
Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
«Seguramente, no tiene ni idea de que yo fui quien lo largó todo», pensó Maomao. Con las mejillas llenas de bayas y las piernas colgando de la caja, Xiaolan parecía más joven de lo que era.
—Tú estabas allí como dama de compañía, ¿verdad? ¿Viste quién probó el veneno?
—Sí —respondió Maomao. Técnicamente, no era del todo mentira.
—No sé qué pasó, pero todo el mundo se pregunta quién fue. ¿Está bien?
—Sí, supongo.
Se sentía muy incómoda, así que esquivó las preguntas una tras otra. Xiaolan puso morritos, dándose por vencida. Hizo bailar el pincho con la última baya que quedaba, que parecía una horquilla con una cuenta de coral rojo sangre.
—Entonces, ¿te dieron alguna horquilla?
—Sí —afirmó, con tono despreocupado. «Contando la que fue por cortesía, cuatro en total. El collar de la consorte Gyokujou también cuenta», pensó.
—Qué bien. Entonces, ¿podrás irte de aquí?
«¿Eh?». De repente, no entendía a qué se refería Xiaolan.
—¿Qué has dicho?
—¿Cómo que qué he dicho? ¿No quieres irte de aquí?
«Yinghua no paraba de insistir en eso, pero yo no le presté atención». Se llevó las manos a la cara, sintiendo que había metido la pata. Sacudió la cabeza, llena de autodesprecio.
—¿Qué te pasa? —preguntó Xiaolan, mirándola con curiosidad.
—Cuéntame eso con detalle.
—Claro, te lo cuento —sacó pecho Xiaolan, al ver a Maomao más enérgica que de costumbre. Y la parlanchina le explicó a su amiga para qué servían las horquillas.
○ ● ○
Alguien llamó a Lihaku después de su entrenamiento. Mientras se secaba el sudor, le entregó a un subordinado su espada mellada.
Un eunuco de aspecto delicado le entregó una tablilla de madera y una horquilla de mujer. La que tenía un adorno de coral rosa era solo una de las muchas que había repartido. Pensó que lo entenderían como un gesto de cortesía y no se lo tomarían en serio, pero al parecer no era así. No quería avergonzar a ninguna chica, por lo que era un problema si alguna se lo había tomado a pecho. Si la chica era guapa, habría sido una cagada enorme.
Mientras pensaba en una forma sutil de darle calabazas, miró la tablilla. «Pabellón de Jade, Maomao». Eso era lo que ponía. Solo le había dado una horquilla a una sirvienta del Pabellón de Jade: a esa tan antipática. Lihaku se frotó la barbilla, pensativo, mientras se preparaba para cambiarse.
La entrada al palacio interior estaba prohibida a los hombres. Lihaku no era un eunuco, por lo que, por supuesto, tenía prohibido entrar en ese jardín. No creía que fuera a ir en el futuro, y sería un problema si lo hiciera. Aun así, a pesar de ser un lugar tan aterrador, con un permiso especial, podía convocar a una sirvienta. Ese era el propósito de la horquilla. Era uno de varios métodos.
Lihaku se cambió el turno con uno de los guardias en la puerta central y esperó a la persona que lo había invitado. En la habitación, que no era muy grande, había un escritorio y dos sillas, y había un eunuco de pie frente a cada una de las dos puertas. Una sirvienta delgada y menuda apareció por la puerta del lado del palacio interior. Tenía la nariz y las mejillas cubiertos de pecas y manchas.
—¿Quién eres tú?
—No empieces.
La sirvienta, que hablaba con brusquedad e indiferencia, se cubrió la nariz y las pecas con la palma de la mano. Debajo de ella apareció un rostro familiar.
—¿Te suelen decir que te transformas con el maquillaje?
—Sí.
No parecía molesta, y lo aceptaba como un hecho. Lihaku entendió que se trataba de la sirvienta que había probado el veneno. No obstante, al ver su rostro lleno de manchas, no pudo relacionarlo con aquella sonrisa seductora de cortesana. Era realmente un misterio.
—Pero, ¿sabes lo que significa que nos veamos así? —dijo Lihaku, cruzando los brazos y las piernas.
Mientras el corpulento oficial militar se sentaba con aires de superioridad, la pequeña joven habló sin mostrar el más mínimo miedo.
—Me gustaría ir a visitar a mi familia —dijo sin ninguna emoción.
—¿Y quieres que te ayude? —dedujo Lihaku, tras rascarse la cabeza.
—Sí. Me han dicho que puedo regresar temporalmente a casa si alguien se responsabiliza por mí.
La joven estaba diciendo algo escandaloso. Lihaku quería preguntarle si sabía el verdadero significado de la horquilla. Parecía que esa tal Maomao estaba intentando usarlo para escapar de sus deberes como sirvienta, y no era normal pedir eso a un oficial militar. No sabía si era audaz o una temeraria.
Lihaku apoyó la mejilla en la mano y resopló. Estaba claro que ella no iba a corregir su mala actitud, por mucho que se lo dijera.
—¿Se supone que una joven como tú me va a utilizar a mí?
Aunque se decía que Lihaku era un hombre de buen corazón, cuando miraba fijamente, su rostro era bastante intimidante. Era tal que, cuando regañaba a sus subordinados holgazanes, hasta los que no tenían nada que ver le pedían disculpas. Aun así, Maomao ni siquiera movió una ceja. Solo se limitó a mirarlo sin emoción alguna.
—No, también he pensado en cómo recompensarte.
Maomao colocó un fajo de tablillas de madera sobre el escritorio. Parecían cartas de presentación.
—Meimei, Pai Lin, Joka —leyó Lihaku. Eran nombres de mujeres que le sonaban. No, muchos más hombres aparte de él debían conocerlas.
—¿Qué te parece ir a ver flores al burdel de la Casa Verdigris?
Era el nombre de un burdel de lujo en el que un hombre se podía gastar la plata de un año en una sola noche. Los nombres que acababa de mencionar eran las tres cortesanas más populares, conocidas como las «Tres Princesas».
—Si te preocupa, muéstrales esto y lo entenderán.
La joven le dedicó una sonrisa que solo le torció los labios, manteniendo su mirada igual de inexpresiva.
—¿Es una broma?
—Compruébalo tú mismo.
Era algo completamente increíble. Era difícil pensar que una simple sirvienta tuviera contactos en un burdel que ni siquiera los funcionarios de alto rango podían permitirse. ¿Qué estaba pasando? Mientras se rascaba la cabeza, confuso, Maomao suspiró de repente y se levantó.
—¿Qué pasa?
—No parece que me creas. Te he hecho perder el tiempo.
Sacó algo de su pecho con un movimiento suave: dos horquillas, una de cristal rojo y otra de plata.
—Mis disculpas. Buscaré a otra persona.
—Espera, espera... —dijo Lihaku, sujetando las tablillas que la joven intentaba llevarse. Los ojos inexpresivos de Maomao lo miraron.
—¿Qué vas a hacer?
Lihaku supo que había sido derrotado...
○ ● ○
—¿Seguro que le parece bien, mi señora?
Hongnyang miró a Maomao a través de la rendija de la puerta. Comparado con de costumbre, tenía buen semblante y estaba haciendo su maleta con alegría. Lo curioso era que ella pensaba que estaba actuando como siempre.
—Bueno, solo son tres días —dijo la consorte.
—Sí, pero...
La dama de compañía principal levantó a la princesa Lingli, que estaba intentando ponerse de pie agarrándose a ella.
—Estoy segura de que no ha entendido nada.
—Tienes razón. No ha entendido nada en absoluto.
Las demás sirvientas le dieron la enhorabuena a Maomao, pero ella no parecía haberse dado cuenta. Se limitaba a dar una respuesta despreocupada, diciendo que les traería algún recuerdo de su pueblo.
La consorte Gyokujou se paró junto a la ventana y miró hacia afuera.
—Ay... De verdad que me da pena esta chica —dijo con un suspiro, pero una sonrisa traviesa se dibujó en su rostro.
Jinshi, que por fin podía holgazanear después de terminar su trabajo, visitó el Pabellón de Jade al día siguiente de la partida de Maomao.
Nota de la autora: Maomao os acaba de romper los esquemas, ¿verdad?
Xeniaxen: La nota de la autora se explica porque Maomao a menudo reacciona de forma inesperada, con su personalidad pragmática y lógica, y se aleja de los tópicos más comunes de una trama normal.
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