
Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Volumen 3
Traducido por: Xeniaxen
Capítulo 4
Aceite esencial
La caravana permaneció en el palacio interior alrededor de tres días, tiempo durante el cual las doncellas disfrutaron de la oportunidad de hacer compras, algo inusual para ellas. A las consortes de alto rango les bastó con recibir a los mercaderes directamente en sus aposentos. Una vez instaladas las paradas en el patio central, fueron primero las consortes de rango medio, seguidas por las de rango inferior y sus respectivas damas de compañía, quienes recorrieron las carpas para seleccionar sus adquisiciones. Por último, fueron las sirvientas sin cargo oficial las que recorrieron las carpas para adquirir lo que deseaban. Estas últimas solo pudieron acceder a lo que había sobrado los días anteriores, pero el entusiasmo que mostraban era prueba fehaciente de la escasez de ocio y entretenimiento que imperaba en el palacio interior.
La caravana que había llegado esta vez provenía del desierto y traía consigoun acopio considerable de curiosidades de tierras remotas. Parecía haber cruzado también la región natal de la consorte Gyokujou, pues Maomao vio a las doncellas del Pabellón de Jade tocar las artesanías con una expresión de nostalgia. Por su parte, la boticaria habría preferido con creces examinar cualquier artículo relacionado con la medicina, mas era previsible que tales productos no tuvieran permitido el acceso directo al palacio interior. Lo más cercano a su interés eran ciertas variedades de té y especias, que se ofrecían como un simple obsequio por la adquisición de otras mercancías.
Como la consorte Gyokujou le había dado una pequeña cantidad de dinero, Maomao se dispuso a recorrer las carpas junto a Xiaolan en la tercera jornada. Su amiga, al carecer de recursos para comprar, se limitaba a observar; sus ojos refulgían de emoción mientras contemplaba los delicados objetos de cristal provenientes de las regiones occidentales.
Maomao compró una única cinta para el cabello de un color muy bonito y, disimuladamente, se la ató en la cabeza a Xiaolan. Cuando esta se percató, al verse en un espejo, se abalanzó sobre Maomao en un abrazo tan efusivo que estuvo a punto de derribarla.
Posteriormente, Maomao procedió a la compra de hojas de té y especias. Las doncellas del Pabellón de Jade habían ido a comprar por turnos el segundo día, pero ella había insistido en aguardar hasta el tercero.
—Al tercer día, seguro que los venden con descuento —les argumentó.
Lo que Maomao anhelaba no eran vestidos de moda ni joyas, sino hojas de té y especias, que se ofrecían como meros detalles y no creía que fueran a agotarse. Además, dado el entorno particular del palacio interior, Maomao no creía que los productos se vendieran a un precio justo. «No os creáis que me vais a timar fácilmente», maquinaba desde lo más profundo de su ser.
Y con este talante, consiguió hacerse con una cantidad considerable de té y especias singulares a un precio ventajoso. El té era jazmín, un té artesanal cuyas hojas habían sido infusionadas con capullos de flores. Se lo vendieron a un precio muy rebajado; quizás era un excedente.
Maomao se sintió satisfecha con el trato, pero más tarde se daría cuenta de algo. Tendría que lamentar haberse dejado llevar por la euforia...
Tras la partida de la caravana, la nueva moda en el palacio interior pasó a ser el aceite perfumado. Un sinfín de aromas florales flotaban en el aire al paso de las doncellas. Si bien cada fragancia resultaba agradable por sí sola, al mezclarse innumerables personas con distintos perfumes, provocó un evidente hastío en la sensible nariz de Maomao.
A diferencia del tenue aroma del incienso quemado, las importaciones occidentales se distinguían por su notable intensidad olfativa. Tal molestia no era exclusiva de Maomao, pues en la lavandería las pilas de ropa impregnada en aceites perfumados se acumulaban, y el eunuco al cargo de la colada arrugaba el gesto mientras disponía el agua en las tinas.
Las modas siempre irrumpen con fuerza. La tendencia de las uñas pintadas había mermado de forma notable, lo cual incitó a todas a abrazar la novedad. Además, mucha gente, sin saber si algo es realmente bueno, decide probarlo simplemente porque está de moda. Si en ello encontraban placer, bien estaba; pero para Maomao, quien jamás lograba sumarse a ninguna corriente, aquello no resultaba precisamente agradable.
Maomao dejó su cesto de ropa con desgana. Estar en aquel lugar por un instante bastaba para que el hedor la embriagara. Mientras permanecía allí, aturdida, una doncella de rango inferior la embistió al pasar, cargada con una cesta repleta de ropa;pues al parecer le estorbaba. El resultado fue que Maomao terminó cubierta por la colada.
—¡Perdón!
La doncella, que aún conservaba un tono de voz agudo, apartó las prendas de encima de la menuda dama de la corte. La propietaria de aquella ropa era otra persona sensible a las modas, y la tela estaba profundamente impregnada de aroma a rosas.
—Rosas, ¿eh? —caviló.
¿Sería censurable que Maomao contemplase la posibilidad de obtener un beneficio si ahora dispusiera del agua de rosas que había destilado días antes? Lo cierto era que, si bien la había preparado, la había conservado sin usar. La razón era una precaución: había escuchado que el aceite esencial de rosa podía influir de manera adversa en las mujeres encintas. Creía que no habría problema si la consorte Gyokujou no se aplicaba una cantidad desmedida, pero aun así, la incertidumbre la obligaba a ser cautelosa. Por ello, su intención era vender el producto en el barrio del placer antes de que se malograra.
La boticaria parpadeó con intensidad, frunciendo el ceño mientras agarraba una prenda de la cesta. Acercó la nariz para olfatear la colada. Al presenciar esto, la sirvienta que se había topado con ella se mostró visiblemente nerviosa. Maomao la ignoró por completo, arrojó la ropa de vuelta a la cesta volcada y, acto seguido, hundió el rostro en otro cesto. En esta ocasión, no solo la doncella, sino también los eunucos cercanos y otras sirvientas se quedaron con estupor, pero a ella no le importó.
Maomao repitió la acción de hundir el rostro en un cesto de ropa tras otro. Una vez que terminó de olfatear la mayoría, olvidó el cesto que había traído y se dirigió a un lugar en particular. Sabía perfectamente dónde se encontraba el sitio más susceptible a dejarse llevar por las modas.
Aquel día, un grito desgarrador de las doncellas del Pabellón de Cristal resonó por todo el palacio interior.
Probablemente lo esperaba, pero, tal como predijo, aquella misma noche, el hermoso eunuco se presentó en el Pabellón de Jade. En su mano, sostenía lo que parecía ser una carta de protesta.
—Pensaba que eras una persona con un poco más de moderación.
El rostro de Jinshi denotaba perplejidad, aunque mezclada con una pizca de enfado. Tras él, Gaoshun mostraba una mezcla de resignación y sufrimiento; la consorte Gyokujou, perplejidad y una incontrolable emoción; y Hongnyang se esforzaba por ocultar una expresión de auténtica furia bajo una fina máscara de cortesía. La princesa Lingli ya estaba dormida, con el resto de las doncellas velando su sueño.
«Así es, tiene toda la razón», pensó Maomao. Pero ya era tarde. Para transformar una mera suposición en una certeza, se requería una gran cantidad de pruebas empíricas. Y para ello, el Pabellón de Cristal había sido el lugar idóneo; se podría decir que Maomao se había dejado llevar por la curiosidad.
—Lo siento. Me emocioné demasiado e hice las cosas sin el consentimiento de la otra parte.
—¿Qué clase de excusa propia de un viejo pervertido es esa?
«¿En serio me está diciendo eso el que es un pervertido de verdad?», pensó Maomao, mientras inclinaba la cabeza fingiendo arrepentimiento.
—La próxima vez, me aseguraré de obtener el permiso antes de oler.
—¡¿Por qué vas a volver a oler nada?! —el tono de Jinshi se volvió áspero.
—Vaya, vaya —dijo la consorte Gyokujou, parpadeando con sorpresa.
Jinshi pareció darse cuenta y rápidamente suavizó sus ojos, que se habían crispado un poco, volviendo a su habitual expresión afable.
En cualquier caso, Maomao estaba arrepentida. Su arrepentimiento se centraba en haber olido a la fuerza sin el consentimiento ajeno. También debía lamentar el haber estado tan excitada que estuvo a punto de rasgar media prenda. Y el haber elegido precisamente a las doncellas del pabellón de Cristal como víctimas. Gracias a ello, sentía que su reputación había ascendido de la categoría de ogro o espectro a un rango superior. Aun así, Maomao sabía que debía verificar sus sospechas y por eso lo había hecho.
«Era necesario. El arrepentimiento lo compensa», pensó. Alzó el rostro y miró fijamente a Jinshi. Debía considerar una buena noticia el que la protesta hubiese provocado su pronta llegada. Maomao había considerado que era necesario actuar rápidamente.
—Tengo mis razones para haberlo hecho.
Transcurrieron varios segundos mientras miraba fijamente a Jinshi. Este, con el rostro inexpresivo, articuló:
—¿Son razones de peso?
—Obviamente —afirmó Maomao con total convicción.
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