
Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Volumen 2
Todavía sentía un rastro de nostalgia por la estantería de medicinas de la oficina del médico, un lugar que se le había permitido visitar ocasionalmente. Sin embargo, pensó que podría remediarlo al solicitar la ayuda del matasanos para remodelar la enfermería del palacio interior. En cuanto a la biblioteca, estaba segura de que si le pedía ayuda a Gaoshun, sin duda podría encontrar lo que buscaba. Claro que, lo ideal sería poder salir del palacio interior a voluntad, pero ese era un lujo que no podía permitirse. Mientras estuviera entre aquellos muros, el exterior le resultaría inaccesible.
El embarazo de la consorte Gyokujou se había convertido en un secreto a voces. La cesación de su ciclo menstrual, el decaimiento y el ligero aumento de su temperatura corporal eran indicios claros de su estado, sin contar las cada vez más frecuentes visitas al baño.
Cuando veía a la Princesa Lingli apoyar el rostro en la barriga de su madre y sonreír, se preguntaba si la niña, con su intuición inocente, sabría de algún modo que algo crecía en su interior. La niña se despidió del vientre de la consorte y se dirigió a la sala de descanso junto a Hongnyang para la siesta. «Los niños son criaturas asombrosas», reflexionó Maomao.
La princesa, que ya correteaba de un lado a otro con unos zapatos rojos obsequio del emperador, se había convertido en un pequeño tormento para las damas de compañía. No obstante, su creciente expresividad (como cuando le ofrecían un bollo suave, que ella devolvía una sonrisa) era prueba de su floreciente carácter. Quizá era su instinto maternal, pero las damas del Pabellón de Jade, a pesar de no tener hijos, cuidaban de ella con un cariño incondicional.
—A mí también me va llegando la hora —decía, de vez en cuando, Hongnyang, pero ni Maomao ni las otras damas de compañía sabían cómo reaccionar.
Aunque parecía que la impaciencia la consumía, una jefa con un sentido de la responsabilidad tan grande como ella no sería capaz de casarse y renunciar a su trabajo. Incluso si le propusieran matrimonio, se vería obligada a quedarse, pues si el Pabellón de Jade se sostenía con tan pocas personas era gracias a su presencia. «Ser una persona demasiado competente es un buen marrón», pensó Maomao.
En sus momentos de ocio, la menuda boticaria se quedaba con la princesa. Resultaba más práctico que el cuidado de la niña estuviese a cargo de alguien cuya única tarea era la de probar la comida, en lugar de una de las atareadas damas de compañía.
Aquel día, Lingli se estaba dedicando a construir y derribar torres de bloques. Habían pedido hacer unos bloques de madera ligera expresamente para ella. Como la niña también parecía tener interés en los libros de ilustraciones, Maomao le copió las imágenes de un libro que le pidió prestado a Gaoshun y escribió los nombres debajo para enseñárselos. Si bien la niña no había cumplido todavía los dos años, Maomao había oído que con la costumbre se aprendía más rápido. Sin embargo, Hongnyang le quitó los materiales.
—Dibuja flores normales —le ordenó, y le señaló las flores del jardín. Por lo visto, por muy bonito que fuera un hongo venenoso, no se lo podía dibujar.
Y así pasaba sus días, en una aparente tranquilidad. Una paz que se quebró cuando el apuesto eunuco, que reapareció tras una larga ausencia, trajo consigo una nueva clase de inquietud.
—¡¿Una rosa azul?! —le preguntó Maomao al eunuco, que parecía un poco demacrado.
—Sí, parece que todo el mundo se ha interesado por ella —contestó Jinshi, asintiendo con un gesto de incomodidad.
Las damas de compañía se susurraban que su rostro preocupado lo hacía aún más hermoso, y de sus labios escapaban suspiros de admiración. Maomao percibió tres pares de ojos que los espiaban por la rendija de la puerta, una distracción que prefirió pasar por alto. Entonces, con los ojos convertidos en dos triángulos invertidos, Hongnyang tiró de la oreja a dos de ellas con la mano derecha y a la otra con la izquierda. En cuanto a Gaoshun, admirado por la pericia con la que lo hizo, Maomao decidió guardar silencio.
Volviendo a la conversación...
—Al final se ha decidido que celebraremos una fiesta en honor a esa flor.
Y, por alguna razón, Maomao se había convertido en la persona encargada de encontrarla. «Vaya problemón me quiere encasquetar este ahora», pensó, atónita.
—¿Por qué quiere que la encuentre yo?
—¿Sabes algo sobre el tema?
—Soy una boticaria, señor.
—Pensé que serías capaz de hacerlo —dijo Jinshi, con un tono melodramático.
—En eso tiene razón —dijo la consorte Gyokujou, que estaba sentada en el sofá con tranquilidad. A su lado, la princesa bebía sorbos de zumo.
Al parecer, alguien le había dicho a Jinshi que si alguien sabía algo sobre el tema, sería cierta dama de compañía de la consorte Gyokujou. Con razón le había tocado a él encargarse del asunto.
«¿No habrá sido el inútil del matasanos...?», discurrió ella. No era una posibilidad descabellada. Aquel viejo del bigotillo tenía tan buen corazón tendía a sobreestimar a la gente. Era una verdadera molestia. Maomao no era completamente ajena a las rosas. Las cortesanas de la Casa Verdigris le solían encargar el aceite esencial de los pétalos por sus propiedades beneficiosas para la piel. Incluso ella misma había hecho una pequeña fortuna destilando pétalos de rosa silvestre, que tenían un aroma más fuerte.
—Al parecer, solían florecer en la corte hace mucho tiempo —dijo Jinshi, cruzándose de brazos.
Hongnyang, que ya había terminado de castigar a las tres damas, entró en la habitación con un nuevo té.
—Debió de haber sido una alucinación colectiva o algo.
Maomao se preguntaba si habría algún insecto capaz de provocar ese efecto en aquella época. «Ay, me pica la espinilla», se dio cuenta. Instintivamente, aprovechando que la mesa le ocultaba las piernas, se rascó la espinilla con la punta del pie.
—Quien empezó el rumor fue una sola persona, pero hay varios testigos que dicen haberlas visto —dijo Jinshi con una expresión indescifrable.
—¿No será que estaba de moda el opio?
—¡¿Estás loca?! ¡El país se iría a la ruina si circulara eso!
A Jinshi se le escapó su forma de hablar habitual, y la consorte Gyokujou y Hongnyang se miraron con los ojos como platos. Gaoshun frunció el ceño y se aclaró la garganta con un disimulado carraspeo. Ante la sutil reprimenda, Jinshi se sintió contrariado por un instante, pero al momento su rostro se iluminó con su sonrisa de tennyo. Con una mirada suplicante, buscó los ojos de Maomao. A ella no le gustaba ese rostro resplandeciente. Gyokujou, por su parte, continuó observándolo con una curiosidad insaciable. A la boticaria, sin embargo, la escena no le parecía en absoluto interesante.
—Entonces, ¿lo puedes conseguir o no? —siguió implorando Jinshi, mientras se acercaba a ella de una manera que a Maomao le resultaba irritante.
—¿Qué se supone que debo hacer? —accedió, tras exhalar un suspiro de resignación. «Pero no te acerques tanto», le amenazó con la mirada.
—Necesitamos las flores para el banquete del mes que viene.
La fiesta de primavera. ¿Tanto tiempo había pasado desde la anterior? En lo que Maomao se dejaba llevar por la nostalgia, se dio cuenta de algo: «¡¿El mes que viene?!».
—Jinshi, ¿me permite comentarle una cosa? —dijo Maomao, mientras se rascaba la otra espinilla. «No puedo arriesgarme a que la princesa tenga picaduras de insecto. Tendré que preparar un repelente cuanto antes», decidió mientras.
—Dime —respondió Jinshi, ladeando la cabeza.
Por lo visto, no se había dado cuenta. Las rosas azules no existían, pero el problema iba más allá del color.
—El tiempo de flor de las rosas es, al menos, dentro de dos meses.
—... —su silencio sepulcral demostró que no lo sabía.
«¡Ahora lo entiendo! Cabrón...», tuvo un mal presentimiento. Era como si le hubiesen impuesto una tarea imposible para incomodarla.
—Haré lo que pueda para que se cancele la petición.
—¿Puedo preguntarle algo? —quiso saber ella. Jinshi, con los hombros caídos, la miró—. No será que este encargo se lo ha hecho cierto consejero militar, ¿verdad?
Teniendo en cuenta la situación, era muy probable. «¡Con razón me picaba todo! Malasangre...», repudió. Su cuerpo había notado la presencia de aquel hombre, cuyo nombre no quería ni oír, detrás de la petición.
—Ah... ¿Te refieres a La...? —dijo Jinshi, tapándose la boca con la mano de repente.
La consorte Gyokujou y Hongnyang los miraron con extrañeza. Sobra decir que se trataba de aquel hombre. «Es un cretino», maldijo ella. Ahora bien, siendo así, sintió que tenía cierta responsabilidad en el asunto y se desafió.
—No sé si podré, pero lo intentaré.
—¡¿De verdad?!
—Sí. Pero necesito algunas cosas y un lugar especial para ello.
Huir del problema también era frustrante. Si iba a encargarse, más le valía romperle el monóculo a ese hombre de una vez por todas.
Capítulo 15
Rosas azules (parte II)
Se había extendido un gran tapiz de fieltro rojo por el jardín, con largas mesas y sillas dispuestas a su alrededor. La orquesta ya afinaba sus instrumentos con entusiasmo, y las damas de compañía se afanaban por los preparativos. Los jóvenes oficiales las observaban, sonrientes, mientras acariciaban sus incipientes barbas.
Detrás de una cortina, alguien estaba armando un pequeño alboroto. Una diminuta dama de compañía, increíblemente delgada,luchaba por sostener un gran jarrón. En su interior, a pesar de ser fuera de temporada, había dispuesto varias rosas de colores.
—¡No me puedo creer que lo hayas logrado! —exclamó Jinshi al contemplar las flores, cuyos capullos todavía no se habían abierto del todo. Había de color rojo, amarillo, blanco, rosa, azul, e incluso negro, morado y verde. Le había dicho que crearía una rosa azul, pero nadie se habría imaginado que el resultado sería tan extravagante.
«Pero... ¿cómo...?», se preguntó Jinshi, parpadeando sin parar.
—Ya le dije que era difícil... No llegué a hacerlas florecer del todo —dijo Maomao con una profunda decepción. No parecía que se disculpara con Jinshi, sino que era más bien un lamento por no haber sido capaz de hacer lo que quería. Jinshi sabía que ella era así. Lo sabía, pero le resultaba molesto... Extremadamente molesto, para ser precisos.
—No, es más que suficiente —la excusó, y tomó una de las rosas. Una gota resbaló por el tallo. «¿Hm?», se preguntó. Algo le pareció extraño, pero decidió ignorarlo y devolvió la rosa al jarrón.
Aun así, le habían pedido una rosa azul y había añadido una gran variedad de colores a un montón de rosas. Jinshi dejó a la muchacha, que parecía a punto de desmayarse por el cansancio, con una dama de compañía del Pabellón de Jade y puso el jarrón en el lugar de honor del banquete. Los capullos de las flores robaron el protagonismo a las peonías. Todo el mundo lo observó con asombro. Los altos oficiales que se habían estado burlando, convencidos de que era imposible, empezaron a alborotarse.
Jinshi era un eunuco que gozaba de la estima del Emperador. Aunque le costaba reconocerlo, sabía que su belleza dejaba sin aliento a casi todo el mundo. Con todo, no le faltaban enemigos. No a todos los oficiales les hacía gracia que un eunuco tan joven actuara con tal impunidad. Con su sonrisa de tennyo intacta, Jinshi se enderezó y se dirigió elegantemente a la plataforma. Se acercó al lugar donde el Emperador, de frondosa barba, estaba rodeado de sus bellas consortes. Las miradas dirigidas a Jinshi ocultaban un sinfín de intenciones. El deseo carnal no le suponía un problema, pues sabía cómo utilizarlo a su antojo. Los celos también eran una emoción fácil de manipular. Le resultaba indiferente lo que sintieran los demás; mientras pudiera desentrañar sus pensamientos, sabía que podría lidiar con ello. Lo más molesto era...
Jinshi miró al oficial que ocupaba el flanco izquierdo del Emperador. Tenía las mejillas rollizas y la mirada vacía, resultaba un hombre difícil de tratar. Para ese hombre, Jinshi no era más que un jovenzuelo, un eunuco más. Su mirada lo observaba fijamente, pero al mismo tiempo parecía perderse en la nada. Una sonrisa vaga e indescifrable se dibujó en su rostro. Era Shishou, el padre biológico de la consorte Loulan, que residía en el palacio exterior. Gozaba del favor del anterior Emperador, o más bien, de su madre, la Emperatriz Viuda. Hasta el momento, el actual emperador no había sido capaz de controlarlo, y su influencia pesaba como una sombra sobre la corte.
Aun así, Jinshi no dejó de sonreír... O, al menos, eso pensaba él. Desvió la mirada a la izquierda, donde se encontró con los ojos de un hombre sentado a la derecha del Emperador. Era un oficial de ojos rasgados como los de un zorro, y llevaba un monóculo. Comía alitas de pollo a escondidas, convencido de que nadie lo veía. Daba un mordisco, ocultaba el trozo en la manga, y volvía a repetir la maniobra con cada bocado.
En ese instante, la persona más irritante era, sin duda, Lakhan. El estratega miró fijamente la cabeza del alto oficial que tenía a su lado y, con una acción inopinada, pellizcó con suavidad su corona. Un mechón de pelo negro se desprendió de su cabeza y cayó al suelo. Lakhan fingió estar sorprendido, y la verdad se reveló: ¡al oficial se le veía la calva! Tres oficiales que estaban enfrente cayeron derrotados. ¡Qué cruel! Y eso que era una peluca de calidad excelente.
Ante aquel espectáculo, algunos oficiales dibujaron una sonrisa forzada, otros quedaron atónitos y el resto luchaba por contener la risa. Jinshi no fue el único que estuvo a punto de perder el control de sí mismo, pero, a diferencia de los demás, no podía prorrumpir en una carcajada en un instante tan inoportuno. Con un esfuerzo notable, logró mantener la compostura. Finalmente, se arrodilló sobre el tapiz de fieltro rojo. Mientras le ofrecía al Emperador las rosas de colores, este se acarició su hermosa barba y asintió con una expresión de plena satisfacción. El eunuco de pelo sedoso y brillante, conteniéndose para no exhalar un suspiro de alivio, dio unos pasos hacia atrás y abandonó el centro de la escena.
Lakhan fingió mirar el jarrón de rosas y se metió un puñado de pasas en la boca. Jinshi se preguntó por qué nadie consideraba que aquel hombre era un descortés. Su comportamiento, tan impropio para su posición, parecía pasar desapercibido para todos.
○ ● ○
—Te prohíbo que vayas más al Pabellón de Cristal.
Gyokujou pronunció la orden con una voz firme, mientras Yinghua acunaba la cabeza de Maomao en su regazo. Se encontraban en un cenador apartado, a salvo del bullicio del banquete. La consorte, cuyo embarazo era ya un hecho palpable, había decidido no asistir, precisamente para ocultarlo. Había cedido su lugar a la nueva Consorte Pura, Loulan, para que la velada sirviera como su presentación oficial.
Por lo visto, cada vez que Maomao pisaba el Pabellón de Cristal, se sobrecargaba de trabajo y se convertía en un imán para los problemas. (NT: Recordemos que en el Pabellón de Cristal vive la Consorte Sabia, Lihua. Maomao ya había ido allí para cuidar de ella cuando había enfermado por culpa del polvo blanco tóxico de maquillaje. Para purificar las toxinas de todos los poros de su piel, Maomao había encargado que le construyeran una sauna.)
Desde hacía más de un mes, Maomao se había vuelto a instalar en el Pabellón de Cristal. Las damas de compañía la seguían tratando como a un monstruo, pero no le importaba. Ella necesitaba ir allí para crear la rosa azul. Para ello, le pidió a Jinshi que se encargara de convenirlo y prepararlo todo, y él aceptó. El lugar que requería era el baño de vapor del Pabellón de Cristal, que ella misma había mandado construir para el tratamiento de la consorte Lihua. Tan noble como siempre, la consorte le había concedido el uso del lugar sin titubear. Sintiendo que no podía usarlo de forma gratuita, Maomao le entregó como obsequio un libro que había encargado a las cortesanas de la Casa Verdigris. Se trataba de un ejemplar que el Emperador había solicitado, por el simple hecho de que quería algo diferente. Cuando la consorte vio el contenido, volvió a sus aposentos con pasos elegantes, pero con una mirada de indiferencia, mientras sus damas de compañía cuchicheaban a sus espaldas. Nadie pensaría que un libro así pudiera ser un soborno para una persona tan noble.
Una vez que la dueña del pabellón se hubo ablandado, mandó construir un extraño cobertizo en el jardín para que el vapor del baño fluyera por él. Era un cobertizo con unos ventanales y un tragaluz muy grandes, semejante a un invernadero. Su construcción costó una fortuna, pero a Maomao no le importaba, pues el gasto salía del bolsillo de Jinshi. A saber lo bien pagado que estaba. A continuación, transportó una ingente cantidad de rosales al interior. No se limitó a uno o dos, sino que trasladó decenas, incluso más de un centenar. Cultivó las rosas en el aire caliente del vapor. Los días soleados las sacaba al exterior para que recibieran la mayor luz posible. Los días más fríos, cuando aún caía la helada, pasaba la noche calentando el cobertizo, vertiendo agua sobre las piedras y avivando el fuego manualmente.
El objetivo de Maomao era alterar la estacionalidad de las rosas, que florecen en primavera y verano, pero que, en ocasiones, pueden hacerlo de forma anómala en una estación diferente. Consciente de que no todos los rosales echarían capullos, preparó una gran cantidad de ellos, eligiendo las variedades de floración más temprana y de distintos tipos. Aunque no tenía la certeza de que su plan funcionaría debido al plazo tan ajustado de un mes, cuando vio que los capullos habían brotado, sintió una satisfacción infinita. De hecho, el esfuerzo invertido en hacer que los capullos brotaran fue mucho mayor que el que supuso el teñido de las flores.
Jinshi le había enviado a unos cuantos eunucos, pero los ajustes delicados de temperatura solo podía hacerlos Maomao. Si cometía un error y todos los rosales se marchitaban, todo su trabajo habría sido en vano. Para colmo, las damas de compañía del Pabellón de Cristal pasaban por allí de vez en cuando, ya fuera por curiosidad o porque les gustaba ver rarezas. Como le resultaba tan molesto, decidió entretenerlas de otra manera. Se miró las yemas de los dedos y, de repente, se le ocurrió una idea. Se pintó las uñas con carmín y las frotó con cuidado con un paño.
Hacerse la manicura era algo común en el barrio del placer, pero no tanto en el palacio interior, donde se creía que estorbaba en el trabajo. Sin embargo, para las damas de compañía que no solían trabajar mucho, el gesto les pareció de lo más interesante. Cuando les mostró sus uñas a propósito, todas se apresuraron a ir a sus aposentos en busca de su propio carmín.
«Mira qué bien», convino. Con una idea tan brillante como maliciosa, le sugirió a la consorte Lihua que se pintara las uñas. En el palacio interior, las modas se dictaban, por lo general, a través de las consortes favoritas del Emperador. Era natural que las damas imitaran los estilos de las mujeres que gozaban de su favor, pues incluso una simple sirvienta podía ser ascendida a consorte si era tocada por el monarca. Si bien la consorte Loulan era, sin duda, la mujer más elegante de todas, su estilo cambiaba con tanta frecuencia que era incapaz de iniciar una tendencia.
Una de las veces que regresó al Pabellón de Jade para su labor de catadora, les mostró sus uñas a la consorte Gyokujou y a sus damas de compañía. La pragmática Hongnyang dijo que el gesto era inútil, pero las demás quedaron fascinadas.
«¡Ojalá tuviera coralillo y acedera!», pensó Maomao. El coralillo, también llamado bálsamo de jardín, y la acedera silvestre, también llamada pata de gato, se machacaban y se aplicaban en las uñas. Básicamente, la acedera hacía que el color rojo del coralillo fuera más intenso.
Para cuando su teoría se confirmó y pintarse las uñas se había convertido en una moda en el palacio interior, los capullos de las rosas se habían hinchado y sus pétalos blancos comenzaban a asomar. Sí, todas las rosas que Maomao había elegido eran blancas.
—Pero... ¿cómo lo has hecho? —dijo Jinshi con el ceño fruncido, que había regresado tras presentar las rosas.
Detrás de él, Gaoshun la observaba con una curiosidad inusual. Yinghua se había marchado para dejarles intimidad. En apariencia, Maomao era una dama de compañía de la consorte Gyokujou, pero seguía estando al servicio de Jinshi.
—Simplemente las teñí.
—¿Teñidas? No puede ser. Los pétalos parecían naturales —dijo Jinshi, simulando que tocaba los pétalos con un dedo.
—Por fuera, no. Las teñí por dentro.
Maomao sacó una rosa. Puso el dedo en el corte del tallo, que desprendía un líquido azul. En realidad, solo había dejado las rosas blancas en agua enriquecida con pigmento. El tallo había absorbido el líquido y había teñido los pétalos desde el interior. El color de la rosa no importaba, con tal de que pudiera absorber el tinte. Sin embargo, para evitar que las hojas se volvieran de un color negro sucio, las había arrancado todas antes de poner las rosas en el jarrón. Aunque todas las rosas parecían estar en el mismo jarrón, la base de cada tallo estaba envuelta en un algodón humedecido con el mismo tinte y sujeta con papel de aceite. Se había asegurado de que permaneciera así hasta la entrega.
El truco, en realidad, era muy simple. Maomao sabía que, dado el método, la gente intentaría ponerle pegas. Para contrarrestar esa situación, le había revelado el secreto al Emperador, que había visitado el Pabellón de Jade la noche anterior. Y es que, al parecer, a todo el mundo le gustaba ser el primero en saber un secreto. Si alguien decía algo, el propio soberano se encargaría de dar las explicaciones con orgullo. Por lo visto, Jinshi se había marchado antes de oír la explicación del propio Emperador, lo que explicaba su perplejidad.
—En otras palabras, las personas que vieron rosas azules en el pasado eran de alguien que tenía demasiado tiempo libre para teñirlas con agua de color todos los días —sentenció Maomao, con la mirada perdida en el jardín de rosas.
—Pero, ¿por qué?
—Supongo que querrían usarlas para seducir a alguna mujer —respondió Maomao con indiferencia.
Acto seguido, extrajo de entre sus ropajes una cajita alargada de madera. Era parecida a las cajas para orugas, pero su contenido era distinto. La había hecho traer cuando encargó los libros.
—Qué curioso —dijo Jinshi, acercándose para echar un vistazo—. ¿Te has teñido las uñas?
—Sí, aunque no me pegan nada.
Sus manos, maltratadas por las medicinas, el veneno y el trabajo con agua, tenían la uña del meñique de su mano izquierda deformada. Teñidas de rojo, las deformidades no cambiaban, a pesar de que su estado había mejorado con el tiempo.
Ante una mirada tan persistente, Maomao le dedicó su habitual mirada de pez flotando en el agua. «¡No, no!», se corrigió, negando con la cabeza. No podía permitirse alterarse por una trivialidad tan insignificante; si lo hacía, no aguantaría mucho más. Aún le quedaba mucho trabajo por hacer.
—Gaoshun, ¿tienes lo que te pedí?
—Sí, tal y como me dijiste.
—Gracias.
Con el escenario preparado, lo único que quedaba era darle una lección a ese hombre tan desagradable.
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