14/12/2025

Los diarios de la boticaria 3 - 30




Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Volumen 3



Traducido por: Xeniaxen


Capítulo 30
Sueño ligero

Se escuchó el sonido de un traqueteo y un temblor. Maomao abrió lentamente los ojos y vio un mechón de seda negra y suave. Con la visión borrosa, se llevó la mano a la boca. Algo pegajoso estaba pegado alrededor de sus labios. Le quedaba un sabor amargo en la boca y un olor agrio en la nariz. «Debo haber vomitado», supo. Seguramente le habrían dado algún emético o agua para que vomitara el veneno. Parece que la trataron bien, ya que no se había asfixiado por el ahogamiento.

Le habían puesto una piel por encima y la habían tumbado de lado. Todavía le picaba todo el cuerpo y le costaba respirar. Quería quedarse tumbada, pero había una razón para no hacerlo. El mechón de seda negra colgaba justo encima de la cara de Maomao. Siguiendo su origen, vio un rostro increíblemente hermoso mirándola con las pestañas bajas.

—¿Te has despertado? —dijo Jinshi con un rostro pálido y una expresión de ligero alivio.

—S-Señor Jinshi...

Intentó hablar, pero no pudo. Solo terminó abriendo y cerrando la boca como un pez. Aunque su cuerpo traqueteaba, no le dolía la cabeza. Sentía una dureza adecuada en la parte posterior de su cabeza. (Xeniaxen: ¿Otra vez la rana?) Teniendo en cuenta la posición y la postura de Jinshi, y donde estaba acostada Maomao, parecía que estaba en una posición muy incómoda. Se podría llamar un «cojín de regazo». No era algo que debería hacer una persona noble.

Intentó mover su cuerpo débil, pero no podía moverse, estaba entumecida. Jinshi contuvo su cuerpo tembloroso.

—Quédate quieta. Te llevaré con tu padre adoptivo.

El traqueteo se debía a que estaban en un carruaje. El lugar del banquete estaba cerca del lugar del ritual, en un extremo del palacio. Si iban a ir al palacio interior desde allí, sería difícil transportar a una persona colapsada sin usar un carruaje. La distancia en línea recta sería de más de dos li (un kilómetro).

Intentó mirar por la ventana, pero Jinshi se interpuso en el camino y no pudo ver. El hermoso eunuco, por su parte, miraba fijamente a Maomao.

—¿Era veneno? —preguntó Jinshi. Maomao solo pudo negar lentamente con la cabeza—. Se lo dijiste a Gaoshun, ¿verdad? Lo que iba a pasar.

Cuando le preguntó para confirmar, ella solo pudo asentir. Jinshi estaba en lo cierto: no se trataba de un intento de envenenar al Hermano Imperial. Todo había sido una estratagema urdida de antemano entre Maomao y Gaoshun. La erupción que cubría todo su cuerpo no era obra de ningún veneno, sino una reacción de rechazo que le ocurría al ingerir cierto alimento.

—No parecía haber nada venenoso... —dijo Jinshi.

Para un paladar común, aquello sería inofensivo. Pero incluso Maomao, cuyo organismo poseía una resistencia a los venenos que rayaba lo inhumano, tenía un talón de Aquiles: era incapaz de tolerar el trigo sarraceno. Maomao sabía que Jinshi estaba al tanto de su alergia, por lo que, si encontraba rastro del cereal en la comida, él habría desbaratado sus planes de inmediato al prohibirle probar bocado.

Por norma general, los responsables de la cocina investigaban las intolerancias del catador antes de cada banquete. En la capital, el trigo sarraceno era un ingrediente inusual; además, al Emperador y a la consorte Gyokuyou les desagradaba, por lo que apenas aparecía en el menú palaciego. Solo una vez se sirvieron tallarines de este tipo en el Pabellón de Jade; en aquella ocasión, ella se lo advirtió a Hongnyang y delegó la cata en otra sirvienta.

Sabiendo esto, Jinshi dio por sentado que el trigo sarraceno no formaría parte del servicio. Maomao había previsto esa confianza y la usó en su favor. Por ello, solicitó que el aperitivo consistiera en un aguardiente mezclado con zumo de frutas. Se trata de un licor destilado de grano que empleaba, precisamente, trigo sarraceno en su elaboración. A pesar de la destilación, los vestigios del cereal solían persistir en el alcohol, y esta vez la concentración era mucho mayor de lo que ella misma había calculado.

«Qué torpeza», pensó. Temiendo que el efecto fuera lento, se lo bebió todo. Ahora lamentaba no haber bebido solo un sorbo.

Podría haber optado por simular la situación mezclando algún otro veneno. No obstante, eso requeriría que alguien asumiera el papel de villano en la trama. Si el engaño se descubría, la responsabilidad recaería sobre ella; si no se descubría, alguien sería incriminado injustamente. Tratándose de un potencial intento de asesinato contra el Hermano Imperial, las consecuencias serían desastrosas.

Había oído que en la cocina no se molestaban en fiscalizar los ingredientes de los aperitivos con el mismo rigor que los de los platos principales. Nadie pensaría tan profundamente en la constitución particular del catador de veneno. La reacción de rechazo a ciertos alimentos no era una dolencia extendida en la sociedad. Aun si los hechos se investigaban, Gaoshun, que estaba al tanto, seguro que sería capaz de manejar la situación con mano izquierda. Maomao esperaba que este incidente sirviera como una lección para el futuro, pero que no llegara a una cuestión de responsabilidades criminales.

Si alguien tenía que salir perdiendo, ese estratega excéntrico era la cabeza de turco perfecta, por haber causado un escándalo. De hecho, a él no le importaría el escarnio.

Maomao sabía que solo necesitaba colapsar frente a ese hombre, el bribón del monóculo, y frente a ese otro que reinaba en el palacio como un patricio al que nadie deseaba tener como enemigo. Apostó a que, al verla colapsar en ese preciso momento, él pensaría inmediatamente en acusar un asesinato contra el Hermano Imperial. Y, más importante aún, actuaría como contrapeso frente a los hombres que estuvieran tramando la intriga. Por extraño que pareciera, la boticaria tenía una fe inusual en que ese estratega excéntrico haría algo por ella, a pesar de todo el desprecio que sentía hacia su persona. En ese sentido, ella se consideraba una criatura tan astuta como él.

Apostaba a que ese hombre, con su sensibilidad y visión, diferentes a las de la gente común, conocería a los funcionarios que planeaban algo perverso en el futuro y se estaría manteniendo al margen. Seguramente, a él no le importaba si el país caía o se derrumbaba. A lo sumo, pensaría que el mundo se había vuelto un lugar más difícil para jugar al shōgi. Era la persona ideal para usar, pues provocaría un efecto en cadena que desvelaría toda la verdad. Además, los únicos que podían manipularlo eran Maomao y, a lo sumo, su padre adoptivo, Luomen.

A ese hombre no se le podía mentir. Si hubieran informado a Jinshi sobre este plan, habría existido la posibilidad de que él mismo se diera cuenta de la trampa. Por eso se lo ocultó también al eunuco celestial.

—Además, no estábamos seguros de si usted se opodndría...

Jinshi solía molestarse sobremanera cuando Maomao emprendía tales acciones. Siendo alguien de cuna noble, debería haber tratado a una simple sirvienta con mayor indiferencia. «Me facilitaría mucho las cosas si fuera más despreocupado conmigo...», pensó ella para sí.

Entonces, Maomao percibió un tenue brillo en el cabello negro azabache de Jinshi. Era una horquilla de plata de intrincada factura. Aunque le faltaba pulido, su fina artesanía revelaba un aire de lujo. Parecía llevar grabado un animal. «¿Es un caballo? ¿Un ciervo?», se preguntó. La melena, a pesar de estar tallada, parecía capturada en pleno movimiento.

En ese momento, comprendió qué criatura era y la fijó con una mirada vacía. Un animal con la apariencia combinada de un caballo y un ciervo, conocido como Qilin. Maomao no era tan frívola como para juzgarlo de necio por ello. Las personas autorizadas a portar la insignia de esa criatura mítica eran muy limitadas.

Lentamente, ella extendió la mano hacia él. Cubierta de erupciones rojas, su piel era desagradable, y lo sabía; no debería mostrarse así a la noble persona que tenía delante. Comprendió el motivo de su belleza inhumana y el porqué de que él, siendo hombre, tenía autorización para entrar y salir del palacio interior. Jinshi, el hombre que se presentaba con ese nombre, poseía esa distinción.

El nombre de Jinshi también debía ser un subterfugio. Originalmente, el nombre de este hombre debería llevar el carácter de “Hua” (華), el kanji de esplendor y realeza que daba nombre a la nación. (NT: El carácter (華) significa esplendor, brillantez, gloria, lo mejor de algo, suntuosidad. Es un carácter más antiguo que “花”, la otra manera de escribir “flor” en japonés. Los japoneses lo escriben de las dos maneras, pero si usan el carácter chino es que le están dando un significado que mantiene una fuerte conexión con el concepto de belleza ostentosa, lujo y magnificencia.) Al igual que Luomen y Lakan portaban el carácter otorgado al linaje Luo, él llevaba la flor del país, el carácter de Emperador (皇) que se asienta sobre tres espadas.

«Él es el Hermano Imperial...», se percató finalmente Maomao.

Aquella suposición resultaba dolorosamente coherente. Encajaba demasiado bien en el complejo rompecabezas. El Hermano Imperial que ella conocía por los rumores era un joven desfavorecido que ocultaba su rostro. El hermano menor y algo necio del actual Emperador. Conocido por no trabajar demasiado y por pasar la mayor parte del tiempo recluido en su habitación.

Sería más extraño que Maomao no se hubiera dado cuenta antes. Si lo pensaba detenidamente, sentía que había habido indicios, aunque tal vez sutiles. Sin embargo, es la naturaleza humana no percibir las verdades a menos que se manifiesten con claridad. Incapaz de articular palabra, y con la boca entumecida, simplemente retiró la mano y la devolvió a su posición original.

Jinshi posó la palma de su mano sobre la frente de Maomao, ahora cubierta de sarpullidos, y le cerró los ojos con suavidad.

—Duerme tranquila —dijo Jinshi con un tono tan brusco que contrastaba fuertemente con su etérea apariencia.

Maomao, incapaz de resistir la pesadez de su cuerpo, decidió aceptar esas palabras.



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