogió un polvo blanco y lo echó al fuego. Las llamas anaranjadas se volvieron de un rojo vivo.

—¿O más bien este? —dijo mientras añadía otro polvo, que hizo que las llamas se volvieran de un color azul verdoso—. O también podría ser este. —Ahora, un pellizco de la sal que habían usado para aderezar las setas hizo que el fuego se volviera amarillo.

—Jovencita, ¿qué significa todo esto? —preguntó el matasanos, sorprendido.

—Es lo mismo con lo que hacen los fuegos artificiales de colores. El color cambia según lo que se queme.

Había un artesano de fuegos artificiales entre los clientes del barrio del placer. Su técnica, un secreto de familia, se convirtió en una simple charla de alcoba sin saber que había una niña curioseando en la habitación de al lado.

—Entonces, ¿qué es esto que me ha pasado en las manos? ¿No es una maldición?

Maomao le ofreció el polvo blanco.

—Si lo toca con las manos desnudas, es posible que le salga una erupción. O quizás las tablillas tenían laca. En cualquier caso, ¿no tendrá la piel sensible?

—Ah... ¿Es eso...?

Sin fuerzas, como si le hubieran quitado los huesos, el hombre se sentó. Su rostro reflejaba una mezcla entre alivio y sorpresa. Algo debía de estar adherido a las tablillas de madera y, al quemarlas, se crearon las llamas de colores. Eso era todo.

«La cosa es por qué había algo así», se preguntó Maomao, pero su pensamiento fue interrumpido por el sonido de unas palmas.

—¡Magnífico!

Un nuevo y desagradable invitado se había personado sin que se dieran cuenta. Y seguía sonriendo con su aspecto celestial.


Nota de la autora: Maomao es completamente de ciencias.



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