
Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Por eso, el trabajo de la recién llegada, Maomao, se limitaba a catar la comida. Quizá por culpa de haberle asignado el trabajo más desagradable, o quizá por no querer que invadiera su territorio, ninguna de las otras damas de compañía, excepto Hongnyang, le asignaba ninguna tarea a Maomao. De hecho, cuando ella intentaba ayudarlas, la rechazaban amablemente y la instaban a retirarse a su habitación.
«Así no puedo relajarme...»
Confinada en la habitación, solo la llamaban para las dos comidas de la mañana, la ceremonia del té de la tarde y, de vez en cuando, para probar alguno de los platos que el Emperador pedía. A veces, con la intención de ser amable, Hongnyang le encargaba alguna labor, pero siempre era algo sencillo y rápido de terminar.
«¿Qué es esta vida? ¡Solo puedo comer y dormir!»
Además de lo que cataba, las comidas que le daban eran cada vez más lujosas. En la ceremonia del té había dulces, y si sobraban, se los daban a Maomao. Como ya no trabajaba sin parar durante todo el día, todo lo que ingería se convertía directamente en grasa.
«Me siento como si me hubiera convertido en ganado...»
Maomao pensó que había otro punto por el que ella no era la más adecuada para ser catadora. Como ya estaba delgada, sería difícil notar si había adelgazado por el efecto de un veneno. Además, la dosis letal es proporcional al tamaño del cuerpo. Cuanto más engordara, mayor sería la posibilidad de sobreviviera.
No es que no supiera de venenos que adelgazan, sino que estaba segura de sobrevivir incluso si superaba la dosis letal, pero el resto de personas no lo veían así. Las tres damas de compañía sentían compasión por esa pobre Maomao menuda, debilucha y desechable para el palacio. Incluso si tenía el estómago lleno, le servían una segunda ración de gachas, y las verduras de su plato eran más que las de los demás.
«Se comportan como mis hermanas del burdel.»
A pesar de ser una criatura arisca, callada y poco encantadora, por alguna razón, las cortesanas la adoraban. Cuando vivía cerca del burdel en el barrio del placer, le daban dulces y la obligaban a comer a menudo.
Por cierto, Maomao parecía no darse cuenta, pero había una razón por la que la adoraban. En su brazo izquierdo tenía innumerables cicatrices. Cortes, puñaladas, marcas de quemaduras y de haber sido pinchada con agujas o algo similar. Pequeña, delgada y mutilada. A menudo llevaba vendajes en el brazo y, a veces, se desmayaba en la calle con la cara pálida. Todos creían, con lágrimas en los ojos, que su carácter arisco y silencioso era el resultado del maltrato que había sufrido.
Aunque todos pensaban que había sido víctima de abusos, la verdad era diferente: todo se lo había hecho ella misma. Investigaba los efectos de ungüentos y antisépticos, se acostumbraba poco a poco a los venenos, y a veces incluso se dejaba morder por serpientes. De vez en cuando, se equivocaba con la dosis y se desmayaba. Por eso, las cicatrices se concentraban solo en su brazo izquierdo, el que no era su brazo dominante. No es que le gustara el dolor ni que tuviera una afición masoquista, sino que su sed de conocimiento sobre medicinas y venenos la alejaba de ser una chica normal.
Su padre estaba totalmente desesperado por tener una hija así. Para que esa niña pudiera seguir un camino distinto al de las cortesanas del barrio del placer donde vivían, le había enseñado a leer, a escribir y conocimientos sobre medicina, pero en algún momento había empezado a recibir difamaciones inmerecidas. Algunos lo entendían, pero la mayoría miraba a su padre con ojos fríos. Nadie pensaba que una chica de su edad se infligiera heridas a sí misma en nombre de la ciencia.
Todos pensaban que era una chica desafortunada que había sufrido los abusos de su padre, quien luego la había vendido al palacio interior y se había convertido en una catadora cuya vida no le importaba a nadie. Sin saber nada de la verdad...
«A este paso me van a cebar como un cerdo.»
Justo cuando estaba pensando eso, un desagradable visitante se personó ante Maomao.
La sonrisa de tennyo de ese joven de belleza sobrenatural permanecía inmutable. Las tres damas de compañía, sonrojadas, lo estaban preparando todo para servirle el té al invitado. Por los forcejeos que se escuchaban al otro lado de la pared, parecía que estaban discutiendo sobre quién se encargaba de qué.
La dama de compañía principal, exasperada, preparó ella misma el servicio de té y les ordenó a las otras tres que volvieran a sus aposentos. Maomao, la catadora, tomó una taza de plata, la olió y bebió un sorbo. Se sentía incómoda, ya que Jinshi no dejaba de mirarla. Entrecerró los ojos para evitar el contacto visual.
Cualquier otra chica joven se hubiera sentido halagada al ser observada por un hombre tan apuesto, aunque fuera un eunuco, pero ese no era el caso de Maomao. Como sus intereses eran muy diferente a los de los demás, pese a que compartía que Jinshi era hermoso como una tennyo, mantenía la distancia.
—Me han dado este presente. ¿Podrías probarlo?
En la cesta había un baozi. (NT: El baozi, o simplemente conocido como bao, es un tipo de bollo o pan relleno generalmente cocido al vapor; un bocadillo originario de China. Puede estar relleno de carne picada o ser vegetariano. Se puede servir con cualquier plato pero, muy a menudo, forma parte del desayuno. Fuente: Wikipedia.) Maomao lo cogió y lo partió por la mitad. El relleno era de carne picada y verduras. Al olerlo, reconoció el aroma de una hierba medicinal que le resultó familiar. Era la misma que la de un plato que había comido anteayer.
—Contiene afrodisíaco.
—¿Lo sabes sin probarlo?
—No es perjudicial para la salud, así que puede llevárselo. Disfrútelo.
—Si tengo en cuenta quién me lo regaló, no creo que vaya a comérmelo.
—Sí, es posible que esta noche quieran hacerle una visita.
La cara de Jinshi, que se había imaginado una reacción diferente de la que le había dado Maomao, se volvió indescriptible. Como habían intentado darle una comida con afrodisíaco a sabiendas, era un alivio que no lo mirara como si fuera un gusano.
¿Quién se lo habría regalado...? Al oír la conversación entre los dos, la consorte Gyokujou soltó una risa clara como una campana. A sus pies, la princesa Xiaoling dormía plácidamente.
Maomao hizo una reverencia y se dispuso a abandonar la sala.
—Espera un momento.
—¿Qué desea?
Jinshi miró a Gyokujou, y ambos asintieron. Al parecer, ya habían discutido el tema principal antes de que Maomao llegara.
—¿Sabrías preparar afrodisíacos?
Por un instante, los ojos de Maomao reflejaron sorpresa y curiosidad. Aunque no sabía para qué lo usaría, el proceso de su creación sería, sin duda, un momento de éxtasis para ella.
—Necesito tiempo, ingredientes y herramientas —dijo, conteniendo una sonrisa en los labios.
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