
Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Volumen 2
Sentada con las piernas cruzadas en su habitación, se cruzó de brazos y gruñó. Se había robado algunos momentos aquí y allá entre sus trabajos durante la tarde para recoger algunas hierbas, pero las opciones eran escasas y aún no tenía suficientes para trabajar como es debido. Se limitaba a limpiarlas, les quitaba la mayor cantidad de agua posible y luego las colgaba en la pared de su habitación, para que se secaran. Llevaba haciendo esto desde que llegó al palacio exterior, por lo que su cámara privada se había convertido en todo un espectáculo. Tenía hierbas secándose por todas partes.
Desde que llegó al palacio, había hecho lo mismo todos los días, por lo que su habitación se había convertido en un lugar un tanto sospechoso. Le habían asignado una habitación relativamente agradable para ser de sirvienta, pero no se podía negar que seguía siendo un poco estrecha. En realidad, no era más grande que las del palacio interior. La diferencia era que en el Pabellón de Jade había podido pedir permiso para usar la cocina y, combinado con la abundancia de recursos disponibles, elaborar sus brebajes había sido una tarea sencilla, por lo que el tamaño de su alojamiento no había sido para tanto.
«Bueno, ¿qué hago ahora?», se preguntó. Maomao estaba acostumbrada, pero la habitación apestaba bastante. Después de todo, como dice el refrán «Lo que amarga la boca, sana el alma», muchas hierbas medicinales tienen un sabor y un olor fuertes. Las habitaciones de al lado de la suya estaban vacías, lo cual era bueno, pero cada vez que una sirvienta pasaba por delante de su puerta, la veía caminar más rápido de lo habitual. Por su experiencia, sabía que tarde o temprano alguien se quejaría. «Me pregunto si no habrá un buen lugar libre», soñó. Con ese espacio no podría preparar sus mejunjes a gusto. El hermoso hongo que le habían regalado se echaría a perder.
Contempló el cofre de madera de paulonia que había colocado con cuidado encima de su baúl de mimbre. Escondido dentro del cofre, que estaba sellado con un cordón de seda, estaba el hongo que crecía de un insecto. Maomao sintió que se le dibujaba un arco en la boca al verla. Su rostro se crispó con una sonrisa inquietante.
«No, no... Tengo que parar», se dijo. El día anterior, había dejado que el temblor se convirtiera en un gran alarido y sus vecinas de dos habitaciones más allá habían venido aporreando su puerta para protestar. Al parecer, una no podía gritar en mitad de la noche, porque se suponía que la gente estaba intentando dormir...
Maomao se masajeó las mejillas con las yemas de los dedos, se relajó y se acostó en la cama. El trabajo de una sirvienta empieza temprano. Tenía que levantarse antes de que cantaran los gallos. El señor al que servía era hermoso y noble, a pesar de haber perdido algo valioso. Y ella no debía disgustarle.
Se puso varias capas de ropa sobre la fina colcha de la cama y cerró los ojos.
—¿No crees que tu habitación actual es demasiado pequeña? —le preguntó el apuesto eunuco, mientras se comía sus gachas de arroz.
—Me atrevo a decir que es más que generosa para una sirvienta como yo —respondió ella, parpadeando.
Sinceramente, le hubiera gustado responder: «Sí, es enana. Si es posible, me gustaría mudarme a una habitación junto a un pozo y con un fogón dentro». Pero no pudo. Sabía que eso sería un error.
—¿De verdad?
—…
Esta vez, simplemente no dijo nada. El eunuco acababa de despertarse y no se había arreglado del todo para el día mientras disfrutaba de su desayuno. Su cabello despeinado, recogido con una simple cinta, desprende un encanto innecesario.
Gaoshun estaba en la habitación con Maomao, al igual que una dama de compañía en la primera etapa de la vejez. Eran los únicos a los que se les permitía estar allí, y Maomao podía entender por qué. Una mujer podría volverse loca de lujuria con lo que ella estaba viendo en ese momento, e incluso un hombre podría olvidar los límites de su género. «Este estimado personaje», concluyó, «podría ser francamente pecaminoso. Es como un insecto en celo».
Algunos insectos hembra producían olores exóticos para atraer a sus parejas. Una sola hembra podía atraer a docenas o cientos de machos. Maomao misma había aprovechado esta característica para recolectar los insectos que necesitaba como ingredientes. Visto así, el encanto de Jinshi era una propiedad muy interesante. «Si pudiera recolectar su olor y convertirlo en perfume, seguro que se vendería muy bien», se le ocurrió. (Xeniaxen: Esto es de otro libro, Maomao.)
Así fue como Maomao acabó mirando a Jinshi como el ingrediente para una poción de amor. Su mala costumbre de dejar que su mente divagara y se perdiera en otras ideas le impedía a menudo seguir las conversaciones. Y la tendencia se veía agravada por su hábito de asentir con la cabeza tanto si estaba escuchando como si no.
—Si quieres, haré que te preparen una habitación nueva.
«¿Eh?», reaccionó, de repente.
Con una cara de satisfacción, Jinshi le pidió a la dama de la corte de edad más avanzada, Suiren, un poco más de gachas. Con una expresión tranquila, ella le sirvió más en otro cuenco, le puso un poco de vinagre y se lo entregó.
Maomao no había seguido exactamente la conversación, pero Jinshi parecía estar diciendo que estaba dispuesto a darle una habitación más bonita; eso lo había entendido. Sin embargo, sus ojos se encontraron con los de Gaoshun, que tenía la cabeza entre las manos de nuevo. El siempre cansado ayudante de Jinshi parecía querer comunicarle algo a Maomao, pero ella solo arqueó una ceja en respuesta.
«Si quiere decirme algo, que me lo diga claramente», pensó. «No soy adivina». Sin embargo, se abstuvo de decirlo en voz alta porque sabía que ella misma a menudo no era lo suficientemente clara.
—Quizás un establo cerca de un pozo, entonces —ofreció, y ahí estaba: su verdadero deseo a la vista de todos.
—¿Un establo? —repitió Jinshi.
—Sí, señor. Un establo.
Para ella, ese era el lugar con menos probabilidades de que la molestaran mientras preparaba sus brebajes, pero no pudo evitar notar que Gaoshun negaba con la cabeza y formaba una «X» enfática con ambas manos. «Así que el tipo tiene un lado bromista», se dijo Maomao a sí misma.
—Nada de establos —dijo Jinshi rotundamente.
«Sí, bueno, supongo que tiene sentido», pensó Maomao, pero solo dijo:
—Por supuesto, señor.
Después del desayuno, Jinshi se fue a trabajar. A menudo estaba en su oficina durante la mañana, y la limpieza de su residencia privada solía recaer en Maomao.
—Me alegra mucho que hayas venido. Sinceramente, en invierno me duelen las articulaciones. Qué odioso es envejecer, ¿verdad? —le dijo Suiren con una risa jovial. Antes de la llegada de Maomao, ella era la responsable de todo el gran edificio, pero a los cincuenta, el cuerpo de una persona empieza a doler—. No eres la primera chica nueva que hemos tenido aquí, por si sirve de algo. Pero, bueno, ya sabes. Pasan cosas y ninguna de ellas se ha quedado. Creo que tú vas a estar bien en ese sentido, Xiaomao —dijo la alegre dama de compañía, que parecía haber adoptado el apodo que Gaoshun usaba para Maomao.
Maomao pensó que, efectivamente, que una sola dama de la corte trabajara en la gran mansión de Jinshi debía de ser un exceso de trabajo. Y además, una vez se cumplen cincuenta años, el cuerpo empieza a resentirse. Hay personas que viven cien años y otras que mueren nada más nacer. Vivir hasta los cincuenta es una vida plena, al menos esa es la idea más común.
Aunque no paraba de hablar, la gran experiencia de Suiren también la había convertido en una trabajadora rápida, y sus manos nunca parecían dejar de moverse. Pulió unos recipientes de plata para comer en un abrir y cerrar de ojos. La limpieza del dormitorio fue lo siguiente. Maomao intentó detenerla ya que todo aquello era, obviamente, trabajo de sirvienta, pero Suiren solo le dijo:
—Bueno, pero entonces nunca tendríamos tiempo para nuestras tareas de la tarde.
Al parecer, Suiren se encargaba de toda la limpieza del interior desde aquellos percances con las sirvientas y damas de compañía anteriores.
«¿Hubo algún robo, tal vez?», supuso Maomao. «Y probablemente no solo de dinero. Puedo imaginar fácilmente otros objetivos de tal actividad». Según Suiren, las cosas no solo desaparecían; a veces descubría que, de repente, tenían más posesiones que antes.
—Cualquiera se molestaría al encontrar ropa interior que no reconoce en la cómoda —dijo—. ¡Hecha con cabello humano, además! Y con un nombre cuidadosamente bordado en ella.
Maomao sintió que se le ponía la piel de gallina ante esa inesperada respuesta.
—Qué horrible —dijo.
—¡Quedé traumatizada desde aquello!
Mientras limpiaban el marco de una ventana con diligencia, Maomao reflexionó sobre cómo la vida podría ser mejor si ese eunuco usara una máscara cada vez que saliera.
Terminaron de limpiar la residencia privada de Jinshi y comieron tarde. Lo siguiente sería su oficina. En principio, esto era más fácil que limpiar sus aposentos personales porque la habitación en sí era menos elaborada. Pero como no podían ser vistas limpiando y puliendo por nadie demasiado importante, requería una cierta discreción. Por lo tanto, casi siempre esperaban a que Jinshi fuera al palacio interior o con otro oficial para limpiar. El resto del tiempo lo pasaban haciendo otros recados.
«Me pregunto qué haré hoy», divagó consigo misma. Cuando Jinshi tenía visitas en su oficina, Maomao tenía que matar el tiempo de alguna manera. En esos momentos, a menudo deambulaba por los terrenos del palacio exterior con el pretexto de tener algún tipo de recado. «Ya he recorrido la parte oeste a fondo», se afirmó, mientras un mapa del lugar se extendía en su cabeza.
Le habría encantado inspeccionar el lado este, pero algo la detenía. Ahí era donde se encontraba el departamento militar. ¿Qué pensarán si una sirvienta anda por allí arrancando hierbas? Con demasiada facilidad podrían confundirla con una espía y arrestarla. Y a eso se sumaba el hecho de que Gaoshun le había recomendado específicamente que evitara el lugar. «Además, hablando del departamento militar…», recordó. Involuntariamente, cada músculo de su rostro se tensó en una mueca. Aquello era una medida de la fuerza de su razón para mantenerse alejada de ese lugar, pero al mismo tiempo, un área inexplorada podría esconder hierbas nuevas.
Maomao estaba de pie, con los brazos cruzados y sumida en sus pensamientos, cuando sintió que algo le golpeaba la nuca.
«¿Pero qué...?», reaccionó. Se giró, frotándose la nuca y con el ceño fruncido, para encontrarse con una dama alta y refinada del palacio exterior. «Siento que la he visto en alguna parte...», pensó, y luego la recordó entre aquellas cinco mujeres que la habían abordado unos días antes. Llevaba el maquillaje mínimo, pero Maomao notó que se había dibujado unas cejas gruesas. Tenía los labios carnosos y abultados, y, sin embargo, solo se había aplicado un poco de colorete. Su aspecto general era pulcro, pero extrañamente decepcionante. «Qué desperdicio, pero es un maquillaje muy inteligente», valoró.
Tenía una estructura ósea perfecta y un rostro hermoso, pero el maquillaje la hacía menos notable de lo que era. Si se hubiera hecho las cejas más finas, usado abundante colorete claro en los labios y se hubiera recogido el cabello en un moño ostentoso, podría haber sido confundida fácilmente con una de las flores del palacio interior. Aunque, por otro lado, la mayoría de la gente probablemente no habría notado el potencial de tanta belleza en esta mujer. Maomao, que se había pasado la vida viendo cómo chicas de la calle se convertían en cautivadoras mariposas nocturnas, veía en ella un gran potencial.
Las damas de la corte bellas podían acabar de dos maneras: o las encontraba un oficial militar o un civil talentoso y se casaban con ellos, o las otras damas de la corte las intimidaban hasta la saciedad. Raramente, había mujeres que podían vivir de sus habilidades, pero esas tenían más aptitudes de cortesanas que de damas de la corte. «¿Será lo suficientemente astuta?», se preguntó Maomao.
La chica la ignoró y se fue, como si quisiera comunicar que, como dama certificada del palacio exterior, no tenía nada más que decir a una sirvienta como Maomao. En sus manos llevaba un pequeño paquete envuelto en tela, que sujetaba de forma protectora. Mientras pasaba, Maomao notó un leve aroma a sándalo, acompañado de un claro olor amargo. (NT: Flor muy aromática, cuyo olor dulce, suave y amaderado induce a la relajación y a la calma, favorece el pensamiento positivo, la claridad, ayuda a la concentración y potencia la memoria. Tiene propiedades antiespasmódicas, lo que significa que puede ayudar a aliviar los espasmos musculares y calmar la tensión muscular, y es afrodisíaco.) Se quedó de pie, con la boca abierta, mirando su espalda. Después, miró hacia la dirección por donde había venido. «¿Será la asistente de un oficial militar?», pensó.
Había venido de la dirección del campamento militar. Y, de hecho, si pasaba tiempo allí, un maquillaje discreto podría ser una buena idea. El campamento podría no ser tan peligroso como las calles traseras del barrio del placer, pero allí había muchos hombres jóvenes (y no tan jóvenes) con la sangre caliente, y a una joven atractiva le vendría bien evitarlos.
No obstante, lo que Maomao realmente quería averiguar era de dónde provenía ese olor. Su ensoñación se rompió por el sonido de una campana. «Supongo que tendré que olvidarme de ello por hoy», pensó. Se dio media vuelta y se dirigió de nuevo al despacho de Jinshi, esperando que el dueño del lugar estuviera ausente cuando llegara.
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