26/08/2025

Los diarios de la boticaria - Capítulo 23




Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria



Traducido por: Xeniaxen


Capítulo 23
Huellas

Nada más volver al Pabellón de Jade, Maomao se vio obligada a recibir cuidados intensivos. En lugar de su pequeña habitación habitual, le habían preparado un fino futón en la cama de un cuarto vacío. La cambiaron de ropa en un santiamén y la metieron en cama. Estaba hecha de algodón de gran calidad, una diferencia abismal con su cama habitual de simples esterillas de paja.

—Ya me tomé el antídoto y no tengo ningún síntoma raro —dijo. En realidad, el antídoto era inútil, por el tipo de veneno que era.

—¿Qué dices? El ministro que lo comió después se puso fatal. Que lo escupieras no significa que estés a salvo —dijo Yinghua con una mirada de preocupación, mientras le ponía un paño húmedo en la frente.

«Qué ministro tan idiota...», pensó Maomao. Se preguntó si el tratamiento inicial habría conseguido que lo vomitara todo. Como no podía salir de allí para averiguarlo, decidió cerrar los ojos.

Había sido un día innecesariamente largo...



Se ve que estaba muy cansada, porque se despertó pasado el mediodía. Como sirvienta, eso no estaba bien. Se levantó y se vistió para ir a buscar a Hongnyang.

«¡Antes de eso...!», recordó. Volvió a su habitación y buscó el polvillo que usaba siempre. No el polvo blanco que usaban todos, sino el marrón que solo usaba ella para hacerse las pecas. Usó una placa de cobre pulida a modo de espejo y, con la punta del dedo, se dio unos golpecitos alrededor de las marcas. Se aplicó más en la parte superior de la nariz.

«Ahora ya no puedo ir con la cara lavada», pensó. «Sería un fastidio tener que explicarlo todo». Por un momento, sopesó fingir que, al contrario, se estaba tapando las pecas, pero eso habría sido vergonzoso. Probablemente, cada vez que le dijeran algo, reaccionaría como la primera vez que a una chica le viene la regla.

Tenía hambre, así que se comió uno de los pasteles de luna que habían sobrado de la merienda. Hongnyang estaba cuidando de la princesa junto a la consorte Gyokujou. La pequeña Lingli gateaba por todos lados sin parar, así que Hongnyang no podía quitarle el ojo de encima. La movía para que no se saliera de la alfombra y sujetaba la silla para que no se cayera mientras la princesa practicaba el ponerse de pie.

—Pido disculpas por haberme quedado dormida —dijo Maomao con una reverencia.

—Podrías haber descansado hoy —dijo Gyokujou, con una expresión preocupada y la mano en la mejilla, mientras ladeaba la cabeza.

—No podía hacer eso. Avíseme si necesita algo.

En realidad, como normalmente la menuda boticaria hacía lo que le daba la gana, su presencia no marcaba ninguna diferencia.

—Tus pecas... —insinuó Gyokujou, metiéndose en el tema que ella prefería no tocar.

—Me siento incómoda si no. ¿Le parece bien que me las deje?

—Supongo que sí.

Para sorpresa de Maomao, su señora se rindió con facilidad. Miró a la consorte con recelo.

—Todas me acosaron para preguntarme quién era mi sirvienta nueva. Fue un verdadero embrollo.

—Lo siento mucho.

—Con esa cara, nadie te reconoce a simple vista, así que es muy conveniente.

Maomao pensaba que se había movido con discreción, pero al parecer no fue así. ¿Qué era lo que había hecho mal?

—Y Gaoshun ha estado aquí desde por la mañana. ¿Qué hacemos? Parecía aburrido, así que lo mandé a arrancar hierbas al jardín.

«¿Arrancar hierbas...?», Maomao pensó que, pese a ser un oficial de alto rango, era un hombre muy diligente. Seguro que se había ganado el corazón de las demás sirvientas.

—¿Me podría prestar la sala de estar para conversar con él?

—Claro. Lo llamo enseguida.

La consorte Gyokujou tomó a la princesa de Hongnyang, y esta salió de la habitación para buscar a Gaoshun.

Maomao podría haber ido ella misma, pero Gyokujou la detuvo con un gesto, y acabó quedándose en la sala de estar.



—El señor Jinshi me pidió que te entregara esto.

Sin apenas saludar, Gaoshun dejó un paquete envuelto en tela sobre la mesa. Cuando lo abrió, vio la sopa espesa en un cuenco de plata. No era la que había comido Maomao, sino la que estaba destinada a Gyokujou. Se había negado a aceptarla el día anterior, pero se la habían traído de todos modos. Era un gesto concienzudo, pero al mismo tiempo significaba que querían que investigara algo.

—Por favor, no se lo coma —dijo Gaoshun.

—No lo haré —respondió ella.

«Claro, la plata se corroe con facilidad», razonó Maomao, intentando adivinar lo que él pensaba. Gaoshun probablemente no sabía que la razón por la que le pidió que no se la comiera era otra. La miró con recelo.

Maomao cogió el cuenco sin tocarlo directamente, entrecerró los ojos y lo observó fijamente. No el contenido, sino el cuenco en sí.

—¿El ministro lo sujetó con las manos desnudas?

—No. Solo tomó una cucharada para probar el veneno.

Al parecer, no quisieron arriesgarse a tocar el cuenco envenenado y lo envolvieron sin manosearlo. Al oírlo, Maomao torció los labios.

—Ya veo. Espere un momento.

Maomao salió de la sala de estar y se dirigió a la cocina. Rebuscó en un rincón y sacó algo. Luego fue a la habitación donde acababa de dormir. Le hizo una reverencia al fino futón, descosió una de las costuras de la tela, sacó el relleno y regresó a la sala. Lo que había traído era polvo blanco y un poco de algodón suave. Maomao hizo una bolita con el algodón, le puso polvo y dio unos toquecitos al cuenco de plata. Gaoshun ladeó la cabeza y se inclinó para mirar.

—¿Qué es esto?

El polvo dejó marcas en el cuenco.

—Son huellas de manos. Las yemas de los dedos tienen mucha grasa, y dejan marcas al tocar el metal. Con la vajilla de plata, que se corroe con facilidad, es aún más evidente.

«Mi viejo usaba un tinte para marcar los cuencos que no podía tocar, y así evitaba mis travesuras», pensó. Con eso en mente, lo probó por capricho, y funcionó sorprendentemente bien. Si las partículas de polvo hubieran sido más finas, las marcas se habrían visto con más claridad.

—La vajilla de plata siempre se limpia con un paño antes de usarla. De lo contrario, la turbidez lo arruina todo.

Había varias huellas de dedos en el cuenco. Por su tamaño y posición, se podía deducir cómo había sido sostenido. «Pero no puedo ver el patrón...», se lamentó Maomao.

—Las personas que sujetaron el cuenco... —Maomao no terminó la frase. Pensó que Gaoshun no era el tipo de hombre que dejaría pasar algo así.

—¿Qué pasa?

—Nada.

Pero no tenía sentido intentar esconderlo. Si no, la farsa de ayer habría sido en vano.

—En total, tocaron este cuenco cuatro personas —Maomao señaló las marcas blancas, con cuidado de no rozarlas, con la punta de los dedos—. El lavaplatos no suele tocar la vajilla directamente con sus dedos. Así que debieron de ser: la persona que sirvió la sopa, la que la llevó a la mesa, la catadora de la Concubina Virtuosa y otra persona más.

Gaoshun levantó su rostro severo y miró a Maomao.

—¿Por qué crees que estaría metida en el ajo la catadora?

Maomao hubiera preferido resolver el asunto de forma discreta, de ser posible. Pero eso dependía de la capacidad de un hombre tan callado.

—Es muy sencillo... —Maomao dejó el cuenco. Una expresión de amargura surcó su rostro—. Creo que podrían estar acosando a la consorte.




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