21/09/2025

Los diarios de la boticaria 2 - 18




Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Volumen 2



Traducido por: Xeniaxen


Capítulo 18
Papá

«Qué extenuada estoy...», pensó Maomao de nuevo. Tratar con personas a las que no estaba acostumbrada la agotaba hasta la médula. Avanzaba a trompicones de camino a casa, después de haber llevado al descansillo al hombre de ojos de zorro que estaba ebrio. Dado que Jinshi y Gaoshun tenían otros asuntos, a medio camino la acompañó un oficial distinto, el mismo que la había escoltado la otra vez por el asunto del pez globo. Por fin se había aprendido su nombre: Bashin. Era un hombre algo arisco, pero eficiente en su labor, y su presencia resultaba fácil de sobrellevar. Si la otra persona no tenía ganas de entablar conversación, Maomao tampoco tenía que esforzarse en hacerlo.

Al volver a encontrarse con un hombre de pocas palabras como él, Maomao pensó que había un tipo de gente que no podía tolerar, que no podía aceptar bajo ninguna circunstancia. El problema no era la malicia, sino el agotamiento que le producía tratar con personas que requerían una gran energía, incluso si sus intenciones no eran maliciosas. Con él, sin embargo, no tenía que fingir nada.

De pronto, un grupo que no pasaba desapercibido acaparó su atención. Una dama de la corte sujetaba una gran sombrilla, y la consorte Loulan caminaba en el centro, vestida con un atuendo suntuoso.

—Tch...

Maomao percibió el leve chasquido de una lengua. A su lado, la irritación de Bashin era evidente mientras miraba de reojo al grupo. Mientras se preguntaba qué pasaba, vio a un oficial gordito más adelante. Llevaba a dos ayudantes a cada lado, y tras ellos, el resto de su séquito. Entre ellos, un rostro le resultó extrañamente familiar: «¿Quién es ese?».

Había dos damas de la corte mezcladas en el grupo. Una de ellas era la mujer alta que la había importunado tiempo atrás, la misma que se había mantenido al margen sin decir nada. Maomao dirigió su mirada hacia allí por un momento, pero decidió no darle importancia. Al fin y al cabo, era de esperar que una dama de la corte perteneciese a alguna facción.

Cuando Loulan vio al hombre regordete, se tapó la boca con un abanico y se puso a conversar con una intimidad impropia, a la vista de sus sirvientas. Maomao oyó un susurro oscuro:

—Esos dos, padre e hija, son muy taimados.

Y lo entendió al instante. Conque ese era el padre de la consorte Loulan, el hombre que la había forzado a entrar en el palacio interior contra su voluntad. Se rumoreaba que había sido un alto oficial del Emperador anterior y que, para el Emperador actual, que creía en la meritocracia, su presencia era un estorbo.

Aun así, Maomao dirigió su mirada hacia Bashin. Juzgó inapropiado que se expresara así de un oficial de tan alto rango, incluso si no había nadie más presente. Si alguna oreja indiscreta lo hubiera escuchado, podrían haberlo acusado de calumnias en su presencia. «Todavía es un novato», pensó mientras escrutaba al joven, que no aparentaba ser mucho mayor que ella. «Aun así...». Sentía que su rostro le resultaba extrañamente familiar, que se asemejaba a alguien.



Esa noche, Maomao no regresó al palacio interior, sino que se dirigió a las dependencias de Jinshi.

—Creía que lo aborrecías —dijo Jinshi, que había regresado antes y la estaba esperando.

—¿Aborrecer qué? —lo interpeló Maomao mientras devoraba la sopa que le había preparado Suiren. Aunque era de mala educación hablar mientras comía, era más importante recuperar la energía que había perdido en el Pabellón de Cristal. Al ver a Maomao tan delgada en tan poco tiempo, Suiren no solo le preparó sopa, sino muchos otros platos. Aquí, al igual que en el Pabellón de Jade, el servicio no escatimaba en sus atenciones.

Jinshi se cruzó de brazos y, con extrema cautela, abrió la boca:

—La...

—¡¡¡No lo diga!!! —gritó Maomao con una voz tan cargada de dolor y angustia que la palabra se quedó suspendida en el aire.

Jinshi puso cara de enfado, como si dijera: «¿Ves como sí que lo aborreces?». Maomao pensaba que aborrecer y detestar se parecían, pero en realidad eran muy diferentes.

—No lo detesto —replicó—. Al contrario, gracias a su ingenio, estoy aquí.

—¿Inge...? —logró musitar Jinshi, que la miraba con una expresión de estupefacción, como si le preguntara si no tenía otra forma de expresarlo.

«Qué quiere que le diga...», se excusó ella para sus adentros. Era la verdad, y no había nada que pudiera cambiarlo.

—No sé qué se imagina, pero una cortesana no puede quedarse embarazada si no quiere. Todas las cortesanas beben anticonceptivos o abortivos a diario. E incluso si conciben, hay muchísimas formas de abortar en las primeras etapas. El hecho de que diera a luz significa que fue por su propia voluntad. En realidad, creo que él fue quien cayó en la trampa.

—¿El estratega? —dijo Jinshi mientras cogía una pieza de dim sum que le había traído Suiren.

—Las mujeres son criaturas extraordinariamente astutas —continuó ella—. Cuando su objetivo no se cumplió, debió de perder la cordura hasta el punto de no importarle hacerse daño. Y no solo eso...

«El sueño que tuve el otro día... Seguramente fue algo que de verdad sucedió», pensó Maomao. Insatisfecha con su propia carne, le envió una carta con el meñique del bebé. En el burdel, nadie le hablaba de la cortesana que la había parido. Sabía que la madame había silenciado al resto, pero la verdad de asuntos de esa índole siempre acaba por manifestarse a través del ambiente que los rodea o por la curiosidad. La gente decía que Maomao había sido la causa de que la Casa Verdigris casi se arruinara, y que su padre era un excéntrico al que le gustaban el Go y el ajedrez japonés.

—Señor Jinshi, ¿a que ese hombre nunca le ha hablado fuera de su oficina?

Jinshi inclinó la cabeza en señal de perplejidad.

—Ahora que lo mencionas —respondió—, creo que no.

Y le explicó que, cuando se lo encontraba por los pasillos, siempre se limitaba a inclinar la cabeza. Solo se presentaba con obstinada insistencia cuando se instalaba en su oficina.

—Hay personas que son incapaces de reconocer los rostros —explicó Maomao—. Y ese hombre es una de ellas.

Le transmitió el conocimiento que su padre adoptivo le había compartido. Para ser sincera, ella dudaba de que tal condición existiera, pero cuando se lo dijeron, le pareció comprenderlo al fin.

—¡¿De verdad?!

—Sí, por alguna razón. Por eso, dicen que reconoce a las personas por sus rasgos, pero no por su cara.

Su padre adoptivo se lo había contado con tristeza. Decía que el hombre era digno de compasión, aunque a su modo, también lo entendía, y no impedía que la madame lo echara de la entrada a escobazos.

Por motivos que se desconocen, parece que solo es capaz de reconocerme a mí y a mi padre adoptivo —prosiguió Maomao—. De ahí, su peculiar obsesión.

Un día, aquel hombre tan extraño apareció de repente en el burdel e intentó llevársela. La madame, al ver sus intenciones, lo vejó a golpes con una escoba. Verlo lleno de sangre la aterrorizó profundamente cuando era una niña. Cualquiera se asustaría si le sonríen con una mueca demencial con la cara ensangrentada y se le acercan con la mano temblorosa. Después, apareció una y otra vez, y sus actos eran tan inesperados que siempre acababa bañado en sangre. Al final, la costumbre acabó por adormecerla y dejó de sorprenderse por casi todo. Él insistía en ser su padre, pero para Maomao, su padre era el que la había criado; ese excéntrico no era su padre. Si se tiene en cuenta su papel, lo mejor que podría ser es un semental. Intentaba apartar a su padre, Luomen, y convertirse en el padre de ella. Eso era imposible, una línea roja que no cruzaría jamás. El burdel sufrió las consecuencias, y la mujer que dio a luz a Maomao murió, pero todo aquello, sin embargo, no la afectaba. No era solo culpa de ese hombre, después de todo. Y, sobre todo, no guardaba recuerdo alguno de la mujer muerta. Y si lo tenía, no era el recuerdo de una madre, sino el de una ogresa aterradora.

Aunque no era de su agrado, no sentía aversión por él; ese era el sentimiento de Maomao hacia Lakhan. Había cosas que hallaba insoportables, pero no las odiaba. Por eso, a veces se expresaba con una vehemencia desproporcionada.

Maomao levantó la mano izquierda y se miró la punta del meñique.

—Señor Jinshi, ¿sabe una curiosidad?

—¿Cuál?

—Si la punta de un dedo es cortada, puede volver a crecer. Solo la punta.

—¿...? ¿De verdad tenías que decir eso mientras comemos? —reconvino Jinshi, mirándola de reojo, con una expresión de absoluto asco. La situación se había invertido.

—Pues otra cosa.

—¿Qué?

—¿Qué pensaría si ese hombre con monóculo le dijera: «Llámame papá»?

Jinshi se quedó helado por un momento, y por una vez, mostró su total aversión. Suiren, con una expresión de angustia, se tapó la boca con la mano y lo miró.

—Desearía aplastarle el monóculo —gruñó.

—¿A que sí?

Finalmente, Jinshi pareció entender lo que ella quería decir y murmuró:

—Ser padre debe ser difícil...

Gaoshun, que esperaba a su lado, tenía una profunda melancolía en su rostro.

—¿Qué le pasa? —preguntó Maomao. Él dirigió la mirada hacia el techo.

—Nada —dijo con voz profunda—. Solo pienso que en este mundo no hay ningún padre al que le guste que lo odien.

«Vaya, vaya», pensó Maomao para sus adentros. Por ahora, decidió retornar la cuchara a su sopa, para terminarse lo que quedaba.



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