
Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Volumen 3
Ahora bien, algo que debería ser inherente en un lugar tan grande, no estaba. Y eso era...
—¡Qué divertido parece!
—¿Tú crees? —Maomao respondió con una pregunta a la joven doncella Xiaolan.
En la plaza, las damas de la corte paseaban con notable animación frente a las carpas. Se habían instalado varios toldos de gran tamaño, pero la población de doncellas ascendía a unas dos mil, lo cual impedía el acceso a las de rango inferior, que debían conformarse con observar el regocijo de sus superiores.
Maomao y Xiaolan presenciaban la escena desde el balcón de la estancia destinada a las doncellas de menor rango. Al encontrarse las consortes y las damas de mayor jerarquía en plena celebración, las de rango inferior disfrutaban de un forzoso tiempo libre.
—Ojalá pudiera tener ropa nueva... —suspiró Xiaolan, apoyando la barbilla en la barandilla y haciendo un puchero.
—Pero si aquí dentro no tienes ocasiones en las que ponértela —respondió Maomao.
—¡Ya lo sé, pero aun así quiero!
La ropa de las doncellas de rango inferior se constreñía a tres uniformes para el verano y dos para el invierno. Solo les daban ropa de repuesto si las prendas estaban muy desgastadas. También se les suministraban los lazos para el cabello, la ropa interior y otros artículos de uso cotidiano. La comida se servía diariamente en el comedor, así que no tenían que cocinar.
Las doncellas de buena cuna recibían paquetes y misivas de sus familias. Por otro lado, las damas de compañía al servicio directo de las consortes eran obsequiadas por estas con vestimentas, adornos, dulces y refrigerios.
Lo que verdaderamente faltaba en aquel lugar era... una tienda.
Para Xiaolan, que había sido entregada al palacio sin respaldo familiar ni pertenencia alguna, las oportunidades de adquirir objetos personales eran escasas. Y cuando estas surgían, la situación era la actual: solo le quedaba buscar qué podía permitirse con sus propios recursos una vez que las demás doncellas hubieran agotado los artículos más atractivos.
«Me pregunto por qué el palacio interior carece de comercios. Resulta de lo más insólito. Tampoco hay médicos competentes, más que ese matasanos... Ni mucho menos boticarios...», reflexionó Maomao.
Sin embargo, si una enfermedad se propagara en un lugar tan densamente poblado, la situación se tornaría catastrófica. Por suerte, la higiene aquí era excelente. Una parte sustancial de las labores de las doncellas se dedicaba a la limpieza, y la gestión de residuos se realizaba con notable eficacia. Utilizaban un sistema de canales cuyo diseño aseguraba un flujo constante de agua, que se llevaba los residuos y aseguraba que se evitaran los malos olores.
Al parecer, esta construcción fue concebida durante el reinado del Emperador anterior, aplicando la tecnología hidráulica de Occidente. Si la higiene se mantenía a raya, la propagación de enfermedades podía ser contenida en gran medida. Las doncellas afectadas por dolencias graves, además, podían abandonar el palacio interior sin necesidad de esperar al término de su periodo de servicio.
«Aun así, algo no me cuadra...», caviló Maomao mientras observaba distraídamente a las doncellas disfrutar de sus compras.
Al volver al Pabellón de Jade, Maomao se topó con el rostro de satisfacción de las doncellas. Al parecer, en el tiempo en que había estado ausente de sus obligaciones, los mercaderes habían visitado los aposentos de la corte. Los comerciantes accedían directamente a las consortes de alto rango, sin necesidad de que las doncellas se desplazaran a las carpas. Para poder ingresar al palacio interior, todas las vendedoras debían ser mujeres. Aun así, como medida de precaución, se reforzaba la vigilancia con una presencia de eunucos mayor de lo habitual.
—El Emperador nos dijo que eligiéramos lo que más nos gustara —dijo Yinghua, con una alegría comparable a si la elección hubiese sido para sí misma.
Sobre la mesa, había un collar de jade tan precioso como los ojos de la consorte Gyokujou, copas de cristal y una caja lacada con incrustaciones de nácar. La princesa Lingli, que estaba empezando a dar sus primeros pasos, estaba embelesada con el precioso balón de seda que había conseguido. A parte de los vestidos para la consorte, de una de las paredes colgaban unos pequeños kimonos destinados a la princesa.
—Me he excedido un poco, ¿verdad? —dijo la consorte Gyokuyou con la cabeza ladeada.
—En absoluto. Debió haber comprado incluso más —dijo su dama de compañía principal, Hongnyang, que resopló indignada—. En otros pabellones, seguro que han comprado mucho más.
Hongnyang intentó ser comedida, pero Maomao podía figurarse la escena. En el Pabellón de Cristal, las doncellas de la consorte Lihua, conocidas por su lengua afilada, harían compras ostentosas. Después de todo, la consorte Lihua gozaba de gran desahogo económico y no dudaría en adquirir lo que deseara. Asimismo, en el Pabellón de Diamante, sin duda adularían a la consorte Lishu para que comprara sus caprichos. Huelga mencionar a la consorte Loulan, dada su notoria extravagancia. Al considerar la situación, la consorte Gyokuyou, que solo había llenado una estancia, mostraba una gran humildad, a pesar de ser la predilecta del Emperador. Las consortes de alto, medio y bajo rango recibían un estipendio por su “trabajo”, y los gastos de vestuario y mobiliario necesarios para su vida en el pabellón interior se deducían como costes obligatorios. Maomao sintió una preocupación superflua por el estado del tesoro nacional, dado que el número de consortes superaba el centenar entre todas las clases.
—Mañana vendrán nuevos comerciantes, así que tenemos que ordenar las compras de hoy —dijo Hongnyang, que comenzó a descolgar las prendas.
Maomao las iba recibiendo. Todas tenían un tacto suave y un teñido precioso. «Un momento...», pensó. Se percató de que las vestimentas diferían del estilo habitual de la consorte Gyokujou. Si bien la consorte solía preferir los vestidos de tirantes y falda larga combinados con una chaqueta de manga ancha, en esta ocasión abundaban las prendas con mangas y un corte que se ceñía justo bajo el pecho. La razón era evidente: los vestidos ceñidos a la cintura empezarían a apretarle muy pronto.
—¿No había ropa de otro corte...? —preguntó la joven boticaria.
—¿Cómo? Nos aseguraron que esto era la última moda... —respondieron las doncellas, intercambiando miradas de perplejidad. Sus rostros parecían transmitir la pregunta: «Solo había de este tipo, ¿verdad?».
Las sirvientas del Pabellón de Jade habían realizado las adquisiciones pensando en la consorte Gyokujou, pero en circunstancias normales habrían optado por diseños más variados.
«Si los mercaderes trajeron esta ropa a propósito... —pensó Maomao—. No, estoy elucubrando en exceso», se reprendió. La simple idea de que la selección de prendas hubiese sido intencional le resultaba profundamente desagradable. No obstante, era bien sabido que los presentimientos de Maomao solían ser certeros.
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