22/11/2025

Los diarios de la boticaria 3 - 19 & 20



¡¡¡Sí, es el (doble) capítulo de la RANA!!!



Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Volumen 3



Traducido por: Xeniaxen


Capítulo 19
Calor (parte I)

Nota de la autora: Se ha suavizado la narrativa anterior debido a la naturaleza indecorosa de lo que vendrá.


Al día siguiente, Jinshi y los demás se dirigieron a la zona de caza a caballo. Jinshi, con una expresión de hastío, llevaba un antifaz y se presentaba como Kousen. Maomao podía entender lo del antifaz. Que un hombre con el rostro de Jinshi anduviera por ahí era, en sí mismo, un problema. No estaban en la corte; la gente de allí no sabía que él era un eunuco.

Anoche hubo un alboroto en la habitación de invitados de Jinshi. Aunque era su habitación, quien durmió allí fue Bashin. Se oyeron los gritos del oficial. Resultó que estaba rodeado de mujeres que se habían colado de alguna manera. Era una escena envidiable... o, más bien, un infierno. Se podría decir que Bashin se había esforzado por mantener la compostura después de beber ese aperitivo.

Con razón cargaron tanto la cena. Había muchas mujeres en esa mansión que querían ser concubinas de los altos funcionarios. Si Jinshi hubiera caminado con el rostro descubierto, a saber qué habría pasado. Parecía ser que la razón por la que mantenían las ventanas cerradas era para no mostrar su rostro.

«Si es por eso, entiendo lo del antifaz —pensó Maomao—. Pero, ¿por qué un nombre falso?». Aun así, no era algo en lo que ella debiera inmiscuirse. Una doncella con sentido común se limitaría a seguirles la corriente.

Por lo tanto, siguió a los que habían ido a la caza con halcón en un carruaje. En el carruaje iban sirvientes de la mansión, y estaba cargado de herramientas de cocina como leña y ollas. La idea era cocinar la caza atrapada allí mismo.

Pasaron los campos de sorgo y, tras media hora de traqueteo en el carruaje, llegaron a un bosque y una pradera. Los sirvientes, acostumbrados, se apresuraron a preparar la hoguera frente al bosque. Varios se adentraron en el bosque para buscar agua, ya que al parecer había una fuente allí.

Maomao pensó en ayudar, pero las compañeras de los otros oficiales no estaban haciendo nada. Estaban charlando dentro de una tienda de campaña que los sirvientes que llegaron antes ya habían montado. «Será mejor que no haga nada», pensó la boticaria. Se metía en problemas por ayudar de manera constante sin necesidad. Sería mejor para los propios sirvientes también.

Maomao miró al cielo. Vio un punto negro en el cielo azul, que planeaba. Después de verlo repetirse varias veces, sus ojos se posaron en el bosque. «Un bosque...», pensó. Le parecía un buen bosque. Había una mezcla de árboles. En un lugar así, suelen crecer buenas hierbas medicinales y setas. «No debo...», se dijo, tragándose la curiosidad. Miró a su alrededor. ¿Se daría cuenta alguien? Mientras lo pensaba, el sol llegó al cenit.



Se olía el aroma de la carne asada. Dentro de la tienda, se servía vino. Las mujeres distribuían la carne. Había unos diez oficiales sentados en sillas, y en las mesas había otros platos preparados. Aunque era una tienda de campaña, habían creado una corriente de aire, y había cubos con agua en el suelo. También había sirvientes con grandes abanicos, lo que demostraba un esfuerzo por hacer cómoda la calurosa cacería de verano. Los sirvientes se afanaban en traer comida. Estaban asando más carne de la que se conseguiría solo con la caza. En primer lugar, la carne, a diferencia del pescado, no es mejor recién cogida.

Maomao estaba detrás de Gaoshun, observando la escena del banquete. Gaoshun también tenía un asiento. «Ahora que lo pienso...», cayó Maomao. Gaoshun no estaba mucho con Jinshi fuera de la habitación. En su lugar, Bashin se ocupaba de gran parte de sus tareas, por lo que Maomao se había quedado con Gaoshun de forma natural.

En el asiento principal, en la fila alineada de oficiales, había un hombre de aspecto extraño. Tenía la cara cubierta por un antifaz y no tocaba nada de la comida; tampoco el vino. Bashin le miraba preocupado por detrás. «Qué difícil debe ser llevar eso incluso aquí», pensó Maomao con indiferencia.

Las mujeres que servían el vino miraban de reojo al señor del antifaz, es decir, Jinshi. Por muy sospechoso que pareciera su antifaz, era el invitado más importante. Las concubinas de los altos funcionarios tenían una vida mucho más estable que si se casaban con un cualquiera. Parecía que era una reunión de mujeres astutas.

No solo las mujeres le hablaban. El hombre corpulento sentado a su lado le susurraba algo a Jinshi. Su forma de hablar era comedida, pero sonaba un poco descortés. ¿Sería su imaginación? Jinshi solo podía asentir, temblando ligeramente.

«¿Será ese Zichang?», se figuró Maomao. Había oído su nombre, pero no conocía su rostro. Por la ubicación de su asiento, era muy probable. «¿De qué estarán hablando?», se preguntó.

Zichang dejó de hablar y apartó la cara de Jinshi. La mano del eunuco celestial seguía temblando. El rostro de Bashin se puso pálido.

«¿Será por algo que le ha dicho ese hombre?—pensó Maomao—. No, no creo». Y le susurró a Gaoshun. Le dijo que el estado de Jinshi era extraño. Sin embargo, este se limitó a negar con la cabeza, indicándole que no hiciera nada.



Jinshi se levantó de la mesa con el pretexto de ir al lavabo. Gaoshun tiró de la manga de Maomao.

—Es hora de que tomes mi lugar.

Maomao asintió, llamó a otro sirviente que estaba fuera de la tienda y siguió a Jinshi, cuyos pasos eran inestables. Pero antes de eso...

—¿Puedo tomar esto? —preguntó la boticaria a un sirviente que estaba preparando comida, mientras sostenía una jarra de agua.

—Oh, sí, adelante —dijo el ocupado sirviente, sin siquiera mirarla.

Maomao añadió condimentos a la jarra con una cuchara. Luego se dirigió al bosque.


Encontró una figura poco después de entrar en el bosque. La figura tambaleante se estaba apoyando en un árbol.

—Ji... —se frenó. Maomao iba a decir "Señor Jinshi", pero se contuvo.

Por alguna razón, estaba usando un nombre falso allí. Mientras se acercaba, pensó en cómo se llamaba, pero no lo recordó y se apresuró a situarse a su lado.

—¿Eres tú...? —se escuchó una voz ronca desde detrás del antifaz.

—Quítese esto, por favor —dijo Maomao, intentando arrancarle el antifaz. Jinshi se resistió desesperadamente.

—No.

—Claro que sí. Aquí no hay nadie.

—No, alguien podría venir.

«¡Hay que ver! ¡Qué especialito!», pensó Maomao. Cargó el brazo del hombre inestable, lo puso sobre su hombro y tiró de él.

—Si le preocupa tanto que le vean, vayamos a un lugar donde no le vean.

Se adentraron en el bosque. Era una pequeña colina. Vieron un acantilado y una hermosa cascada. Maomao supuso que de allí habían sacado el agua y mojó un pañuelo en el río.

«¿Allí estaremos seguros?», pensó. Cerca del acantilado había una cueva que servía de punto ciego.

Entró, y dejó que las enredaderas que colgaban desde arriba sirvieran de cortina. Un árbol viejo crecía a un lado, y tenía algo parecido a un paraguas en su tronco. «Anda, hay setas de repisa», se fijó. Pensó en volver a buscarlas más tarde. Eran un tipo de hongo duro como la piel de un árbol y se usaban como ingrediente medicinal. (NT: Las setas de repisa, o sarunokoshikake en japonés, crecen dentro de la madera de árboles vivos y muertos. Normalmente, son de tonos marrones por encima y blancas por debajo. También se llaman setas del artista, porque son tan duras que se dice que pueden usarse como lienzo. Tienen propiedades medicinales que se utilizan en la medicina tradicional asiática para fortalecer el sistema inmunológico, combatir el estrés y promover la salud en general.) En la cueva había muchos trozos de jarras viejas. Parecía que se había utilizado como almacén de la fuente de agua, pero que no se había usado durante mucho tiempo.

—Aquí estaremos bien.

Apiló unas esteras andrajosas que encontró y colocó encima otro pañuelo seco. Colocó a Jinshi suavemente sobre él. Cuando le quitó el antifaz, se reveló su hermoso rostro, completamente enrojecido.

—Beba esto, por favor.

Puso la jarra que había traído en la boca de Jinshi. Le dio de beber a sorbos lentos, y luego se la entregó.

—Con su permiso..

—¡¿...?!

Aflojó el cinturón de Jinshi y le quitó el abrigo. Él estaba estupefacto, pero no tenía fuerzas para resistirse. Maomao le limpió la piel con el pañuelo que había mojado antes. Le humedeció todo el cuerpo y luego le colocó el pañuelo bajo las axilas.

—No solo desnudas a las doncellas, ¿sino también a los hombres?

—No es que me guste desvestir a nadie —respondió ella con un puchero.

No le parecía divertido desnudar a un hombre. El cuerpo de Jinshi ardía en fiebre. ¿Habría mejorado un poco con el paño húmedo? Seguía pareciendo que estaba sufriendo, pero sintió que su tez se recuperaba un poco después de beber el agua. Maomao colocó la cabeza de Jinshi en su regazo, para que le fuera más fácil beber de la jarra. Xeniaxen: Con la cabeza recostada, ¿no sería más difícil?

—Esto tiene un sabor raro —dijo el eunuco, mientras bebía a pequeños sorbos de la jarra.

—Así debe ser. Lo mezclé con salsa de soja y azúcar. Como no encontré sal, usé un sustituto. Se dice que estas mezclas son buenas para rehidratar el cuerpo —dijo la joven mientras abanicaba la cara de Jinshi con el antifaz—. Con un día tan soleado, si se cubre así, el sol le vencerá.

—No puedo evitarlo...

—Qué problemático es tener un rostro tan innecesariamente hermoso —dijo Maomao con asombro.

Jinshi la miró fijamente. «¡Oh, no! He hablado sin pensar. ¿Le habré enfadado?», se arrepintió. Se había puesto un poco sarcástica.

Maomao miró a su superior, incómoda. Parecía que no estaba enfadado. Aliviada, retiró el pañuelo de la axila de Jinshi. Lo depositó suavemente y se dispuso a levantarse.

—¿Adónde vas?

—A mojar el pañuelo otra vez.

—No lo mojes.

«Debo hacerlo», se excusó mentalmente Maomao. La temperatura corporal de Jinshi seguía siendo alta y necesitaba enfriarlo más. Pero Jinshi no la dejaba ir.

—Hay algo que quiero decirte —dijo con voz ronca pero seria. Sus ojos, que miraban fijamente a Maomao, eran como obsidiana pulida. Ella desvió la mirada de forma natural. De repente, su mirada se posó en el árbol viejo fuera de la cueva—. Te traje aquí con esa intención.

Su voz era sincera, pero con un toque de vacilación. En medio de todo, Maomao sintió que los latidos de su corazón se aceleraban. Su corazón bombeaba sangre y todo su cuerpo se calentaba.

—Señor Jinshi, suélteme —dijo Maomao, entrecerrando los ojos. No le miraba a los ojos, sino que miraba al exterior.

—No te soltaré.

—¡Suélteme!

Maomao se apartó de Jinshi e intentó salir de la cueva. Estiró su mano derecha, intentando agarrar algo que estaba justo delante. Sin embargo, él tiró de su mano izquierda, desequilibrándola. Justo cuando estaba a punto de caer al suelo, su rostro fue presionado contra el pecho sudoroso de Jinshi. «¿Qué estoy haciendo?», pensó Maomao.

Miró hacia su mano extendida. A un metro de distancia, podía ver un viejo ciruelo. Algo sobresalía de sus raíces. La forma, con el paraguas unido al tronco, parecía la de una seta de repisa, pero era diferente. Tenía un brillo como si estuviera recubierta de caramelo. No era áspera como la seta. Los latidos de su corazón eran cada vez más fuertes. Allí estaba, el hongo descrito en los libros como una medicina espiritual desde la antigüedad: el reishi, o hongo de diez mil años.

Pero su mano derecha no podía alcanzarlo. En su lugar, estaba siendo abrazada por Jinshi, y luego... su mano izquierda agarró algo blanducho.




Capítulo 20
Calor (parte II)

Repaso de la parte anterior:
Jinshi → Maomao → Seta


Maomao estaba desconcertada por la sensación misteriosa. Podía oír los latidos de su corazón. Estaba presionada contra la piel de Jinshi, y su corazón latía cerca del de ella. «¿Qué será esto?», se preguntó.

Sin embargo, levantarse era más importante. Intentó incorporarse para recuperar el equilibrio y apoyó su peso en aquella cosa indescriptible. Estaba ansiosa por conseguir la seta de diez mil años que tenía delante.

—¡Ngh! —se escuchó un gemido desde abajo.

«¡Oh, no!», pensó. Jinshi estaba debajo. Maomao seguía agarrada por su mano izquierda, y el otro brazo le rodeaba la espalda. Parecía que la había abrazado para protegerla de la caída. Maomao miró con pena la hierba espiritual que crecía en el árbol viejo, y luego bajó la mirada a Jinshi.

—¿Señor Jinshi...?

Él había desviado la cara de Maomao. Su rostro, vuelto, estaba inexplicablemente sudoroso. Fruncía el ceño, como si estuviera sufriendo.

—Mire, le va a volver a subir la fiebre —dijo Maomao.

Cuando le ofreció un pañuelo para secarle la cara, Jinshi retiró el brazo que la rodeaba y la detuvo.

—No, más que eso, ¿podrías quitarte, por favor? —dijo Jinshi, girando la cara y mirando de reojo a Maomao—. Me molesta... la posición de esa mano.

El índice de Jinshi señaló la mano izquierda de Maomao. Debajo de esa mano izquierda estaba el hakama de Jinshi, y había una sensación gomosa. (NT: Pantalón largo con pliegues, cinco por delante y dos por detrás, que históricamente vestían los samuráis.)

«¿Eh? ¿Qué es esto tan blando?», pensó. No, cada vez se estaba volviendo menos blando... Maomao saltó instintivamente hacia atrás. Abrió los ojos y miró al eunuco tumbado. «No, ¡¿en realidad no es un eunuco?!», se dio cuenta. ¡Algo que no debería estar en un eunuco definitivamente estaba allí!

Jinshi se echó el flequillo hacia atrás y suspiró. Luego miró a Maomao.

—En cierto modo, me he ahorrado el esfuerzo.

Un rostro hermoso, parecido al de una tennyo celestial, con un toque de melancolía. Sin embargo, no era una tennyo. Tenía un rostro capaz de destruir un reino con solo una sonrisa, pero no era mujer. Y tampoco era un eunuco que hubiera renunciado al símbolo de su masculinidad. La parte superior de su cuerpo, desabrigada, no tenía carne flácida. Era un físico bien tonificado y entrenado. Si bien su rostro era celestial, su cuerpo era comparable al de un guerrero bien ejercitado.

Era extraño que no se le hubiera ocurrido que en realidad no era un eunuco. No, tal vez inconscientemente había evitado darse cuenta.

—Te dije que había algo que quería decirte —siguió Jinshi.

Maomao sintió el impulso de taparse los oídos. No debía escuchar más. Lo supo al instante. Pero si se tapaba los oídos, se delataría. Ese hombre residía en el palacio interior sin ser eunuco. ¡¿Qué pasaría si esto se hiciera público?! ¡¿Qué pasaría si ese hombre tocara a una consorte y se mezclara una semilla que no fuera la del Emperador?!

Maomao entrecerró los ojos. «¡Por favor, no! ¡No me metas en un lío tan grande!», deseó con todas sus fuerzas. Había sido utilizada por Jinshi innumerables veces. Todos eran líos, grandes o pequeños, pero había pensado que podía asumirlos. Ahora bien, esto era diferente. Si lo sabía, tendría que llevárselo a la tumba. «¡No tengo intención de ir a la tumba contigo!», proyectó.

Y así, Maomao...

—En realidad, yo soy...

—¡Señor Jinshi! —dijo ella, interrumpiendo a su señor—. Parece que había una rana bajo su túnica.

—¿Una rana...?

El rostro de Jinshi se contorsionó con una expresión de perplejidad. No importaba, Maomao estaba decidida a imponerse a toda costa.

—Sí, una rana viscosa. Lo siento, parece que este lugar está húmedo.

La sensación blanda era una rana, una rana, una rana. Maomao se lo repitió. Había un arroyo cerca y, al ser verano, no era extraño encontrar una o dos ranas.

—No, no era una rana.

—¡Siento mi descuido! Debería enfriarse la fiebre rápidamente y volver al banquete.

Cuando Maomao intentó salir de la cueva con naturalidad, él la detuvo de nuevo. Con el rostro congestionado, se colocó delante de la salida. Maomao no podía salir sin esquivarlo.

—Señor Jinshi, ¿podría apartarse, por favor?

—He dicho que no era una rana.

Maomao estuvo a punto de acobardarse ante Jinshi, que acercaba su rostro cada vez más hacia ella. Pero no podía ceder ahora. Lo miró fijamente. Se acercó a dos dedos de distancia de su nariz.

—Si no era una rana, ¿qué era?

Era una rana, era una rana, era una rana, se repetía. La sensación blanda de su mano izquierda era una rana.

—¿No era demasiado grande para ser una rana? —dijo Jinshi, acercando su rostro un dedo más.

—No, en esta estación hay muchas ranas de un tamaño mediocre.

—¿M-Mediocre...?

Jinshi dudó. Parecía sorprendido, pero Maomao acercó su rostro aún más. Se detuvo a la distancia en que sus narices casi se tocaban, y le dio el golpe de gracia.

—¡Sí, mediocre! Si una rana no es mediocre, ¿qué lo es?

En realidad, no era mediocre, pero calificarla como mediocre era suficiente. Mediocre era más que suficiente. Después de varios segundos, o tal vez docenas, de mirarse fijamente, Jinshi se dio por vencido. Se quedó inmóvil, con los labios temblorosos. Maomao aprovechó la oportunidad para deslizarse por su lado. «Je, je. He ganado», celebró Maomao, apretando el puño derecho con alivio.

No era bueno saber demasiado. A una humilde sirvienta que solo merecía lo que le correspondía, le convenía vivir sin saber nada. Pasara lo que pasara, hiciera lo que hiciera su superior, Maomao solo diría: «Yo no sé nada».

Se dirigió al arroyo para mojar el pañuelo, pero antes, se sentó frente al viejo ciruelo. La amada seta con su lustroso paraguas crecía en la raíz. La boticaria la miró embelesada. Entonces, una sombra cayó sobre ella por detrás.

—Permíteme que te pregunte algo. No te importa tocar ranas, ¿verdad? —dijo Jinshi con voz cansada. Apenas parecía poder moverse.

—No. Hay gente que hasta se las come.

Tienen un sabor suave, parecido al de pollo. Maomao también solía limpiarlas.

—Ya veo. Entonces, no te importa tocarlas.

Una leve sonrisa se dibujó en el rostro de Jinshi. Maomao sintió un escalofrío y se apoyó en el viejo ciruelo. El índice de Jinshi la señaló.

—Entonces, ¿por qué te has estado limpiando la mano izquierda? —dijo Jinshi con una expresión de completo agotamiento.

—¡Ah...! —Maomao bajó la mano izquierda, que había estado limpiándose en su hakama para olvidar la sensación blandurria.

¡Lo había estado haciendo inconscientemente! Jinshi la miró con una expresión de profunda tristeza por su acción.

—Dime, ¿por qué?

Jinshi, maltrecho, había reunido sus últimas fuerzas para articular aquella pregunta que noqueó completamente a Maomao.



Poco después de que el anfitrión regresara, el banquete terminó. Gaoshun estaba preocupado por su aspecto agotado, pero negó con la cabeza, recordándose que no era su lugar. El sirviente del eunuco Jinshi no tenía motivos para confraternizar con el anfitrión. Solo estaba allí como sustituto de su señor, Jinshi. Era mejor no excederse. Y tenía trabajo que hacer.

El banquete de esa noche había sido elaborado, con barcos flotando en el estanque. El vino que no se podía terminar de beber y la reunión de hermosas mujeres seguramente se inspiraron en la opulencia. «Qué fastidio», pensó Gaoshun. Siendo un eunuco, no tenía intención de dejarse llevar por las mujeres, y si lo hacía, las consecuencias serían terribles. Al pensar en la mujer que dio a luz a su hijo Bashin, es decir, su esposa, no sentía la necesidad de mover ni un solo dedo.

—Para un eunuco, esto es un entretenimiento aburrido.

Un oficial se acercó a Gaoshun, que solo bebía. Había mujeres mucho más jóvenes que sus propios hijos a su alrededor en el barco.

—Disfrutar de un buen vino bajo la luz de la luna. ¿Qué más se puede pedir?

Gaoshun solo dijo eso y miró al cielo. La media luna era hermosa. Si no fuera por las jactancias de los ruidosos hombres y las risas de las mujeres, lo habría disfrutado un poco.

—Aun así, parece que él no asistirá esta noche.

—Eso parece.

Sabía a quién se refería. El banquete nocturno continuaba sin la presencia del invitado principal. Gaoshun dejó caer vino gota a gota sobre la superficie del agua, contemplando las ondas. Deseaba que terminara pronto.

—Con ese comportamiento, el Emperador debe estar preocupado —tras decir eso, el oficial se pellizcó la perilla y suspiró—. Si él se convierte en Príncipe Heredero...

No le tenía respeto. Era comprensible. Todos pensarían que el Hermano Imperial, que apenas salía de su habitación y se ponía un antifaz cuando hacía apariciones en público, no podría gobernar. El invitado principal de esta cacería de halcones era el Hermano Imperial. Los altos funcionarios reunidos debían haber asistido por curiosidad, para ver al Príncipe Heredero que rara vez se mostraba en público. No estaba mal pensar que era necesario evaluar qué clase de persona era. Y este oficial había decidido que el Príncipe Heredero era un inútil.

—Desde la muerte del Príncipe el año pasado, ¿no ha habido consorte embarazada?

«Esa es la principal inquietud de los de esta jerarquía», pensó Gaoshun. Quién estaba embarazada, qué rango de consorte tenía, si daría a luz a un niño o una niña. Eso cambiaría drásticamente el equilibrio de poder en la corte. El fiel eunuco negó lentamente con la cabeza.

—Lamentablemente, no. Sin embargo, hay muchas consortes, así que supongo que alguna quedará embarazada tarde o temprano.

—Ya veo. En ese caso...

El oficial miró hacia el pabellón de verano. Otro oficial regordete estaba allí, observando si los invitados se divertían. Era Zichang, el anfitrión del banquete.

Gaoshun se despidió del oficial con el que había entablado conversación, que acababa de decidir a quién adularía a partir de ahora, y se sirvió más sake en la jarra.

—¿Se habrá explicado correctamente? —murmuró, y luego negó con la cabeza.

Al ver su aspecto agotado al regresar, estaba seguro de que no. Al menos, no habría llegado al punto principal.



—¿Qué estás haciendo?

Gaoshun miró la mansión iluminada por la luna. En el piso más alto, había una habitación con una sola luz encendida.



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