
Webnovel original en japonés por: 日向夏 (Natsu Hyūga)
Los diarios de la boticaria
Un estruendo metálico resonó en la habitación. En un instante, las gachas de patata y cereales, el té humeante y la fruta rallada yacían a sus pies.
—¡¿De verdad pretendes que la consorte Lihua coma esta comida tan vulgar?! ¡Que lo vuelvan a hacer!
Una joven dama de la corte, con un maquillaje llamativo, se enfureció. Era una de las damas de compañía de Lihua.
«Ay, qué pesada...», pensó entre suspiros Maomao. Luego recogió los platos y limpió la comida que se había derramado.
Se encontraba en el Pabellón de Cristal, la residencia de la concubina consorte Lihua. A su alrededor, varias mujeres la fulminaron con la mirada. Ojos burlones que la juzgaban, ojos despectivos que la menospreciaban, ojos hostiles que la fulminaban con el fuego de una enemistad silenciosa. Para una dama de compañía de la consorte Gyokujou como ella, aquello era territorio enemigo, un lecho de espinas.
El Emperador había visitado a la consorte Gyokujou la noche anterior. Maomao había catado su comida como de costumbre y estaba a punto de retirarse, cuando el Emperador la llamó.
—Tengo algo que pedirle a la famosa boticaria.
Era la primera vez que se dirigía a ella. «¿Desde cuándo soy famosa?», pensó ella.
Un hombre apuesto, con una barba muy cuidada, de mediana edad. Era el gobernante del país, así que era normal que las mujeres del palacio interior se sintieran atraídas por él, pero, tratándose de Maomao, lo único que pensó fue: «Qué barba tan larga. Me gustaría tocarla. ¿Dará gustirrinín?».
—¿Qué se le ofrece, Su Majestad? —Maomao inclinó la cabeza respetuosamente. Como simple sirvienta, lo que más quería era irse antes de cometer un error.
—La salud de la concubina Lihua no pasa por sus mejores momentos. Me gustaría que la atendieras por un tiempo.
Las palabras del Emperador eran palabras eran un decreto celestial, una orden inmutable e inapelable. Como Maomao quería mantener su cabeza unida a su cuerpo, no tuvo más remedio que responder:
—Como ordene.
Había dicho «atenderla», pero sus palabras eran un eufemismo de «curarla». El motivo, ya fuese un rastro de afecto por Lihua, cuya pérdida de un hijo compartía, o la cruda obligación de no enemistarse con su padre, un hombre influyente, era irrelevante. Si la concubina no sanaba, la cabeza de Maomao rodaría; sus destinos, ahora, navegaban en el mismo mar tempestuoso.
El hecho de que le pidieran a una simple jovencita que hiciera algo así significaba que los médicos del palacio habían sido completamente inútiles, o que no les importaba el destino de Lihua. En cualquier caso, era una petición irresponsable.
«Además, no es algo de lo que se hable delante de las otras concubinas...»
El Emperador, que le había hecho esa petición a Maomao para después comer tranquilamente y mostrarse tan afectuoso con la concubina Gyokujou como siempre, era sin duda la clase de ser que se suponía que debía ser un Emperador.
Maomao le dio otra vuelta al asunto. Para tratar a la concubina Lihua, lo primero que tenía que hacer era mejorar su alimentación. Por orden de Jinshi, el uso de los polvos de maquillaje tóxicos estaba prohibido en el palacio interior. Se había hecho un esfuerzo para castigar severamente a cualquier proveedor que lo vendiera. Por lo tanto, la prioridad era eliminar el veneno que quedaba en su cuerpo.
Aunque en la mesa había gachas de arroz blanco, la comida era lujosa: pescado frito con salsa, panceta de cerdo estofada, bollos de colores, aleta de tiburón y cangrejo. Era nutritiva, pero demasiado pesada para una enferma con el estómago débil. Mientras reprimía el deseo de salivar, le ordenó al cocinero que lo rehiciera. Como el motivo detrás de todo era una orden imperial, una simple sirvienta como Maomao tenía una autoridad considerable. Pidió gachas ricas en fibra, té con propiedades diuréticas y fruta de fácil digestión.
Lamentablemente, todo cayó al suelo. Más que por envidiar que le hubieran encargado a ella la orden imperial, lo hicieron porque les disgustaba la sirvienta, de aspecto repelente y que, además, servía a la consorte Gyokujou, la clara competencia directa de Lihua. Maomao se tragó todos los pensamientos impuros que le vinieron a la cabeza y se puso a limpiar.
Las sirvientas volvieron a llevar una comida suntuosa a la concubina Lihua, pero, poco después, se la llevaron casi intacta. Aquello luego se convertiría en un festín para ellas.
Maomao quería hacerle un examen físico a la consorte, pero las sirvientas rodeaban su cama con dosel y la cuidaban de forma servil. Incluso le aplicaban polvos de maquillaje mientras dormía, y lo normal era que la enferma tosiera al menos una vez, pero…
—El ambiente está algo cargado. En esta habitación no puede haber gente vulgar —dijo una de ellas, instando a las demás a que echaran a Maomao de la habitación.
No podía hacer nada. «Si sigue así, su cuerpo se seguirá debilitando y no aguantará. Solo le espera la muerte», pensó. ¿Habría acumulado tanto veneno sin haberlo podido expulsar a tiempo? ¿O es que le faltaba voluntad para vivir? Una persona muere si no come. Probablemente había perdido las ganas de vivir, junto con las de comer.
Mientras se apoyaba en la pared frente a la habitación y contaba los días que le quedaban antes de que la decapitaran, escuchó unas risitas. Tuvo una sensación muy desagradable. Cuando levantó la cabeza con pesadez, vio una cara increíblemente hermosa sonriéndole con una alegría exuberante.
—No pareces estar muy bien.
—¿Se refiere a mí? —respondió Maomao con voz monótona y los ojos entrecerrados.
—En efecto.
Él la miró fijamente, y sus ojos se desviaron poco a poco. Las largas pestañas se acercaban para seguir su mirada, pero sabía que, si se miraban a los ojos, por un acto reflejo, lo trataría como si fuera una basura.
Entonces se escuchó un murmullo indignado de una sirvienta, la misma que había retirado la comida.
—¿Quién es esa?
Maomao sintió una profunda incomodidad. El ambiente que la rodeaba era horrible, cargado de hostilidad.
—Entremos —le susurró al oído esa voz dulce como la miel.
Y antes de que pudiera asentir, él la empujó al interior de la habitación.
En cuanto entraron, la camarilla de damas de la corte los miró con rostros aún más severos que antes. Sin embargo, al ver al ser celestial a su lado, sus caras se suavizaron y esbozaron una débil sonrisa forzada. «Las mujeres pueden ser realmente aterradoras», pensó Jinshi.
—Despreciar la voluntad del Emperador no es digno de unas damas tan bellas y talentosas como vosotras.
Al oír las palabras de Jinshi, las sirvientas se mordieron los labios y se apartaron de la cama.
—Vamos, ve.
Al recibir un empujón en la espalda, Maomao se tambaleó. Hizo una reverencia y, de pie junto a la cama, tomó la mano de la consorte Lihua, que estaba pálida y tenía las venas marcadas. Aunque aún no era una boticaria en toda regla, tenía cierta experiencia con los tratamientos médicos.
Lihua mantenía los ojos cerrados y no oponía resistencia. No sabía si estaba dormida o despierta. Parecía que la mitad de su alma ya había abandonado este mundo.
Para examinar sus ojos, le tocó la cara. Sintió una textura suave al tacto. Su piel era tan blanca como siempre. «¿Tiene el mismo color de piel que antes?». El rostro de Maomao se tensó y se volvió hacia las damas de compañía. Se paró frente a una, y se dirigió a ella con una voz baja y reprimida. Era la misma chica que le había aplicado el polvo de maquillaje a Lihua hacía un momento.
—¿Eres tú la que le pone maquillaje a la consorte Lihua?
—Sí. Es mi deber como dama de compañía —respondió, asustada por la mirada penetrante de Maomao, mientras intentaba ocultar su temor—. Queremos que la concubina Lihua esté siempre hermosa —terminó, como si pensara que tenía razón.
—Ya veo.
Un chasquido resonó en el silencio, seco y contundente. La sirvienta, sin comprender aún lo ocurrido, se desplomó en el suelo, sintiendo el ardor repentino en su mejilla y su oreja.
—¡¿Qué le pasa a esta?! —dijo otra, que se lanzó sobre Maomao, mientras el resto de la sala se quedaba boquiabierta.
—¿Qué? Solo estoy castigando a una idiota —dijo Maomao, con un tono burlón. Agarró el pelo de la sirvienta caída y la arrastró.
Se detuvo frente al tocador y, con la mano libre, tomó la polvera de madera labrada. Abrió la tapa y vertió todo el contenido en la cara de la sirvienta. La chica empezó a toser y a secretar. Tenía lágrimas en los ojos.
—¡Qué bien! ¡Con esto te pondrás tan guapa como la consorte! —dijo Maomao mientras le agarraba la cabeza con fuerza y sonreía como una bestia cazadora—. El veneno se te va a extender por todo el cuerpo, por los poros, la boca y la nariz. ¡Tendrás las mismas manos de palo, las ojeras oscuras y la piel sin vida que tiene tu querida concubina Lihua!
—¡No, eso no…!
—¡¿Sabes por qué se prohibió usar esto?! ¡¡¡Te he dicho que es veneno!!!
—P-Pero… Como la cara queda tan bonita y de un blanco puro, pensé que a la concubina Lihua le gustaría…
Maomao chasqueó la lengua ante su excusa Yinghuantil y la soltó. Varios cabellos se quedaron enganchados en sus dedos.
—Venga, ve a enjuagarte la boca. Y lávate la cara.
Después de ver a la dama de la corte salir de la habitación corriendo errática, Maomao miró a las otras, que también estaban asustadas por el numerito.
—¡Vamos! Si lo dejáis así, la enferma podría empeorar. ¡Limpiad!
Sin tener en cuenta que el desastre había sido obra suya, Maomao señaló el suelo empolvado. Las sirvientas se estremecieron, pero obedecieron sin rechistar, yendo a buscar los utensilios de limpieza mientras la pequeña boticaria, con los brazos cruzados, resoplaba.
—Las mujeres son realmente aterradoras —murmuró Jinshi, metiéndose las manos en las mangas. Maomao se había olvidado por completo de que estaba allí.
—¡Ups!
La comprensión la golpeó con la fuerza de un puño. Con la sangre abandonando su cabeza a toda prisa, sintió que el mundo se le venía encima, y se agachó.
Nota de la autora: Como no ha tenido una buena educación, esa era la forma natural de hablar de Maomao.
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