
Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Volumen 3
Traducido por: Xeniaxen
Capítulo 6
Fresas silvestres
Maomao creía que el mundo siempre estaba lleno de asuntos sombríos. Lo pensó sentada sobre una caja de madera detrás de la lavandería. Parecía que Xiaolan no vendría hoy, y como no tenía tareas urgentes, decidió pasar el rato ella sola. Pensó en ir a la consulta para gorronearle algo de dim sum al matasanos, pero dadas las complicaciones de los últimos días, que sin duda lo tendrían ocupado, desistió. Esas complicaciones eran las relacionadas con el aceite perfumado.
Tras el incidente, Jinshi había visitado los aposentos de las demás consortes. Y, en efecto, se confirmó que un número considerable de doncellas había adquirido artículos de la caravana.
«Es comprensible...», reflexionó Maomao. Cuando las mercancías llegaban después de desafiar desiertos, mares y montañas, era natural que despertasen un deseo inextinguible en aquellas jóvenes confinadas en su jaula de oro. La propia Maomao, de haber avistado medicinas occidentales en las carpas, pediría dinero prestado a la madame para obtenerlas. No podía reprochar a las doncellas que hubieran sucumbido a la tentación de los perfumes...
Incluso las doncellas del Pabellón de Jade habían adquirido algunas cosas. No todo era intrínsecamente peligroso. Sin embargo, no podían permitirse conservar sustancias tóxicas, por ínfima que fuera su cantidad, y, a pesar del desperdicio, se deshicieron de ellas. Aunque inofensivas por separado, la combinación de ciertos elementos podía, en efecto, dar origen a un veneno formidable. La cuestión ahora era: ¿quién intentó introducirlas?
Actualmente, el palacio interior albergaba a cuatro consortes de alto rango: la consorte Gyokujou, la consorte Lihua, la consorte Lishu y la consorte Loulan. Entre ellas, Gyokujou gozaba del mayor afecto imperial, seguida, presumiblemente, por la consorte Lihua. Se rumoreaba que varias consortes de rango medio también habían sido elegidas por el actual Emperador. No obstante, considerando la influencia de su linaje, la consorte Loulan era la más importante para él.
—Mmm... —murmuró Maomao. Recogió una rama seca y dibujó una orquídea en el suelo.
La siguiente en importancia, atendiendo al rango de su padre, era la consorte Lihua. Mas esta prominencia se debía a la consanguinidad con el Emperador, y su casa no parecía albergar ambiciones desmedidas de ascenso social.
Dibujó una fruta junto a la orquídea.
En contraste, la familia de la consorte Lishu había escalado posiciones en las últimas generaciones, y su ambición era evidente, al punto de intentar ofrecer a su hija, siendo aún una niña, al Emperador anterior.
Dibujó un árbol junto a las anteriores.
La familia de la consorte Gyokujou residía en un enclave comercial occidental. Daba la fuerte impresión de haberse enriquecido con el comercio, pero, en realidad, se trataba de una región cercana a la frontera, y gran parte de sus ganancias se destinaban a los gastos de defensa. Además, no era una zona de cultivo, por lo que no se la podía considerar próspera.
Por último, dibujó una hoja.
Maomao albergaba una duda persistente. El intento de envenenamiento en el banquete del jardín del año pasado fue obra exclusiva de la doncella de la anterior consorte Ah-Duo. Su motivación no fue la ambición de poder, sino un impulso intensamente humano. Eso era un hecho. Pero, ¿quién había sido el artífice del intento de envenenamiento previo contra la consorte Gyokjyou? Aquella autoría continuaba siendo un misterio.
Aquel suceso resultó en la reducción a la mitad del séquito de doncellas de la consorte Gyokujou, y la sirvienta que había recibido el veneno en lugar de la consorte aún padecía graves secuelas.
«No creo que esté relacionado con la consorte Ah-Duo...», reflexionó Maomao. Ah-Duo no poseía un temperamento capaz de llevarla a un asesinato por veneno. Dicho esto, las consortes Lihua y Lishu tampoco parecían tenerlo. Por supuesto, esta era la apreciación subjetiva de Maomao, y no podía afirmarlo con certeza. Una doncella podría haber actuado por iniciativa propia, o bien alguien podría haber sido enviado por su respectivo clan.
No solo las consortes de alto rango, sino también las de rango medio, eran objeto de sospecha. Abundaban las mujeres ambiciosas que aspiraban a una posición más elevada.
Maomao rodeó los cuatro dibujos mientras cavilaba. Finalmente, abandonó la reflexión. «¿De qué sirve elucubrar?». Ella no era más que una doncella, una pieza de ajedrez prescindible cuya única función era la de probar el veneno.
Decidió cambiar de ambiente. El palacio interior ofrecía numerosos jardines destinados al disfrute del Emperador: contaba con pinares, bosques de bambú y huertos de frutas y hortalizs.
«¿Qué habrá silvestre ahora? Quizás fresas», se le ocurrió. De haber sido un mes antes, habría podido recolectar brotes de bambú, pero, a causa de cierto eunuco de astutas gafas, había malgastado aquella estación dedicada al cultivo de rosas en el Pabellón de Cristal. ¡Qué criatura tan detestable, y cuán desagradable le resultaba la mera evocación de su rostro!
Apenas tomó la decisión de cambiar de aires, sus pasos se aligeraron. Se dirigió al bosquecillo ubicado en un recodo del palacio interior, pero en el camino se encontró con las doncellas del Pabellón de Cristal. Les hizo una ligera reverencia, pues le eran conocidas, pero ellas palidecieron y huyeron despavoridas. Una de ellas, a pesar de sus diminutos pies vendados, se desplazó con tal presteza que Maomao no pudo evitar la admiración.
«Qué exageración, por haberlas desnudado un poco», pensó, resignada. Era una escena común en el barrio del placer. Cuando una muchacha ya crecida llamaba a las puertas del burdel, el primer paso era despojarla de sus ropas y evaluarla. Las jóvenes en flor parecían valiosas, pero la tendencia actual era preferir la inteligencia por encima de la juventud. Sorprendentemente, se pagaba un alto precio por las esposas de oficiales caídos en desgracia. Habían recibido una educación adecuada, lo que minimizaba la inversión inicial, y existía un gusto perverso en el hecho de que hubieran sido la cónyuge de otro hombre.
Maomao tampoco las desnudó por mero capricho. Presumía que las doncellas del Pabellón de Cristal, tan sensibles a las modas, usarían todas el aceite perfumado que habían adquirido, pero halló a algunas que no lo hacían. Por pura curiosidad, solo quiso confirmar si, en efecto, no llevaban nada puesto. Fue gracias a esta acción que terminó siendo delatada ante el hermoso eunuco.
«Bueno, seguramente no las examiné a todas», se dijo. El número de doncellas en el Pabellón de Cristal era elevado: más de diez damas de compañía y, contando a las sirvientas exclusivas, unas treinta.
Sin darle más vueltas, Maomao se puso a buscar fresas silvestres.
Al regresar con el cesto de ropa lleno de fresas silvestres escondidas, Ailan le informó que había una carta en su habitación. La alta doncella le sonreía más de lo habitual. Maomao entró en la estancia y, tal como le dijeron, encontró una nota simple sobre el escritorio.
«¿De quién será?», se interesó. Al mirar el remitente, vio que ponía: Lihaku. Recordó al joven oficial militar que parecía un perro grande y lleno de energía.
Abrió la carta, que contenía trivialidades sobre lo sorprendido que estaba de que hubiera regresado al palacio interior. Después, en lo que parecía ser el punto principal, decía, de forma velada: «Últimamente no he estado viendo tan a menudo a Pai Lin, ¿podrías hacer algo al respecto?». Pensando en que el hombre parecía tener más músculos que cerebro, Maomao consideró ofensivo que fuera capaz de escribir una introducción y una insinuación tan sofisticadas.
Pai Lin era una cortesana muy solicitada, pero ya tenía la edad en la que las oiran (NT: Cortesanas de alto rango.) se retiraban. La madame estaría deliberando si encargarle la dirección del local o buscarle un buen postor para que la sacara del burdel. Lamentablemente, el sueldo actual de Lihaku era insuficiente para costear el precio de su liberación.
«Lo siento, tendrás que resignarte», le respondió Maomao en sus pensamientos.
Justo cuando estaba a punto de terminar de leer la carta, vio que se había añadido algo al final: «Quiero devolverte la pipa de marfil que me confiaste la otra vez. Además, hay algo que quiero preguntarte. ¿Podríamos vernos?».
«¿Devolverla? ¿No encontró al dueño?». Recordó la pipa que le había confiado a Lihaku hacía bastante tiempo. «Parece que no quiere hablar de ello por carta». Maomao ladeó la cabeza ante la frase extrañamente significativa, mientras se llevaba un puñado de fresas silvestres a la boca.
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