
Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Mientras intentaba abrirse paso entre la multitud, se percató de alguien que caminaba con una actitud de total indiferencia. Era una sirvienta de baja estatura con la cara y la nariz cubiertas de pecas. No había nada más distintivo en ella, salvo que no le prestó atención alguna a Jinshi, lo que le resultó impactante.
Y eso bien podría haber sido el final de todo.
¿Habría pasado menos de un mes desde que se conoció que el Príncipe Heredero había fallecido? La consorte Lihua se consumía en llantos, y estaba más delgada que nunca; ya no se parecía en nada a la mujer que una vez había sido considerada la rosa peonía de la corte. ¿Estaría afectada por la misma enfermedad que su hijo, o sería una enfermedad mental lo que la marchitaba? En cualquier caso, difícilmente podría esperar otro hijo en tales condiciones.
La princesa Lingli, hermanastra del príncipe fallecido, se recuperó pronto de su indisposición, y ella y su madre se convirtieron en un gran consuelo para el afligido emperador. De hecho, parecía probable que la consorte Gyokujou pronto pudiera tener otro hijo, dada la frecuencia con la que Su Majestad la visitaba.
El príncipe y la princesa habían padecido la misma misteriosa enfermedad, pero una se había recuperado mientras que el otro había sucumbido. ¿Podría ser por la diferencia de edad entre ellos? Les separaban solo tres meses, pero tal lapso podía suponer una diferencia significativa en la resistencia de un bebé. ¿Y qué le ocurría a Lihua? Si la princesa se había recuperado, entonces la consorte también debería poder hacerlo. A menos que estuviera sufriendo principalmente el shock psicológico de perder a un hijo.
Con la cabeza llena de esos pensamientos, Jinshi examinaba y estampaba su sello en una pila de documentos. Si había alguna diferencia entre los dos niños, quizás residía en la consorte Gyokujou.
—Voy a ausentarme un momento —dijo mientras ponía su sello en la última página, y salió rápidamente de la habitación.
La princesa, con las mejillas tan llenas y sonrosadas como bollitos al vapor, le sonrió con toda la inocencia que una niña podía reunir. Su diminuta mano se cerró en un puño alrededor del índice de Jinshi.
—No, hija, suéltalo —le reprendió su madre, la belleza pelirroja, con delicadeza. Envolvió a la bebé en una frazada y la acostó para que durmiera en su cuna. La princesa, aparentemente con demasiado calor, se deshizo de la manta y se quedó mirando al visitante, gorjeando alegremente.
—Supongo que desea preguntarme algo —dijo la consorte, siempre tan perspicaz, captando las intenciones de Jinshi.
—¿Por qué cree que la princesa se recuperó?
Al preguntarle directamente, la concubina Gyokujou dejó escapar una pequeña sonrisa y sacó un trozo de tela de su pecho. La tela había sido arrancada de algo y tenía escritos unos caracteres torpes. La caligrafía no era mala, pero parecía escrito con manchas de hierba, por lo que el mensaje estaba medio emborronado y era difícil de leer.
«Tu polvo de maquillaje es veneno. No se lo acerques al bebé.»
Quizá la calidad vacilante de la caligrafía era deliberada. Jinshi ladeó la cabeza.
—¿El maquillaje?
—Sí —dijo Gyokujou. Le confío a la niña a una dama de compañía y abrió un cajón. Sacó algo envuelto en tela: un recipiente de cerámica. Abrió la tapa y salió una bocanada de polvo blanco.
—¿Es esto?
—Sí, eso es.
Jinshi tocó el contenido de la polvera, preguntándose qué tendría de especial un simple polvo blanco. Ahora que lo pensaba, la concubina Gyokujou, al tener una piel naturalmente hermosa, no usaba polvo de maquillaje, mientras que la concubina Lihua se lo aplicaba sin cesar para disimular su mal aspecto.
—Mi princesita es bastante comilona —dijo Gyokujou—. No produzco suficiente leche para ella, así que contraté a una nodriza para que me ayudara. Esta polvera le pertenecía a esa mujer. Lo prefería porque le parecía que era más blanco que otros polvos.
A veces, las madres cuyos hijos habían muerto poco después de nacer encontraban trabajo como nodrizas.
—¿Y dónde está esta nodriza ahora?
—Se puso enferma, así que la despedí. Le di una indemnización suficiente, por supuesto.
Gyokujou hablaba desde la sabiduría, y probablemente había demasiado amable incluso.
Digamos que había algún tipo de veneno en el polvo de maquillaje. Si la madre lo usaba, eso afectaba al bebé; si lo que fuera que había en el polvo llegaba a la leche materna, incluso podría terminar en el cuerpo del niño. Ni Jinshi ni Gyokujou sabían qué tipo de veneno podría ser. Pero si el misterioso mensaje era verdad, así había sido cómo el joven príncipe había encontrado su perecer. Un simple polvo de maquillaje, un producto que usaban un sinfín de mujeres en el palacio interior.
—La ignorancia es un pecado —dijo Gyokujou—. Debería haber tenido más cuidado con lo que entraba en la boca de mi hija.
—Si es un pecado, yo soy culpable del mismo delito —dijo Jinshi. Fue él, en última instancia, quien permitió que el Emperador perdiera a cuatro de sus hijos. Si se añadían a todos los que se habían gestado en el vientre de sus madres, incluso más.
—Le conté a la consorte Lihua lo del polvo de maquillaje, pero se toma a lo personal cualquier cosa que le diga —dijo Gyokujou.
Lihua tenía ojeras oscuras incluso maquillada, y usaba grandes cantidades del polvo blanco para ocultar el mal color de su rostro, sin creer nunca que fuera venenoso.
Jinshi miró el trozo de tela de color crudo. Le pareció extrañamente familiar. La dudosa claridad de los caracteres parecía una artimaña, pero la escritura tenía una índole inconfundiblemente femenina.
—¿Quién te dio esto, y cuándo?
—Me llegó el día en que exigí al médico que examinara a mi hija. Me temo que solo logré causarle problemas, pero encontré la tela en el alféizar de mi ventana poco después. Estaba atada a una rama de rododendro.
Jinshi recordó la conmoción de aquel día. ¿Alguien entre la multitud se había dado cuenta de aquello y le había dejado una advertencia? ¿Pero quién?
—El médico de la corte no haría algo tan indirecto.
—Estoy de acuerdo. Y el nuestro nunca pareció saber cómo tratar al Príncipe Heredero.
Todo aquel alboroto... Al pensarlo bien, Jinshi recordó a una sirvienta que parecía distanciada de los demás curiosos. La había visto balbuceando consigo misma. «¿Qué estaba diciendo...?», pensó.
De repente, algo conectó en su cabeza. «¡Necesito algo donde escribir!». Una sonrisa resplandeciente, como la de una tennyo (NT: Ser celestial femenino en la mitología japonesa, similar a un ángel o hada, conocido por su belleza y gracia. Son criaturas extraordinariamente bellas que se parecen a las mujeres humanas.), apareció en su rostro, y soltó una pequeña carcajada.
—Consorte Gyokujou, si encuentro a la autora de este mensaje, ¿qué harías con ella?
—¡Le daría las gracias efusivamente! Le debo la vida de mi hija.
—Entendido. ¿Permites que me lo quede todo por un tiempo?
—Claro. Esperaré con ansias tus buenas noticias.
Gyokujou miró felizmente a Jinshi. Él le devolvió la sonrisa, luego recogió la polvera y la tela con el mensaje. Buscó en su memoria cualquier tela que se pareciera a esta, mientras rozaba la tela suave al tacto.
—Si es el deseo de la concubina favorita de Su Majestad, debo encontrarla a toda costa. A la sonrisa de tennyo de Jinshi se le añadió la inocencia de un niño en busca de un tesoro.
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