24/08/2025

Los diarios de la boticaria - 19, 20, 21




Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria



Traducido por: Xeniaxen


Capítulo 19
La fiesta en el jardín (parte I)

La fiesta en el jardín se celebró en un lugar preparado en el patio central. Había una gran pérgola cubierta con un manto de fieltro escarlata, dos largas mesas dispuestas en dos filas y el asiento de honor al fondo. Ese era el trono del Emperador y, a sus costados, se sentaban la Emperatriz Viuda y su hermano. En la mesa alargada del lado este se sentaban la Consorte Bella y la Consorte Virtuosa, y en la del lado oeste, la Consorte Sabia y la Consorte Pura. A Maomao le pareció una disposición diseñada solo para provocar peleas. Sentía que atizaba la animosidad entre las Cuatro Consortes.

Como el príncipe heredero había fallecido, el hermano del actual Emperador, nacido de la misma madre, ocupaba el primer puesto en la línea de sucesión. Este vivía una vida alejada de la luz pública, a pesar de que su madre era quien era. Pese a que, oficialmente, se le había preparado un asiento de honor, este solía permanecer vacío. Se decía que era enfermizo y rara vez salía de su habitación, ni siquiera para sus obligaciones. Había muchos rumores: que el Emperador consentía a su hermano menor, que lo había encarcelado o que la Emperatriz Viuda lo mimaba tanto que no quería dejarlo salir. Pero todo aquello no le incumbía a Maomao.

Los platos se servirían después del mediodía y, por el momento, todos disfrutaban de espectáculos de acrobacias y danza. Solo la dama de compañía principal, Hongnyang, estaba con la concubina Gyokujou; el resto esperaban instrucciones detrás de un biombo, a menos que se las necesitara para algo.

La princesa Lingli estaba en los brazos de la Emperatriz Viuda. Su dignidad y su belleza atemporal no desentonaban, ni siquiera rodeada de las Cuatro Consortes.

«Ojalá hubieran puesto una tienda de campaña», reprochó Maomao. El biombo apenas servía para ocultarse de las miradas, y tampoco las protegía del viento. Si ellas, que llevaban calientamanos, sentían frío, para las demás sirvientas debía ser insoportable.

Tal y como había pensado, las otras estaban tiritando levemente, y algunas ya se aguantaban visiblemente las ganas de ir al baño. Maomao pensó que era posible que no pudieran ir debido a la presencia de las sirvientas de las demás concubinas. El problema era que las criadas de las Cuatro Consortes querían librar una guerra por poderes en nombre de sus señoras. Pero las damas de compañía principales, que eran quienes debían de haberlas frenado, estaban al lado de sus respectivas concubinas. No había nadie para detenerlas.

En ese momento, el campo de batalla estaba dividido entre el bando de Gyokujou y el de Lihua, así como el de la Consorte Pura y la Consorte Virtuosa. Por cierto, el bando de Gyokujou tenía un total de cuatro personas, con lo que ni siquiera hacían la mitad que sus adversarias. Parecía una situación bastante desventajosa, pero Yinghua lo estaba dando todo.

—¡Já! Qué discretas os habéis vestido, ¿no? ¿Sois tontas? Una sirvienta debe complementar a su señora. ¿De qué vais vistiendo con colores tan extravagantes?

Parece que estaban discutiendo por la ropa. Entre las otras sirvientas, las de la concubina Lihua, iban de tonos azules, con volantes y muchos adornos, por lo que eran más llamativas que las de Maomao y las demás.

—¿De qué hablas? No podemos ir desaliñadas, nuestro aspecto tiene que estar al nivel del de nuestra señora. ¿Qué pasa? ¿Habéis contratado a esa fea y no sabes cómo más insultarnos?

«Vaya, se están burlando de mí en mi cara», pensó Maomao como si fuera asunto de otra persona.

La dama de compañía que hablaba con arrogancia era una de las que se había rebelado contra la boticaria en el pasado. Tenía una personalidad fuerte, pero carecía de agallas. A la menor provocación, soltaba la frase: «Se lo diré a mi padre». Como era tan molesta, Maomao le respondió con el refrán: «El que a hierro mata, a hierro muere», y le dijo: «Haré que no puedas decírselo a nadie», lo que la asustó tanto que dejó de tenérselas con ella. «Supongo que los chistes de las prostitutas no funcionan con ellas», se mofó para sus adentros. Al menos, esa frase no era la adecuada para una señorita inexperta.

—Veo que la habéis dejado en casa, ¿no? ¿Tanto os avergüenza traer a vuestra compañera? Además, seguro que no le dan ni una sola joya de jade.

Parecía no tener ni idea de que Maomao estaba allí. «Es terrible. He convivido con ella durante dos meses.»

Maomao vio que Yinghua estaba a punto de estallar, sujetada por las otras dos, así que decidió que era hora de intervenir. Se colocó detrás de ellas, se cubrió la nariz con la palma de la mano y miró a las sirvientas de azul. Una de las sirvientas, que entrecerraba los ojos con desconfianza, le susurró algo a su compañera al darse cuenta de algo. Como en el juego del teléfono, el mensaje llegó a la última de las sirvientas, la más arrogante, que empezó a temblar, con el dedo amenazante y la boca abierta, balbuceando. «Por fin se han dado cuenta.» Maomao, a su manera, esbozó una gran sonrisa que, a los ojos de las sirvientas, parecía la de un lobo a punto de cazar a su presa.

—¡Ah, ah, ah!

—¿Q-Qué te pasa? —preguntó Yinghua, que no sabía que Maomao sonreía burlonamente detrás de ella, y miró con sospecha a su adversaria, que de repente tiritaba como un animalito.

—¡Ah, ah! Lo d-dejaremos así. ¡D-Da gracias! —gritó la otra, soltando una frase sin sentido, y se dirigió al otro extremo del biombo. Aunque había otros lugares disponibles, se fue al que estaba más lejos de Maomao y las demás.

Yinghua y las otras se quedaron boquiabiertas, mientras Maomao pensaba: «De todas formas, me ha dolido. Qué estúpida.»

—Siempre me han parecido horribles —recuperando la compostura, Yinghua miró a Maomao—. Siento que te hayan hecho sentir incómoda. Con lo mona que eres —le dijo con tono de disculpa.

—No te preocupes. Por cierto, ¿queréis cambiaros los calientamanos?

—No, todavía están calientes, no hace falta. Aunque, ¿por qué habrá empezado a temblar de repente?

—Quién sabe. Que se vaya a recoger flores —respondió Maomao con una naturalidad descarada. (NT: "Recoger flores" es un eufemismo para referirse a la prostitución o a trabajar en el barrio del placer. Maomao lo usa para insultar a la dama de compañía de Lihua, de forma poética y sutil.)

Por cierto, los rumores actuales sobre Maomao la tenían por una chica que fue maltratada por sus padres, vendida y convertida en una catadora desechable. Además, que fue acosada de forma atroz durante dos meses en el Pabellón de Cristal, lo que la llevó a tener una terrible misandria (NT: Aversión a los varones.), hasta el punto de querer desfigurar su propio rostro. La imaginación de Yinghua y las demás era ridículamente desbordante para su edad. Reinterpretaron que Jinshi la molestara como un ser celestial que se preocupaba por una pobre y patética chica. Vaya, que no podían estar más lejos de la realidad. Era absurdo que hubieran llegado a verlo así.



—Las de allí tampoco se llevan bien —dijo Yinghua con resignación.

La guerra de poderes continuaba en otra parte. Eran siete contra siete. Las sirvientas de ropajes blancos eran del bando de la Consorte Virtuosa, y las de ropajes oscuros, del de la Consorte Pura.

—Una tiene catorce años y la otra, treinta y cinco. Normal que no se lleven bien, ¡si podrían ser madre e hija! —dijo Yinghua.

—La joven Consorte Virtuosa y la veterana Consorte Pura... Sí, me imagino que deben tener sus diferencias —añadió la apacible Guiyuan.

—Totalmente, si hasta fueron suegra y nuera —concluyó la alta Ailan, asintiendo con la cabeza.

—¿Suegra y nuera? —preguntó Maomao, inclinando la cabeza. Sonaba a algo impropio del palacio interior.

—Sí, es un poco complicado —explicaron las dos.

Al parecer, ambas habían sido concubinas del anterior Emperador y de su príncipe heredero. Cuando el anterior Emperador falleció, la Consorte Pura se convirtió en una monja taoísta para guardar luto. Sin embargo, eso fue solo una excusa, ya que al abandonar el mundo secular, renunció a haber servido al antiguo Emperador y, en su lugar, se casó con su hijo.

«El anterior Emperador falleció hace cinco años», contó Maomao para sus adentros. En ese momento, la Consorte Virtuosa tendría nueve años. Aunque fuera un matrimonio político, la historia era turbia. Con lo joven que era, que la hicieran concubina... «Por muy mujeriego que sea el Emperador... Qué asco». Maomao, que pensaba en el Emperador como un apuesto hombre con barba, se llevó una sorpresa al conocer la verdad.

—Es imposible, ¿verdad? Una suegra de nueve años —dijo Ailan, para el asombro de Maomao.




Capítulo 20
La fiesta en el jardín (parte II)

Nota de la autora: ¡Estoy en mi prime! La serie está creciendo en popularidad.


La primera impresión que Maomao tuvo de la Consorte Virtuosa, Lishu, fue que no sabía interpretar el ambiente. Cuando la primera parte del banquete terminó y hubo un descanso, Maomao y Guiyuan se dirigieron a ver a la princesa Lingli. Mientras su compañera se cambiaba los calientamanos, que se le habían enfriado, Maomao revisó el estado de la bebé. «Parece que está bien». La pequeña princesa, con sus mejillas como manzanas y sus risitas, era mucho más expresiva ahora que cuando la conoció por primera vez. Era una niña muy querida tanto por su padre, el Emperador, como por su abuela, la Emperatriz Viuda.

«Pero ¿qué hace aquí, al aire libre, todo el tiempo?». Si la princesa se resfriaba, le podrían cortar la cabeza a Maomao, lo cual era totalmente absurdo. Por ello, le había pedido a un artesano que hiciera una tapa para el canasto de la niña, creando una especie nidito para dormir que parecía un nido de pájaro. Cuando la princesa, que ya gateaba, quiso salir del canasto, Maomao la metió suavemente de nuevo dentro. «Bueno, es tan mona que da igual». Que le pareciera adorable a ella, a quien no le gustaban los niños, significaba que los bebés eran unas criaturas aterradoras...

En el momento en que se la iba a entregar a Hongnyang, escuchó un fuerte resoplido a sus espaldas. Una joven con una fastuosa túnica de un rosa intenso las estaba mirando. La acompañaban varias sirvientas. Tenía un rostro adorable, pero hacía pucheros, como si quisiera mostrar su mal humor. «¿Será ella la joven suegra?». Hongnyang y Guiyuan se inclinaron profundamente, y Maomao las imitó. La concubina Lishu, aún con el ceño fruncido, se marchó a otro lado con sus sirvientas.

—¿Esa era la Consorte Virtuosa?

—Sí, esa misma. Supongo que ya te lo imaginabas —respondió Hongnyang—. No sabe interpretar el ambiente en absoluto.

A cada una de las Cuatro Consortes se le asignaba su propio símbolo. Para la concubina Gyokujou, era el carmesí y el jade. Para la concubina Lihua, el azul ultramar y el cristal. La Consorte Pura, probablemente, tenía el negro, a juzgar por el color de las ropas de sus criadas. Como vivía en el Pabellón Granate, su gema era, al parecer, el granate. «Basándonos en los cinco elementos, Lishu debería vestir de blanco».

No obstante, la túnica de la consorte Lishu era de un color rosa oscuro, que chocaba directamente con el vestido rojo de Gyokujou. Si uno se fijaba en la disposición de los asientos, Gyokujou y Lishu estaban una al lado de la otra y, a primera vista, sus colores desentonaban por completo.

«Ahora que lo pienso...», Maomao recordó que la discusión entre las damas de la corte, que había escuchado antes a lo lejos, trataba de ese tema.

—Digamos que todavía es muy joven —dijo Hongnyang, con un profundo suspiro. Y con esa única frase lo resumió todo.



Metieron los calentadores que ya estaban tibios en un brasero que habían preparado de antemano. Como las otras criadas las miraban con recelo desde lejos, pidieron permiso a Gyokujou y les entregaron algunos. Era muy curioso que aquellas sirvientas, acostumbradas a la seda y las joyas, se alegraran tanto por unas simples piedras calientes. Por desgracia, las damas de compañía del Pabellón de Cristal siguieron manteniendo cierta distancia con Maomao, como dos imanes que se repelen, así que a ellas no se las pudo dar.

—Eres demasiado buena... —dijo Yinghua, exasperada.

—Ahora que lo dices, quizás sí —respondió Maomao con sinceridad.

Por cierto... desde que empezó el receso, había mucho ajetreo detrás de los biombos. No solo sirvientas, sino también oficiales militares y civiles se habían colado por allí. Todos llevaban una joya en la mano. Algunos hablaban con una sirvienta a solas, mientras que otros las rodeaban en grupos. Guiyuan y Ailan también estaban conversando con unos oficiales desconocidos.

—Así es como reclutan a personas de talento ocultas en el jardín de las flores.

—Ajá.

—Les dan la joya que llevan como señal.

—Ah.

—Aunque también tiene otro significado —dijo Yinghua.

—Ya.

Como Maomao respondía de una manera tan desinteresada, que no era lo habitual en ella, Yinghua se cruzó de brazos y frunció los labios.

—¡Que también tiene otro significado, te digo!

—¿Ah, sí?

Maomao ni siquiera intentó preguntar cuál era ese otro significado.

—Pues dame tu horquilla.

—Claro, pero tendrás que jugar a piedra, papel o tijeras con las otras dos —dijo Maomao mientras volteaba los calentadores del brasero.

No era algo que le preocupara, pues pensaba volver al distrito del placer en cuanto terminaran sus dos años de servicio. Además de eso... «Si me va a explotar un vago como él, prefiero la mindundi del Pabellón de Cristal».

Mientras miraba a un hombre con los ojos de quien observa a una cigarra muerta, este le ofreció una horquilla.

—Por favor, acepta esto.

Maomao levantó la vista y vio mejor al hombre, de rostro enjuto, con una sonrisa dulce. Era joven y no tenía barba. Era de los que se consideraban apuestos, pero ella, que tenía una gran aversión a las sonrisas inútilmente dulces, se limitó a mirarlo sin emoción alguna. El oficial se dio cuenta de que su reacción no era la esperada, pero no retiró su ofrenda. Como estaba agachado y de puntillas, le temblaban los pies. Maomao pareció darse cuenta de que era ella quien lo estaba poniendo en apuros.

—Gracias —dijo, y aceptó su horquilla.

El hombre puso una cara como la de un cachorro al que su dueño acaba de elogiar. Maomao pensó que parecía un perro inútil.

—Bueno, ¡ya nos veremos por aquí! ¡Soy Lihaku!

«Probablemente no nos volvamos a ver», deseó ella. El cinturón del perro grande que se despedía con la mano todavía tenía más de una docena de horquillas. ¿Las estaría repartiendo a todas las sirvientas feas para que no se avergonzaran? «Si es así, qué tonta he sido». Mientras miraba la horquilla, de coral rosa, Guiyuan y las demás se acercaron.

—¿Te han dado una? —preguntaron, con sus respectivos "trofeos" clavados en los cinturones.

—Es un premio de consolación —respondió Maomao sin emoción.

En ese momento, se escuchó una voz noble y familiar detrás de ella:

—¿No te parece que sería una lástima tener solo ese?

Maomao se dio la vuelta y vio a la consorte Lihua, con su voluminoso pecho... O, mejor dicho, solo vio los pechos de la consorte Lihua. «Vaya si le han vuelto a tomar forma en tan poco tiempo», pensó. No había recuperado su anterior corpulencia. Aun así, la sombra de su pasado realzaba su belleza. Llevaba una falda azul oscuro, una chaqueta azul celeste y un chal azul. «¿No tendrá frío?», se preocupó la pequeña boticaria. Mientras fuera sirvienta de Gyokujou, no podía mostrar favoritismo por Lihua. Desde que dejó el Pabellón de Cristal, solo había sabido de ella a través de Jinshi. Maomao sabía que, aunque quisiera visitarla, las sirvientas de Lihua no se lo permitirían.

—Cuánto tiempo sin verla —dijo Maomao.

—Sí, cuánto tiempo —respondió Lihua.

Maomao levantó la vista y Lihua le tocó el pelo. De nuevo, como había pasado con Jinshi, algo se le clavó en la cabeza. Esta vez, no le dolió.

—Bueno, que te vaya bien.

Lihua se marchó con elegancia, mientras regañaba a sus sirvientas, que no podían ocultar su desdén. Esta vez, fueron las sirvientas del Pabellón de Jade las que se quedaron boquiabiertas.

—Oh, vaya. Puede que esta vez la señora Gyokujou no se ponga solo de mal humor —dijo Yinghua, mientras tocaba la parte decorativa de la nueva horquilla de Maomao.

La horquilla tenía tres cuentas de cuarzo rosa engarzadas que se balanceaban.




Capítulo 21
La fiesta en el jardín (parte III)

Al mediodía, Maomao se turnó con Hongnyang para quedarse detrás de la concubina Gyokujou. Siguiendo el consejo de Yinghua, decidió ponerse las tres horquillas que le habían dado en el cinturón. Como Gyokujou le había regalado un collar, podría haberse puesto una horquilla, pero eso habría creado una jerarquía entre los tres obsequiantes.

Desde el asiento de honor, el banquete era un espectáculo impresionante. Los oficiales militares se alineaban en el lado oeste y los eunucos en el este. Solo un veinte por ciento de ellos podían sentarse en las mesas largas, y Gaoshun ocupaba un asiento en el lado de los oficiales militares. Maomao se dio cuenta de que era un sujeto más importante de lo que pensaba, y le sorprendió ver a un eunuco tan integrado en el grupo. El hombretón de antes también estaba sentado. Aunque su asiento estaba más cerca de los rangos bajos que el de Gaoshun. Podría ser una estrella en ascenso, dada su edad. Por otro lado, Jinshi no estaba por ninguna parte. Se preguntaba cómo, con lo deslumbrante que era, no podía encontrarlo con facilidad. No obstante, como no tenía por qué buscarlo, decidió concentrarse en su trabajo.

Primero llegó el aperitivo. Se servía poco a poco de un recipiente de cristal a una copa de plata. Maomao agitó la copa lentamente para ver si había alguna turbidez en la superficie de contacto, ya que si había veneno de arsénico, el color se volvería negruzco. Lo olió mientras lo agitaba lentamente y lo bebió. Aunque sabía que no había veneno, como catadora, tenía que tragarlo para que se considerara que había hecho su trabajo. Después de beber un trago, se enjuagó la boca con agua fresca.

«Oh, vaya». Parecía que la estaban observando. Los demás catadores ni siquiera se habían acercado la copa a los labios. Una vez que Maomao confirmó que no pasaba nada, se llevaron la copa a la boca con cautela. «Bueno, es lo normal», pensó ella. Todo el mundo le teme a la muerte. Si alguien va a probar el veneno primero, lo más seguro es esperar a ver qué pasa.

«Si fueran a usar veneno en un banquete, tendría que ser de acción rápida». Maomao era la única de allí a quien le gustaba probar veneno. Era una raza de persona muy rara. «Si pudiera elegir, me gustaría probar pez globo. Ojalá mezclen las vísceras en la sopa espesa». Esa sensación de hormigueo en la punta de la lengua era irresistible. ¿Cuántas veces se había provocado el vómito y se había hecho un lavado de estómago solo para sentirlo?

Mientras pensaba en eso, se cruzó con la mirada de la sirvienta que traía el plato principal. Las comisuras de sus labios estaban curvadas. Al parecer, estaba sonriendo de forma desagradable, lo que provocó que la sirvienta se asustara. Maomao devolvió su rostro a su expresión habitual. El plato principal que recibió era el favorito del Emperador, a veces se lo habían servido como tentempié por la noche. La comida parecía prepararse en el palacio interior y era la misma de siempre.

Como los otros catadores la miraban fijamente, Maomao usó los palillos para empezar a comer. Era una ensalada de pescado y verduras en vinagre. Por lo que ella podía afirmar, como catadora, el viejo lascivo, a pesar de ser un mujeriego, tenía una dieta sorprendentemente saludable.

«Se equivocaron al servirlo». Los ingredientes eran diferentes a los habituales, y no podían haberse equivocado en la receta del plato favorito del Emperador. Por lo tanto, el plato que estaba destinado a otra concubina había acabado allí por error. La jefa de la cocina del palacio interior era muy competente y hacía versiones diferentes del mismo menú para el Emperador y las concubinas. Mientras Gyokujou estaba dando el pecho, siempre le preparaba platos nutritivos para la leche materna.

Cuando la cata terminó y todos empezaron a comer, se confirmó que se habían equivocado al servirlo. La consorte Lishu, la que era incapaz de leer el ambiente, tenía el rostro pálido. «¿Será por algo que no le gusta?». Como era el plato favorito del Emperador, no podía dejarlo. Estaba comiendo con gran dificultad. Maomao miró a Lishu y vio a la sirvienta de esta con los ojos cerrados y los labios temblorosos. Pudo ver que se le formaba un arco apenas perceptible. «He visto algo desagradable». Maomao volvió la mirada y aceptó el siguiente plato.


○ ● ○


«Si al menos fuera una fiesta normal...», caviló Lihaku, que no congeniaba con la gente noble que le miraba desde arriba. Se preguntaba qué podía haber de divertido en un banquete al aire libre con el frío y el viento que hacía.

No, si solo fuera un banquete, estaría bien. Al igual que en las viejas historias, sería muy agradable beber sake y comer carne con gente afín en un jardín de melocotoneros. Sin embargo, cuando se trataba de personas nobles, el veneno siempre era un invitado más. No importaba que la cena formal estuviera hecha con ingredientes de lujo y técnicas secretas; si se enfriaba al terminar la cata, su sabor se reducía a la mitad.

Lihaku no culpaba a los catadores, pero ver cómo se llevaban la cuchara a la boca con lentitud y una cara pálida y asustada era suficiente para quitarle el apetito. Había pensado que hoy pasaría otro largo y tedioso tiempo. Pero parecía que no iba a ser así.

Por lo general, todos los catadores se miraban entre sí para decidir quién se llevaba la cuchara primero. Pero hoy, había una catadora curiosamente animada. La sirvienta de la Consorte Bella, una chica menuda, no miraba en ningún momento a su alrededor. Agitó la copa de plata y bebió un poco del aperitivo. Se lo tragó lentamente y se enjuagó la boca como si no hubiera pasado nada.

Pensó que la había visto en alguna parte, y se dio cuenta de que era una de las sirvientas a las que había dado una horquilla hacía un rato. Su aspecto no era particularmente llamativo; sus facciones eran regulares, no tenía nada de especial. Entre las muchas mujeres hermosas del palacio interior, era de las que pasaban desapercibidas. Ahora bien, su expresión en blanco escondía una mirada que podía intimidar a cualquiera.

Había pensado que era una chica poco amistosa, pero parecía que sus expresiones eran sorprendentemente ricas. Un momento dado podía estar inexpresiva, al siguiente sonreía de forma espeluznante, luego volvía a la normalidad y después ponía cara de mal humor. El hecho de que probara el veneno con tanta naturalidad era extraño.

«A ver qué cara pondrá ahora. Es un buen pasatiempo». Cuando le ofrecieron una sopa espesa, la chica metió la cuchara. La miró, y luego se la llevó lentamente a la lengua. Por un instante, sus ojos se abrieron de par en par y, al segundo siguiente, puso una sonrisa lánguida y derretida. Un rubor cubrió sus mejillas y sus ojos empezaron a humedecerse. Sus labios formaron un arco y, a través de su boca entreabierta, se veían sus dientes blancos y su lengua seductora.

—Las mujeres son aterradoras...

La forma en que se lamió la gota de los labios era la sonrisa de una cortesana de primer nivel, como la de una fruta madura. «¿Tan deliciosa está esa comida?». ¿Había algo en el plato que pudiera hacer que una chica tan normal fuera tan seductora, o era que el cocinero de la corte realmente lo había bordado?

Justo cuando tragó saliva, la chica hizo algo increíble. Sacó un pañuelo de su manga, se lo llevó a la boca y escupió lo que había comido.

—Esto lleva veneno —dijo. Con el rostro inexpresivo, después de informar de eso, desapareció detrás del biombo.

El banquete terminó en medio de un alboroto.



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