07/11/2025

Los diarios de la boticaria 3 - 7




Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Volumen 3



Traducido por: Xeniaxen


Capítulo 7
Estrategia de manumisión (parte I)
(NT: La manumisión es el acto por el cual un amo libera a un esclavo, otorgándole la libertad.)


—¿Cuánto podría costar la manumisión de una cortesana?

Maomao se quedó boquiabierta ante la pregunta que le hizo Lihaku, quien aguardaba en la sala que conectaba el palacio interior con el mundo exterior. Le habían dicho que no bastaba con el intercambio de misivas y Maomao se había molestado en solicitar un permiso especial para acudir, pensando que se trataría de algo realmente importante.

«Sigue siendo un perro faldero», pensó. La joven se sentó en una silla. En cada una de las dos salidas de la sala había un eunuco de guardia, observando los movimientos de ambos. Había estado sopesando qué asuntos podían tratar en persona sin que la conversación resultara demasiado extraña, pero, con esto, dedujo que no habría problema.

—Hay un amplio abanico de precios.

—Una de primera categoría.

No era necesario que le preguntara a Lihaku a quién quería liberar.

—De acuerdo... —dijo Maomao con los ojos entrecerrados. Le pidió prestado un pincel y un tintero a uno de los eunucos de guardia. Lihaku le proporcionó el papel—. Para empezar, el precio es volátil, así que esto es solo una estimación.

Maomao deslizó el pincel y escribió «200». Esa cifra podría considerarse la ganancia base de un campesino en un año, expresada en plata. Y para una cortesana de bajo rango, el doble de esa cantidad bastaría para su manumisión. Lihaku asintió.

—Claro que esto excluye los obsequios y gastos de celebración.

El precio de manumisión se calcula cotizando cuántos años le quedan a la cortesana por generar ingresos para el burdel, añadiéndole una suma adicional según el rango de la cortesana y, además, esa cantidad suele doblarse por el coste de festejar la manumisión de forma ostentosa.

—Sé directa. ¿Cuál sería el coste total?

La seriedad en el rostro de Lihaku la hizo dudar de la respuesta. «Es complicado...», pensó.

Pai Lin había sido una cortesana muy rentable desde que empezó a trabajar. Realmente no tenía deudas con el burdel por sus kimonos o adornos para el pelo, y en teoría su contrato debería haber terminado hace mucho tiempo. La razón por la que se quedaba y seguía ganando dinero era que su propia naturaleza se adaptaba perfectamente al oficio de cortesana. Si la manumisión consistiera en saldar las deudas de la cortesana, las de Pai Lin hace mucho que se habrían liquidado. «¿Cuántos años llevará ya así?», se preguntó Maomao.

Pai Lin tenía la piel radiante y su habilidad para la danza mejoraba año tras año. Sin embargo, llevaba en la casa de cortesanas desde antes de que Maomao naciera y era la mayor de las Tres Princesas. Su apariencia juvenil a veces daba lugar a rumores sobre si se mantenía joven chupando la energía vital de los hombres. En el arte de la alcoba, existía una técnica para preservar la energía a través de las relaciones sexuales, y Maomao llegaba a pensar que quizás Pai Lin la había dominado. Por edad, su valor debería haber disminuido, pero su apariencia no decaía y su motivación seguía siendo alta.

Por otro lado, la madame no podía permitir que las Tres Princesas acapararan toda la atención eternamente, y probablemente querría deshacerse pronto de Pai Lin, la mayor. Se había quejado a Maomao recientemente durante su visita al burdel. Era el símbolo que había sostenido la Casa Verdigris cuando esta se tambaleó, pero no podían depender de ella para siempre. Cuando el negocio iba bien, había que asegurar una renovación fluida; de lo contrario, el lugar se cubriría de moho. Maomao sospechó que Lihaku se había enterado de esto o de algo similar, y por eso acudía a ella en busca de consejo.

—La hermana Pai Lin tiene dos posibles candidatos para su manumisión —gruñó mientras se rascaba la nuca.

Uno era el gran comerciante de la trata, un anciano generoso y de buen corazón que había seguido visitando la Casa Verdigris incluso en sus horas bajas. De pequeña, a menudo le daba caramelos a Maomao. Solía visitarla no tanto por el servicio nocturno, sino por beber y disfrutar de las artes de las cortesanas. Le había propuesto la manumisión a Pai Lin en varias ocasiones. Aunque la madame siempre se las había ingeniado para evadir el tema, ahora probablemente aceptaría.

El otro candidato era un cliente habitual: un funcionario de alto rango. Era joven, quizás de algo más de treinta años. Maomao no sabía su cargo exacto, pero recordó el color del adorno de jade que llevaba en la empuñadura de su espada hacía unos años y concluyó que en aquel momento ya tenía un rango superior al de Lihaku. Ahora, probablemente habría ascendido aún más. Parecía llevarse bien con Pai Lin como compañero en los juegos nocturnos; de hecho, la cortesana solía amanecer de muy buen humor después de sus visitas. El único detalle preocupante era que el cliente a menudo parecía algo fatigado, en contraste con el brillo de Pai Lin.

Considerando cómo sería la vida de Pai Lin después de la manumisión, Maomao no estaba tranquila con ninguno de los dos. Ella era una bella cortesana, experta en el baile, pero también famosa por no haber perdido una sola batalla nocturna. A veces, cuando su frustración sexual era grande, extendía sus atenciones no solo a los hombres del burdel, sino incluso a otras cortesanas o a las aprendices de cortesanas... En resumen: era una súcubo. (NT: Un súcubo es un demonio femenino que, según la superstición y el folclore, se aparece en sueños a los hombres para tener relaciones sexuales. Estos seres supuestamente se alimentan de la energía vital de sus víctimas.)

La madame dudaba en encargarle la gestión de la Casa Verdigris por ese mismo motivo. La otra opción era que Pai Lin simplemente se marchara del burdel, pero dada su personalidad, eso parecía improbable. «Aunque sería la opción más pacífica», pensó Maomao. Podría retirarse oficialmente y, en ocasiones especiales, seguir aceptando clientes, o ser libre para amar a quien quisiera en su tiempo libre. Gozaría de mucha más libertad que hasta ahora, por lo que podría aceptarlo con gusto.

—Hmmmm... —masculló Maomao, y dirigió una mirada penetrante al joven que tenía delante.

Lihaku tenía unos veinte y pocos años, y una constitución fuerte. Sus brazos musculosos, propios de un oficial militar, eran justo del tipo que le gustaba a Pai Lin. Además, la primera vez que visitó la Casa Verdigris, se había quedado en la habitación de Pai Lin durante dos días enteros o más, hasta que Maomao regresó a casa, y no parecía agotado.

—Señor Lihaku, ¿cuál es tu salario?

—¿Por qué me preguntas eso de repente? —dijo él, algo nervioso.

—¿Unos ochocientos lingotes de plata al año?

—Venga ya. No me subestimes, muchacha —Lihaku esbozó una sonrisa forzada, pero su rostro aún mostraba cierta calma.

—¿Entonces, mil doscientos?

—...

Viendo su silencio, Maomao estimó que ganaría unos mil lingotes de plata al año. Para su edad, era un ingreso bastante elevado. Sin embargo, para liberar a una cortesana de primera categoría, se requeriría una suma de al menos diez mil de plata. Una cortesana que cobraba cien por tomar el té y trescientos por pasar la noche...

Lihaku había pasado la noche con Pai Lin una o dos veces más desde entonces. Teniendo en cuenta su salario, era imposible que pudiera permitírselo, por lo que era probable que fuera una estratagema de la madame. Lo más seguro era que la madame hubiese puesto a Lihaku a disposición de Pai Lin para evitar que esta se frustrase sexualmente.

—¿No es suficiente?

—No.

—¿Y si prometo pagar el resto con mis futuros ascensos?

—Imposible. Necesitas diez mil lingotes de plata en efectivo.

—¡¿Di-Diez mil?!

Lihaku se quedó paralizado y Maomao se preguntó qué debía hacer. Si se solucionaba la cuestión del dinero, Lihaku no era una mala opción. Parecía tener suficiente vitalidad, así que a Pai Lin no le importaría. No es que le disgustara, pero no sabía si llegaría a amarlo.

—Jumm...

Maomao exhaló un suspiro, observando al abatido Lihaku.

—Lihaku, ponte de pie un momento, por favor.

—Sí.

El gran perro faldero abatido obedeció dócilmente a Maomao.

—Ahora, por favor, quítate la chaqueta, levanta los brazos a la altura de los hombros y flexiona los bíceps.

—De acuerdo.

Lihaku hizo lo que se le pidió, pero los eunucos de guardia se alarmaron, intentando detenerlo cuando este empezó a quitarse la túnica.

—No hay nada indecente. Va a ser un examen exclusivamente ocular.

A pesar de las palabras de Maomao, los eunucos no le hicieron caso. Lihaku, aún deprimido, se sentó en el suelo en posición seiza. (NT: Seiza significa "sentarse de forma correcta" y es una postura tradicional japonesa en la que una persona se arrodilla en el suelo, con el peso del cuerpo apoyado sobre los talones y los glúteos. Es una posición formal que expresa respeto, disciplina y humildad y se utiliza en contextos como la ceremonia del té, las artes marciales.)

—Si me desnudo, ¿bajará el precio de la manumisión?

—No puedo asegurar que baje, pero podría haber una posibilidad.

—¡Me desnudo pues...!

Lihaku se levantó de nuevo y se despojó de su ropa. Mostró el adorno de jade de su rango a los eunucos que intentaban detenerlo, para silenciarlos. Maomao giró alrededor de Lihaku, que posaba para mostrar sus músculos, examinándolo desde todos los ángulos. De vez en cuando, formaba un cuadrado con los dedos pulgar e índice de ambas manos y miraba a través de él.

Como militar, tenía un físico bien entrenado. Su estructura ósea no presentaba deformaciones, y su musculatura estaba equilibrada. El ligero engrosamiento de su brazo derecho se debía, presumiblemente, a que era diestro. Pai Lin era omnívora, aceptaba a cualquiera, pero también tenía sus preferencias. Si Pai Lin estuviera allí ahora, sin duda se relamería.

—Ahora, por favor, continúa con la parte de abajo.

—¡¿También la de abajo...?!

—También —dijo Maomao con un rostro inexpresivo.

Lihaku se desabrochó el cinturón del hakama (NT: Un hakama es el pantalón tradicional japonés que históricamente se usaba para proteger las piernas de los jinetes samurái.) a regañadientes, quedándose solo con el taparrabos. Aun así, la expresión de Maomao no cambió, continuando con su observación.

Tenía las caderas y las piernas fuertes, lo que indicaba que el entrenamiento diario de Lihaku era completo. Los músculos fibrosos de sus muslos se conectaban a las articulaciones de la rodilla con un flujo perfecto, y a partir de ahí los músculos de las pantorrillas se abultaban.

«Qué músculos tan excelentes», pensó. Eran diferentes a los vientres hinchados por el alcohol de los clientes del burdel, y su piel no era pálida ni enfermiza. «Esto podría funcionar», siguió la joven.

Le hizo cambiar de pose varias veces para examinar el movimiento de sus músculos. Lihaku, al parecer, era bastante susceptible a la adulación, y poco a poco empezó a posar con entusiasmo.

Justo cuando Maomao iba a pedirle que se quitara una prenda más para confirmar la parte más crucial, la puerta se abrió de golpe. El rostro de Lihaku, hasta entonces entusiasmado, se volvió lívido. Los eunucos parecían haber recibido una sentencia de muerte. Maomao abrió la boca, atónita.

—¡¿Qué demonios estáis haciendo?!

El administrador del palacio interior y su adjunto se hallaban de pie en la entrada, con las venas marcadas en el rostro. Detrás de la puerta, las doncellas que se habían asomado para ver a Jinshi cayeron al suelo, al ver algo que no debían. Al parecer, la estimulación había sido demasiado fuerte para unas doncellas que vivían alejadas de los hombres.

—Buenos días, Señor Jinshi —por su parte, Maomao simplemente saludó.



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