
Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Había muchos tipos de mujeres entre la clase más baja de sirvientes. Algunas venían de familias de agricultores, otras eran chicas de ciudad y, aunque en menor medida, unas pocas eran hijas de funcionarios. Las hijas de burócratas podían esperar un poco más de respeto, pero aun así, el trabajo que se les asignaba a cada una dependía de sus propias habilidades. Una chica que no supiera leer ni escribir no podía esperar convertirse en concubina con habitación propia. Ser concubina era una profesión que requería de intelecto.
«Supongo que, al final, quizá no le hicieron caso a mi nota.»
Maomao era consciente de lo que había matado al joven príncipe. La consorte Lihua y sus damas de compañía usaban abundante polvo facial blanco, que era un artículo de lujo inalcanzable para la gente común.
También lo usaban las cortesanas de alto rango en los burdeles. Algunas de ellas ganaban más dinero en una sola noche de lo que un campesino ganaría en toda su vida, y podían permitirse su propio maquillaje. Otras lo recibían como regalo o soborno.
Ese polvo, que se aplicaba en el rostro y el cuello, les producía los mismos efectos que a Lihua. Algunas de ellas morían por su causa. El padre de Maomao les había advertido que dejaran de usarlo, pero lo ignoraron. Y ella había sido testigo de cómo varias cortesanas se consumían y morían ante sus propios ojos. Pusieron su vida y su belleza en una balanza y, al final, perdieron ambas cosas.
Por eso Maomao rompió una ramas corta y escribió una nota sencilla para cada una de las consortes. Bueno, tampoco podía esperar que fueran a creer una advertencia escrita por una sirvienta que no era capaz de conseguir ni papel ni tinta.
Cuando terminó el período de luto y ya no se veía a nadie con la banda negra, empezó a escuchar rumores sobre la consorte Gyokujou. La gente decía que, desconsolado tras la pérdida del Príncipe Heredero, el Emperador había empezado a colmar de afecto a la princesa superviviente. No se oía hablar de que visitara a la consorte Lihua.
«¡Se arrima a quien le interesa!», pensó. Maomao apuró su cuenco de sopa, hoy provisto con una pequeña lasca de pescado. Luego recogió sus utensilios y se dirigió al trabajo.
—¿Una citación?
Maomao estaba llevando una cesta de ropa a lavar cuando un eunuco la detuvo y le dijo que se presentara en la oficina de la jefa de las sirvientas.
La Oficina de Sirvientas era una de las tres principales divisiones de servicio en el palacio interior, y regentaba a las mujeres de más bajo rango. Las otras dos divisiones eran la Oficina de Asuntos Interiores, que se ocupaba de las concubinas, y la Oficina de Servicio, al que estaban adscritos los eunucos.
«¿Qué querrá de mí?», se preguntó Maomao. El eunuco también estaba hablando con otras sirvientas cercanas. Fuera lo que fuese, implicaba a más personas además de ella. «Deben necesitar más manos para alguna tarea u otra». Maomao dejó la cesta frente a su habitación y siguió al eunuco.
La Oficina de Sirvientas estaba cerca de la puerta principal, una de las cuatro puertas que conectaban el palacio interior con el exterior. Cuando el Emperador visitaba a las concubinas, siempre pasaba por esta puerta.
A pesar de estar allí por una citación oficial, Maomao se sentía incómoda. Era un lugar donde simplemente se daba por sentado que ella era inferior a los demás. Aunque era algo anodino en comparación con la sede de la Oficina de Asuntos Interiores, que estaba justo al lado, seguía siendo notablemente más ornamentada que las residencias de las concubinas de nivel medio. La barandilla estaba trabajada con elaboradas tallas, y dragones de colores brillantes trepaban por los pilares bermellones.
Al entrar en la habitación, tal y como le indicaron, se sintió algo menos impresionada de lo que esperaba: el único mueble que había era un gran escritorio, situado justo en el medio. Había una decena de otras sirvientas, además de ella, y parecían inquietas por la expectación y una extraña especie de excitación.
—De acuerdo, gracias. El resto podéis iros a casa —dijo un eunuco.
«¿Eh?». Maomao se sintió extraña en esa situación. Acababa de entrar sola en la sala, mientras que el resto se marchaban con miradas de recelo hacia ella. No parecía ser por una cuestión de espacio, pues el sitio era bastante grande.
Miró a su alrededor, intrigada, y entonces notó que todas las sirvientas miraban en una dirección en particular. Sentada discretamente en un rincón había una mujer, atendida por un eunuco, y no muy lejos había otra más mayor. Maomao recordaba que la mujer de mediana edad era la jefa de las sirvientas, pero, ¿quién sería la mujer de aspecto altivo?
«¿Hmm?». Se dio cuenta de que tenía los hombros bastante anchos para ser una mujer, y su vestido era muy sencillo. Llevaba el pelo semirecogido con una especie de pañuelo, y el resto le caía por detrás. «¿Es un hombre?».
Él observaba a las sirvientas con una sonrisa tan suave y delicada como la de una tennyo. Incluso la jefa estaba sonrojada como una niña. De repente, Maomao lo comprendió. Ese tenía que ser el apuesto eunuco del que tanto había oído hablar. Tenía el pelo tan fino como la seda, una presencia casi líquida, los ojos almendrados y las cejas que parecían ramas de sauce. Ni siquiera una tennyo ilustrada en un pergamino podía ser tan hermosa.
«Qué desperdicio», pensó Maomao, sin ruborizarse en absoluto. Los hombres del palacio interior eran todos eunucos, privados de su capacidad reproductora. Qué pena que ese hombre no pudiera tener descendencia.
Justo mientras pensaba de forma tan insolente que con una belleza tan sobrenatural, podría atrapar incluso la atención de Su Majestad, el eunuco se levantó con un movimiento fluido. Se acercó a un escritorio, tomó un pincel y comenzó a escribir con elegantes movimientos de mano y brazo. Luego, con una sonrisa tan dulce como la ambrosía, mostró su obra a las mujeres.
Maomao se quedó paralizada.
«Tú, la de las pecas. Quédate quieta aquí.»
El apuesto hombre debió de notar la reacción de ella, porque le dedicó su sonrisa más radiante. Enrolló el papel de nuevo y dio dos palmadas.
—Hemos terminado por hoy. Podéis volver todas a vuestras habitaciones.
Las sirvientas salieron de la habitación, perplejas y a regañadientes. Nunca sabrían lo que se había escrito en el papel.
Maomao se dio cuenta entonces de que todas las sirvientas que salían de la habitación eran menudas y tenían pecas. Pero no habían hecho caso de la señal, lo que debía significar que no sabían leer.
Al darse cuenta, se dispuso a salir de la habitación con las demás, pero sintió una mano firmemente posada en su hombro. Con mucho miedo y temblor, se dio la vuelta para encontrarse con esa sonrisa de tennyo casi cegadora.
—¿Dónde vas tan deprisa? Tú te quedas.
Huelga decir que no le dio opción a réplica.
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