
Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Volumen 3
Traducido por: Xeniaxen
Capítulo 9
Estrategia de manumisión (parte III)
(NT: La manumisión es el acto por el cual un amo libera a un esclavo, otorgándole la libertad.)
«Pero ¿qué demonios está pasando?», pensó Lihaku. El eunuco que lo había estado mirando con desagrado hace unos días, tras su pequeño desliz, estaba ahora frente a él, y además, con una sonrisa deslumbrante. Estaba seguro de que se llamaba Jinshi. Aunque probablemente era más joven que él, se había abierto camino hasta el círculo íntimo del Emperador. Su belleza había provocado rumores de que era uno de los favoritos del soberano, pero su trabajo era serio e impecable. Lihaku no tenía objeciones hacia él, salvo por el pequeño problema de que todos, hombres y mujeres, se quedaban embelesados a su alrededor. Lihaku era heterosexual y, por muy hermoso que fuera, no sentía ninguna atracción por un hombre. Sin embargo, que alguien se presentó de repente y lo miraba tan fijamente era una situación incómoda.
Lihaku agradeció que no hubiera nadie más cerca. Se encontraban en el ala donde estaban las oficinas de los altos funcionarios. Había muy poca gente por allí, ya que el estratega chiflado trabajaba en esta zona, y todos procuraban limitar el contacto al mínimo imprescindible. Había oído que ese zorro merodeaba mucho últimamente, pero a juzgar por la persona que tenía delante, el eunuco era quien probablemente tenía que lidiar con él por motivos de trabajo.
Lihaku había planeado entregar unos documentos y marcharse rápido para evitar problemas, pero se había topado con el eunuco justo al salir de la oficina de Lakhan. Y ahora le regalaba esta sonrisa, lo cual era inexplicable.
Hablando de cosas inexplicables, el ayudante del eunuco Jinshi era el mismo funcionario al que Lihaku había pedido que intercediera en el burdel tiempo atrás. Recordaba que era un viejo conocido de su superior. Había notado que conocía a la doncella de las pecas, Maomao, y de repente entendió que esta era la conexión.
—¿Podrías acompañarme un momento?
Lihaku no estaba en posición de negarse. Aunque su interlocutor era joven, llevaba un adorno de jade en la cintura de un color más noble que el suyo. Necesitaría ascender cuatro o cinco veces más antes de poder desobedecerle.
—A vuestras órdenes —respondió secamente, y siguió a los eunucos.
El lugar donde le condujeron era el patio interior de la corte, donde los altos funcionarios solían ir a tomar el fresco al atardecer. Por ello, los funcionarios de menor rango se sentían incómodos allí, y a esa hora en particular no había nadie. Lihaku, ajeno a cualquier pasatiempo elegante, nunca lo visitaba.
En esta época, las hortensias estaban comenzando a dar grandes flores esféricas. (NT: El origen de la hortensia se encuentra en el este de Asia, especialmente en China y Japón, donde se han cultivado durante siglos, y también en partes de América. Las primeras en llegar a Europa fueron introducidas alrededor de 1735.) Era una flor exótica traída de una isla oriental que, según se decía, cambiaba de color del rojo al azul dependiendo del día. Al parecer, el estratega chiflado se había molestado en plantarlas allí. La forma de las flores recordaba un poco a las lilas. (NT: Las lilas son originarias del sureste de Europa y Asia occidental. La más conocida proviene de la región de los Balcanes, y crece de forma nativa en laderas rocosas.) Lihaku pensaba que se tomaba demasiadas libertades, pero se rumoreaba que incluso el general se inclinaba ante aquel tuerto excéntrico, así que no había nada que hacer.
Jinshi se sentó en el banco de un cenador y le indicó a Lihaku que tomara asiento también. Siguiendo la orden, se sentó frente a él. El hermoso eunuco apoyó la barbilla sobre las manos entrelazadas, mostrándole una sonrisa radiante. El ayudante detrás de él parecía acostumbrado, pero a Lihaku la visión le resultó muy incómoda. No era una broma: el eunuco era tan deslumbrante que le daban ganas de apartar la mirada.
Se decía que una mujer así podía hacer caer un país, y Lihaku pensó que no era una exageración. Pero él era un hombre, aunque ya no tuviera aquello importante. Uno podría dejarse engañar por ese rostro celestial y ese cabello sedoso, pero era alto y de hombros anchos. No parecía débil ni siquiera al lado de su ayudante, que tenía un físico militar. Si alguien se dejaba engañar por su suave sonrisa e intentaba derribarlo, seguro que se llevaría una sorpresa dolorosa. Sus movimientos elegantes revelaban una eficiencia sin fisuras.
Lihaku había pensado todo esto sobre el eunuco mientras lo seguía. Sentía que lo había visto en algún sitio, pero no podía recordarlo. Aunque lo había visto de pasada antes, nunca lo había mirado con tanta fijeza, así que no entendía por qué le resultaba tan familiar. «¿Qué querrá un dignatario como él?», pensó el joven con personalidad de perrito.
—He oído de una de mis doncellas que tienes a alguien especial en mente ahora —dijo finalmente Jinshi.
¿Era paranoico Lihaku por encontrar sospechoso que ese eunuco le hablara tan informalmente? Pensó por un momento a qué doncella se refería, pero por el contexto, solo podía ser la pecosa y delgada. Recordó que ella había trabajado en la corte un tiempo, pero no imaginó que estaría al servicio de este eunuco. Lihaku se acarició la barbilla. Había pensado que solo un excéntrico la contrataría; ¿quién iba a decir que ese excéntrico sería este apuesto eunuco?
Aunque la situación anterior requeriría alguna explicación, se preguntó si Maomao le habría contado a este hombre sobre el intento de manumisión. ¿Sería por eso que el eunuco le sonreía tanto?
Con su juventud, la belleza más célebre del país y una posición tan envidiable, la manumisión de una cortesana no sería más que un chiste para él. Que se burlara de él, bien. Pero si se atrevía a insultar a Pai Lin, su amada, Lihaku no se quedaría quieto. Pai Lin era una buena mujer, no solo como cortesana, sino como mujer.
Recordó su sonrisa en la alcoba. Recordó cómo bailaba, agarrando su ropa con la punta de los dedos. Recordó cómo preparaba el té y se preocupaba por los pequeños detalles. Podría decirse que todo eso era parte de su trabajo como cortesana, y así sería. Pero Lihaku pensaba que eso no importaba. Que fuera genuino o falso le daba igual. Si él lo creía, no había diferencia.
Había visto a varios colegas arruinarse por las cortesanas y el juego, y sabía que, a ojos de los demás, él era uno de ellos. Aquellos que hablaban mal de Pai Lin ante Lihaku probablemente lo hacían por su propio bien. Lo agradecía, pero también lo consideraba una intromisión.
Lihaku iba a la Casa Verdigris por voluntad propia. A menudo se iba sin ver a Pai Lin, tras ser atendido por una aprendiz en la entrada con solo una taza de té. Y aun así, estaba bien.
Que Pai Lin fuera inalcanzable también era parte de su trabajo. Que se cobrara cien de plata por una simple taza de té: ¿quién se atrevería a decir que era una avariciosa? Considerar caro el precio de estas mujeres que se consumían a sí mismas como cortesanas, vendiendo su ser como mercancía, era absurdo.
Si el eunuco frente a él pronunciaba una sola palabra que insultara a Pai Lin, estaba dispuesto a alzar la mano. Sería un error que podría costarle la cabeza. Aun así, pensó que el motivo era de lo más noble. No se retractaría de sus convicciones. Una vida tan impulsiva encajaba con él. No le importaba si la gente lo tachaba de necio obsesionado con una cortesana. Hizo un esfuerzo por controlarse, sujetando su temblorosa mano derecha con la izquierda, y miró a Jinshi.
—¿Y qué tiene que ver eso con usted?
Se contuvo para no añadir palabras innecesarias como «Métete en tus asuntos». Jinshi no pareció inmutarse por la actitud hostil de Lihaku y mantuvo su sonrisa celestial. Entonces, sus labios pronunciaron unas palabras asombrosas:
—¿Qué dirías si me ofreciera a cubrir el coste de la manumisión?
—¡¿...?!
Lihaku se levantó de la sorpresa, golpeando la mesa. Tallado en granito, el tablero hizo vibrar la palma de su mano. Cuando el temblor recorrió todo su cuerpo, Lihaku por fin pudo hablar:
—¡¿A qué se refiere?!
—Exactamente a lo que digo. ¿Cuánto dinero necesitas? ¿Dos mil lingotes de plata serían suficiente?
Que dijera «dos mil» con tanta naturalidad hizo que Lihaku tragara saliva. No era una cantidad que se pudiera sacar de la nada. Y, sobre todo, ¿que se lo dijera de repente a un funcionario que apenas conocía? Lihaku se preguntó si Maomao ya le habría dicho el precio, o si para este hombre aquella era una cantidad insignificante. Se llevó las manos a la cabeza. También se preguntó si, ya que había ofrecido dos mil, no le importaría darle la mitad. Pero Lihaku decidió rechazar cualquier pensamiento tan ingenuo.
—Aprecio vuestra palabra, mas, ¿es apropiado decir algo así a un funcionario que apenas conocéis?
Las palabras dulces esconden trampas. Lihaku no era tan estúpido como para olvidar una verdad tan básica. Se sentó de nuevo, mirando al hombre a los ojos. El individuo que le había ofrecido una suma tan ingente no había cambiado de expresión, mientras que su ayudante suspiraba con fastidio.
—Mi gata es muy cautelosa. El hecho de que te haya aceptado como confidente, e incluso esté considerando si serías un buen esposo para la persona que ella considera su hermana, significa que puedo confiar en ti.
La «gata» se refería sin duda a Maomao. Era verdad que se parecía a un gato. Un gato callejero cauteloso que se acercaría a ti para conseguir comida, y luego huiría tras haberla obtenido. (NT: Recordemos que el nombre de Maomao significa gato en chino.)
Si tuviera que elegir una mascota, un gato sería un animal que no congeniaría nada con Lihaku. Él preferiría un perro más obediente para incluso salir de caza juntos.
Ahora bien, a juzgar por sus palabras, significaba que Maomao confiaba hasta cierto punto en Lihaku, a pesar de su actitud. Era cierto que, aunque escuchaba con la barbilla apoyada en la mano y una mirada fría, había respondido a todas sus preguntas. No entendía por qué lo había desnudado y puesto en tantas posturas, pero asumió que habría una razón para ello. Todo aquello, sin embargo, había resultado en su conversación actual con este eunuco.
—¿Así que si la gata cautelosa confía en mí, eso ya es suficiente garantía?
Jinshi reaccionó ligeramente a las palabras de Lihaku. Este pensó que quizás había dicho algo inapropiado, pero el eunuco volvió a su sonrisa afable, por lo que decidió ignorarlo.
—He oído algunas cosas sobre ti. Siendo hijo de un funcionario local, debió costarte convertirte en oficial militar en la capital.
—Lo necesario.
Las facciones y el favoritismo existían en todas partes. Aunque su padre era un funcionario, era un funcionario civil de provincias. A menudo se enfrentaba a la oposición y no era evaluado de forma justa.
—He oído que fuiste descubierto por ese estratega con ojos de lince, y que te confiaron un escuadrón.
—Así es...
¿Cuánto había investigado este hombre sobre Lihaku? Oficialmente, su ascenso se había debido a que el líder de escuadrón anterior había renunciado.
—Es natural que uno quiera tener buenas relaciones con funcionarios prometedores.
Aun así, dos mil lingotes de plata era pasarse de generoso. Lihaku solo necesitaba la mitad, o incluso la mitad de esa mitad, considerando sus propios ahorros y contactos. ¿Le ofrecería este hombre mil lingotes de plata sin pensarlo dos veces? Era una posibilidad tentadora, pero Lihaku negó con la cabeza. Miró a Jinshi con seriedad.
—Agradezco que me valore, y la oferta es muy irresistible. Pero no puedo aceptar ese dinero. Para usted, podría ser una cortesana más, pero para mí, es la única mujer a la que amo. ¿Podría llamarme hombre si no libero con mi propio dinero a la mujer con la que quiero casarme? —le preguntó Lihaku al eunuco, agotado por el lenguaje formal.
Esperaba que Jinshi se molestara, pero el rostro celestial no cambió. Es más, se volvió incluso más suave que antes. Su sonrisa se transformó en una carcajada.
—Ya veo. Te pido disculpas por mi falta de tacto.
El eunuco se levantó con un movimiento elegante y se pasó los dedos por el cabello. La figura de pie, como un retrato de suma belleza, mostraba una adorable expresión de satisfacción.
—Puede que en el futuro quiera hablar contigo de otros asuntos. ¿Te parece bien?
—A vuestras órdenes.
Lihaku se levantó y se inclinó, con el puño cerrado en la palma. El apuesto eunuco asintió levemente y se marchó con su ayudante. El militar esperó atónito a que la elegante silueta desapareciera. Y luego...
«¿Qué diantres ha sido todo esto...?», se cuestionó. Se rascó la cabeza, sin entender nada. Tocó la parte calva de su quemadura y se sintió un poco deprimido.
—Y ahora, ¿qué hago? —murmuró al sentarse de nuevo en el banco.
Quizás debería esforzarse un poco más delante de su superior en la próxima sesión de entrenamiento, o pedir más trabajo. No, mejor aún. Le enviaría una carta a su amada, aunque no supiera cuándo podría volver a verla. No iría a buscarla de forma unilateral, sino que le preguntaría su voluntad. Aunque fuera solo una cortesía, así presentaría sus intenciones y eso le daría fuerzas para seguir adelante.
«¡Hecho!», decidió. Se metió las manos en las mangas y salió corriendo del patio interior mientras se preguntaba qué tipo de cáñamo sería el mejor para atar la carta...
—Maomao, te ha llegado una carta.
Guiyuan le entregó a Maomao unos tablones de madera apilados. Maomao desató la cuerda y observó las elegantes letras que en ellos había escritas. Era la respuesta a la carta que ella misma había enviado a la Casa Verdigris hacía unos días.
«La madame sigue insistiendo, pero yo todavía estoy en activo», leyó. Podía imaginar a la señorita de curvas pronunciadas inflando el pecho al decir eso. El remitente era Pai Lin. «Además, estoy esperando que algún príncipe me venga a buscar algún día», continuaba la carta.
Había escrito el carácter normal de «príncipe», pero Maomao lo leyó como «príncipe encantador». En un país lejano, existía la leyenda de un príncipe encantador montado en un caballo blanco que venía a rescatar a una doncella cautiva.
Pai Lin era una mujer. Y como mujer, también tenía sueños. Aunque hacía mucho que había dejado de ser una doncella y se había acostado con más hombres de los que podía contar con los dedos, no renunciaba a soñar. Esa astucia podría ser una de las razones por las que mantenía su juventud.
«Ya me lo imaginaba», pensó Maomao. Si Pai Lin se encaprichaba, no serían necesarios los diez mil lingotes de plata. Lihaku solo tendría que interpretar a ese «príncipe encantador» que ella tanto anhelaba. Para eso, lo que necesitaba era resistencia, músculo, y lo que un hombre normal tiene y un eunuco no. Con un poco de habilidad dramática y un regalo generoso bastaría. Si intentaba regatear el regalo, además del precio de la manumisión, los demás no se quedarían callados.
La madame también le había dicho: «Si quiere retirarse, que lo haga. Pero la celebración tendrá que ser por todo lo alto». Incluso esa arrugada anciana, normalmente tacaña, se estaba mostrando generosa en esto. Pai Lin había florecido como la gran peonía del distrito del placer, y su partida del escenario debía ser igualmente majestuosa. Ese era el orgullo de haber vivido como cortesana.
Por lo tanto, si el hombre que Pai Lin amaba era sincero, la madame no le cobraría la suma desorbitada. No obstante, exigiría un regalo de al menos cinco mil lingotes de plata como gasto necesario. Si el hombre no podía ganar al menos eso, no sería digno de Pai Lin. Regatear sería impensable.
«Diez mil eran del todo imposibles, pero cinco mil...», rumió. Si Lihaku ascendía sin problemas, podría conseguir esa cantidad en unos pocos años. El resto dependía de la suerte. Si Pai Lin se dejaba convencer por la madame, todo se acabaría. Antes de eso, Lihaku debía conquistarla y conseguir el dinero. No era algo en lo que Maomao tuviera que intervenir más.
Solo había una cosa a la que prestar atención: «Seguro que no se le ocurrirá pedir ningún préstamo, ¿verdad...?». Si pedía dinero prestado para conseguir la suma, la madame lo descubriría. Y eso sería el fin. Haría todo lo posible para evitar que Pai Lin se casara con un hombre endeudado. Maomao creía que él no haría algo así, pero no podía asegurarlo.
Ató de nuevo los tablones de madera y los dejó sobre la mesa de su habitación. Al salir al pasillo, se encontró con Jinshi y su séquito, que visitaban el Pabellón de Jade por primera vez en varios días. El apuesto eunuco, que había estado de tan mal humor la última vez que se vieron, parecía notablemente más contento hoy.
Maomao se dirigió a la cocina para preparar el té, sin saber qué pensar.
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