
Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Volumen 3
El lugar al que condujeron a Maomao parecía un almacén. La que la sacó de la cesta no fue Loulan, sino una mujer alta.
—Tú eres...
Maomao observó a la persona que tenía delante. Era una mujer alta y sin maquillar, a la que había visto varias veces en la corte. Era la verdadera Shisui, o quizás, para evitar confusiones, debería llamarla Suirei. Ahora entendía por qué Loulan le había provocado inicialmente una sensación de déjà vu. Ambas debían de ser hermanas por parte de padre, ya que la forma de moverse, su altura y la estructura de su rostro eran similares.
—Permanecerás aquí durante un tiempo. Quizá te sea un poco incómodo, pero creo que lo más sensato es que no intentes escapar.
Tras decir esto, Suirei abrió una ventana. Fuera, el paisaje era un mundo plateado y blanco, y la ventana estaba cubierta por fuera por barrotes de hierro. Maomao se agarró al abrigo de piel, al fin comprendiendo por qué hacía tanto frío.
—Como has visto hace un momento, la señora de la casa tiene un temperamento muy fuerte, así que no es recomendable que te la encuentres. Además, aunque quisiera shuir, dudo que supieras dónde está la salida. Te traeremos la comida, así que te aconsejo que estés tranquila.
Maomao pensó que esa manera de hablar indirecta era exasperante. Desde luego, quería evitar a toda costa encontrarse con la dueña de la casa de antes. Y en cuanto a escapar, con un mundo plateado y nevado esperándola afuera, lo más probable era que se perdiera y muriera congelada. Aun pensando que sería inútil preguntar, la boticaria miró a Suirei.
—Y bien, ¿qué sentido tiene secuestrarme?
No esperaba recibir una respuesta, pero la idea de ser ignorada le resultaba extrañamente molesta.
—Eres un ser humano con un valor sorprendente. Al menos, más valor del que tú misma te atribuyes —respondió Suirei con una ambigüedad calculada.
—Espera un momento —la detuvo Maomao justo cuando se disponía a marcharse.
—¿Qué ocurre?
Tenía otra necesidad que no podía postergar, a pesar de que Suirei parecía querer dar por terminada la conversación.
—¿Dónde se encuentra la letrina?
—Está conectada a esa puerta de allí. No hace falta que salga, así que no hay problema.
—Comprendo.
Maomao hizo una ligera reverencia y se dirigió a la letrina casi a la carrera. Ya no sabía cuánto tiempo había estado aguantando. No era momento para la vergüenza, era una emergencia de vital importancia.
Tal y como dijo Suirei, ella misma le traía las comidas. Aunque llegaban algo frías, el sustento, compuesto siempre por una sopa y un plato principal, no estaba mal. Sin embargo, había muchos alimentos secos, lo que lo hacía parecer más bien raciones de viaje.
Aunque ahora se usaba como almacén, la estancia donde se encontraba debió de ser originalmente una habitación de invitados. Había una cama y no carecía de comodidades. Que tuviera un acceso directo a la letrina era, probablemente, un vestigio de su uso anterior. Maomao se sentó con las piernas cruzadas sobre la cama. La postura, con el codo apoyado y el mentón sostenido por la mano, era de mala educación, pero nadie podía reprenderla allí.
«Bien, ¿qué debo hacer?», se puso a cavilar. No era propio de ella hacer caso ciegamente a la advertencia de no escapar. Pero tampoco quería poner en peligro su vida. Aún no se había curado por completo de las erupciones que le había causado el trigo sarraceno y su fuerza había disminuido. Si salía ahora, moriría congelada sin remedio.
Maomao echó un vistazo a través de la ventana. Todo el paisaje exterior era un mundo cubierto de nieve blanca. «¿Estaremos mucho más al norte de la capital?», intentó adivinar. El feudo del Clan Shi estaba en el norte. Era la suposición más razonable, pero, ¿a qué distancia se encontraban de la capital? Incluso considerando la velocidad del carruaje y el tiempo de viaje, le parecía que no deberían haber llegado a un paisaje tan nevado.
«Si ese es el caso...», calculó. Maomao deslizó el dedo sobre la sábana, dibujando mentalmente el mapa del país que recordaba vagamente. Imaginó un semicírculo en la parte norte de la capital. Por muy rápido que hubieran ido los caballos, no creía que estuvieran a seiscientos li (NT: Trescientos kilómetros.) de distancia de la ciudad. Dentro de ese radio, los únicos lugares con nieve en esta época del año serían las tierras altas.
«Seguramente debe de haber una montaña por ahí», especuló. Recordó que había una cordillera al norte. ¿No era un punto políticamente importante? Le pareció recordar que Jinshi había estado murmurando algo mientras miraba un mapa. «Si lo hubiera sabido, habría estudiado mejor todo aquello...», se recriminó.
Recordó que el examen para convertirse en oficial de palacio incluía preguntas de geografía. Como se dormía cada vez que abría el libro de texto, era imposible que lo recordara. Se preguntó qué hacer y volvió a mirar hacia afuera. «¿Oh?», se dio cuenta, de repente. La nieve dificultaba la visión, pero lo que veía a lo lejos, ¿no era un muro? No, más que un muro, parecía la muralla de una fortaleza. Solo podía ver un lado, pero probablemente rodeaba todo el edificio. «Estoy en un castillo, y parece un alcázar», se afirmó.
Una fortaleza sugería una relación con el ejército, pero si la dueña de esta casa era la madre de Loulan, era distinto. Ciertamente, había guarniciones militares en varios puntos del país, pero, ¿tan cerca de la capital? Si alguien estuviera construyendo algo así sin el conocimiento del Estado, sería inevitablemente considerado un acto de rebelión. «Y eso, sin estar demasiado lejos...», concluyó.
¿Sería entonces razonable pensar que Shishu planeaba de verdad derrocar el país? ¿Significaba que, a pesar de que Maomao se había jugado la vida para provocar a ese hombre del monóculo, su plan no había funcionado contra él? La boticaria tragó la saliva que se le había acumulado en la boca.
En ese momento, se oyó una voz aguda desde el pasillo. «¿Qué pasa?», se cuestionó. Bajó de la cama y pegó la oreja a la puerta que daba al pasillo.
—¡Joven amo, no juegue por ahí!
—¡Ayyy, déjame! Aún no he explorado esta parte.
La voz aguda parecía pertenecer a un niño pequeño, retenido por su niñera. «En un lugar como este, ¿hay niños?», dudó.
—¿Qué estás haciendo? ¡Se nos va a acabar la merienda!
—Ya lo sé, ¡pero no te comas la mía!
Parecía que había más niños, ya que se oyeron más voces agudas a cierta distancia. Debería haber al menos cinco o seis.
Al saber que había infantes, Maomao se apoyó en la pared y suspiró profundamente. Por muy fortificado que fuera el castillo y por mucho que intentaran resistir un asedio, el resultado era previsible. El Emperador actual era un gobernante relativamente misericordioso. Aun así, había límites que no se podían cruzar. En el caso del intento de asesinato de la Consorte Superior anterior, la oficial que ejecutó el acto fue ahorcada. Sus parientes fueron castigados físicamente. Como Emperador, no tenía más remedio que imponer tales castigos para mantener su autoridad. Si planeaban un disturbio de esta magnitud, ¿cuál sería el resultado? Toda la familia y el clan serían aniquilados. Sin distinción de si eran adultos, niños o bebés. ¡¿Habrían traído los niños aquí también, conscientes de lo que eso implicaba?!
Maomao suspiró de nuevo. Se abrazó las rodillas y apoyó la cabeza sobre ellas. Sintió algo extraño en el pecho y se tocó el cuello. «¡Es verdad!», recordó. De su cuello sacó un trozo de papel. Era el que Loulan le había metido. Lo desdobló y ladeó la cabeza. Ese papel de alta calidad estaba hecho con flores con forma de trompeta incrustadas. Eran flores secas que se habían prensado al fabricarlo, el tipo de detalle que gustaba a cierta clase alta.
Parecía una campanilla, pero la flor era mucho más grande y de color más claro. «¿Es una datura?», comprendió. Era una planta que se utilizaba como materia prima para anestésicos, pero su toxicidad era fuerte y debía manejarse con precaución. Comerla provocaba sequedad en la boca y mareos. En algunos casos, incluso podía causar alucinaciones, aunque Maomao nunca había experimentado ese extremo. (NT: Las daturas, llamadas comúnmente trompetas de ángel, se utilizan en dosis controladas como narcóticos y calmantes, pero contienen varios alcaloides, especialmente en las semillas y flores, que son tóxicos, narcóticos y alucinógenos. La toxicidad depende de la edad de la planta y de las condiciones de crecimiento, y su ingestión puede causar enfermedades graves o la muerte. De ella se extrae el estramonio.)
Se preguntó qué le habría querido transmitir Loulan y guardó el papel en su pecho de nuevo. Recordó que le había dicho algo extraño antes de secuestrarla. Había hablado del insecto de la campanilla, pero ella no lo había sabido interpretar. ¿Quería comunicarle algo con esto? ¿Por eso la habían traído hasta aquí? No entendía absolutamente nada.
Cuando no se podía averiguar la respuesta, no tenía sentido seguir pensando, así que decidió cambiar de enfoque. Miró el montón de objetos apilados en la habitación. Había muchos utensilios de mesa. Aunque estaban tratados de forma descuidada, eran de excelente calidad. Cogió uno de los objetos envueltos en tela fina dentro de una caja de madera y vio que se trataba de un cuenco de laca con incrustaciones de nácar. (NT: Técnica decorativa tradicional japonesa que consiste en incrustar finas láminas de la capa iridiscente del interior de conchas marinas en superficies lacadas, creando diseños brillantes con reflejos de arcoíris que parecen flotar sobre el fondo oscuro, y es famosa en objetos de lujo como plumas estilográficas y cajas.) Buscó algo que pudiera ser útil, pero no encontró nada. Todo eran objetos lacados. «¿Será esto una especialidad de esta zona?», se anotó mentalmente. Hasta la mesa de apoyo, colocada al azar, estaba lujosamente lacada. El brillo era hermoso. Sin embargo, una persona que hubiera sufrido una erupción por laca no querría tocarla. La laca seca no causa erupciones, pero la laca viva puede provocar la misma reacción que la actual erupción de Maomao.
Había pensado que el lugar solo se usaba como almacén, pero encontró cuencos y herramientas a medio hacer. ¿Por qué? ¿Habría algún artesano entre ellos?
Era normal que las grandes fortalezas contrataran costureros y herreros. Quizás hubiera otros artesanos también. Había muchas otras herramientas, pero ninguna que le sirviera por el momento. Comprendió que este lugar se utilizaría probablemente como un depósito temporal para almacenar todo tipo de objetos.
Ahora bien, se encontraba en un punto muerto donde no podía hacer nada. Por el momento, se acostó en la cama y se cubrió con el edredón. «Más tarde preguntaré si tienen algún brasero...», determinó. Decidió dormir mientras un escalofrío le recorría el cuerpo. Si no conseguía un brasero, al menos necesitaría otra manta.
Pensó que su propia tenacidad podía parecer extraña a cualquiera, dada la situación en la que se encontraba. De hecho, ella misma estaba un poco asombrada. Pero así era ella, y no podía evitarlo. A pesar de la situación de secuestro y confinamiento, Maomao seguía siendo Maomao.
○ ● ○
Al entrar en el palacio interior, el ambiente se sentía diferente a lo habitual. Jinshi, acompañado por Gaoshun y varios eunucos más, se dirigían al Pabellón de Jade. Desde hacía varios días, el estado de la consorte Gyokuyou era inestable, y esa mañana se había recibido la noticia de que el parto había comenzado. Aunque el hombre que era padre adoptivo de Maomao, Luomen, la estaba atendiendo personalmente, parecía que el bebé se resistía a nacer.
El parto de la consorte no se había hecho público, pero el ambiente en el Pabellón de Jade era suficiente para que todas lo intuyeran. Delante del pabellón, algunas oficiales de palacio se asomaban discretamente. Al darse cuenta de la presencia de Jinshi, se ruborizaron y se apresuraron a volver a sus tareas.
Hongnyang, con el rostro algo demacrado, recibió al jefe de los eunucos, y este entró en la residencia. En el pasillo había grandes barreños y una tetera sobre un brasero, preparados para el momento en que naciera el bebé.
—¿Cuál es su estado? —preguntó Jinshi, esforzándose por mantener la calma.
Las damas de compañía se limitaron a fruncir el ceño, pero el anciano que venía del interior de la habitación le dio explicaciones.
—En este momento, las contracciones han cesado. Aún no sabemos con certeza cuándo se producirá el alumbramiento.
—¿Y su estado general?
—Por ahora, la consorte se encuentra tranquila y sin signos de agotamiento —respondió. Eso implicaba que la situación podría cambiar en cualquier momento.
En el pasillo había otro hombre con bigotillo, vestido con el uniforme de médico. Era el médico que trabajaba habitualmente en el palacio interior, pero allí estorbaba, por lo que las damas de compañía lo ignoraban con desdén. Mientras se encogía de hombros, Luomen le susurró algo al oído y el médico salió del palacio con un aire de entusiasmo.
Jinshi miró a Luomen con extrañeza, y el anciano, al percibir la atmósfera, le explicó con cortesía.
—Como no puedo ir a visitar a mi hija adoptiva, me he tomado la libertad de pedirle que me haga un recado. Espero que no le importe.
—No hay problema.
Sabía que Maomao estaba descansando en la enfermería del palacio interior desde lo ocurrido. Le habían dicho que tenía erupciones por todo el cuerpo y que había estado postrada en cama durante varios días, pero se preguntaba cómo estaría ahora.
Luomen pertenecía, como su nombre indicaba, al clan Luo. Se rumoreaba que había incurrido en una falta grave en el palacio interior y que, tras recibir un castigo físico, arrastraba aquella cojera. No había investigado en profundidad la naturaleza del error que se le atribuía, pues él no parecía el tipo de persona de quien cabría esperar algo tan grave. No obstante, si se había granjeado la ira de la Emperatriz Viuda, podía llegar a imaginarlo. Por ese motivo, prefirió no indagar más.
Solo por precaución, le había informado al Emperador sobre su presencia, y este no había mostrado ninguna oposición. ¿O le había parecido ver incluso un signo de aprobación en su rostro? En cualquier caso, no había duda de que era una persona mucho más competente que el médico anterior.
Aunque había acudido para interesarse por su estado, su posición no le permitía ver a la consorte en pleno parto, por lo que permaneció en la sala de recepción. Una de las damas de compañía, que normalmente era muy locuaz, le trajo té, pero sus ojos estaban apagados por el cansancio. «Quizás mi presencia aquí solo está aumentando su trabajo», pensó.
Mientras observaba el exterior con una profunda incomodidad, sin saber cuándo se reanudaría el parto de la consorte Gyokuyou, el médico de antes regresó cabizbajo, con los hombros hundidos. Se dirigió a Luomen como un niño que ha fallado en una tarea. Como Jinshi no tenía nada que hacer, aguzó el oído para escuchar la conversación. Al parecer, le habían negado la entrada en la enfermería. Dado que era un lugar donde, de forma no oficial, no se les permitía ni siquiera usar medicinas adecuadamente, no parecían ser muy amables con los médicos.
—Qué extraño. Cuando fui yo, me dejaron pasar sin problemas —comentó Luomen.
—¿Será culpa mía? —masculló el médico, con su barba de cuatro pelos aún más mustia.
—Jum... —dijo Jinshi al levantarse—. En ese caso, iré yo a ver qué pasa.
Ante la propuesta, el médico reaccionó enderezando la barba de repente. Luomen ladeó la cabeza.
—¿Le parece bien?
—Sí. En el fondo, soy parcialmente responsable de lo que le ocurrió.
Justo le estaba carcomiendo la curiosidad. Su presencia allí no servía de nada y, si surgía algún problema, Gaoshun sabría manejarlo. Así pues, Jinshi decidió dirigirse a la enfermería.
Acompañado por el matasanos y dos eunucos más, una oficial de palacio de mediana edad lo recibió en la enfermería.
—Quisiera ver a la joven llamada Maomao —dijo Jinshi, casi como una orden.
—Si se refiere a esa chica—la oficial frunció el ceño con aire de preocupación—, parece estar algo indispuesta y no desea recibir visitas.
Su forma de hablar era evasiva. Jinshi levantó una ceja.
—Entonces, ¿cuál es su estado actual?
Ella volvió a poner una expresión de ambigüedad.
—Verá... De hecho, yo no la he estado cuidando; se lo he encomendado a una oficial de palacio llamada Shenlu. Parece ser una chica muy tímida y no quiere ver a nadie, ni siquiera a nosotras.
—Vaya, vaya.
Era una historia que invitaba a inclinar la cabeza. Si bien era cierto que Maomao era algo antisocial, no parecía tener una faceta tan delicada. Si la tenía, Jinshi deseaba verla.
Así, el eunuco celestial puso un pie en el interior del sanatorio. La oficial de mediana edad pareció querer decirle algo, pero al no poder oponerse a Jinshi, solo pudo mostrar su nerviosismo.
—¿En qué habitación se halla?
—La última a la izquierda...
Abrió la puerta de la izquierda al final del pasillo, que olía a alcohol. Era una habitación sencilla y blanca con solo dos catres. Se acercó a la cama, que mostraba el bulto de alguien durmiendo.
—¿Eh...?
No hubo respuesta. Ni un solo movimiento. Jinshi puso la mano sobre la manta. Al tirar de ella con fuerza, descubrió que en el interior había una manta enrollada con forma humana.
—...
—¿Parece que la chica ha escapado, no...? —murmuró el matasanos sin poder evitarlo.
Como era cercano a Maomao, conocía bien la tendencia de la muchacha. Sin embargo, Jinshi estaba seguro de que no era el caso esta vez. Vio algo debajo de la cama. Se agachó para recogerlo, y resultó ser una pluma de un ave exótica y vistosa. Una que a Jinshi le resultaba familiar.
—¡¿Qué está haciendo?! —exclamó la voz de una mujer de mediana edad por detrás.
—¡Shenlu! —exclamó la oficial de mediana edad que los había recibido.
Jinshi se giró para mirar a la oficial, que era Shenlu.
—La muchacha que se supone que estaba aquí, ¿por qué no está? —preguntó Jinshi.
Shenlu ladeó la cabeza ante la pregunta.
—Seguramente haya salido a pasear. Debería guardar reposo.
El matasanos asintió, meneando los pocos pelos de su barba con aire de estar convencido.
—Ya veo —dijo Jinshi. Se acercó lentamente a la oficial, mirándola fijamente a los ojos negros—. Me alegra que se encuentre bien. ¿Volverá pronto?
La oficial parpadeó una vez y torció los labios en un arco.
—Creo que regresará en algún momento, pero no sabría decirle cuándo. Parece ser de carácter caprichoso.
Volvió a parpadear y echó un rápido vistazo a la ventana.
—Ya veo. Parece que está causando muchas molestias.
Tras pronunciar aquellas palabras, Jinshi tomó la mano de Shenlu. Advirtió que el pulso de la mujer se aceleraba con un latido súbito. Sostuvo la mirada sobre ella, escrutando su reacción. Al desviar la vista hacia atrás, observó cómo la otra oficial y el matasanos se encendían de rubor, retorciéndose presas de la turbación. Los eunucos de su séquito compartían aquel mismo desasosiego. Jinshi siguió sonriendo y le susurró al oído a Shenlu:
—Y bien, ¿dónde conoció usted a la consorte Loulan?
Las pupilas de Shenlu se dilataron por un instante. Y su pulso dio un gran salto. El palacio interior estaba infestado de mentiras. Jinshi conocía algunos trucos para distinguirlas. El primer método que usó para encontrar a Maomao fue similar a este. Él no poseía el talento monstruoso de Lakan, capaz de discernir la habilidad de una persona con solo mirarla. Todo lo que Jinshi podía hacer era observar a la persona y determinar si estaba diciendo la verdad o no. No tenía un talento extraordinario, pero debía cumplir con su trabajo utilizando las habilidades que poseía.
Shenlu clavó sus ojos, desmesuradamente abiertos, en Jinshi.
—Me ha venido a la memoria un recuerdo antiguo... —dijo Shenlu, y miró a Jinshi con una expresión de aturdimiento—. En una ocasión, me llamó por mi nombre con su voz melodiosa y me obsequió con un dulce de tierras lejanas —tras decir eso, grandes lágrimas brotaron de los ojos de Shenlu—. Parece que todos han olvidado el aspecto de esa persona cuando era joven. He oído que, al final de sus días, no era más que una sombra de lo que fue. Dime, si lo observas con detenimiento, ¿no le encuentras el parecido? La voz, el perfil del rostro, incluso esa dulzura en los gestos.
Shenlu se dirigió a la otra oficial de mediana edad con esa última frase. La oficial, que hasta hacía poco estaba sonrojada, palideció de golpe ante esas palabras. Retrocedió medio paso soltando un gemido de espanto y contempló a Jinshi con terror. Su actitud era la de quien reconoce, de pronto, un objeto de pavor profundo.
(NT: Cuando Shenlu habla de «esa persona», se refiere al anterior Emperador (el padre del actual). Shenlu ha reconocido en Jinshi un parecido asombroso con el anterior soberano cuando ese era joven, algo que la mayoría ha olvidado porque, al final de su vida, el anterior Emperador estaba muy desmejorado. Al notar esa semejanza física y en los gestos, la otra oficial comprende que Jinshi posee la sangre imperial y, por tanto, su verdadera identidad (como Hermano Imperial o alguien de altísimo rango), lo que le provoca pánico debido a los traumas del pasado.)
Jinshi extendió la mano preguntando qué había pasado. Sin embargo, la oficial se cubrió la cara y se encogió sobre sí misma.
—Esa persona todavía no nos permite ser libres —terminó Shenlu.
Fue en ese instante. Sangre comenzó a gotear de su boca. Había apretado la lengua entre los dientes, mordiéndosela con la firme intención de cercenarla.
—¡...!
Jinshi introdujo la mano en la boca de Shenlu. Rasgó su propia manga y la acomodó entre sus mandíbulas para que la mordiera. Se escuchó un fuerte estrépito a sus espaldas; el matasanos, tropezando por la premura, había dado con sus huesos en el suelo. Los eunucos se apresuraron hacia Jinshi preguntando cómo proceder, y sujetaron las extremidades de Shenlu para anular su resistencia. La otra oficial estaba tan alterada que profirió un grito, atrayendo a sus compañeras de la enfermería. Estas acudieron al lugar y permanecieron atónitas ante tan inesperada escena.
—¡Eh! ¡Se ha mordido la lengua! ¡Llamad a alguien capaz de sanarla! —gritó un eunuco en lugar de Jinshi.
La oficial que permanecía aturdida fue consolada por las que acababan de llegar. Solo el matasanos deambulaba de un lado a otro con gestos erráticos, agitando los cabellos de su rala barba.
Jinshi confió el cuidado de Shenlu a una oficial que se prestó a atenderla. Con la boca obstruida por la tela, Shenlu mantuvo su mirada fija en él. Era como si sus ojos negros le formularan la misma pregunta que había sugerido antes: «¿Por qué no nos deja ser libres?».
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