
Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Con las cejas fruncidas por la preocupación, se cruzó de brazos. Se decía que su belleza podría destruir una nación si fuera del otro sexo, o podría hacerlo incluso sin importar su género si se lo hubiera propuesto.
También hoy, una de las concubinas de rango medio, dos de rango bajo, así como un oficial militar y un oficial civil lo habían llamado. El oficial militar incluso le había dado un bollo con afrodisíaco, por lo que esa noche regresó a su habitación sin necesidad de hacer turno. Era una medida de defensa propia, no un acto de holgazanería.
En el pergamino sobre su escritorio, escribió los nombres de las concubinas que lo habían abordado hoy. El hecho de que intentaran atraer a un hombre diferente a sus aposentos, solo porque el Emperador no las visitaba, era inaceptable. No era un informe oficial, pero tomarían medidas en el futuro.
¿Cuántas de las pequeñas aves enjauladas sabían que su belleza era la prueba definitiva para las damas de la corte? La selección de las concubinas se basaba en el estatus de sus padres, su belleza y su inteligencia. La inteligencia era lo más difícil de juzgar. Debían poseer la educación adecuada para ser una madre de la nación, además de una moralidad intachable.
Y el malvado Emperador decidió usar a Jinshi como criterio de selección.
Él fue quien recomendó a las consortes Gyokujou y Lihua. Gyokujou era reflexiva y humilde, mientras que Lihua, aunque más emocional, tenía el temperamento adecuado para liderar. Ambas mostraban lealtad hacia el Emperador y no había ninguna maldad en sus sentimientos. Lihua incluso había alcanzado el punto del fanatismo.
¿Era una persona terrible por hacer aquello? Jinshi había reunido él mismo a las concubinas adecuadas para la nación, lo había propiciado todo para que tuvieran hijos y, si no servían, las desechaba.
A partir de ahora, el favor del Emperador seguiría inclinándose hacia la consorte Gyokujou. La última vez que visitó a la consorte Lihua, delgada como un espectro, fue cuando el Príncipe Heredero murió.
Había muchas otras concubinas que, al igual que Lihua, ya no eran necesarias. Con el tiempo, serían devueltas a sus familias o se las entregarían a otros nobles.
Sacó un documento de la pila de papeles. Correspondía a una concubina de rango medio, indicado con un número cuatro. Su nombre era Fuyou. Era una concubina que se iba a entregar a un oficial militar como recompensa por los méritos de este al haber repelido a unos bárbaros durante una batalla reciente.
—Vaya, vaya. ¿Saldrá bien esto?
Si las cosas salían según su plan, no debería haber problemas. La cooperación de esa malhumorada boticaria podría ser de gran ayuda, incluso.
No es que no hubiera personas que no lo desearan sexualmente, pero era la primera vez que lo miraban como si fuera un gusano. Ella pensaría que lo había ocultado bien, pero para él, no había podido disimular del todo la mirada de desprecio.
—Veremos qué nos depara el futuro —murmuró mientras se le escapaba una risa. Una sonrisa dulce como la ambrosía, mezclada con un toque de maldad. (NT: La ambrosía es la comida o manjar de los dioses del Olimpo en la mitología griega. Se creía que, junto con el néctar, era lo que consumían para mantener su inmortalidad y su belleza.) No es que tuviera una afición masoquista, pero le resultó extrañamente divertido. Se sentía como si hubiera conseguido un juguete nuevo.
Jinshi puso los documentos bajo el tintero y se dispuso a dormir. (NT: Usó el tintero como pisapapeles.) Para evitar cualquier problema si recibía una visita en medio de la noche, se aseguró de cerrar bien el pestillo.
○ ● ○
Panacea... Esa palabra existe, pero en realidad no hay ninguna medicina que sea universal.
Hubo un tiempo en el que Maomao se sentía molesta por las palabras de su padre: «Quiero crear una medicina que sirva para todos los males y todas las personas». Por eso, se hizo heridas que otros preferían no ver y se esforzó en desarrollar nuevas medicinas. Pero por ahora no tenía la menor idea de cuándo podría completar una medicina universal.
Aunque él le disgustaba mucho, la propuesta de Jinshi era lo suficientemente interesante. Desde que había entrado en el palacio interior, solo había podido hacer té dulce. Había una cantidad sorprendente de hierbas medicinales que crecían naturalmente allí, pero sin herramientas, y sin poder realizar sus sospechosas actividades en la habitación compartida, había tenido que contenerse. La parte más feliz de tener su propia habitación era esa.
Salió a buscar los ingredientes y, con el pretexto de llevar una cesta de ropa, se dirigió a la enfermería, tal y como le habían dicho. Dentro estaban el médico que se había quedado perplejo la otra vez y un eunuco que solía acompañar a Jinshi. El médico se tocaba su ralo bigote (NT: Un bigote con poco pelo, donde los pelos están poco densos o espaciados entre sí. En general, ralo se usa para describir algo que no es denso, como el pelo, la barba o incluso un bosque donde los árboles están muy separados. Fuente: AI Overview de Google.) y miraba a Maomao con ojos evaluadores. Era como si dijera: «¿Por qué esta niña me está invadiendo mi territorio?».
«¿Por qué todos miran tanto a una mujer tan fea como yo?», pensaba ella.
Comparado con el médico, el eunuco se movía con la misma cortesía que si atendiera a Su Majestad, y guió a Maomao.
Se metieron en una habitación rodeada de estantes de medicinas por tres lados, y ella esbozó la sonrisa más grande que había tenido desde que llegó al palacio interior. Sus mejillas se enrojecieron, sus ojos se humedecieron y sus labios formaron por primera vez un suave arco. El eunuco la miró con sorpresa, pero a ella no le importó. Se puso a leer las etiquetas de los cajones y, al encontrar una medicina rara, hizo un extraño movimiento, como si estuviera bailando. La alegría la desbordaba y no podía contenerla en su cabeza.
—¿Está lanzando algún tipo de maldición? —dijo Jinshi, que había aparecido en algún momento, y la miraba con ojos extrañados.
Llevaba una hora haciendo eso.
Maomao recogió los ingredientes que le parecían útiles, empezando por los primeros cajones. Los envolvió individualmente en papel de fibras vegetales y escribió sus nombres con un pincel. En una época en la que las tablillas de madera todavía se usaban como libros, por lo que el uso generoso de papel era un lujo. El médico del bigotillo se asomó, preguntándose quién era ella, así que el eunuco cerró la puerta. El nombre del eunuco era Gaoshun.
Maomao le pedía a Gaoshun que la ayudara a alcanzar los cajones que estaban demasiado altos. Jinshi los observaba sin hacer nada. «Si solo quieres mirar, ¿por qué no te vas?», pensó ella en lo más profundo de su inexpresiva mente.
En un cajón de la parte superior, encontró un nombre que le resultaba familiar. Al ver lo que Gaoshun le entregaba, su expresión se volvió indescriptible. Era una semilla que cabía en la palma de su mano.
—Con esto no basta.
—Entonces, tendremos que conseguir más —dijo con una facilidad pasmosa el apuesto eunuco, que se había dedicado a sonreír amablemente de forma innecesaria.
—Solo se encuentra en el sur, el oeste, y más hacia el oeste.
—Lo podríamos encontrar entre los productos que nos vienen de intercambio.
Jinshi cogió la semilla. Tenía una forma parecida a la de una almendra, y desprendía un olor peculiar.
—¿Cómo se llama esto? —preguntó.
—Cacao —respondió Maomao.
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