
Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
—Vaya, vaya. Pareces muy animada, catadora.
Mientras se enjuagaba la boca, un poco aturdida, apareció el omnipresente y desocupado eunuco. Se preguntó cómo la había encontrado, estando tan lejos del banquete.
—Qué bien le veo, señor Jinshi —intentó responder con su habitual rostro inexpresivo, pero los efectos secundarios del veneno le habían relajado un poco las mejillas. Se sintió un poco molesta por haber respondido con una sonrisa.
—Más bien, la que parece que está muy bien eres tú.
De repente, Jinshi la agarró del brazo.
—¡¿Qué hace?!
—Pues ir a la enfermería, obviamente. No tiene ninguna gracia que te lleves una dosis de veneno y estés como si nada.
En realidad, Maomao estaba rebosante de salud. Se preguntó qué habría pasado si se lo hubiera tragado en lugar de escupirlo. La curiosidad le corrió por el cuerpo. A estas alturas, seguramente sentiría un hormigueo. «No debería haberlo escupido...»
—¿Podría pedir que me den el resto de la sopa? —le preguntó Maomao a Jinshi.
—¡¿Eres tonta?!
—Diga que tengo un gran afán de superación, por favor.
Bueno, normalmente, ese no era el tipo de afán que uno tendría. Aunque Jinshi solía estar innecesariamente deslumbrante, ahora algo se sentía diferente. Llevaba una horquilla nueva en la cabeza y sus ropas, de buena calidad, eran las mismas de antes, pero tenía el cuello un poco desordenado. «Él siempre va impoluto... Ya veo, conque por ahí van los tiros. Qué sinvergüenza», pensó la boticaria. Su voz meliflua sonaba algo ronca, y su dulce sonrisa había desaparecido.
«¿Puede controlar lo deslumbrante que está? ¿O está agotado después de un encuentro sexual?». Maomao se dijo que probablemente no estuvo en el banquete porque se llevó a una sirvienta, oficial o eunuco a algún lado, o viceversa. Lo dejaría en eso. Qué fogoso era. «Así me gusta más», fantaseó. Era guapo, sin duda, pero de esta forma parecía un joven de su edad. No, incluso parecía un poco más joven. Quizás le pediría a Gaoshun que, la próxima vez que fuera a visitarla, se asegurara de venir después de un poco de ejercicio de dudosa reputación. Eso, claro, si Gaoshun le hacía caso.
—Como te fuiste por tu propio pie, y con apariencia sana, alguien se comió el veneno pensando que no era peligroso —dijo Jinshi.
—¿Quién fue el idiota?
Se había usado veneno de pez globo. Sus efectos no se manifiestan hasta un tiempo después de ser ingerido.
—Un ministro. Está entumecido. Tienen un alboroto montado...
—Ya veo. En ese caso, el futuro del país está en peligro.
—Qué desperdicio, podrían haber usado esto —dijo Maomao, y sacó a tientas de su relleno de pecho un saquito de tela. Era un vomitivo—. Lo hice para que vomitaran tan bien que hasta el estómago se les diera la vuelta.
—Eso también es veneno, ¿no? —dijo Jinshi con un tono de exasperación.
—El médico de la corte sabrá hacerlo. Si se lo encargas, no habrá problema.
Maomao se detuvo de repente, como si acabara de recordar algo.
—¿Qué pasa?
—Tengo una petición. Hay una persona con la que me gustaría hablar.
—¿Quién? —preguntó Jinshi, frunciendo el ceño e inclinando la cabeza.
—¿Podría llamar a la Consorte Virtuosa, la señorita Lishu? —dijo Maomao, con un tono resuelto.
Convocaron a la consorte Lishu, quien le dedicó a Jinshi una alegre sonrisa primaveral, pero a Maomao le lanzó una mirada helada que decía: «¿Quién es esta?». Parecía inquieta, pues se frotaba la mano izquierda con la derecha.
Aunque era joven, seguía siendo una mujer. Iban a ir a la enfermería, pero debido al pez gordo idiota del banquete, había demasiada gente. Por eso, decidieron usar una oficina que no era de nadie. A la vista, los edificios del palacio interior y los de fuera eran diferentes. Cuando Lishu vio la sala, grande, simple y ruda, puso un poco de cara de enfurruñada. Las acompañantes que llevó fueron reducidas a una solo a petición de Gaoshun.
Maomao sorbió un antídoto con agua tibia. No lo necesitaba, pero como le dijeron que era por si acaso y le interesaba probar la medicina que había preparado otra persona, se la bebió. A diferencia del matasanos, los médicos de la corte parecían muy competentes. Si hubieran sabido que era veneno de pez globo, habrían sabido que el antídoto era inútil. Dejó el vaso de agua tibia y le hizo una reverencia a la consorte Lishu.
—Disculpe —dijo, y le tomó la mano izquierda, subiendo su larga manga. Apareció un brazo blanco y delicado—. Lo sabía. —La piel, que debería haber sido suave, tenía un sarpullido rojo—. Hay algo en los mariscos que no puede comer, ¿verdad?
La consorte Lishu permaneció con la cabeza gacha.
—¿Qué significa esto? —preguntó Jinshi, con los brazos cruzados.
Sin darse cuenta, había vuelto a desprender la gracia de un ser celestial. Sin embargo, su habitual sonrisa había desaparecido.
—Hay personas que no pueden comer ciertos alimentos. Además del marisco, pueden ser huevos, trigo o productos lácteos, por ejemplo. Yo misma no puedo comer soba.
Los que se sorprendieron visiblemente fueron Jinshi y Gaoshun. Se asombraron al entender que Maomao era capaz de ingerir veneno, pero no trigo sarraceno. «Dejadme en paz», pensó ella mientras les lanzaba una mirada de desdicha.
Había intentado comerlo, pero los bronquios se le estrechaban y tenía dificultad para respirar. Además, le salía un sarpullido después de que se le absorbiera del estómago, así que era difícil ajustar la cantidad y tardaba en curarse. Por eso, se rindió. Esperaba volver a intentarlo algún día, pero sabía que no podría hacerlo en el palacio interior, donde solo había médicos de pacotilla.
—¿Cómo lo supiste? —preguntó la pequeña consorte, con cautela.
—Antes de eso, ¿se encuentra bien de estómago? No parece que tenga náuseas ni calambres.
Cuando Maomao le dijo que, si quería, podía prepararle un laxante, Lishu agitó la cabeza enérgicamente. Decir eso delante de la persona celestial que admiraba era algo terrible, y fue una pequeña venganza.
—Entonces, siéntese y escuche —dijo Maomao.
Gaoshun, que era un hombre atento a pesar de su aspecto, le acercó una silla. La consorte Lishu se sentó en ella.
—Alguien cambió su plato por el de la consorte Gyokujou. Como a ella no hay nada que no le guste, come casi siempre lo mismo que Su Majestad. Aun así, vi que tanto su primer plato como el segundo tenían ingredientes diferentes. ¿Es caballa y abalón lo que no puede comer?
La consorte asintió. Maomao no pasó por alto la agitación de la dama de compañía que estaba detrás de ella.
—Esto es algo que solo la gente que no puede comer ciertos alimentos puede entender. Es un problema que va más allá de los gustos. Esta vez solo fue urticaria, pero a veces puede causar dificultad para respirar e insuficiencia cardíaca. En otras palabras, si alguien se lo sirvió a sabiendas, es lo mismo que querer envenenarla.
La consorte reaccionó con especial sensibilidad a la palabra «envenenar».
—Señorita Lishu, probablemente no pudo decirlo debido al ambiente, pero fue algo extremadamente peligroso —dijo Maomao mientras fijaba su mirada en un punto intermedio entre la concubina y su sirvienta—. No lo olvide, bajo ningún concepto —les advirtió a ambas, sin dirigirse a ninguna en concreto—. Por favor, dígaselo también a la encargada de sus comidas diarias.
Sin embargo, ni la consorte ni la sirvienta parecieron entenderla. Maomao le explicó a esta segunda los peligros en detalle y le escribió una lista de medidas que debía tomar en caso de emergencia. Ella, con el rostro pálido, se limitó a mover la cabeza de forma nerviosa.
«¿Será suficiente con esta amenaza?». Aquella sirvienta era su catadora. La misma que había sonreído en el banquete.
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