30/08/2025

Los diarios de la boticaria - Capítulo 27




Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria



Traducido por: Xeniaxen


Capítulo 27
El malentendido

Nota de la autora: En este capítulo hay mucha paja. Guiño, guiño.

Xeniaxen: La autora es una cachonda XD



Los tres días de su regreso a casa pasaron volando. Aunque le hubiera gustado quedarse más tiempo con sus más allegados, no podía abandonar su trabajo en el palacio interior ni dejar en una mala posición a Lihaku, el oficial militar que le había hecho el favor de traerla. Además, la madame, que ya estaba pensando en a qué cliente sádico ofrecerle la primera noche de Maomao, le había empujado a irse.

«Parece que este cumplió su sueño», observó. Al ver a Pai Lin, la mayor de sus hermanas, con el rostro extremadamente resplandeciente, y a Lihaku, con los ojos caídos y la dulzura de un albaricoque encurtido en miel, se arrepintió de haberle dado una recompensa tan excesiva. A este ritmo, el destino de su venta ya estaba decidido.

Sin embargo, sentía un poco de pena por él, pues ahora que había conocido el néctar celestial, las delicias terrenales ya no le sabrían igual. Seguramente, la madame lo exprimiría lentamente, con cuidado de no arruinarlo. Pero ella ya no tenía ninguna responsabilidad en eso.



Así pues, después de regresar al Pabellón de Jade con algunos recuerdos, se encontró con el joven que parecía una tennyo, pero que desprendía un aura amenazadora. Detrás de su amable sonrisa, sintió una presencia siniestra, como la de un hechizo con veneno. Por alguna razón, él la miraba con dureza. Tuviera la personalidad que tuviera, un hombre guapo es un hombre guapo. Cuando miraba fijamente, la presión que ejercía era impresionante. Como parecía que todo aquello era un fastidio, Maomao le hizo una reverencia para intentar dirigirse a su habitación sin más, pero él le sujetó el hombro con firmeza. Sus uñas se clavaron en ella.

—Te estaré esperando en la sala de visitas —le dijo con voz dulce como la miel en el oído. Era miel, sí, pero miel de acónito.

Detrás de ella, Gaoshun le decía con la mirada que se rindiera. La consorte Gyokujou parecía preocupada, pero sus ojos brillaban. Hongnyang, por alguna razón, miraba a Maomao como si la estuviera culpando de algo. La curiosidad de las otras tres damas de compañía superaba a la preocupación. Seguramente, después le harían preguntas para conocer hasta el último detalle.

«¿Qué demonios les pasa a todos?», se alarmó la boticaria. Dejó su equipaje, se puso el uniforme de sirvienta y se dirigió a la sala de visitas.



—¿Qué se le ofrece, mi señor?

En la habitación solo estaba Jinshi. Llevaba con elegancia un sencillo uniforme de oficial, sentado con las piernas cruzadas y el codo apoyado en la mesa. Le pareció que su actitud era peor de lo habitual. ¿Serían imaginaciones suyas? Quería que lo fueran. Iba a creer que lo eran.

Tampoco estaba Gaoshun, el apaciguador, ni la consorte Gyokujou, así que el ambiente era muy incómodo.

—Parece que has vuelto a casa —se adelantó él.

—Sí.

—¿Qué tal te fue?

—Me alegré de ver que todo el mundo estaba bien.

—Ya veo.

—Sí.

—...

—...

—¿Qué clase de hombre es ese Lihaku?

—Es muy amable, se hizo responsable de mí —respondió ella, mientras pensaba: «¿Por qué pregunta por él? Además de eso, será un cliente habitual del burdel en el futuro. Es una fuente de ingresos importante».

—¿Entiendes lo que eso significa?

—Claro. Solo un oficial de alto rango puede hacerse responsable de una sirvienta como yo.

Jinshi tenía una cara de cansancio terrible. Maomao se preguntó si quería que no dijera lo obvio.

—¿Te dio su horquilla?

—Repartió muchas. La acepté por cortesía.

Ahora que lo pensaba, Lihaku era muy generoso. Pese a tener un diseño simple, la horquilla que le dio estaba muy bien hecha.

—Así que, por una horquilla que te dieron por cortesía, me han pasado la mano por la cara, ¿no?

«¿Cómo?», Maomao ladeó la cabeza, sorprendida por lo que acababa de decir el eunuco celestial. No se esperaba para nada esa reacción.

—Yo también te di una horquilla, y a mí no me escribiste.

Jinshi miró hacia otro lado, con cara de estar de mal humor. Ya no tenía su sonrisa de tennyo y, con ese rebote, parecía tener la misma edad que Maomao, o incluso más joven.

A ella le chocó que una persona pudiera cambiar tanto con una sola expresión. Parecía que lo que no le gustaba era que hubiera confiado en Lihaku y no en él. Era algo extraño. ¿Por qué se metía de lleno en problemas en lugar de evitarlos? ¿Sería que, en el fondo, además de holgazán, era un necio?

—Lo siento mucho. No se me ocurrió ningún tipo de recompensa que le satisficiera, señor Jinshi —se disculpó.

«No lo entiendo. ¿No se supone que es de mala educación invitar a un eunuco a un burdel?», dudó. Quizá si solo fuera para tomar el té o escuchar poemas, pero era un lugar donde la gente también disfrutaba del amor. Era difícil invitar a alguien que ya no era un hombre a un lugar así. Además, si alguien como Jinshi se involucraba con una cortesana cualquiera, con la intensa obsesión que él solía despertar, ella lo despojaría de toda su vitalidad hasta dejarlo seco.

—¿Qué clase de recompensa? ¿Le pagaste a ese tal Lihaku? —dijo con una expresión confusa, con una mezcla entre frustración y preocupación.

—Sí, está muy contento de haber cumplido su sueño de una noche —contestó ella, sin preocupación alguna por que sus palabras pudieran malinterpretarse.

«Con la experiencia que tuvo, ¡tardará en volver a la realidad!», pensó, divertida. «Incluso un valiente militar debe de ser como un gatito a los ojos de la hermana Pai Lin. ¿Será de los que le traen monedas de oro?».

Maomao se quedó mirando a Jinshi, que se había quedado pálido. La mano con la que sostenía la taza de té le estaba temblando. «¿Tanto frío hace?», supuso ella. Añadió un poco de carbón al brasero y avivó el fuego con un abanico.

—Parece que quedó muy satisfecho. Me alegro por él.

«Pero ahora tendré que esforzarme por encontrar nuevos clientes...», pensó en lo que dejaba ir un suspiro que, de nuevo, podía malinterpretarse. El sonido de una taza rompiéndose contra el suelo resonó en la habitación.

—¡Señor!

Mil fragmentos de cerámica se esparcieron por el suelo. Jinshi estaba ahora de pie, con el rostro pálido como el de un cadáver. El té le había mojado su traje.

—¡Ah! Ahora mismo voy a buscar algo para limpiarlo.

Maomao abrió la puerta y vio a la consorte Gyokujou riéndose a carcajadas con las manos en el estómago. A Gaoshun con una cara muy cansada. Y a Hongnyang tapándose la cara con una mano, tan aturdida que no podía articular palabra. Sin entender nada, se dirigió a la cocina a buscar un paño.


○ ● ○


—¿Hasta cuándo vas a estar de morros?

Incluso después de regresar a su oficina, Jinshi seguía desplomado sobre el escritorio. Gaoshun dejó escapar un profundo suspiro.

—Por favor, no se olvide del trabajo que tiene pendiente.

—Ya lo sé.

«No lo sabe...», pensó su fiel sirviente. Jinshi no solía dar ese tipo de respuestas infantiles. Nunca se había apegado tanto a un juguete.

Después de aquello, a Gaoshun le costó un gran esfuerzo averiguar los detalles del asunto. La única que lo había entendido todo fue Gyokujou, que se estaba partiendo de risa. Resulta que la recompensa que había mencionado Maomao fue un encuentro con una famosa cortesana a la que el joven militar admiraba. Gaoshun nunca hubiera imaginado que Maomao tuviera esa clase de contactos. Sin embargo, ¿quién sabe qué era lo que se había imaginado su señor? Ah... La mente de un joven puede ser terrible.

Jinshi se había calmado un poco, pero aun así parecía seguir enfadado. Ese día se había dado prisa en terminar su trabajo para ir a ver a Maomao y se había encontrado con que la chica se había ido a su casa con un hombre desconocido. No era de extrañar que se sintiera como si le hubiera caído un rayo.

Gaoshun no tenía tiempo para seguir aguantando la rabieta de un niño pequeño. Puso una caja de laca sobre el escritorio y sacó un informe de su interior.

—Ha llegado el informe que pidió hace unas semanas —dijo. Era la respuesta a su orden de buscar a una sirvienta con cicatrices de quemaduras. Ya había pasado un mes desde entonces.

—¡Cuánto ha tardado! —exclamó Jinshi. Entonces, levantó la cabeza y recuperó su rostro habitual.

—Lo siento mucho —coincidió Gaoshun. No añadió ninguna excusa. Esa era su máxima.

—¿Quién ha resultado ser? —preguntó Jinshi.

—Parece que alguien bastante importante —dijo, mientras le extendía el informe sobre el escritorio—. Fengming, del Pabellón Granate. La dama de compañía principal de la Consorte Pura.



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