12/11/2025

Los diarios de la boticaria 3 - 12




Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Volumen 3



Traducido por: Xeniaxen


Capítulo 12
La enfermería

—Creo que me siento un poco indispuesta —comentó Ailan con la barbilla apoyada en la mesa y los ojos entrecerrados.

Maomao le puso la mano en la frente. Parecía tener un poco de fiebre. Estaban en la cocina, tomando un descanso después de comer unos dim sum. Su supervisora, Hongnyang, no estaba, por lo que disfrutaban de un rato de ocio.

—¡Por favor, no te resfríes! ¿Qué haremos si se lo contagias a la consorte Gyokujou o a la princesa Lingli? —dijo Yinghua, mientras picoteaba unas cerezas.

Las cerezas procedían de los huertos del palacio interior. Para que conste, Maomao no las había cogido sin permiso, sino que eran un regalo.

—He tenido cuidado, lo juro —prometió Ailan, levantando su rostro con un mohín de incomodidad.

Maomao se dispuso a regresar a su habitación para preparar una decocción para el resfriado, pero Yinghua la detuvo.

—Disculpa, pero si vas a hacer una medicina, ¿podrías llevártela a la enfermería de paso?

—¿La enfermería?

Maomao ladeó la cabeza. ¿Se refería a la oficina médica? Si era así, pensó que llevarla allí solo le causaría fatiga, pero Yinghua se dio cuenta y negó con la cabeza.

—No, allí no. No sé cómo llamarlo. No hay un médico oficial, pero hay otra gente en su lugar, por así decirlo. Ailan lo sabe, así que acompáñala, por favor.

—De acuerdo —dijo Maomao, asintiendo con la cabeza.



La enfermería estaba ubicada en el lado norte del palacio interior. Había un edificio anexo detrás de la zona de lavandería, y allí se encontraban varias doncellas vestidas de blanco.

—Vaya, así que estaba aquí —murmuró Maomao.

Estaba fuera de su radio de acción habitual, por lo que era lógico que no lo conociera. Ailan, que tosía, le sonrió con ironía.

—Seguramente te lo explicaron brevemente cuando entraste aquí, ¿no?

Desafortunadamente, Maomao había entrado en el palacio a regañadientes, por lo que no había prestado mucha atención en sus primeros días. Probablemente, mientras la traían y le daban las explicaciones, ella estaba demasiado ocupada observando el ajenjo que crecía en el camino. (NT: Planta herbácea y medicinal con un sabor amargo, también conocida como absenta. Se ha utilizado tradicionalmente para mejorar la digestión, estimular el apetito y combatir parásitos intestinales. Es la que se usa para el conocido licor de 89,9º.) Así era su carácter.

En la lavandería adyacente, las doncellas trabajaban afanosamente. Llevaban sábanas en los brazos. «Qué lógico», pensó. Estando cerca de la lavandería, podían lavar las vestimentas y la ropa de cama de inmediato. Para un centro médico, donde la higiene era fundamental, la ubicación era excelente.

—Disculpad, creo que me he resfriado —dijo Ailan a una de las doncellas más atareadas.

La doncella ocupada la miró con recelo, pero dejó su cesto de ropa sucia y le puso la mano en la frente a Ailan.

—Tienes un poco de fiebre. Saca la lengua.

Su voz sonaba experimentada. La mejilla de la doncella estaba marcada por profundas arrugas. Era una doncella de mediana edad, una rareza en el palacio interior. Entrecerró los ojos y le bajó el párpado inferior a Ailan. Un gesto mucho más profesional que los del matasanos.

—Mmm... No parece grave. Si descansas dos o tres días no creo que se complique. ¿Qué vas a hacer? —le preguntó a Ailan.

Su diagnóstico era acertado.

—No puedo arriesgarme a contagiar a la consorte, ¿podría quedarme aquí, por si acaso?

—Ajá.

La doncella tomó su cesto de ropa sucia y se dirigió a la enfermería a paso rápido. Lo dejó y les hizo un gesto para que la siguieran.

El interior de la enfermería era de una sencillez lironda, sin adornos. Los pilares eran lisos y sin decoraciones, y el pasillo era de tablas de madera. Las ventanas, sencillas y cuadradas, estaban espaciadas de forma regular. Al carecer de ornamentos, era fácil de limpiar y se mantenía impecable. Había muchas ventanas, por lo que la ventilación era buena. Parecía un lugar agradable para pasar la temporada que se acercaba. Tampoco olía al aroma característico de la medicina china. En su lugar, un fuerte olor a alcohol flotaba en el aire.

Ailan hizo una mueca. Al parecer, había dudado en venir porque odiaba ese olor. Por su lado, Maomao no pudo evitar admirar la desinfección meticulosa. El alcohol fuerte servía para matar las toxinas de la superficie de las heridas. Usarlo para enjuagarse la boca y luego rociarlo era su mejor método de desinfección habitual. Si bien se había preguntado antes cómo era posible que no se propagaran las enfermedades en un palacio con un médico tan inepto, ahora sabía que existía este lugar.

—Dile a tu consorte que regresarás mañana —dijo la doncella.

—De acuerdo.

Ailan tomó una tablilla de madera de la doncella de mediana edad y se dirigió a la habitación que correspondía al número escrito en ella.

Maomao se quedó embelesada observando cada detalle de la enfermería con curiosidad, pero de repente, la agarraron por el cuello.

—Venga, tú también tienes trabajo. No creas que por acompañarla puedes holgazanear.

—¿...?

—¿Qué pasa? ¿O quieres lavar toda esta ropa sucia por mí?

Maomao negó con la cabeza ante la sonrisa pícara de la mujer. No tuvo más remedio que regresar al Pabellón de Jade. Al igual que con la madame, no había forma de ganar a una señora mayor.



«Me habría gustado ver más...», fantaseó. Como no parecía posible, se dio por vencida. Caminó tranquilamente por el recorrido de vuelta.

Mientras que ella iba a su ritmo, las doncellas con cestos de ropa sucia se apresuraban. Como era la temporada de lluvias, cuando salía el sol, debían aprovechar para ponerse al día con la colada acumulada. Maomao recordó que ella también debía ir a recoger su ropa. «Aun así...», caviló.

A parte de aquella señora, había otras doncellas, pero todas eran de edad avanzada. Debido a la naturaleza del palacio interior, las doncellas eran reemplazadas casi por obligación al envejecer. La mayoría eran despedidas antes de cumplir los treinta. Las que se quedaban eran mujeres de alto rango, como las administradoras, o las damas de compañía personales de las consortes. Aunque seguramente le darían una paliza si lo decía en voz alta, Hongnyang, la jefa de las doncellas, ya había superado con creces la edad de salida. Por la destreza de aquella doncella, Maomao supuso que las mantenían por ser esenciales para el palacio interior. Solo había una cosa que le picaba la curiosidad: el lugar no olía en absoluto a medicamentos. ¿Sería que el olor a alcohol lo enmascaraba? O tal vez...

Maomao se acarició la barbilla y caminó pensativa hasta que chocó contra algo. Pensó que podría haber sido un pilar, pero de repente, el rostro celestial de Jinshi brillaba sobre ella como un sol radiante.

—No camines murmurando sola. Te vas a caer.

—¿He dicho algo?

Jinshi suspiró profundamente, extendió los brazos y negó con la cabeza con una expresión de resignación. Maomao se sintió ofendida por su actitud y estuvo a punto de mirarle como si estuviera contemplando una lombriz empapada en un charco, pero sus ojos se encontraron con los de Gaoshun, que lucía una expresión de bodhisattva. (NT: Ser en el budismo, particularmente en la tradición Mahāyāna, que está en el camino hacia la budeidad pero posterga su propia iluminación completa por compasión para ayudar a todos los demás seres a alcanzar la iluminación.) Se obligó a abrir los ojos que ya se le estaban entrecerrando.

—¿Dónde has estado?

—En la enfermería. No sabía que estaba ahí.

—¿...? Se supone que les mostramos todas las instalaciones a las doncellas en sus primeros días... ¿Es posible que no se hiciera contigo?

—No, no es eso.

Al ver el rostro inusualmente serio de Jinshi, Maomao no supo qué decir. ¿Cómo era posible que este eunuco dudara de su trabajo? Solía ser tan seguro de sí mismo...

Jinshi se movió lentamente a una zona con menos gente. Fue una decisión sabia, ya que si el apuesto jefe de los eunucos se quedaba en medio del camino, obstaculizaría el trabajo de las doncellas.

—Me sorprendió lo bien acondicionado que está ese lugar. De hecho, ¿no sería mejor convertirlo en la oficina médica?

No, si hacía eso, el matasanos perdería la cabeza. Y Maomao perdería su lugar para holgazanear. Se dispuso a corregir su comentario anterior, pero Jinshi volvió a fruncir el ceño.

—¿Que sea la oficina médica? Si eso fuera posible, no tendríamos este problema.

—¿Qué problema?

—Solo los hombres pueden ser médicos oficialmente —explicó Gaoshun en su lugar. Maomao ladeaó la cabeza—. Básicamente, solo los médicos oficiales pueden preparar medicinas. Y solo se les permite atender heridas leves. Los tratamientos para heridas graves están prohibidos.

«Mira tú por dónde», pensó Maomao con comprensión. Esa era la razón por la que no olía a medicamentos. Pero entonces, se preguntó: «¿Y conmigo hacen una excepción?». Ella preparaba medicinas a su antojo. Claro que no podía traer ingredientes de fuera del palacio, pero usaba las plantas que crecían dentro y los fármacos de la oficina médica.

Debió de notársele el asombro en la cara, pues Jinshi aclaró:

—Hacemos la vista gorda. Hay consortes que tienen doncellas con conocimientos de medicina. Pero si se trata de un lugar como ese, su existencia sería demasiado obvia y no se podría permitir que hubiera medicinas.

Por la forma de hablar del eunuco celestial, Maomao percibió que había asuntos complicados de por medio. Podrían existir leyes y regulaciones tan confusas como el sistema salarial de las doncellas, pero a ella aquello no le interesaba lo más mínimo.

Había resuelto su principal duda sobre ese lugar. Como la medicina estaba prohibida, utilizaban alcohol para la desinfección; era lo único que podían usar, así que se las habían ingeniado para hacerlo de manera legal. Si mantenían la limpieza y tenían salas adecuadas donde las pacientes podían guardar reposo, las enfermedades se curaban más fácilmente. Si el estado de la paciente era grave, siempre podían enviarla de vuelta a su casa.

«Qué engorro», pensó. Pero probablemente sería aún más problemático cambiar un sistema ya establecido. El mundo estaba lleno de gente que prefería evitar los problemas.

—Ojalá pudiéramos conseguir médicos de otra forma para el futuro... —dijo Jinshi, que no era muy diferente a Maomao. Parecía estar hablándole a ella, pero en realidad estaba pensando en voz alta—. Aunque no haya eunucos...

«¿Eunucos, eh?», reflexionó ella. Los eunucos constituían aproximadamente la mitad de la población del palacio interior. Su rotación era baja en comparación con la de las doncellas, por lo que su promedio de edad era bastante más alto. «Es verdad que no hay muchos eunucos jóvenes», se dijo.

Recordaba haber oído que las operaciones para convertir a los hombres en eunucos se habían prohibido hacía unos años. ¿Sería alrededor del cambio de reinado del actual Emperador? Maomao no sabía cuándo se había convertido Jinshi en eunuco. Pero, a juzgar por su edad, probablemente se había sometido a la operación justo antes de que se prohibiera. «Pobre. Si hubiera esperado un poco más...», lo compadeció. Instintivamente, bajó la mirada a la entrepierna de Jinshi. La operación de eunuco lo extirpaba todo, dejando la zona lisa. Sabía cómo era la entrepierna de su padre adoptivo, por lo que podía hacerse una idea. «Liso como la palma de una mano...», se imaginó.

Cuando Maomao levantó la vista, sus ojos se encontraron con los de Jinshi. El rostro de él reflejaba una expresión compleja. Mantenía los labios cerrados y miraba fijamente a la joven. «Mierda. ¿Lo habré dicho en voz alta?», pensó. Se tapó la boca y desvió la mirada. Esta vez, se encontró con la de Gaoshun. Él mantenía su expresión de bodhisattva, pero Maomao sintió que también miraba a Jinshi con una sonrisa de compasión. ¿Habría un vínculo entre ellos, ya que ambos eran lisos?

Gaoshun negó lentamente con la cabeza.

—Señor Jinshi, el trabajo nos espera —lo urgió a marcharse.

—De acuerdo. Dile a la consorte Gyokujou que iré a visitarla más tarde.

Dicho esto, Jinshi se fue con su elegante andar. Maomao se quitó la mano de la boca y pensó: «Me pregunto si ganaría dinero si hiciera una medicina para que les creciera de nuevo». Como siempre, sus pensamientos eran de lo más inapropiados.



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