23/08/2025

Los diarios de la boticaria - 17, 18




Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria



Traducido por: Xeniaxen


Capítulo 17
Preparativos para la fiesta del jardín interior


Maomao se sintió abatida al escuchar a Hongnyang contarle cómo era la fiesta en el jardín.

—Estaba tan aliviada de que no hubiera una este año... —dijo la dama principal, tras un suspiro.

En realidad, no había que hacer nada. Solo había que estar allí de pie. Al fin y al cabo, las concubinas eran invitadas y solo tenían que acompañar al Emperador. Y sus damas de compañía, lo mismo. Solo tenían que ver espectáculos de artes marciales, danzas, recitales de poesía y de instrumentos como el erhu o el koto, comer los platos que les servían y sonreír a los funcionarios que se acercaban a saludar. (NT: El erhu es un instrumento musical chino de cuerda frotada. Se caracteriza por tener dos cuerdas y un arco que se frota entre ellas. El koto es el instrumento nacional de Japón y se caracteriza por tener una caja de resonancia alargada y estrecha con 13 cuerdas, aunque también existen versiones de 17, 23, 25 e incluso 30 cuerdas. Se toca con unas púas llamadas tsume que se colocan en las puntas de los dedos. Fuente: AI Overview de Google.) Todo eso, al aire libre, bajo un viento gélido.

Los jardines eran, bueno, innecesariamente vastos, como si su tamaño fuera proporcional al poder del Emperador. Con solo intentar ir al baño, ya se tardaba media hora. Pero si el Emperador, el anfitrión principal, no se levantaba de su asiento, las concubinas no tenían más remedio que seguir su ejemplo. «Tendrá una vejiga de hierro», pensó Maomao.

Si la fiesta de principios de verano ya era un calvario, no quería ni imaginarse cómo sería la de invierno. Por ello, la menuda boticaria se puso a coser varios bolsillos en sus prendas interiores para meterse calientamanos. También ralló jengibre y piel de naranja, los hirvió con azúcar y zumo, y lo convirtió en caramelos. Cuando se lo mostró todo a Hongnyang, a esta se le llenaron los ojos de lágrimas y le pidió que lo hiciera para todas.

Mientras lo preparaba, el eunuco ocioso se le acercó y le ordenó que se lo hiciera a él también. Su ayudante también parecía querer, así que Maomao se vio obligada a añadirlos a su lista de tareas. Además, por lo visto, la concubina Gyokujou le habló de ello al Emperador durante una visita nocturna. Al día siguiente, vinieron la costurera y la cocinera personales de Su Majestad, y Maomao les enseñó cómo hacerlo. Está claro que aquello era, para todos en el palacio interior, un calvario...

Al final, Maomao se pasó todo el tiempo hasta la fiesta haciendo trabajillos. La noche anterior a la fiesta, por fin, tuvo tiempo libre y decidió preparar medicinas con las hierbas que tenía a mano.



—Qué hermosa es, consorte Gyokujou —dijeron Yinghua y las demás, y no lo decían por halagarla, sino con una profunda sinceridad.

«No me extraña que sea la concubina favorita del emperador...», pensó Maomao.

Con su aire exótico, la concubina vestía una falda escarlata y una prenda de color rojo claro. La sobretúnica que llevaba por encima era del mismo color que la falda, con bordados de hilo dorado. Llevaba el pelo recogido en dos grandes moños, adornados con dos horquillas con forma de flor y una corona en el centro. De las horquillas de flores colgaban adornos de plata con borlas de seda roja y cuentas de jade. Probablemente, la ropa no la eclipsaba a pesar de su diseño. Se decía que la consorte Gyokujou, con su pelo de un color rojo ardiente, era la persona a la que mejor le sentaba el color rojo. Además, el brillo de sus ojos de jade sobre el rojo le daba un aura de misterio.

El hecho de que Maomao y las demás llevaran una falda de color rojo claro también era una señal de que la seguían. Se vistieron con sus ropas a juego y se recogieron el pelo para la ocasión. Gyokujou, emocionada por verlas a todas tan bonitas, sacó un joyero de su tocador. Dentro había collares, pendientes y horquillas de jade.

—Sois mis damas de compañía. Tengo que poneros una marca de propiedad para que no se os acerquen bichos raros.

Dicho esto, les fue colocando las joyas en el pelo, las orejas y el cuello. A Maomao le puso un collar con una cuenta de jade.

—Muchas grac...

Al oírlo, la concubina la interrumpió. «¡Mierda!». Antes de que Maomao pudiera terminar de darle las gracias, Yinghua la inmovilizó por detrás.

—¡Bien! Es hora de maquillarse.

Hongnyang se le acercó con una brocha y una sonrisa traviesa. Las otras dos damas de compañía también llevaban una polvera con pigmento rojo y un pincel. Maomao había olvidado por completo que sus compañeras más veteranas llevaban días maquinando cómo maquillarla.

—Ju, ju, ju. Dejadla bien guapa —dijo Gyokujou, riendo con una voz tan clara como el sonido de una campanilla. Parecía que también había sido cómplice.

Las cuatro damas de compañía fueron implacables con Maomao, que no podía disimular su nerviosismo.

—Primero, hay que limpiarte la cara y aplicarte un aceite perfumado.

Y con un paño húmedo, le frotaron el rostro con brusquedad.

—¡¿Eh?! —exclamaron todas al unísono, asombradas.

«Vaya. Me han descubierto», pensó. Al comparar el paño con el rostro de Maomao, se quedaron boquiabiertas. «¿Se han dado cuenta?», quiso autoengañarse.

He aquí una aclaración: la razón por la que Maomao odiaba maquillarse no era que no le gustara, ni que se le diera mal. De hecho, si tuviera que elegir entre que se le diera bien o mal, diría que se le daba bien. Entonces, ¿por qué no lo hacía? La razón era que ya llevaba su rostro maquillado.

El paño húmedo mostró una mancha de color marrón claro. La cara que todos creían limpia de artificios era, en realidad, un lienzo cuidadosamente preparado.




Capítulo 18
Maquillaje

Aproximadamente una hora antes de que comenzara la fiesta en el jardín, la consorte Gyokujou y sus damas de compañía estaban esperando en una glorieta. En el estanque, a su lado, saltaban carpas de colores y las hojas de arce teñidas de rojo caían de los pocos árboles que quedaban.

—Nos has salvado.

Aunque la luz del sol era abundante, el viento era frío y seco. Normalmente se habrían pasado el rato tiritando, pero gracias a las prendas con espacio para calentadores de piedra en el interior, casi no notaban el frío. La princesa Lingli, por la que estaban preocupadas, también estaba acurrucada en su cesta, que contenía otro calentador de piedra escondido.

—Princesa, quítele el calentador de vez en cuando y vuelva a envolverlo con la tela, ya que podría sufrir quemaduras de baja temperatura. Y tenga cuidado de no lamer demasiado los caramelos, ya que la boca puede quedarse adormecida.

Maomao llevaba en su cesta un par de calentadores de repuesto, así como los pañales de la princesa y ropa de recambio. Ya había pedido a un eunuco que trajera un brasero para ir recalentando las piedras.

—Entendido. A pesar de todo... —dijo Gyokujou, dejando escapar una risa traviesa. Las demás damas de compañía también sonrieron—. Tú eres mi dama de compañía, no lo olvides —dijo, señalando el collar de jade.

—Gracias, señora.

Fiel a su naturaleza pragmática, Maomao grabó esas palabras como una promesa inamovible y aceptó, sin dudar, su lugar bajo la protección de la consorte.


○ ● ○


Gaoshun se encontraba observando a su amo, que intentaba ganarse el favor de la Consorte Virtuosa. Con su sonrisa de dios celestial y su aura de rocío bendito, Jinshi estaba incluso más resplandeciente que ella, a quien habían considerado una gran belleza desde su juventud. A pesar de que solo había añadido algunos bordados a su sencillo uniforme oficial y se había puesto una horquilla de plata en el pelo, lograba eclipsar a esa concubina de alto rango, que vestía ropas suntuosas y opulentas.

Era una presencia irritante, pero a estas alturas, como incluso la propia consorte se quedaba embelesada con él, con los ojos llorosos y todo, no parecía ser un problema. Sin lugar a dudas, era un hombre de lo más pecaminoso.



Después de recorrer la zona de las tres primeras concubinas, se dirigió a la de Gyokujou, a quien encontró en una glorieta, al otro lado del estanque. Aunque se suponía que debía tratar a las Cuatro Consortes por igual, últimamente mostraba una clara preferencia por ella. Si bien no era algo que debiera considerarse un problema, ya que era la concubina favorita del Emperador, era evidente que existían otros motivos.

Le hizo una reverencia y elogió lo bien que le sentaba el vestido rojo. En efecto, le quedaba hermoso. El encanto innato de Gyokujou y su misteriosa belleza, de rasgos foráneos, se fundían por completo con la atmósfera del lugar. Probablemente, ella era la única persona en el palacio interior cuya magnificencia no era inferior a la de Jinshi.

Pero eso no significaba que las damas de compañía que la rodeaban no fueran hermosas, ya que cada una resaltaba sus propios encantos. Lo increíble de Jinshi era su capacidad para alabar abiertamente esas virtudes. A todo el mundo le gusta que le reconozcan sus cualidades, y él dominaba ese arte a la perfección. La clave estaba en que no mentía, pero tampoco revelaba la verdad completa. Aparentaba estar tranquilo, pero la comisura de su labio izquierdo se curvó ligeramente en un momento dado, un gesto que su fiel sirviente, que lo conocía de años, entendía a la perfección. Era la misma expresión de un niño que tiene un tesoro ante sí, un capricho que, para su desgracia, se había convertido en un problema.

Disimulando que miraba a la princesa, se acercó a la dama de compañía más menuda y... ¡halló a una criada desconocida, con el rostro inexpresivo y una mirada un tanto despectiva e increíblemente insolente!


○ ● ○


—Buenos días, señor Jinshi.

Maomao procuró no mostrar la expresión que decía: «¿Otra vez tú, holgazán perturbado?». Como Gaoshun la estaba observando, quería ser lo más cordial posible.

—¿T-Te has maquillado?

—No, no lo he hecho.

Solo llevaba un poco de carmín en los labios y en el contorno de los ojos, el resto estaba al natural. Aún le quedaban algunas manchas ligeras alrededor de la nariz, pero no eran apenas perceptibles.

—Te han desaparecido las pecas.

—Sí, me las han borrado.

En su piel persistía el débil rastro de un dibujo que se había hecho ella misma con una aguja hacía tiempo. Como no lo había pinchado profundamente y había usado un tinte tenue, desaparecería en un año más o menos. A pesar de ser algo temporal, su viejo había puesto reparos a que hiciera algo que era lo mismo que un castigo para un criminal.

—Entonces te las han tapado con maquillaje.

—No, me han desmaquillado y por eso ya no las tengo.

«Agh... Debería haberme limitado a decir que sí a todo», pensó, dándose cuenta de que su respuesta había sido un error. Pero ya era tarde.

—Lo que dices no tiene sentido, es una contradicción.

—No, no lo es.

El maquillaje no servía solo para embellecerse. A veces, una mujer casada se maquillaba para verse más fea a propósito. Maomao se aplicaba una mezcla de arcilla seca y tinte alrededor de la nariz todos los días. Al difuminar las marcas con forma de pecas, lo disimulaba de tal manera que parecían manchas. Como nadie se imaginaba que haría algo así, nadie se había dado cuenta.

Una mujer con pecas y manchas, de rostro anodino. Con eso, los demás la consideraban fea. Por el contrario, sin pecas ni manchas, con su rostro de facciones completamente normales y solo un poco de carmín, su aspecto cambió por completo. Su cara parecía totalmente diferente a la de siempre.

Jinshi se llevó las manos a la cabeza, como si la explicación de Maomao no tuviera sentido.

—¡¿Y por qué te maquillabas así?! ¿Tiene alguna utilidad?

—Sí, que no me arrastren a un callejón.

Incluso en el distrito del placer, había hombres sedientos de mujeres. La mayoría no tenía dinero, eran violentos, y muchos tenían enfermedades de transmisión sexual. Por supuesto, Maomao quería evitarlos.

—¿Te arrastraron a un callejón? —preguntó con cautela Jinshi, asombrado.

—Hubo algún intento —Maomao lo miró con los ojos entrecerrados, ya que sabía a qué se refería—. En su lugar, me secuestraron unos traficantes de personas.

Las mujeres que se vendían al palacio interior tenían que ser guapas. Aquella vez, se había olvidado de maquillarse por casualidad. Justamente cuando fue a buscar hierbas, para conseguir un tinte que le permitiera retocarse las marcas, que ya se estaban empezando a desvanecer.

—Fue culpa mía. No supervisamos lo suficiente.

—No importa. No se puede distinguir entre una venta después de un secuestro y una venta para reducir el número de bocas que alimentar en una casa, así que da igual.

El primer caso era un delito, mientras que el segundo era legal. Sin embargo, aunque hubiera sido un secuestro, el comprador quedaba impune si alegaba desconocer los hechos.

El motivo por el que ella se maquillaba de esa manera en el palacio interior era el mismo por el que había ocultado que sabía leer y escribir. Aunque ahora ya no le importaba, no se había decidido por el momento adecuado para mostrar su rostro sin maquillar, así que simplemente había seguido así.

—Ah... Lo siento mucho.

«Qué sincero. Es extraño en él, pensó Maomao. Levantó la vista, y algo se le clavó en la cabeza con un chasquido.

—¡Ay! Duele.

—¡Perdón! Es un regalo.

En el rostro de Jinshi no había una simple sonrisa melosa, sino una mezcla de melancolía y vergüenza. Maomao se tocó la cabeza y sintió la fría sensación metálica de algo en su cabello, donde no debería haber nada.

—Bueno, nos vemos en la fiesta.

Sin volver la mirada, Jinshi se alejó de la glorieta. Lo que le había clavado era una horquilla de plata de hombre.

—¡Oh! Qué bonito —exclamó Yinghua.

Maomao iba a dársela porque la miraba con anhelo, pero las otras dos damas de compañía tenían la misma expresión, así que no le quedó más remedio que echarse atrás. Hongnyang sonrió irónicamente.

—Vaya, vaya. Qué rápido ha roto su promesa —expresó la consorte Gyokujou, que la miraba con un puchero. Le quitó la horquilla que Maomao tenía en la mano y se la colocó con cuidado en su moño—. Ya no eres solo mi dama de compañía.

Afortunadamente o no, Maomao no sabía nada de las costumbres de la corte, sobre todo las de los rangos más altos. Por eso no entendió lo que todo aquello significaba.



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