
En este capítulo se cuenta una parte bastante importante de la historia. Prestad atención. He intentado traducirla siendo fiel al original pero detallando cada matiz cuidadosamente para que se entienda mejor. Quedaos con esta versión, porque más adelante se desvelará la verdad que hubo detrás. No doy más pistas. ¡Espero que os guste!
-Xeniaxen
Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Volumen 2
—Todo en orden. Sana y salva.
—Gracias por el esfuerzo.
Cuando se le hacía tarde, siempre le pedía a Gaoshun que acompañara a Maomao a su cuarto. Aunque ya lo hacía de vez en cuando, se dio cuenta de que si ahora Lakan los descubriera, las cosas no acabarían bien. A este respecto, Gaoshun le leía la mente a Jinshi y cumplía con su trabajo sin rechistar. Era un hombre que lo había acompañado desde que era un bebé. Hubo un tiempo en el que hizo otro trabajo y se separó de él, pero era una de las personas que mejor entendían a Jinshi.
—Mañana toca ir al palacio interior.
—Sí.
Le había pedido a Gaoshun que, después de dejar a Maomao, fuera a la oficina del médico a recoger una determinada mezcla. Era un líquido extraño y muy amargo. Como cada vez, le entraban náuseas con tan solo verlo. Dividió el medicamento en dos cuencos de plata, y Gaoshun fue el primero en probarlo. Pensó que era una tarea que Maomao haría con gusto, pero no tenía sentido que fuera ella quien lo hiciera. Gaoshun se lo bebió de un trago, frunciendo el ceño aún más, y esperaron un momento.
—Creo que no hay problema. Es el de siempre.
—Entendido.
Jinshi cogió el cuenco, se tapó la nariz y se lo bebió también de un trago. Se limpió la boca con el dorso de la mano y bebió el agua que Suiren le había traído para aclararse el sabor. Llevaba cinco años bebiéndolo, pero no parecía que fuera a acostumbrarse nunca.
—Le aconsejo que no se tape la nariz en público.
—Lo sé.
—Ese simple gesto le hace parecer mucho más joven.
—Ya lo sé.
Jinshi se sentó en el sofá con el ceño fruncido. Tenía que cuidar su voz, su forma de hablar, la de andar, sus movimientos... en definitiva, todo. Al fin y al cabo, el eunuco Jinshi era un hombre de veinticuatro años. Enderezó la postura e intentó recuperar el semblante. Aun así, el amargo sabor del medicamento perduraba y su rostro se relajó sin poder evitarlo. Gaoshun volvió a fruncir el ceño.
—Si no le gusta, no tiene por qué beberlo.
—Es una formalidad, ¿no?
Llevaban cinco años con el palacio interior del actual Emperador. Cinco años en los que Jinshi se había visto obligado a usar aquella máscara distorsionada. Ese era el motivo por el que continuaba bebiendo el medicamento para dejar de ser un hombre, a pesar de haber recibido el permiso del Emperador para hacer lo que quisiera con las concubinas de baja categoría.
—A este paso, va a volverse impotente de verdad.
Las palabras de Gaoshun sorprendieron a Jinshi de tal forma que escupió el vino de frutas que estaba bebiendo para aclararse la boca. Se secó la boca con rabia y fulminó a su ayudante con la mirada. Gaoshun le devolvió la mirada, con un leve atisbo de arrepentimiento, como si le ofreciera una disculpa silenciosa por aquella verdad tan cruda.
—¿Y tú?
—Da igual. El mes pasado me bendijeron con el primer nieto.
Los hijos de Gaoshun ya eran adultos. Aquello parecía indicar que su padre ya no tenía necesidad de buscar más descendencia.
—¿Qué edad tenías?
—Treinta y siete.
Gaoshun se había casado a los dieciséis y había tenido tres hijos muy seguidos a partir del año siguiente.
—No, me refería a tu hijo. El que estuvo aquí el otro día.
Jinshi se refería al joven que había llevado a Maomao a la casa del oficial, el mismo que los había ayudado durante el incidente del envenenamiento con algas. Era, sin lugar a dudas, el hijo menor de Gaoshun.
—Tiene dieciocho. Al igual que usted, mi señor.
Gaoshun se abstuvo deliberadamente de usar el nombre de «Jinshi», pues sabía que aquel era un punto clave. «Jinshi» era un hombre de veinticuatro años que se había convertido en eunuco hacía cinco años.
—¿Él es el que fue padre?
—No, fue mi hija mayor. Ya es lo suficientemente mayor como para casarse.
Todos los hijos de Gaoshun eran muy resueltos. Su hija también había trabajado en el palacio interior durante un año como dama de compañía.
Era evidente que Gaoshun tenía una petición para su señor. Sin inmutarse, Jinshi se acomodó en el sofá, cruzando las piernas.
—Por favor, déjeme abrazar a mi nieto pronto.
—Me esforzaré.
Gaoshun cogió el té caliente que Suiren le ofreció y le dio un lento sorbo. Con un gesto de desafío, Jinshi se bebió su vino de frutas de un solo trago, ignorando la mirada de reproche de su asistente.
La visita habitual de Jinshi a las Cuatro Consortes se desarrolló sin ningún contratiempo aquel día. Al parecer, la nueva consorte, Loulan, se había acostumbrado sin ningún problema a la vida en el palacio interior, lo que supuso un gran alivio para el eunuco. Como se trataba de una consorte que había entrado en el palacio a la fuerza, temía que se armara algún revuelo por la joven. Sin embargo, ni Gyokujou ni Lihua eran tan ingenuas como para provocar una confrontación. Aunque en el pasado su relación había sido algo tensa, desde entonces habían mantenido una cordial neutralidad. En cuanto a Lishu, su temperamento pacífico le impedía iniciar una disputa por su propia cuenta. Inevitablemente, le preocupaba la posibilidad de que sus damas de compañía la incitaran a un conflicto, pero era una contingencia que tendría que procurar evitar.
Ahora bien, al entrar en el pabellón de la nueva consorte, el mismo donde había vivido la anterior Consorte Pura, se sintió desolado. Ese espacio, que antes se había distinguido por su sobriedad y la ausencia de todo lo superfluo, se había convertido en un lugar fastuoso, atestado de mobiliario exuberante. El padre de la consorte Loulan era un oficial que había llegado a tener a su cargo a tres mil damas de compañía en el palacio interior. Poseedor del favor del anterior Emperador, o mejor dicho, de la anterior Emperatriz Viuda, había logrado acumular una gran riqueza y poder. Por ello había conseguido que su hija fuera aceptada en el palacio como una de las consortes de más alto rango.
El palacio interior tenía la capacidad de mantener el equilibrio de poder en la corte, pero también la de romperlo. Si bien la consorte con más probabilidades de quedarse embarazada era Gyokujou, seguida de Lihua, el Emperador no podía limitarse a visitar solo a las que eran de su agrado. No podía tratar a la ligera a la consorte Loulan, así que se veía forzado a visitarla al menos una vez cada diez días, un hecho que, sin duda, provocaría una gran ansiedad en el resto de las consortes. Al fin y al cabo, por mucho que el Emperador las visitara con más frecuencia, los hijos llegaban cuando tenían que llegar, no cuando uno los deseaba.
No obstante, existía una falta de compatibilidad; el Emperador no mostraba el menor interés en la consorte Loulan. Al verla, Jinshi creyó entender la razón. Recordó la misteriosa lección de Maomao, en la que la consorte había lucido un extraño vestido y un broche con plumas de un pájaro de la región del sur. Maomao la miró con extrañeza, y no era para menos.
Era frecuente que la consorte Loulan vistiera atuendos de las regiones del sur, o incluso ropajes de los pueblos bárbaros del norte. Unas veces, vestía un hufu masculino; otras, un vestido occidental que se le ceñía a la cintura. Se cambiaba el peinado y el maquillaje cada dos por tres, transformando su apariencia por completo. (NT: “Hufu” es un término chino que se refiere a la vestimenta de las minorías étnicas del norte y el oeste de la antigua China, particularmente las influenciadas por los nómadas y tártaros. La vestimenta “hufu” era un conjunto práctico y ajustado, ideal para montar a caballo, que incluía pantalones holgados, una chaqueta larga ajustada, que caía hasta debajo de las rodillas, y botas. Su rasgo más distintivo era el cierre del cuello, que se abrochaba hacia la izquierda, a diferencia del tradicional “hanfu” que lo hacía hacia la derecha.)
Por una parte, era elegante; por otra, parecía no tener sosiego. Se rumoreaba que, como su rostro era agraciado, pero carecía de rasgos distintivos, reaccionaba así para destacar, pero Jinshi se preguntaba si dicha teoría era verdad o carecía de fundamento. También corría el rumor de que el Emperador la había confundido en alguna ocasión, ya que nunca sabía con certeza quién de las damas presentes en el pabellón era la consorte. Por ello, no mostraba un gran entusiasmo por ir a verla. Jinshi compartía la misma impresión. Sin embargo, algunas damas de compañía opinaban que Loulan había marcado una nueva moda.
Incapaz de entender la situación, Jinshi ladeó la cabeza perplejo. Recordó que el Emperador tenía por costumbre no tocar a nadie hasta que cumpliera los dieciséis años, lo que aseguraba que la consorte Lishu estaría a salvo por un año más. La razón de aquella política, se decía, era que los gustos de su padre, el anterior Emperador, le repugnaban hasta el punto de causarle un profundo asco.
La cicatriz que surcaba el abdomen de su madre, la ahora Emperatriz Viuda, era el testimonio de un trauma. Aún siendo una niña, había dado a luz al actual Emperador con un cuerpo demasiado pequeño. Se susurraba que aquella operación, que se denominaba cesárea, se utilizaba para poder dar a luz a bebés sin importar la supervivencia de la madre. Quien había ordenado esa operación había sido la abuela del actual Emperador, quien en aquel entonces era la Emperatriz Viuda.
En su época, a aquella mujer se la conocía simplemente como la Emperatriz. Y todavía hoy ostentaba un poder tan inmenso que nadie se atrevía a oponérsele. A pesar de haber agrandado el palacio interior y de haber aumentado el número de damas de compañía, ningún niño había nacido. Esta situación, sin duda, se había convertido en un asunto de gran desesperación para ella. Y no era para menos, pues si el anterior Emperador no tocaba más que a niñas que aún no habían tenido el primer periodo, era imposible que nacieran hijos. Lo más trágico del asunto era que la Emperatriz no se daba cuenta de que su primogénito mismo era la causa de su desesperación.
El hecho de que la siguiente Emperatriz Viuda se salvara, la madre del actual Emperador, no fue más que un golpe de suerte. De forma fortuita, un médico que acababa de regresar de Occidente se había convertido, también por pura casualidad, en eunuco y pudo atenderla en el parto. Si bien nadie podía evitar pensar que había una conspiración detrás de todas esas coincidencias, aquella era la versión oficial. Y como la Emperatriz lo había contado así, esa debía ser la verdad.
El médico se tuvo que dedicar por completo al cuidado de la entonces Emperatriz, la consorte del entonces Emperador. Mientras tanto, la consorte del Príncipe Heredero (el actual Emperador), que también tenía que dar a luz por aquellas mismas fechas, fue desatendida. Aquel abandono, al que nadie se atrevió a oponerse, derivó en una tragedia que marcaría su destino para siempre.
Jinshi se encontró pensando en el primogénito del actual Emperador, aquel niño que podría haber sido el actual Príncipe Heredero, si tan solo hubiera vivido. Sacudió la cabeza para ahuyentar aquellos pensamientos absurdos, y se preguntó en silencio: «¿Por qué no se libra de una vez de esa atadura y se ocupa de asegurar la sucesión?». Tanto él como Gaoshun sentían lo mismo, en silencio.
Después de aquella famosa lección, el Emperador había comenzado a visitar a las consortes con mayor asiduidad. Los resultados, se esperaba, se harían de rogar, pero tal vez llegarían incluso antes de lo que todos creían.
Durante su visita rutinaria, la dama de compañía principal de la consorte Gyokujou, Hongnyang, le confesó a Jinshi algo con preocupación. Parecía que el Emperador había visitado el Pabellón de Jade el día anterior y Gyokujou se había quedado como decaída, sintiéndose de pronto como un juguete olvidado. El cabello de la dama, negro como el ébano, estaba despeinado tras una larga noche en vela cuidando a su señora. Era evidente que sufría, y Gaoshun no pudo evitar sentir empatía por ella. Hongnyang, por su parte, sentía una silenciosa admiración por el ayudante de Jinshi, pero este era un hombre que le profesaba una lealtad férrea a su esposa, una realidad que a ella la obligaba a resignarse a su destino.
Aprovechando la situación, Jinshi se atrevió a hacer una propuesta, y los ojos de la consorte Gyokuyou se iluminaron al instante. Hongnyang hizo una mueca de resignación, pero, con una chispa de esperanza, se dio la vuelta para susurrar la idea a las tres damas de compañía que escuchaban detrás de la puerta. Más tarde todas agradecerían aquella sugerencia al eunuco.
○ ● ○
—¿Al palacio interior?
—Sí. A tu trabajo favorito.
Maomao estaba limpiando la cubertería de plata, siempre la pulía hasta que brillaba como un espejo. Una vez se aseguró de que no tenía ninguna mancha, se apresuró a devolverla a su sitio en la estantería. Con la excusa de que era de mala educación escuchar mientras trabajaba, se afanó en recoger sus cosas con urgencia. Quería establecer un límite, una clara frontera entre su labor y las intimidades de la corte.
Mientras tanto, Jinshi comía una mandarina. A pesar de poder haberla pelado él mismo, le había pedido a Suiren que le quitara la fina piel de cada gajo para que se los pusiera en un plato. Era un hombre con el semblante de un adulto, pero con las manías de un niño mimado. Era la costumbre de la madura dama de la corte consentir a su señor, poniéndole un abrigo forrado cuando hacía frío, o templándole el té cuando estaba demasiado caliente. «Qué vergüenza que un adulto se comporte así», pensó Maomao.
—Al parecer, a la consorte Gyokujou se le ha interrumpido el ciclo menstrual.
«Una posible gestación», adivinó enseguida Maomao. La consorte había sufrido dos intentos de envenenamiento desde que se quedó embarazada de la princesa Lingli. Seguramente por eso no se sentía tranquila.
—¿Desde cuándo?
—¿Podrías ir hoy mismo a verla?
—Claro, de hecho, me vendría bien.
El palacio interior, una zona prohibida para los hombres, la salvaría de tener que ver a ese estratega cuyo nombre no quería ni oír. Si la decisión de Jinshi había sido un acto de consideración por su parte o si había sido una mera sucesión de eventos convenientes era algo que a Maomao no le importaba en absoluto.
Había intentado mantener la compostura ante el eunuco, pero...
—Vaya. ¿Estás contenta por algo? —le preguntó Suiren.
Entonces se dio cuenta de que estaba como en una nube. ¡Iba a volver a trabajar en el palacio interior durante un tiempo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario