11/11/2025

Los diarios de la boticaria 3 - 11




Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Volumen 3



Traducido por: Xeniaxen


Capítulo 11
Papel

—Ya empieza a hacer calor —dijo el matasanos con aire despreocupado, con los pies metidos en un cubo de agua y abanicándose con un libro de medicina.

—Aún no ha llegado lo peor —dijo Maomao, dejando la cesta de la colada sobre el escritorio de la oficina médica.

Todavía era la temporada de lluvias (NT: La temporada de lluvias en China generalmente va de junio a agosto.), y el verdadero calor estaba por llegar. Pero la sensación pegajosa del ambiente era muy palpable. La próxima estación, cálida y húmeda, era la pesadilla de Maomao. Las hierbas medicinales que tanto le costaba secar se humedecían al instante, y los medicamentos, si se descuidaba, se llenaban de moho. Era una época deprimente.

La razón por la que Maomao había acudido a la oficina médica era...

—Vaya, chiquilla, ¿qué vienes a hacer? —preguntó el matasanos al ver que Maomao sacaba cosas de la cesta.

—Qué voy a hacer no, qué vamos a hacer —Maomao sacó un juego completo de herramientas de limpieza y todo el carbón de bambú que había podido meter—. Vamos a limpiar este sitio.

Había venido porque se negaba a que los valiosos medicamentos se llenaran de moho.

—¡¿Eh?! —exclamó el matasanos, y su rostro se ensombreció de golpe.



El matasanos no era mala persona. De hecho, era amable. Pero la joven boticaria pensaba que ser amable y ser competente en el trabajo eran cosas distintas.

En el fondo de la habitación donde trabajaba el matasanos había un almacén de medicinas. Un lugar con estanterías llenas de medicamentos en tres de las paredes, que para Maomao era como el Paraíso, aunque no siempre estuviera a su gusto. Aunque siempre había muchas medicinas, quien las usaba era el matasanos. Muchas se quedaban en las estanterías, cubiertas de polvo o comidas por insectos. Y la estación actual era el peor enemigo de los productos secos. Con el menor descuido, se enmohecerían.

A Maomao no le gustaba limpiar. Iba a la oficina médica a menudo solo para matar el tiempo, y no tenía por qué ayudar. Pero sentía que debía hacerlo. Con ese sentimiento de misión, Maomao sacudió el plumero.

—Chiquilla, no tienes por qué hacer esto tú. Podrías pedirle a otra persona que limpie —dijo el matasanos, con tanta desgana que Maomao lo miró con el mismo desprecio que solía reservar para Jinshi. En pocas palabras, lo miró como si estuviera contemplando un charco lleno de larvas de mosquito.

—¡Ayyyy!

«¡No, no!», pensó. Aunque era un matasanos, era su superior. De cara a la galería, debía tratarlo con respeto. De lo contrario, podría quedarse sin galletas de arroz la próxima vez. Los aperitivos del palacio interior eran demasiado dulces y carecían de sabor.

—No me importa que se lo pidas a otra persona, pero ¿qué pasaría si alguien cambiara las medicinas por otras?

—...

El matasanos se quedó callado. Dicho esto, era problemático que Maomao entrara y saliera y limpiara a su antojo, pero no dijo nada. No podía permitirse que la echaran.

Ella limpió el polvo y abrió estante por estante para secarlos. Desechó las medicinas que estaban visiblemente malas y anotó los nombres en tablillas de madera. Volvió a envolver las medicinas en papel de embalaje nuevo y las colocó en su lugar original.

«Qué buen papel usan», pensó. El papel apto para la conservación a largo plazo era caro. La mayoría del papel disponible en el mercado era de baja calidad y de un solo uso. Como solo se podía usar una vez y no era apto para guardar cosas, la gente común solía usar tablillas de madera para escribir notas y recibos. La leña era abundante, y a veces se cortaba en láminas finas para encender el fuego. Usaban eso. Una vez usadas, las tablillas servían de leña.

Antes se exportaba papel a otros países, pero el anterior Emperador, o más bien, su madre, la Emperatriz Viuda, había prohibido la tala de los árboles que se usaban para el papel de alta calidad. La prohibición se había suavizado a una restricción, pero la cantidad seguía sin ser suficiente.

Nadie fue lo suficientemente imprudente como para preguntarle a la Emperatriz por qué había prohibido la tala en su momento. Maomao pensaba que la restricción actual seguramente debía tener algún motivo.

Por eso, actualmente, salvo por algunos artículos de lujo, el papel se hacía con otros tipos de madera, hierbas y trapos viejos. Estos materiales no eran tan abundantes como la madera y el proceso de elaboración era más laborioso, lo que encarecía el producto. Los defectos en la fabricación daban lugar a productos de baja calidad que, por ser caros, tenían mala fama entre la gente, que pensaba que el papel no valía para nada.

El papel era más cómodo, pero esa era la razón por la que su uso no se había extendido.

—Uhhh... —suspiró.

—¿Has terminado, chiquilla? —dijo el matasanos con voz alegre, al verla tomar un respiro.

—No, queda la mitad.

—...

La variedad de medicamentos era tal que no podría terminar en un día, así que Maomao dejó el resto del trabajo para el día siguiente. Dejó el carbón que había traído en la habitación para absorber la humedad. Aún no era suficiente, así que le pidió al matasanos que pidiera más.

Cuando estaba a punto de marcharse, vio algo. Una muchacha de la misma edad que Maomao estaba esperando frente a la oficina médica. Era alta, pero de rostro algo infantil. «¿Qué sirvienta será esta?», se preguntó.

La ropa que llevaba era sencilla, pero no era la que se repartía en el palacio interior. Eso significaba que trabajaba directamente para una de las consortes. Al menos, era una cara que Maomao no había visto antes.

—¿Hmm...?

Maomao entrecerró los ojos al mirar a la doncella desconocida. La doncella ladeó la cabeza y la miró, así que Maomao fingió no haberla visto. «¿Serán imaginaciones mías? Siento que la he visto antes», se avergonzó.

El matasanos salió del fondo y acudió a la chica al trote. Cogió un envoltorio de tela de encima de una estantería y se lo entregó.

—¡Muchas gracias! —dijo la doncella con una reverencia formal. Su voz era algo aguda.

El matasanos le dijo adiós con la mano con una sonrisa.

—¿La conoces?

El matasanos era el único médico del palacio interior, pero su oficina estaba prácticamente cerrada.

—Sí, esa niña es una doncella de una de las consortes que llegó hace poco. Parece que sabe algo de medicinas, como tú, chiquilla.

—Ya veo.

Maomao se dijo que eso tenía sentido, que así podía preparar sus propias medicinas con los ingredientes sin tener que depender del matasanos.

El matasanos parecía cansado. Se dio unos golpecitos en los hombros y rebuscó en un armario para sacar unos snacks. Llenó unos cuencos con agua de frutas de una jarra de cerámica y se los llevó.

—Después de tanto cansancio, lo mejor es algo dulce, ¿verdad?

Con una cuchara de bambú, cortó un trozo de kinton (un dulce a base de batata) y lo puso sobre un trozo de papel para dárselo a Maomao. «Este viejo hace lo que le place», pensó Maomao. La batata era rara y difícil de conseguir en esa época del año. Además, utilizaba papel de alta calidad como plato, algo que daba por sentado.

Maomao tomó el kinton, se lo zampó de un bocado y observó el papel redondo manchado de grasa. Era un papel excelente, muy liso en la superficie.

—Tiene papel de muy buena calidad.

—¡Ah, sí! ¿Te has dado cuenta? —respondió. Aunque Maomao lo había dicho sin pensar, el matasanos se animó—. Mi familia lo fabrica. Lo suministramos a la corte. ¿A que es genial?

—Es genial, sí.

Si estaba allí, era obvio que lo suministraban. De todos modos, Maomao pensó que era realmente un buen papel, y no un simple cumplido. Ella tenía que comprar el papel más decente que encontraba entre los productos de baja calidad para envolver sus medicinas. Para protegerlas de la humedad y evitar que se derramara el polvo, le vendría bien algo así. Pero si se ponía a gastar en cosas que no fueran estrictamente medicinales, no podría ganarse la vida. «¿Me lo venderán más barato si le digo que somos conocidos?», pensó con un pequeño atisbo de picardía, mientras bebía el agua de frutas.

El dulce tibio le resbaló por la garganta. No le gustaba, así que decidió hervir agua para hacerse un té. La oficina médica estaba diseñada para mantener el fuego encendido constantemente, lo cual era cómodo en ese aspecto.

—En mi aldea nos juntamos para hacer papel. Hubo una época en que pensamos en cerrar, pero por suerte pudimos seguir adelante —dijo el matasanos, y comenzó a hablar sin que le preguntaran.

Antes, hacer papel daba mucho dinero. Por eso talaban árboles sin parar, los trituraban y se dedicaban a la fabricación de papel. Ganaban más vendiéndolo al extranjero que en el mercado nacional, y lo exportaban como mercancía de comercio. El matasanos contó que cuando era niño, eran tan ricos que podía comprar todos los dulces que quisiera. Pero tal vez eso fue demasiado, pues enfureció a la Emperatriz Viuda, quien prohibió la tala de árboles para el material. Tuvieron que usar otros materiales, pero el papel resultante era de mala calidad. Los comerciantes se enfadaron y dejaron de hacer negocios con ellos. Sus días de bonanza terminaron. El abuelo del matasanos, que era el jefe de la aldea, fue acosado sin piedad por los aldeanos para que buscara una solución. Él sabía muy bien que era imposible seguir haciendo papel como antes, pero los demás no estaban preparados para aceptar esa realidad, y canalizaron su desesperación en el jefe y su familia.

Maomao sirvió el té en un cuenco mientras escuchaba.

—Lo más triste fue cuando mi hermana se fue al palacio interior —prosiguió. Habían construido la aldea en un lugar adecuado para hacer papel, y si ya no podían hacerlo, el lugar no servía. Decidieron mudarse, pero les faltaba dinero para empezar de nuevo. En ese momento, el palacio interior buscaba doncellas, y entregaron a su hermana—. Se fue riendo, diciendo que iba a ser la Madre del País, pero al final nunca pudimos volver a verla.

En el nuevo lugar, la pregunta era cómo conseguir el equipo necesario para hacer papel. Necesitaban más dinero, así que su hermana menor dijo que ella también iría al palacio interior.

—Así que por eso estoy aquí... —confesó el matasanos.

«Ha tenido que pasar por mucho», pensó Maomao mientras daba un sorbo al té.


La limpieza era un trabajo en el que cuanto más se hacía, más suciedad se encontraba. Tardaron dos días en limpiar los estantes de medicinas, y luego ella se fijó en la habitación de al lado. El matasanos parecía limpiar a menudo, pero no prestaba atención a los detalles. En total, tardaron tres días en quitar las telarañas del techo y limpiar bien las paredes.

Luego tocó revisar las herramientas. Ese hombre tenía muchas más herramientas y estas eran mucho más sofisticadas de lo que ella esperaba. Al parecer, había metido todas las herramientas que no usaba en una sola habitación. «¡Qué desperdicio!», maldijo ella. Antes creía que la habitación de al lado estaba vacía, pero resultó ser una montaña de tesoros para Maomao. Había montones de libros de medicina que le hicieron sonreír complacida, en lo que el matasanos refunfuñaba mientras ordenaban.

Así fue como, después de siete días limpiando junto al matasanos con el ceño fruncido, un eunuco se acercó a él mientras pulía un mortero. Le entregó un mensaje.

—¡Vaya, qué bien! —se alegró el matasanos, pensando que por fin podría escaquearse, y desdobló la carta.

—¿De quién es? —preguntó Maomao, por pura cortesía.

—De mi hermana.

El matasanos le mostró el papel áspero. Maomao pensó que tenía una superficie parecida a las algas. Parecía papel de baja calidad como el que se veía en el mercado. «¿No me dijo que su familia fabricaba papel?», pensó. Se preguntó si, al ser un familiar, le habría enviado una de las piezas fallidas de mala calidad. Pero entonces...

—¡¿...?!

El matasanos se quedó mirando el papel con cara de asombro. Maomao se acercó a su lado para ver qué pasaba, y el matasanos se desplomó. Se sentó en la silla, dejó caer la cabeza y tiró la carta sobre la mesa.

—Podríamos dejar de ser proveedores de la Corte —eso era lo que decía la carta, en resumen. Hace unos días había presumido ante Maomao de que su familia suministraba papel a la Corte—. ¡¿Por qué?! Si me dijeron que iban a poder fabricar mucho más...

El hecho de ser, o no ser, proveedores de la Corte marcaría una gran diferencia en sus ventas futuras. Los que usaban papel de lujo eran las clases altas, y a ellos les influía mucho ese título.

—¿Cómo es que iban a poder fabricar mucho más? ¿Han conseguido simplificar el proceso? —preguntó Maomao, mientras tocaba el papel de superficie rugosa.

—No creo. Compraron un buey y estaban entusiasmados con usarlo para la elaboración. ¿Cambia algo si usan un buey en lugar de mano de obra?

Hacer papel implicaba mucho trabajo físico. ¿Qué cambiaría el que lo hiciera un buey?

—Pero, a juzgar por esto, no creo que esto sea apto para la Corte.

Maomao agitó la carta que había recibido el matasanos. El papel de mala calidad se rompía fácilmente si se mojaba un poco. Además, la superficie era tan fibrosa que resultaba muy difícil de leer la escritura con pincel.

—Jum... —el matasanos se calló, lo que significaba que era consciente de la mala calidad—. ¡¿Qué vamos a hacer...?! —se lamentó, y apoyó la cabeza sobre la mesa.

Maomao pensó que, con esto, la limpieza ya no sería lo principal, y mientras seguía puliendo el mortero, observó la superficie del papel. El papel de baja calidad que circulaba por el mercado solía tener muchas impurezas y las fibras de la hierba estaban mal tratadas. Probablemente era porque no las trituraban lo suficiente, y por eso el pegamento no se solidificaba bien y el papel se desmoronaba.

Pero al mirar esta carta, las fibras parecían trituradas de manera uniforme. El grosor no tenía irregularidades, y se notaba que había sido hecho con cuidado. Sin embargo, la superficie era fibrosa y, si tiraba de una esquina, se rasgaba con facilidad.

Maomao inclinó la cabeza y releyó la carta. Decía que no habían cambiado el proceso de fabricación, y que usaban los mismos materiales de siempre. La hermana le pedía ayuda a su hermano, pero este, que no era ni del todo hombre ni del todo médico, solo podía entrar en pánico.

—¿Cómo era ese proceso de fabricación tradicional?

Maomao terminó de limpiar el mortero, lo devolvió al estante y puso el hervidor al fuego para tomarse un respiro.

—Igual que la fabricación normal. Lo único que hacemos diferente es la forma de triturar los materiales y el pegamento. Eso es secreto, no te lo puedo decir.

«Tanto que fardaba, y ahora lo que no le interesa no me lo quiere contar», pensó Maomao mientras cogía una lata de té del estante. Mientras buscaba qué té preparar, encontró kuzu (arrurruz). (NT: Almidón extraído de la raíz de una planta nativa de Asia Oriental. Es un espesante popular en la cocina por su textura suave y sabor neutro, pero también se valora en la medicina tradicional por sus propiedades terapéuticas para la digestión, el sistema nervioso y los resfriados.) Maomao lo cogió, lo puso en una taza, y volvió a poner el hervidor al fuego hasta que empezó a burbujear.

—¿Y el agua, también tenéis algún secreto con eso?

—Sí. Para que el pegamento se solidifique bien, recogemos agua de manantial y ajustamos la temperatura. El resto es secreto.

«Erre que erre con los secretos. Conociéndolo, quizá ni él mismo lo sabe», pensó Maomao, y sirvió otra taza. Vertió el agua hirviendo y lo batió vigorosamente con una cuchara antes de que se enfriara, hasta que obtuvo un líquido espeso. Era un kuzuyu (bebida de arrurruz). (NT: Bebida dulce y espesa tradicional de Japón, preparada con harina de arrurruz y agua caliente. Tiene una textura similar a la miel y un aspecto translúcido, y a menudo se sirve caliente como postre durante el invierno.)

—¿El pegamento lo hacéis hirviendo el agua del tipo que se usa para lavar arroz?

—No, usamos harina de trigo. El de arroz no solidifica bien.

El matasanos se tapó la boca. Se le había escapado su tan preciado secreto. A Maomao le daba igual que fuera agua de arroz o de trigo. Puso el kuzuyu frente al matasanos y dijo:

—Entonces, ¿dónde tenéis al buey?

—Eso sí que no lo sé.

El matasanos miró el kuzuyu con cara de «¿Por qué ha hecho kuzuyu?» y empezó a sorber el líquido caliente. Al ser tan viscoso, se le pegaba a la taza y le costaba beber.

—Chiquilla, te has equivocado con las proporciones. ¡No se puede beber!

Maomao le entregó la cuchara al matasanos que protestaba.

—Perdón. Te enseñaré cómo beberlo más fácilmente. Mira, hazlo como yo.

—¿Cómo?

Maomao se metió la cuchara en la boca, la lamió, la metió en la taza y la removió. Lo repitió varias veces.

—¡Qué malos modales! —dijo el matasanos frunciendo el ceño, pero la imitó. Tras repetir el proceso varias veces, se dio cuenta del cambio—. Oh. ¡Ya no está tan espeso!

—Ya lo creo.

—Está como el agua.

Mientras él miraba con admiración, Maomao le dijo:

—El kuzuyu y el pegamento son muy parecidos, ¿verdad?

—Algo, sí. ¿Entonces si se mezcla saliva en el pegamento, dejará de ser espeso?

—Algo así.

El matasanos abrió la boca.

—¿Cómo que algo así?

El matasanos, lento para captar las cosas, ladeó la cabeza mientras removía la taza.

«¿Todavía no lo entiende?», pensó Maomao, y decidió darle una última pista.

—Los bueyes acumulan mucha saliva en la boca, ¿no?

—Visto así, sí.

—¿Por qué no comprueban de dónde beben agua los bueyes? Por si acaso.

Maomao recogió las tazas, sin decir nada más, y se preparó para ir de vuelta al Pabellón de Jade. El matasanos pareció darse cuenta por fin de lo que pasaba, garabateó algo en un papel y salió apresuradamente de la oficina médica para enviar la misiva.

«¿Terminaremos de limpiar mañana?», pensó Maomao, mientras veía marcharse al eunuco regordete y paticorto.



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